El pueblo al que teme el propio Estado
En la aldea de Tur¨ªcuaro (Michoac¨¢n) reina la impunidad: los normalistas y comuneros mantienen secuestrados a decenas y decenas de camiones y autobuses. Y el Gobierno mira hacia otro lado
Que en parte de M¨¦xico el Estado es una ficci¨®n se puede explicar de muchas maneras. Una de ellas es tomar un coche y visitar la aparentemente id¨ªlica aldea de Tur¨ªcuaro (3.000 habitantes), en el coraz¨®n del volc¨¢nico estado de Michoac¨¢n. Pueblo ind¨ªgena, regido por usos y costumbres ancestrales, este enclave de carreteras sinuosas y espl¨¦ndidos oyameles, vive fuera de la ley. O mejor dicho, sin importarle la ley. Desde hace cuatro meses, exhibe en sus calles, plazas y explanadas el cuerpo de un delito flagrante. Son decenas y decenas de autobuses, camiones, trailers y furgonetas secuestrados por los estudiantes normalistas en su pulso contra la reforma educativa. Todo un bot¨ªn de guerra ante el que las autoridades miran hacia otro lado.
Nadie puede acercarse a los veh¨ªculos, nadie puede sacarlos. Da igual que sus empresas los reclamen o que sus conductores languidezcan durante meses junto a ellos. Si alguien intenta llev¨¢rselos, la amenaza es la hoguera. ¡°De aqu¨ª no se mueven hasta que el Estado represor no se siente a negociar¡±, brama con desconfianza el l¨ªder de la patrulla comunal que vigila los transportes.
El somat¨¦n la forman unas 15 comuneros y vecinos. Hay de todo. Desde adolescentes de pelo desgre?ado hasta ancianos con la vida diluida en el rostro. Miran con desconfianza al periodista y m¨¢s a¨²n al fot¨®grafo, a quien han rodeado mientras tomaba im¨¢genes de los transportes. No les gustan las visitas.
¡°Estamos en lucha, los normalistas no est¨¢n solos, su causa es la nuestra. S¨®lo si el Gobierno se sienta a negociar, liberaremos los veh¨ªculos, pero, atenci¨®n, ya no confiamos en nadie¡±, zanja el comunero-jefe. A su espalda, una larga fila de transportes recorta el horizonte. Algunos tienen los cristales rotos, otros est¨¢n hundidos en el barro. En su d¨ªa llevaban cemento, gasolina, frutas, coca-cola, paqueter¨ªa, pasajeros¡ Ahora est¨¢n varados en tierra hostil. ¡°Y vendr¨¢ m¨¢s si no cumplen lo que pedimos¡±, grita uno de los vigilantes.
Su amenaza no es menor. La toma ilegal de veh¨ªculos es una realidad sangrante en M¨¦xico. S¨®lo entre octubre de 2014 y julio de 2016 fueron secuestrados 2.414 autobuses. Las p¨¦rdidas y da?os rondaron los 30 millones de d¨®lares. ¡°Hacen lo que quieren y nadie los frena, las instituciones callan y ceden; es un esc¨¢ndalo¡±, dice un portavoz estatal de los transportistas.
La pr¨¢ctica, repetida en gran parte del pa¨ªs, se ha agravado desde junio en Michoac¨¢n, donde se registra la mayor concentraci¨®n de escuelas normalistas. El objetivo de la escalada es que el Gobierno central d¨¦ marcha atr¨¢s a uno de los principales postulados de la reforma educativa: aquel que acaba con la entrega autom¨¢tica de plazas a los normalistas e impone el concurso p¨²blico.
En su pulso, los colectivos radicales han desbordado al gobernador Silvano Aureoles, del PRD. Temeroso de un estallido social, la polic¨ªa ha evitado la colisi¨®n y los desmanes se han sucedido por el territorio. M¨¢s de 200 veh¨ªculos han llegado a estar en manos de los belicosos estudiantes de magisterio. Las tomas de casetas en autopistas, la quema de camiones e incluso el corte de v¨ªas f¨¦rreas se han extendido como una mancha de aceite. ¡°Estamos agotando la fase de di¨¢logo, pero el problema de fondo depende del Gobierno federal. Lo que piden los normalistas, la plaza autom¨¢tica, no es competencia nuestra¡±, se defiende el secretario de Gobernaci¨®n de Michoac¨¢n, Adri¨¢n L¨®pez Sol¨ªs.
