M¨¢s vidas, m¨¢s armas
El pensamiento videogame-religioso es la condici¨®n necesaria pero no suficiente para el recrudecimiento del terrorismo en estos d¨ªas
Est¨¢n llenos de vidas, me dijo: que est¨¢n llenos de vidas. Es curiosa la discordia que una letra puede introducir en una frase: ¡°est¨¢n llenos de vida¡± es un lugar com¨²n; cuando le o¨ª decirme ¡°est¨¢n llenos de vidas¡± no entend¨ª.
Soy un ignaro perfecto en cuesti¨®n videogames, y preferir¨ªa seguir si¨¦ndolo, a¨²n en tiempos de Pok¨¦mon Go, pero la frase me llam¨® la atenci¨®n y pregunt¨¦; entonces ¨¦l me explic¨® con detalle y convicci¨®n total ¨Ctiene cinco a?os¨C que, en ese juego, los magos tienen muchas vidas, el gigante tiene todas las que quiera y las arqueras, en cambio, son guay pero tienen muy pocas.
¨C?Cu¨¢ntas?
¨CNo s¨¦, dos o tres vidas.
Hay, de distintas formas, personas acostumbradas a creer que se puede tener m¨¢s de una vida: M., cinco a?os, los superh¨¦roes de sus juegos, que se mueren una y otra vez y pasan a la pr¨®xima; esos creyentes que saben que tienen otra vida y que, por eso, pueden terminar ¨¦sta con un estallido ¨Cque los va a llevar a la siguiente, la mejor.
Lo dicen todos los seguratas de este mundo: es tan dif¨ªcil detener a alguien que no teme morirse. Las defensas sirven por el miedo de los atacantes a los ataques que pueden sufrir; si su muerte no los arredra, si la consideran parte de su premio, no hay manera: seguir¨¢n atacando. El pensamiento videogame-religioso es la condici¨®n necesaria pero no suficiente para el recrudecimiento del terrorismo en estos d¨ªas.
Lo ayuda la resurrecci¨®n de la iniciativa individual ¨Cen varios planos. Paradoja aparente: mientras Estados y corporaciones parecen controlar todo ¨Ccomunicaciones, desplazamientos, vidas¨C como nunca, aparecen m¨¢s espacios para la iniciativa personal. Para empezar, en estos movimientos l¨ªquidos, como Isis o Al Qaeda, a los que cualquiera puede decir que pertenece sin pertenecer, sin formar parte de una estructura, y actuar como si tal. Para seguir, en estas situaciones en que la decisi¨®n de uno o dos o tres produce efectos tan potentes como estos atentados, muertes impactantes, cambios pol¨ªticos, humores sociales.
Y hay un cambio tambi¨¦n en las armas: en los dos extremos de las armas. Durante muchos siglos matar fue complicado: requer¨ªa decisi¨®n, habilidad, un instrumento id¨®neo. Para matar a alguien hab¨ªa que acercarse con espada o cuchillo o bruta piedra o soga; hab¨ªa que pensarlo, prepararlo, saber hacerlo, ver a tu v¨ªctima, tocarla, o¨ªrla, mancharse con su sangre, invertir en ello el propio cuerpo. Ahora las verdaderas armas de los verdaderos poderosos se alejan cada vez m¨¢s de las personas: ya no precisan que haya humanos que las carguen, se arriesguen con ellas; un se?or con un mando que dirige?un drone, apunta, explota, destruye im¨¢genes en un televisor y mata a miles de kil¨®metros de su silla basculante.
Y, al mismo tiempo, mientras las armas espec¨ªficas son cada vez m¨¢s sofisticadas, m¨¢s complejas, m¨¢s y m¨¢s cosas pueden volverse armas. Vivimos rodeados de instrumentos letales: un cable de electricidad puede matar, el gas de la calefacci¨®n puede matar, el coche que manejamos puede matar con s¨®lo mover el pie derecho unos cent¨ªmetros. Mientras las armas espec¨ªficas se manejan desde otro continente, tantas cosas se hacen armas si quien las manipula pone el cuerpo ¨Cpero, dec¨ªamos, poner el cuerpo es gratis para los que creen que en la pr¨®xima vida van a tener uno mejor.
Entenderlo fue la genialidad ¨Cllam¨¦mosla genialidad, que el mal siempre fue espacio para el genio¨C de los pilotos del 11 de septiembre: que un medio de transporte pod¨ªa convertirse en un arma fatal; que tantos elementos de nuestra vida cotidiana pod¨ªan serlo. El asesino de Niza ha agregado el cami¨®n al arsenal; otros agregar¨¢n otros objetos. Vivimos en un mundo de m¨¢quinas letales que no lo son s¨®lo porque las neutraliza el miedo a la ley o el miedo a la muerte; cuando alguien los pierde, cuando alguien consigue creer en otra ley y en otra vida, los objetos se revelan como lo que son: pura amenaza. Entonces, s¨ª, vivimos en un mundo aterrador, donde todo son armas.
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