El poder y la raza en la era de Obama
El mandato del presidente ha producido un renacimiento cultural y pol¨ªtico de la comunidad negra
Durante m¨¢s de tres d¨¦cadas, Kerry James Marshall ha pintado en su estudio del South Side de Chicago cautivadores cuadros sobre la vida de los negros en Estados Unidos. Los escenarios son humildes ¡ªjardines comunitarios, cocinas, barber¨ªas¡ª pero su escala y su visi¨®n son grandiosas, incluso ¨¦picas. Marshall es ahora el protagonista de una importante retrospectiva en el Met Breuer, en el Upper East Side de Manhattan. El t¨ªtulo de la muestra, Mastry [por mastery, maestr¨ªa en ingl¨¦s], refleja bien la audacia del artista, su ambici¨®n por consolidarse en un espacio dominado no solo por artistas blancos, sino por un r¨¦gimen est¨¦tico cuyas nociones de belleza, universalidad y, sobre todo, maestr¨ªa, le deben bastante a la historia de opresi¨®n racial. Las figuras negras de los cuadros de Marshall anuncian la estimulante y casi sorprendente presencia de algo que, en la mayor¨ªa de los museos, ha estado casi ausente.
Al recorrer la exposici¨®n a principios de esta semana, me acord¨¦ de otro chicag¨¹ense negro que ha demostrado su "maestr¨ªa" en un trabajo a¨²n m¨¢s duro y racialmente excluyente: la presidencia. El liderazgo de Barack Obama resuena en el orgullo, el estilo y la casi milagrosa composici¨®n de los lienzos de Marshall. ¡°Cuando ellos caen bajo, nosotros nos elevamos¡±, dijo Michelle Obama en la Convenci¨®n Nacional Dem¨®crata. Ante la horrenda reacci¨®n violenta y racista a su mera presencia en la Casa Blanca, Obama ha llegado todo lo alto que se puede sin tener alas.
El nombre de pila suajili de Obama, que procede del t¨¦rmino ¨¢rabe baraka, o sabidur¨ªa espiritual, significa "aquel que est¨¢ bendecido". Cuando fue elegido por primera vez, muchos esper¨¢bamos que tuviera baraka. Hered¨® las catastr¨®ficas guerras que su predecesor emprendi¨® en Oriente Pr¨®ximo y una crisis financiera, que sigue oscureciendo el horizonte de muchos estadounidenses. Pero la esperanza de que la presidencia de Obama fuese (como ¨¦l mismo dijo) ¡°transformadora¡± tambi¨¦n reflejaba el antiguo anhelo de que pudiese ayudar al pa¨ªs a superar la brecha racial y llegase a unirlo de verdad.
Todos de la mano le seguir¨ªamos hasta la Tierra Prometida de un mundo?posracial, como si fuese una especie de Mois¨¦s negro, o uno de esos personajes negros que hacen milagros en las pel¨ªculas de Hollywood y dedican sus vidas a resolver los problemas de sus amigos blancos. Este sue?o siempre ha tenido un punto kitsch, sobre todo al ser expresado por los blancos: por motivos obvios, los estadounidenses negros suelen tener una visi¨®n mucho m¨¢s sobria de la capacidad real del pa¨ªs para afrontar, no ya superar, sus divisiones raciales.
Ha demostrado ser un pol¨ªtico realista que prefiere acometer acciones que ir¨¢n callando, frente al uso de palabras prof¨¦ticas
Al final resulta que el mandato de Obama solo ha causado un milagro: su elecci¨®n. A pesar de toda su magia como orador, ha demostrado ser un realista que prefiere acometer acciones que ir¨¢n calando, frente al uso de palabras prof¨¦ticas. Durante su primer mandato, discretamente sac¨® adelante con discreci¨®n la clase de reformas (en concreto, nombramientos en los tribunales) que contribuir¨¢ a combatir que contribuir¨¢n a combatir la discriminaci¨®n mucho despu¨¦s de que ¨¦l haya dejado la Casa Blanca.
Decidido a que no se le viese como el ¡°presidente del Estados Unidos negro¡±, se ha esforzado por evitar el asunto de la raza; cuando se ha visto obligado a tratarlo, ha ca¨ªdo en banalidades sobre la necesidad de entablar una ¡°conversaci¨®n nacional¡±. Ante las crisis ¡ªlos asesinatos de civiles desarmados, incluso ni?os, por parte de la polic¨ªa; la encarcelaci¨®n en masa¡ª, Obama no ha querido responder o no ha sido capaz de hacerlo, con ese mismo sentido de la urgencia que una vez lo llev¨® a convertirse en trabajador comunitario en Chicago. En julio de 2014, sin ir m¨¢s lejos, el catedr¨¢tico de Derecho de Harvard Randall Kennedy escrib¨ªa para muchos negros que ¡°la emoci¨®n y el entusiasmo hab¨ªan pasado¡±.
