Un cisne blanco
El ¡®no¡¯ en el plebiscito se debe a equivocaciones estrat¨¦gicas y una p¨¦rdida de sensibilidad
La victoria del no en el plebiscito colombiano por los acuerdos con las FARC provoc¨® una ola de sorpresa. Como si fuera un Brexit caribe?o. Es extra?a esa extra?eza. Porque todo el proceso estuvo plagado de incertidumbre sobre el desenlace. El triunfo del no fue un cisne blanco. No un cisne negro. Igual que si se hubiera impuesto el s¨ª. S¨®lo la percepci¨®n de esta paridad permite calibrar los desaciertos pol¨ªticos de Juan Manuel Santos en la gesti¨®n del pacto.
La primera se?al de que la moneda estaba en el aire se puede encontrar en las elecciones de hace dos a?os. El partido del expresidente y ac¨¦rrimo opositor ?lvaro Uribe gan¨® la primera vuelta. Y Santos revirti¨® ese resultado en la segunda, por un margen muy peque?o: 50,75% frente al 46,97% del candidato ?scar Zuluaga. Desde entonces, la imagen presidencial tom¨® una curva descendente hasta niveles que rondan el 20%. Quiere decir que s¨®lo por una inexplicable distracci¨®n podr¨ªa ignorarse que el uribismo es una fuerza nada desde?able. El domingo se corrobor¨®.
La segunda evidencia es que el refer¨¦ndum no gustaba. Muchos colombianos estaban fastidiados porque la dirigencia pol¨ªtica les transfiriera la decisi¨®n sobre un entendimiento cifrado en 297 p¨¢ginas. Quien mejor lo percibi¨® fue Santos, que debi¨® gestionar en el Congreso una reducci¨®n del piso de participaci¨®n necesario para concederle validez. Esta presunci¨®n tambi¨¦n se verific¨®. Como consigna el experto Juan Gabriel Tokatli¨¢n, el plebiscito fue paup¨¦rrimo comparado con el que aprob¨® en 1957, casi por unanimidad, las reformas que acompa?aron el nacimiento del Frente Nacional.
Pero lo que mejor demuestra que no se pod¨ªa descartar el ¨¦xito del no es que muchos de los l¨ªderes del s¨ª?cre¨ªan que la consulta era inconveniente. Pod¨ªa sacrificar una iniciativa de largo plazo en el clima coyuntural de la pol¨ªtica. Entre los que pensaban as¨ª est¨¢ el expresidente C¨¦sar Gaviria, que fue el jefe de la campa?a oficial.
Las urnas demostraron los dos principales errores pol¨ªticos de Santos. Primero, haber negociado con una guerrilla despiadada, sin buscar antes el consenso de sus opositores. Segundo, haber sometido el acuerdo a votaci¨®n. Tal vez el presidente contamin¨® un objetivo hist¨®rico, de alcance nacional, reducir a las FARC, con otro circunstancial y personal: humillar a Uribe y completar su parricidio.
La derrota del domingo abre inc¨®gnitas m¨¢s amplias sobre la gobernabilidad
Adem¨¢s de estas equivocaciones estrat¨¦gicas, hubo una p¨¦rdida de sensibilidad. Es posible que la proximidad a la que oblig¨® la largu¨ªsima negociaci¨®n haya atenuado en el gobierno colombiano el espanto que en gran parte de la poblaci¨®n segu¨ªan provocando las FARC. Un olvido que cometi¨® tambi¨¦n la comunidad internacional, que mira a la distancia. S¨®lo as¨ª se explica el lugar concedido a los jefes de una guerrilla degradada en la ceremonia de Cartagena, el lunes pasado. Algunos especialistas sospechan que esa est¨¦tica pudo aumentar la indignaci¨®n.
Este desajuste en la percepci¨®n podr¨ªa verificarse de nuevo en estas horas. Tal vez el resultado del plebiscito no sea tan pernicioso para la paz como se lo percibe desde fuera de Colombia. Es catastr¨®fico, s¨ª, para Santos. La primera tarea a la que se aboc¨® el presidente, la misma noche de la derrota, fue cerciorarse de que el Ej¨¦rcito y las FARC mantendr¨ªan el cese del fuego.
