Un antisistema en el trono del mundo
Las palabras de Trump irrumpieron como un vendaval en la ceremonia sagrada de la democracia estadounidense
Las elecciones las gan¨® Donald Trump el pasado 8 de noviembre. La presidencia ha empezado a disputarla este viernes. Bajo un cielo gris, que mantuvo un constante aire de tormenta, el republicano vivi¨® esta ma?ana su primer acto oficial como 45 presidente de los Estados Unidos de Am¨¦rica. Fue una ceremonia limpia, bien minutada y con un discurso corto, pero donde todo salt¨® por los aires cuando subi¨® a la tribuna el nuevo mandatario. Ah¨ª Trump demostr¨® que era Trump. Atronador, egoc¨¦ntrico y masivo.
El magnate, consciente de sus propios excesos, hab¨ªa advertido que no quer¨ªa que su primer acto adquiriese ¡°aires circenses¡±. Fiel a sus designios, su organizaci¨®n intent¨® ofrecer una ceremonia de ¡°cadencia po¨¦tica y suave sensibilidad¡±. Algo que se cumpli¨® s¨®lo a medias.
Acudi¨® menos gente que con Obama (las primeras estimaciones hablaban de 700.000 frente a los dos millones de la primera toma de posesi¨®n y 1.300.000 de la segunda) y faltaron grandes rostros de las pantallas estadounidenses. Tampoco logr¨® la pureza de l¨ªneas kennediana ni la proximidad de los actos de Bill Clinton o Jimmy Carter. Pero cumpli¨® con los requisitos de la etiqueta imperial.
Los participantes, agolpados a las escaleras del Capitolio, se apegaron al gui¨®n, y la matem¨¢tica del protocolo permiti¨® el triunfo de la previsibilidad en un hombre que ha inaugurado el ciclo pol¨ªtico m¨¢s inestable de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Esa quiz¨¢ fue una de las mayores sorpresas. Ver al multimillonario jactancioso, a la incontenible criatura de los reality shows, jurar y pedir ayuda a Dios sobre la biblia aterciopelada de Abraham Lincoln. Observarle, tiernamente abrazado a su familia, escuchar las 21 salvas fusileras y los sones del Saludo al jefe. Sentirle un poco m¨¢s peque?o de lo habitual rodeado por jueces del Tribunal Supremo y expresidentes como Jimmy Carter, Bill Clinton, George Bush hijo y Barack Obama.
En la atm¨®sfera patri¨®tica que exuda el gran ritual americano el magnate neoyorquino adquiri¨® en algunos instantes la p¨¢tina del establishment. Pareci¨® que era uno m¨¢s entre los grandes jerarcas. Pero no. Trump est¨¢ destinado a ser ¨¦l mismo. A lo largo de su carrera, el republicano no ha dejado de ta?ir la campana de la divisi¨®n. Sus propuestas han golpeado salvajemente a inmigrantes, minor¨ªas y pa¨ªses. Y en las ¨²ltimas semanas ha apretado a¨²n con m¨¢s fuerza el acelerador hasta llevar su valoraci¨®n a m¨ªnimos hist¨®ricos. Un aviso para cualquiera menos para el nuevo presidente de Estados Unidos.
Desde el p¨²lpito m¨¢s elevado de la democracia estadounidense, Trump lanz¨® un agrio discurso que busc¨® culpables por doquier: el establishment washingtoniano, el libre comercio, sus propios antecesores. Ante estos males, se entroniz¨® como gran remedio. ?l es, a juzgar por sus palabras, el hombre providencial que recuperar¨¢ la gloria perdida de Estados Unidos, que devolver¨¢ al pueblo la luz robada por la codicia de las ¨¦lites. Con voz inflamada, traz¨® un escenario de f¨¢bricas cerradas, familias desamparadas y clases medias depauperadas. ¡°No ser¨¦is ignorados, vuestras voces y sue?os marcar¨¢n el destino de Am¨¦rica¡±, les dijo.
Para su discurso, Trump hab¨ªa estudiado atentamente a Reagan y Kennedy. Su apelaci¨®n al sue?o americano, sin embargo, no tuvo ni el optimismo del primero ni la elevaci¨®n del segundo. Sobre el m¨¢rmol capitalino, pulveriz¨® con sus palabras la cadencia de un ritual lento y minucioso, brillante en los detalles y fastuoso en los silencios. Con gesto firme y ante las ovaciones de sus seguidores, venidos de las cuatro esquinas de la naci¨®n, dio rienda suelta a los fantasmas ciegos del proteccionismo y la revancha. Y, como era esperable, abri¨® su mandato bajo el signo de la pol¨¦mica.
Incluso en la asistencia a la investidura se reflej¨® esa tensi¨®n. Faltaron, por ejemplo, medio centenar de parlamentarios dem¨®cratas, que decidieron boicotear el acto por sus ataques al congresista John Lewis, uno de los herederos espirituales de Martin Luther King. Tampoco abundaron las estrellas de fuste. Hollywood, como lleva demostrando meses, no quiere a su nuevo presidente. Y el sentimiento es rec¨ªproco. ¡°Todas las celebridades buscan entradas para la investidura, pero vean lo que hicieron por Hillary Clinton. NADA. Quiero GENTE¡±, tuite¨® hace pocos d¨ªas el republicano.
El mundo de la m¨²sica se mostr¨® igualmente esquivo. Elton John, Celine Dion, Kiss rechazaron la invitaci¨®n. A falta de nombres de peso, las grandes interpretaciones recayeron en un coro morm¨®n y Jackie Evancho, conocida por su participaci¨®n en el programa televisivo Am¨¦rica tiene un talento.
Otro de los flancos d¨¦biles de Trump fueron las mujeres. No las de su familia. Melania, Ivanka y Tiffany le acompa?aron y emitieron su luz en una ceremonia de tonos sobrios. Pero fuera le aguarda el rencor del movimiento feminista al completo. Una oleada que este s¨¢bado demostrar¨¢ el tama?o de su rechazo en una protesta que se prev¨¦ multitudinaria en Washington.
En las ausencias, en las protestas, en su propio discurso asom¨® el rostro de la divisi¨®n: la herida abierta por un pol¨ªtico que, en su empe?o por llegar a la cima, ha jugado con fuego. La reparaci¨®n ser¨¢ dif¨ªcil. Donald Trump fue investido este viernes pero todav¨ªa no es un presidente para todos. Tiene que demostrar su capacidad para liderar a su pueblo. En este camino, la sombra de su antecesor no dejar¨¢ de perseguirle y agigantarse. Barack Obama hizo historia. Trump est¨¢ empezando a conocerla.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.