Pero en los dos ¨²ltimos a?os, Obama ha asumido su hist¨®rico rol con una elocuencia y una seriedad moral admirables; en parte, cabe sospechar, porque acept¨® que su presidencia no ser¨ªa transformadora y que, en el mejor de los casos, ¨¦l solo pod¨ªa ser un baluarte frente a la furia racista que ha desencadenado; un contrapunto civilizado al ruido vengativo blanco de los estados republicanos. Como afirm¨® R¨¦gis Debray en su famosa frase, "la revoluci¨®n revoluciona la contrarrevoluci¨®n", y eso es lo que ha sucedido con la contrarrevoluci¨®n racial en Estados Unidos, una xenofobia blanca feroz e ignorante que ha encontrado su f¨¹hrer en Donald Trump.
Como muchos han se?alado, este movimiento, que ha conseguido el apoyo de una minor¨ªa considerable de estadounidenses blancos, no solo ataca a los negros, sino tambi¨¦n a inmigrantes, a mexicanos, a musulmanes y, ¨²ltimamente, a misteriosos banqueros que parecen sacados de los Protocolos de los sabios de Si¨®n. Pero la animadversi¨®n hacia los negros es la lava que calienta su n¨²cleo. Lo que lleva a muchos blancos a creerse el bulo de que Obama no naci¨® en Estados Unidos ¡ªafirmaci¨®n a la que Trump ha dado m¨¢s p¨¢bulo que nadie¡ª no es solo que su padre fuera keniata. Es la idea, tan vieja como la propia esclavitud, de que los negros siempre ser¨¢n forasteros inasimilables, y que si no entienden ¡°qu¨¦ sitio les corresponde", ya sea como esclavos o subalternos, deber¨ªan "volver al lugar de donde vinieron". El propio Abraham Lincoln coquete¨® con la idea de que, una vez liberados, los negros fueran reubicados en ?frica y el Caribe.
Obama no solo es estadounidense, sino que los negros tienen ra¨ªces m¨¢s profundas en EE UU que cualquiera, a excepci¨®n de los indios americanos: la mism¨ªsima Casa Blanca fue construida por esclavos, como se?al¨® Michelle Obama, provocando la airada respuesta de blogueros de derechas. La aportaci¨®n negra a la cultura y la civilizaci¨®n estadounidenses ha sido asombrosa ¡ªdesde la m¨²sica y la comida hasta el atletismo, el humor, la literatura, e incluso la propia idea de libertad¡ª, pero este hecho se topa con tanta resistencia en determinados ¨¢mbitos como la que se encontr¨®, a principios del siglo pasado, la enorme contribuci¨®n jud¨ªa a la cultura alemana. Para los seguidores de Trump, ¡°hacer que EE UU sea grande otra vez¡± significa hacerlo blanco.
Decidido a que no se le viese como "el presidente del Estados Unidos negro" se ha esforzado por evitar el asunto de la raza
En medio de la crisis financiera, a los blancos que pasan apuros les resulta cada vez m¨¢s dif¨ªcil admitir lo que les deben a los negros, porque si lo hicieran quedar¨ªan despojados. ¡°Nos convirtieron en una raza¡±, escribe Ta-Nehisi Coates en su ensayo Entre el mundo y yo. ¡°Pero nos hemos convertido en un pueblo¡±. Los blancos, sin embargo, no son ¡°un pueblo¡± y, a medida que su n¨²mero se ha reducido y sus vidas se han ido pareciendo m¨¢s a las de los negros, han empezado a insistir en sus privilegios raciales con m¨¢s terquedad todav¨ªa: de ah¨ª el atractivo de Trump, con su descarado reclamo al resentimiento.
En la Am¨¦rica negra, la presidencia de Obama y la violenta reacci¨®n que ha provocado han reavivado un esp¨ªritu de resistencia in¨¦dito desde los a?os del black power, tanto en el plano pol¨ªtico, con el auge de Black Lives Matter (la vida de los negros importa), como en el cultural, con la aparici¨®n de figuras como Ta-Nehisi Coates, la poeta Claudia Rankine, el rapero Kendrick Lamar y los cineastas Ava Duvernay y Barry Jenkins. Este renacimiento est¨¢ impregnado de un sentimiento hist¨®rico, del que enf¨¢ticamente reniega el movimiento de Trump.
Tambi¨¦n es consciente del solapamiento inherente a la opresi¨®n, de su intersecci¨®n: muchos de los dirigentes de Black Lives Matter forman parte de la comunidad LGBT. Que esta cultura de protesta haya surgido durante el mandato de Obama no es azaroso, y verla florecer supone saborear el dulce triunfo, por muy limitado que sea. Solo otro presidente ¡ªThomas Jefferson¡ª ten¨ªa familia negra, y ¨¦l mismo pose¨ªa esclavos, as¨ª que no subestimemos la distancia recorrida. Pero Obama tambi¨¦n es, en el mejor sentido, heredero de Jefferson: un escritor e intelectual cosmopolita, un hombre profundamente introspectivo que ha vivido de su dominio, su ¡°maestr¨ªa¡±, en el uso de la palabra. El lenguaje, finalmente, no es poder, pero a Barack Obama no le ha faltado baraka.
Adam Shatz es editor asociado del London Review of Books y profesor invitado en New York University.
Traducci¨®n NewsClips
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