La tensi¨®n lleg¨® a su extremo el pasado viernes, cuando despu¨¦s de otra eclosi¨®n de violencia por la detenci¨®n de un grupo de normalistas, los empresarios decidieron suspender las l¨ªneas de autob¨²s para salvaguardar la seguridad de pasajeros y trabajadores. La medida tuvo impacto nacional. Pero dur¨® poco. El s¨¢bado, los empresarios, evitando males mayores a los usuarios, reanudaron el servicio. El gobernador les ofreci¨® protecci¨®n policial. Pero de poco sirvi¨®. Al d¨ªa siguiente, se repitieron las escenas de tomas de casetas y quema de camiones. Y el lunes, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educaci¨®n (CNTE), el poderoso sindicato que lidera la lucha contra la reforma educativa, anunci¨® que se sumaba al secuestro de autobuses para exigir la liberaci¨®n de los ocho normalistas que a¨²n permanec¨ªan detenidos. Esa misma noche fueron liberados. La fianza no super¨® los 1.000 pesos (50 d¨®lares). ¡°As¨ª funcionan las cosas aqu¨ª¡±, se?ala un portavoz de los transportistas.
En todo este tiempo, ninguna autoridad ha acudido a Tur¨ªcuaro. Ni se ha enviado a la polic¨ªa a retirar los veh¨ªculos. El temor a un derramamiento de sangre, como admiten las autoridades estatales, les frena. ¡°Ser¨ªa una victoria p¨ªrrica¡±, afirma el secretario de Gobernaci¨®n. Bajo esta premisa, el santuario normalista, como tantas otras cosas en Michoac¨¢n, permanece impune.
Israel, Miguel ?ngel, Gabriel y Mart¨ªn lo saben bien. Llevan cuatro meses atrapados ah¨ª. Son conductores y no se separan de su veh¨ªculo. Hacerlo podr¨ªa suponer perder su trabajo. Y huir acarrear¨ªa algo mucho peor. ¡°Nos balacear¨ªan y luego quemar¨ªan los camiones¡±, explica Gabriel.
Encerrados en esa trampa kafkiana, los cuatro, junto a otra decena de ch¨®feres, han decidido aguantar lo que haga falta. ¡°Yo espero que en dos meses podamos salir¡±, aventura Miguel ?ngel. Ante sus palabras, sus compa?eros sacuden la cabeza. No lo creen. Han visto pasar el tiempo y se sienten abandonados. Primero les quitaron los veh¨ªculos, luego su mercanc¨ªa.
¡°Mire, nos tienen secuestrados, saben que no podemos abandonar el veh¨ªculo, porque nuestros jefes nos podr¨ªan despedir e incluso acusar de complicidad. Y adem¨¢s, que nadie se enga?e, van robando el material que transportamos. Aqu¨ª no hay ideales, hay negocio¡±, sentencia Israel. Tiene dos hijas peque?as y una esposa en Morelia. Echa de menos la ciudad. Desde el 5 de julio, duerme y vive en su Kenworth de doble remolque. Una bestia capaz de cargar 54 toneladas de cemento. Sabe que cualquier d¨ªa desaparecer¨¢n. Se le ve cansado. Cada ma?ana, al levantarse, se encamina a un pozo a lavarse. Dice que pasa fr¨ªo y que muchos lugare?os le muestran rechazo. ¡°Hay quienes ni nos quieren vender comida, prefieren que nos marchemos para hacerse sin problema con la carga¡±.
No todos los vecinos son as¨ª. Algunos se compadecen de los ch¨®feres. Pero no se atreven a decir nada en voz alta. ¡°Tengan cuidado ustedes tambi¨¦n, no les vayan a quemar el coche¡±, dice a escondidas una mujer ind¨ªgena. Luce un vestido de flores y un collar met¨¢lico que brilla como un sol. Parece que quiere hablar, pero cuando advierte que la patrulla vecinal se acerca, desaparece. Los ch¨®feres tambi¨¦n bajan la voz. A su paso, todos callan y bajan la cabeza. El Estado tambi¨¦n.
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