Desde La Habana, Rodrigo Londo?o, Timochenko, ofreci¨® esa garant¨ªa de inmediato. Primer signo promisorio. Las FARC no quieren retomar la violencia. Temen a la justicia internacional. Sus l¨ªderes tienen orden de captura en Espa?a, por su relaci¨®n con ETA. Y pedidos de extradici¨®n de Estados Unidos. ?Admitir¨¢n una dejaci¨®n de armas unilateral? ?Seguir¨¢n haciendo concesiones, como la reparaci¨®n a las v¨ªctimas? Ese curso de acci¨®n convalidar¨ªa la postura extraoficial de los militares colombianos: las FARC est¨¢n desahuciadas. Esta es la hip¨®tesis de quienes reprochaban a Santos un exceso de generosidad.
Segunda se?al optimista: en su declaraci¨®n posterior al plebiscito, Uribe no habl¨® del narcoterrorismo. Y admiti¨® dialogar con el Gobierno. Hasta insinu¨® un pliego de condiciones, basado en sus reproches de campa?a. Entre ellos, la impunidad para los delitos de lesa humanidad. O la asignaci¨®n de esca?os legislativos a los cabecillas de las FARC. El rescate de la paz le exigir¨¢ a Santos una segunda derrota, conceptual. Un nuevo trato demostrar¨ªa que el suyo no era el mejor posible, como insisti¨® durante el proselitismo. Un argumento no s¨®lo objetado por sus rivales, sino por organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch.Santos anunci¨® que buscar¨¢ un acuerdo con el uribismo. Es decir, se dirigir¨¢ hacia el que deber¨ªa haber sido su punto de partida. Si logra el objetivo, el proceso de paz parecer¨¢ una de esas pel¨ªculas que cambian de sentido cuando se las proyecta de atr¨¢s para adelante.
Congeniar con Uribe ahora es m¨¢s indispensable. Porque los resultados del domingo aumentan las chances?de un triunfo opositor en 2018. En tal caso, cualquier entendimiento con la guerrilla ser¨ªa implementado por una administraci¨®n de otro signo pol¨ªtico. Una escena no prevista en la t¨¢ctica de Santos.
La negociaci¨®n con el uribismo ser¨¢ compleja. Sobre todo porque la divergencia frente a las FARC no es la causa sino la consecuencia de un duro desencuentro. El hermano menor de Uribe, Santiago, fue llevado preso, acusado de vincularse con grupos paramilitares. Y m¨¢s de una decena de colaboradores del expresidente est¨¢n siendo investigados. Uribe denuncia que esos procesos son parte de una persecuci¨®n de Santos y las FARC, complotados para establecer el castrochavismo en Colombia. Estas acusaciones son la plataforma de su negociaci¨®n con Santos.
La derrota del domingo abre inc¨®gnitas m¨¢s amplias sobre la gobernabilidad. Sobre los laureles del plebiscito el oficialismo lanzar¨ªa una gran reforma tributaria. Ahora todo es un enigma. Comenzando por la sucesi¨®n de Santos. Cae como candidato Humberto de la Calle, negociador con las FARC, que acaba de dimitir. Y tal vez asciende el vicepresidente Germ¨¢n Vargas Lleras, a quien le recriminaron cierta tibieza en la defensa de los pactos de La Habana.
Con Santos aparecen otros derrotados. Entre ellos, los hermanos Castro, padrinos de las conversaciones. O Nicol¨¢s Maduro, que tiene en el fortalecido Uribe un enemigo intransigente. El presidente colombiano someti¨® a consulta un convenio inscrito en una trama internacional compleja. La oposici¨®n a Santos qued¨® aislada hasta del Partido Republicano. El reencuentro de los EE UU con Cuba no se termina de entender sin las negociaciones con las FARC. Por eso la disidencia dom¨¦stica contrasta con el consenso internacional. Si hasta Hillary y Trump estaban de acuerdo.
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