¡°Dios nos dio esta tierra, la ONU no nos la puede quitar¡±
Los colonos jud¨ªos de Cisjordania rechazan la resoluci¨®n del Consejo de Seguridad contra los asentamientos y conf¨ªan en que la presidencia de Trump la dejar¨¢ sin efecto
El paisaje b¨ªblico parece perder sentido en invierno, como si la vida de los profetas solo se pudiese escenificar bajo un sol de justicia. La sucesi¨®n de colinas, barrancos y bancales de vi?edos y olivos confluye en un d¨ªa g¨¦lido y nublado a los pies del monte Hazor. En la cima a¨²n sin nieve se unen Judea y Samaria, el nombre con el que los jud¨ªos denominan al territorio ocupado palestino de Cisjordania. ¡°Pues toda la tierra que ves te la dar¨¦ a ti y a tu descendencia¡±, cita de memoria el vers¨ªculo 15 del cap¨ªtulo 13 del G¨¦nesis el portavoz de la colonia de Ofra, Aar¨®n Liptkin, que se mud¨® hace 16 a?os a este asentamiento situado 40 kil¨®metros al norte de Jerusal¨¦n.
Se?ala con el dedo las cumbres de Hazor desde unas edificaciones que fueron un cuartel del Ej¨¦rcito jordano hasta la guerra de 1967. ¡°All¨ª arriba fue donde Dios le dijo a Abraham que esta tierra pertenecer¨ªa para siempre al pueblo jud¨ªo¡±, remacha su mensaje con el libro de los libros. ¡°Y en la colina de al lado se observa la base del Ej¨¦rcito desde donde Israel defiende la primera l¨ªnea de frente de la civilizaci¨®n occidental¡±, apostilla en direcci¨®n a los radares instalados en una de las cotas m¨¢s elevadas de Tierra Santa.
Para Rafi B, como prefiere ser citado a los 76 a?os, la tierra prometida por Jehov¨¢ est¨¢ entre las ra¨ªces de sus vi?edos, donde cosecha uvas de la variedad Merlot para peque?as bodegas que pagan altos precios por su calidad. ¡°Fui uno de los pioneros; sigo viviendo en Ofra desde hace casi cuatro d¨¦cadas, pero mis hijos ya se han establecido con sus familias en otros asentamientos cercanos¡±, explica mientras poda con mimo los sarmientos. ¡°Si Naciones Unidas me obliga a dejar mi casa y mis vi?as no lo aceptar¨¦; somos muchos los que opondremos la desobediencia civil y la resistencia pac¨ªfica¡±, advierte Rafi. La polic¨ªa israel¨ª le envi¨® al hospital con una brecha en la cabeza en los enfrentamientos que se registraron hace una d¨¦cada en el cercano asentamiento no autorizado de Amona.
La calidad de vida y el sentimiento de pertenecer a una comunidad unida y homog¨¦nea tambi¨¦n cuentan para los colonos de Ofra, en su mayor¨ªa jud¨ªos ortodoxos moderados y de clase media acomodada. Muchos acudieron estimulados por el precio de las viviendas. Por ejemplo, un mill¨®n de shequels (250.000 euros) por un chal¨¦ de 150 metros cuadrados edificados y otros tantos de jard¨ªn. Un sue?o que en Jerusal¨¦n o Tel Aviv resultar¨ªa 10 veces m¨¢s caro de hacer realidad.
Liptkin, de 41 a?os, se gana la vida organizando giras de visitantes internacionales en los asentamientos. El portavoz de Ofra cree que ha llegado tambi¨¦n la hora de incorporar al Estado el territorio conquistado por las armas hace casi medio siglo. ¡°Este es el verdadero Israel, m¨¢s a¨²n que Tel Aviv. Aqu¨ª naci¨® nuestro pueblo¡±, proclama este colono que se declara militante del Likud, el partido del primer ministro Benjam¨ªn Netanyahu, aunque admite que en Ofra saca m¨¢s votos el partido ultranacionalista Hogar Jud¨ªo.
Los minaretes de Silwad, el pueblo palestino colindante, enmarcan el horizonte al sur. Sus vecinos han hecho caso omiso de lo prescrito en el G¨¦nesis y han esgrimido escrituras de propiedad otomanas, brit¨¢nicas o jordanas para reclamar ante el Tribunal Supremo israel¨ª tierras que, seg¨²n sostienen sus abogados, los colonos jud¨ªos han usurpado.
Mucho antes de que suscribiera los Acuerdos de Paz de Oslo (1993), Sim¨®n Peres tambi¨¦n hab¨ªa sucumbido a la fiebre colonizadora de los territorios ocupados palestinos. Como ministro de Defensa en el primer Gobierno de Isaac Rabin, autoriz¨® en 1975 la construcci¨®n de Ofra. Una placa as¨ª lo recuerda en el n¨²cleo original del asentamiento: una urbanizaci¨®n desangelada que mezcla chal¨¦s adosados con m¨®dulos prefabricados. Con todo, los 3.400 habitantes de Ofra parecen orgullosos de residir en uno de los focos de la expansi¨®n jud¨ªa en Cisjordania, donde viven ahora unos 400.000 colonos.
Desde 2009, cuando el presidente Barack Obama tom¨® posesi¨®n de la Casa Blanca, la poblaci¨®n de las colonias se ha incrementado en cerca de 100.000 habitantes, documenta la ONG Peace Now. A este incremento hay que sumar el de Jerusal¨¦n Este, anexionado a Israel en 1980, que ha ganado en esos ocho a?os 25.000 nuevos residentes en barrios de colonizaci¨®n jud¨ªa para sumar ahora m¨¢s de 200.000.
Presi¨®n internacional
¡°La ONU no puede quitarnos lo que, seg¨²n nuestras creencias, Dios nos ha dado¡±, resume con convicci¨®n Liptkin. ¡°Esta es nuestra tierra. No reivindicamos, como los musulmanes, el sur de Espa?a. Israel est¨¢ sintiendo una presi¨®n internacional intensa pero pronto cesar¨¢, cuando Donald Trump asuma la presidencia¡±.
En una de las calles principales de Ofra, Mohamed ¡ª ¡°prefiero que no se publique el apellido¡±, alega¡ª, de 33 a?os, y su cuadrilla de operarios palestinos llegados desde el sur de Cisjordania cavan una zanja. ¡°Aqu¨ª ganamos 250 shequels (unos 63 euros) al d¨ªa, tres veces m¨¢s que en Hebr¨®n¡±, explica bajo la atenta mirada de Alex Izka, el vigilante de seguridad contratado por la colonia y armado con un fusil de asalto M-16. ¡°Es m¨¢s bien una cuesti¨®n psicol¨®gica¡±, analiza este guarda jud¨ªo, que inmigr¨® desde Crimea hace 17 a?os. ¡°La gente se pone muy nerviosa aqu¨ª cuando oye hablar ¨¢rabe cerca de su casa¡±.
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