La hora de Hillary
Cuando parece que algo le va a suceder, casi por derecho propio, una imprevista realidad trastorna a Clinton sus m¨¢s ambiciosos planes
En los ¨²ltimos d¨ªas, Hillary Clinton desciende y sube las escaleras de su avi¨®n de campa?a siempre repitiendo la misma acci¨®n: un tel¨¦fono pegado a la oreja. Desde la distancia a la que se permite observar a una de las mujeres m¨¢s protegidas de la tierra, a veces se puede ver a Clinton mantener una conversaci¨®n con quien est¨¦ al otro lado. Otras escucha con concentraci¨®n, intentando ignorar el molesto sonido de los motores del 737 rugiendo.
Decir que en ocasiones su gesto parec¨ªa preocupado es quiz¨¢ osado. Pero lo cierto es que los acontecimientos de los ¨²ltimos diez d¨ªas, que volv¨ªan a introducir en la campa?a al FBI y los correos electr¨®nicos ¡ªtema ya desactivado¡ª, eran materia para la angustia. La secuencia es demasiado conocida en la biograf¨ªa de Hillary como para no preocuparse. Cuando parece que algo le va a suceder, casi por derecho propio, una imprevista realidad le trastorna los m¨¢s ambiciosos planes.
As¨ª sucedi¨® en 2008. Ocho a?os despu¨¦s, en ese gesto preocupado y literario que aventuramos los periodistas creemos intuir una determinaci¨®n: "Esta vez no, esta vez es mi hora". Si Clinton alcanza la Casa Blanca este martes en Nueva York, habr¨¢ alcanzado la m¨¢s alta cima. Ya no solo ser¨¢ una de las mujeres m¨¢s conocidas en el mundo sino tambi¨¦n aquella que rompi¨® el famoso techo de cristal, el que dej¨® con 18 millones de grietas (los votantes que creyeron en ella) tras perder en las primarias de 2008 frente a Barack Obama. Tambi¨¦n ser¨¢ la primera vez en los ¨²ltimos 70 a?os que van desde la II Guerra Mundial que los dem¨®cratas ganan tres ciclos electorales seguidos.
Hillary Rodham Clinton oculta las heridas ganadas en sus m¨²ltiples batallas bajo trajes pantal¨®n que siempre sirven para aderezar una cr¨®nica cuando se trata de una mujer, haya roto techos o aspire a ocupar el trabajo m¨¢s importante del mundo. Cuando se mira hacia atr¨¢s y se vislumbra Arkansas, donde comenz¨® como primera dama, empiezan a sumarse a?os que hacen que Clinton haya sido de una forma u otra parte del paisaje pol¨ªtico norteamericano durante m¨¢s de un cuarto de siglo. Hay quien esto se lo tiene en contra. Pero esa es otra cr¨®nica.
Las cicatrices, algunas todav¨ªa por cerrar, han sido adquiridas a lo largo de casi 30 a?os de preparaci¨®n, entre ellos ocho de primera dama -no al uso- de la naci¨®n, ocho como senadora y cuatro como secretaria de Estado, posici¨®n desde la cual visit¨® 112 pa¨ªses y vol¨® 956.733 millas (s¨ª, alguien las ha contado). Su madre siempre le dec¨ªa: "Todo el mundo se cae. Lo importante es si eres capaz de levantarte y seguir adelante".
Hillary Clinton considera que ese es el mejor consejo que jam¨¢s ha recibido de nadie. Y parece ajustarse al gui¨®n de su vida con la naturalidad de un guante de seda. Superviviente del esc¨¢ndalo pol¨ªtico sexual m¨¢s conocido de la historia americana, Clinton aspir¨® al senado de Nueva York cuando su marido todav¨ªa estaba en la Casa Blanca y hab¨ªa sufrido un impeachment, algo sin precedentes.
A?os despu¨¦s, con los zarpazos de la entonces ¨²ltima batalla todav¨ªa frescos, la excandidata acept¨® el encargo de Barack Obama de ser la jefa de la diplomacia norteamericana. Preguntada sobre c¨®mo era capaz de trabajar para el hombre que la hab¨ªa derrotado en las primarias, su respuesta siempre era impecable, sin dejar ver ni una sola de las magulladuras que arrastraba: "Cuando tu presidente te pide servir a tu pa¨ªs, t¨² dices s¨ª".
En el avi¨®n en el que la candidata dem¨®crata viaja ahora junto a la prensa, un buen n¨²mero de representantes de los medios de comunicaci¨®n son mujeres. Atr¨¢s quedan los literarios a?os de The Boys on the bus, la narraci¨®n detallada a golpe de testosterona de la vida de los periodistas -hombres- que cubrieron en carretera las presidenciales de 1972.
El mundo en el que creci¨® Hillary ¡ªo su madre, que nac¨ªa un a?o antes de que las mujeres tuvieran derecho al voto en EEUU¡ª es un mundo muy distinto a la docena de j¨®venes reporteras que cada d¨ªa practican un marat¨®n siguiendo a la candidata dem¨®crata. Muchas de ellas no saben o no recuerdan o no les han contado que en este pa¨ªs, Estados Unidos, una mujer necesitaba la firma de un hombre junto a la suya para, por ejemplo, solicitar un pr¨¦stamo. Por supuesto, todas ellas, todas nosotras, tenemos una tarjeta de cr¨¦dito con nuestro nombre en el frente, no el de nuestros maridos.
Clinton siempre tendr¨¢ luces y sombras, algunas directamente heredadas de un mundo todav¨ªa te?ido de machismo, pero entre muchas de las batallas que ha dado, quiz¨¢, una de las m¨¢s importantes y menos reconocida sea la de que Hillary Rodham Clinton ha sido quien ha hecho posible que la idea de que una mujer pueda convertirse en presidenta de Estados Unidos sea tan normal que muchas j¨®venes directamente se aburren con la idea y no le dan importancia. Que eso se refleje en las urnas puede ser una liberaci¨®n envenenada para que se de la hora de Hillary.
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