¡°Todos somos culpables en Colombia¡± (Monter¨ªa, C¨®rdoba)
Dice la honorable Corte Suprema de Justicia que permitimos que criminales con ¨ªnfulas de pacificadores asolaran y minaran y desmembraran nuestras tierras
Dice la honorable Corte Suprema de Justicia, en su segunda sentencia contra el ensangrentado comandante paramilitar Salvatore Mancuso, que ¡°todos somos culpables¡± en Colombia porque ¨Cpor extraviados o por miedosos o por convencidos o por violentos¨C permitimos que criminales con ¨ªnfulas de pacificadores asolaran y minaran y desmembraran nuestras tierras, y lo hicimos ¡°sin excluirlos, sin se?alarlos¡±. Dice la Corte Suprema que la delincuencia no hubiera logrado todo lo que logr¨® ¨Creprogramar el pa¨ªs, ni m¨¢s ni menos¨C de no haber contado con la cooperaci¨®n de funcionarios, de jueces, de legisladores, de empresarios, de comerciantes, de ganaderos, de espectadores. Dice la Corte que ¡°va siendo hora de que, en aras de lograr una catarsis, un olvidar, un comenzar de ceros, todos hagamos un verdadero acto de contrici¨®n¡±. Y s¨ª: de acuerdo.
Pero tambi¨¦n deja en claro que los ciudadanos que fueron c¨®mplices de la debacle deben ser juzgados por la justicia ordinaria pues esa suma de masacres no fue una pol¨ªtica de Estado.
Y es un silogismo con ¡°un pero¡± propio de estas l¨®gicas enrevesadas: el Estado somos todos; todos somos culpables; pero la violencia colombiana no ha sido una pol¨ªtica de Estado, sino el oficio de unos cuantos.
Y esos cuantos no deben ser investigados por un tribunal especial, que ser¨ªa ¡°un verdadero acto de contrici¨®n¡± de la coj¨ªsima justicia colombiana, sino que deben ser juzgados por los jueces de este pa¨ªs que ¨Cseg¨²n el ¨ªndice internacional creado en 2015 por la Universidad de Puebla¨C es el tercer pa¨ªs del mundo en impunidad.
En fin. Salvatore Mancuso, de 52 a?os, fue el segundo hijo de una familia colomboitaliana de Monter¨ªa, pero un d¨ªa nefasto dej¨® de ser un poderoso hacendado del deslumbrante departamento de C¨®rdoba ¨Csu tierra f¨¦rtil, verde, viv¨ªa asediada por las guerrillas¨C para volverse el gran jefe de los paramilitares colombianos. En 2005 se sum¨® al proceso de paz con las autodefensas. En 2006 confes¨® ser el verdugo de 336 colombianos y el autor de tres de las peores masacres de la Historia de Colombia. En 2008, antes de que terminara de contarle al pa¨ªs su versi¨®n de los hechos, fue extraditado a Estados Unidos por tr¨¢fico de drogas junto con 13 comandantes paramilitares. Y es por ello que miles de sus v¨ªctimas han tenido que reconstruir por su propia cuenta las pesadillas impunes que fue dejando a su paso.
Eso mismo, esa impunidad exasperante, esa justicia que no contesta las cartas ni las llamadas, les ha sucedido a las v¨ªctimas de los narcotraficantes, de las guerrillas, de las manos negras, de los agentes del Estado. Y ha hecho peor, por ejemplo, el dolor de los familiares de los 153 periodistas colombianos que fueron asesinados a espaldas nuestras desde 1977 hasta hoy: s¨®lo se ha condenado a cuatro autores intelectuales.
El ser¨ªsimo grupo negociador del Gobierno colombiano busca la paz con las Farc, ahora, sum¨¢ndoles a sus ideas las de los l¨ªderes que consiguieron la victoria del ¡°no¡± en el plebiscito, pero pase lo que pase ¨Cdice la Corte¨C es hora de que todos hagamos un mea culpa. Y s¨ª, podemos repetir que no fueron ellos, sino nosotros, todo lo que se requiera as¨ª sea s¨®lo para que semejante desangre no vuelva a suceder: yo puedo decir, por ejemplo, que viv¨ª una vida mientras llegaban de lejos noticias de matanzas y de secuestros y de extorsiones como ritos oficiados tanto por los unos como por los otros. Pero, como todo esto es sobre las v¨ªctimas, como se trata de que Colombia no sea una cadena alimenticia, sino una democracia, de nada servir¨¢ si la justicia no hace su trabajo, si los honorables tribunales no consiguen, de las voces de los asesinos y sus due?os, el relato de la masacre que ocurri¨® mientras dorm¨ªamos.
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