Rarezas de Castro
Se trata de saber si el r¨¦gimen cubano puede seguir evitando el camino democr¨¢tico
Mirar a Fidel Castro es como mirar al fuego. Su personalidad pol¨ªtica alarma por lo terrible y atrae por sus peculiaridades. Hay una que se destaca sobre todas: demostr¨® que en Am¨¦rica Latina hasta la dictadura del proletariado es caudillesca.La dictadura de Castro es la ¨²ltima dictadura. Y presenta un triste ¨¦xito. Logr¨® sobrevivir a las dos revoluciones de las que se aliment¨®. La sovi¨¦tica y la bolivariana. La econom¨ªa cubana, que todav¨ªa no puede asegurar la provisi¨®n alimentaria, estableci¨® con ambas una riesgosa dependencia. En los dos casos se agot¨® el ox¨ªgeno. Y en ambos el castrismo busc¨® la misma v¨ªa de escape: la Santa Sede. En 1998, Fidel recurri¨® a Juan Pablo II, que hab¨ªa sido un factor determinante de la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. En 2014, Jorge Bergoglio suministr¨® un escenario decoroso para el acercamiento con los Estados Unidos. Un caso de fidelidad a la infancia que halagar¨ªa a Sigmund Freud. Los Castro se formaron con jesuitas.
La capacidad de persistencia del castrismo es parad¨®jica. La muerte de Fidel encontr¨® a sus hombres colaborando con el desmantelamiento de experimentos que, en buena medida, ¨¦l mismo hab¨ªa inspirado. El reencuentro con Washington fue una de las dimensiones de un ajedrez mucho m¨¢s complejo. La Habana presta un servicio inestimable para la diplomacia norteamericana: la pacificaci¨®n de Colombia. La urdimbre que se teji¨® para esa operaci¨®n se extiende a Venezuela. Fidel, igual que Lula da Silva y Pepe Mujica, se cans¨® de aconsejar a Maduro una flexibilizaci¨®n.
La Habana presta un servicio inestimable para la diplomacia norteamericana: la pacificaci¨®n de Colombia
Barack Obama reconoci¨® esas prestaciones con la apertura de la embajada de los Estados Unidos en Cuba. Despu¨¦s de todo, los cubanos ofrecieron siempre dos seguridades. A diferencia de sus ahijados chavistas, nunca se salpicaron con el narcotr¨¢fico ni con el fundamentalismo isl¨¢mico. Un detalle crucial para entender la predilecci¨®n de Washington.
La gigantesca inc¨®gnita que representa Donald Trump impacta sobre Cuba m¨¢s que en ning¨²n otro lugar de la regi¨®n. Es dif¨ªcil imaginar un contexto en el cual el Departamento de Estado quiera revertir el proceso colombiano. O tolere una guerra civil en Venezuela. Tampoco es concebible que la restauraci¨®n republicana pueda en la relaci¨®n bilateral con Cuba. Pero no es f¨¢cil pensar en un avance. Sobre todo cuando se examina la aritm¨¦tica de la elecci¨®n de Florida. All¨ª se advierte el costo que tuvo para los dem¨®cratas el idilio con los Castro. Un indicio: Trump design¨® en su equipo de transici¨®n para el ¨¢rea econ¨®mica a Mauricio Claver-Carone, un defensor activo del embargo contra la isla.
Fidel tuvo conductas raras en un caudillo. La m¨¢s extra?a: se retir¨® del Gobierno antes de morir. No fue Franco, ni Ch¨¢vez, ni Per¨®n. No pudo, sin embargo, renunciar al nepotismo. Coron¨® al pragm¨¢tico Ra¨²l. Esa delegaci¨®n no despej¨® el horizonte. Fidel deleg¨® el poder en un interinato. Su hermano tiene 85 a?os. La inc¨®gnita sobre la muerte de un Castro se podr¨ªa sustituir con la inc¨®gnita sobre la muerte del otro. Aun cuando Ra¨²l alivi¨® la encrucijada con un punto de certeza.
Anunci¨® que no se har¨¢ reelegir. Hay un aspecto en el que la dictadura cubana se mira en el espejo de la china: la apuesta a un capitalismo estatoc¨¦ntrico, que puede conceder negocios pero no ciudadan¨ªa. Sin embargo, los chinos promovieron una renovaci¨®n generacional ajena a los lazos de sangre. Los cubanos liquidaron esa opci¨®n en 2009, con la defenestraci¨®n de Carlos Lage y Felipe P¨¦rez Roque. Fidel dej¨® a Ra¨²l, pero en Cuba la sucesi¨®n sigue siendo un misterio.
Una cara del enigma es la identidad del heredero. Qui¨¦n ser¨¢ el Adolfo Su¨¢rez. Mauricio Vicent ofreci¨® una excelente radiograf¨ªa del problema, anteayer, en EL PA?S. El ascendente Miguel D¨ªaz-Canel tiene 56 a?os y es el vicepresidente del Gobierno. Pero no del PC, que es, como en China, la sede del poder. All¨ª sigue instalado otro anciano, Jos¨¦ Ram¨®n Machado Ventura, tan gris como leal. Hay una tercera instancia decisiva: el Ej¨¦rcito. La revoluci¨®n cubana se fue transformando, como la bolivariana, en una dictadura militar. Aparece aqu¨ª un tercer Castro envuelto en verde oliva: Alejandro, el ¨²nico hijo var¨®n de Ra¨²l. ?Fidel fund¨® una dinast¨ªa?
La danza de nombres es un pasatiempo. No resuelve el acertijo. Se trata de saber si el r¨¦gimen cubano puede sostenerse sin un principio de legitimidad ajeno al pluralismo partidario y las elecciones libres. En otras palabras: si puede seguir evitando el camino democr¨¢tico. Fidel era, en s¨ª mismo, una fuente de legitimidad. Pero Fidel acaba de morir.
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