Cuando Fidel Castro revolucion¨® las calles de Washington y Nueva York
A los cuatro meses de su ascenso al poder, en 1959 el fallecido l¨ªder cubano fue aclamado en su viaje por Estados Unidos, pero fue un entusiasmo ef¨ªmero
En la reja de la Embajada cubana en Washington cuelga, entre rosas y velas, un cartel que reza: ¡°Gracias Fidel. La historia ya te ha absuelto¡±. Fidel Castro, que falleci¨® el viernes a los 90 a?os, empez¨® a escribir en esa Embajada su historia ¨Cprimero de cierto amor y luego de odio¨C con Estados Unidos.
Era abril de 1959, a los cuatro meses del derrocamiento del gobierno de Fulgencio Batista por la revoluci¨®n encabezada por Castro. A sus 32 a?os, inici¨® en la capital estadounidense una gira de 11 d¨ªas por el pa¨ªs. Entonces, elogiaba a EE UU y negaba ser comunista. En Washington, se reuni¨® con el vicepresidente Richard Nixon. En el aeropuerto, lo recibieron unos 1.500 admiradores. En las calles de las ciudades que visit¨®, fue tratado como una celebridad pese a la suspicacia que despertaba en los despachos de poder.
Fue un espejismo: al a?o siguiente, en otra visita a Nueva York, el entusiasmo hab¨ªa menguado y el icono se tambaleaba. El presidente Dwight Eisenhower orden¨® a la CIA que preparara una insurrecci¨®n contra Castro e impuso restricciones al comercio con Cuba como represalia por la nacionalizaci¨®n de empresas estadounidenses en la isla. En 1961, se romper¨ªan las relaciones bilaterales ¨Crestablecidas en 2014¨C al alinearse La Habana con la Uni¨®n Sovi¨¦tica y al a?o siguiente Washington impondr¨ªa un embargo comercial que sigue vigente.
Reexaminar la visita de 1959 concede perspectiva sobre c¨®mo se ve¨ªan en EE UU los albores del castrismo. En plena Guerra Fr¨ªa, la primera potencia combinaba la inquietud con el pragmatismo. Hab¨ªa inc¨®gnitas sobre las simpat¨ªas de Castro con el comunismo, las ejecuciones a seguidores de Batista o los planes agr¨ªcolas del l¨ªder revolucionario.
Washington hab¨ªa apoyado la llegada del proamericano Batista al poder en 1952, pero con el tiempo se fue alejando de ¨¦l: decret¨® en 1958 un embargo a la venta de armas y al a?o siguiente reconoci¨® r¨¢pidamente la victoria de Castro. Y en las calles, la pol¨ªtica y la prensa estadounidense se contribu¨ªa a construir un mito, de luces y sombras, alrededor de Fidel.
¡°Quiero dejar claro a la poblaci¨®n de Estados Unidos que he venido aqu¨ª con un sentimiento sincero de amistad. Quiero decir la verdad y aclarar muchas cosas que se han dicho sobre la revoluci¨®n¡±, dijo Castro en un discurso en el Club Nacional de Prensa, en Washington. Conciliador y bromista, se declar¨® ¡°muy feliz¡± por su visita, dijo que buscaba ¡°entendimiento y simpat¨ªa¡±, y subray¨® que no hab¨ªa pedido ayuda econ¨®mica a Mosc¨².
Pero no fue una visita pl¨¢cida. Hubo un amplio despliegue de seguridad ante las amenazas de muerte hechas por anticomunistas y seguidores de Batista. Ante el aviso de agentes estadounidenses de que su comida pod¨ªa estar envenenada, un camarero cambi¨® los platos de Castro delante de ¨¦l antes de que iniciara su discurso y sus alimentos fueron cocinados por separado. Se desconoce si la advertencia era real, pero es un hecho que EE UU trat¨® en numerosas ocasiones en los a?os posteriores de asesinar al l¨ªder cubano.
Castro acudi¨® a EE UU invitado por la Sociedad de Editores de Peri¨®dicos. No fue una visita oficial y el presidente Eisenhower declin¨® verlo. Lo hizo su vicepresidente Nixon, que conf¨ªo en empujar al cubano ¡°en la buena direcci¨®n¡±, alejado de ideas radicales, y consider¨® que era ¡°incre¨ªblemente ingenuo sobre el comunismo¡±. Castro se reuni¨® tambi¨¦n con senadores, visit¨® el Monumento a Abraham Lincoln y la tumba de George Washington. En su gira, habl¨® en las universidades de Princeton y Harvard. Y en Nueva York ¨Cdonde una d¨¦cada atr¨¢s hab¨ªa pasado su luna de miel¨C acudi¨® a la ONU y la Bolsa, fue aclamado en Central Park y recibi¨® las llaves de la ciudad.
La visita caus¨® recelo en el Departamento de Estado. No la esperaba y se vio forzado a reaccionar y organizar un almuerzo del secretario de Estado con Castro. En un telegrama, ahora desclasificado, enviado desde la Embajada estadounidense en La Habana el 15 de abril de 1959, el d¨ªa en que lleg¨® a Washington, se describ¨ªa la visita como una oportunidad para reforzar o debilitar al cubano.
¡°Todos los c¨ªrculos, p¨²blicos y privados, parecen ser profundamente conscientes de la importancia del viaje tanto para los desarrollos internos cubanos como en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y est¨¢n esperando ansiosos que el espect¨¢culo empiece¡±, reza el cable. ¡°Esto es en l¨ªnea con la tendencia tradicional y continua cubana de culpar a Estados Unidos de todos sus problemas, as¨ª como mirar a Estados Unidos en busca de soluciones¡±.
En el Departamento de Estado molest¨® que la visita fuera una iniciativa period¨ªstica, pero no fue una sorpresa. ¡°La revoluci¨®n se hab¨ªa luchado en los peri¨®dicos desde el principio y eso no iba a cambiar¡±, escribe Anthony DePalma en su libro El hombre que invent¨® a Fidel, sobre Herbert Matthews, el periodista del diario The New York Times que entrevist¨® a Castro en 1957 en las monta?as de Sierra Maestra cuando se le daba por muerto.
El perfil heroico que hizo el periodista del cubano influy¨® enormemente en su percepci¨®n en EE UU. ¡°Sin tu ayuda y sin la del New York Times la revoluci¨®n en Cuba nunca habr¨ªa ocurrido¡±, le dijo Castro a Matthews y al editor del diario cuando visit¨® su redacci¨®n en Nueva York en 1959.
En Washington, Castro hab¨ªa organizado unos d¨ªas antes una recepci¨®n en la Embajada cubana, a la que acudieron Matthews y diplom¨¢ticos. El l¨ªder revolucionario cambi¨® su atuendo militar verde por un elegante traje negro y corbata. El edificio dej¨® de ser una sede diplom¨¢tica entre 1961 y julio de 2015, cuando reabri¨® tras el deshielo acordado entre los presidentes Barack Obama y Ra¨²l Castro, hermano de Fidel. Junto a la placa oficial de la Embajada, inimaginable hace pocos a?os, alguien ha pegado un papel que reza: ¡°Que viva la revoluci¨®n. Gracias Fidel¡±.
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