Las vacas locas de Trump
La eliminaci¨®n del deseo de distinguir entre la verdad y la mentira sigue el ejemplo de Rusia, donde la enfermedad lleva siglos incub¨¢ndose
¡°El esp¨ªritu de Rusia es el esp¨ªritu del cinismo¡±.
Joseph Conrad, escritor, en 1911
Dos vacas est¨¢n conversando en un campo.
¡ªHas o¨ªdo hablar de la enfermedad de las vacas locas.
¡ªS¨ª, claro.
¡ªA m¨ª me tiene muy preocupada.
¡ªA m¨ª no.
¡ª?C¨®mo que no?
¡ªSoy un conejo.
El chiste apareci¨® en un diario ingl¨¦s hace unos 15 a?os, cuando reinaba el temor de que la enfermedad vacuna iba a acabar con media humanidad. Los titulares en Reino Unido, donde aparecieron los primeros casos, chillaban que ¡°millones¡± iban a morir. El Gobierno brit¨¢nico orden¨® el exterminio de cinco millones de reses, el consumo europeo de carne se desplom¨® y los ganaderos vivieron una pesadilla: murieron m¨¢s de ellos en Reino Unido a causa del suicidio que de la tan temida enfermedad cerebral.
Otros art¨ªculos del autor
Superada la histeria, habl¨¦ con John Adams, un profesor del University College London especialista en riesgos. Me dijo que el p¨¢nico que se hab¨ªa generado no proven¨ªa de la ciencia y hab¨ªa sido absurdamente innecesario. ¡°Acaba siendo una cuesti¨®n no de verdad objetiva, sino de lo que uno cree¡±.
Todo lo cual nos remonta a la enfermedad cerebral mucho m¨¢s da?ina, contagiosa y real que nos aflige hoy, la que ha eliminado la capacidad o incluso el deseo de decenas de millones de distinguir entre la verdad y la mentira. La podr¨ªamos definir como la bovinizaci¨®n del ser humano y tiene su origen esta vez no en Reino Unido, sino en Rusia, donde la enfermedad lleva siglos incub¨¢ndose.
Reino Unido fue, sin embargo, el primer pa¨ªs de Occidente al que se extendi¨® la plaga, tambi¨¦n conocida como la campa?a por el Brexit, a mediados de 2016. De ah¨ª salt¨® a Estados Unidos, lanzando a 63 millones de sus habitantes a la locura de elegir a Donald Trump como presidente, y ahora se presenta el riesgo de que la poblaci¨®n francesa sea la siguiente v¨ªctima con la posible victoria de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales de mayo.
Los rusos no patentaron el enga?o como instrumento de poder. Pero desde hace siglos, mucho antes de la revoluci¨®n bolchevique, lo utilizan como lubricante de la m¨¢quina estatal. En 1787, la emperatriz Catalina la Grande conspir¨® en la famosa mentira de los pueblos Potemkin, las fachadas falsas colocadas por uno de sus s¨²bditos para disimular la pobreza de la reci¨¦n conquistada Crimea. Joseph Conrad, el novelista polaco que escrib¨ªa en ingl¨¦s, habla en un libro de 1911 del ¡°casi sublime desd¨¦n por la verdad¡± del Estado ruso. De Stalin ni hablemos y en cuanto al actual aut¨®crata Vlad¨ªmir Putin, la mentira es un h¨¢bito, un ejemplo entre muchos de los cuales fue negar la flagrante participaci¨®n militar rusa en la recuperaci¨®n imperial de (una vez m¨¢s) Crimea en 2014.
Peter Pomerantsev, un brit¨¢nico hijo de emigrados rusos, public¨® un libro en 2015 sobre la Rusia de Putin titulado Nada es verdad y todo es posible. Cuenta ah¨ª con lujo de detalle, tras diez a?os trabajando como productor de televisi¨®n en Mosc¨², c¨®mo el Kremlin fabrica la realidad. Falsos partidos de oposici¨®n legitiman una falsa democracia con un sistema judicial falso y un aparato medi¨¢tico que disemina falsas noticias, todo con el prop¨®sito de perpetuar en el poder a un Estado policial de facto en el que los opositores de verdad son amenazados, encarcelados o, en casos extremos, asesinados.
Nada de lo cual ha impedido que Putin, un Stalin lite, sea santo de la devoci¨®n tanto de Donald Trump, como de Marine Le Pen, como de Nigel Farage, el art¨ªfice de la victoria del Brexit en el refer¨¦ndum de junio del a?o pasado. Admiran su cinismo. Trump lleg¨® al extremo durante su campa?a electoral de animar al r¨¦gimen ruso a filtrar informaci¨®n negativa sobre su rival, Hillary Clinton, consigna que los ciberguerreros al servicio de Putin pusieron en pr¨¢ctica, seg¨²n han constatado todos los servicios de inteligencia de EE UU.
Tras la avalancha de alegaciones que el FBI investiga de colusi¨®n entre los rusos y la campa?a de Trump para influir en el resultado electoral de noviembre, hay quienes proponen que el nuevo presidente de EE UU es un t¨ªtere colocado en la Casa Blanca por Mosc¨². Eso es ciencia ficci¨®n. Pero lo que s¨ª ha acabado ocurriendo en el mundo real significa un triunfo no so?ado para Putin contra el antiguo enemigo.
El mundo pol¨ªtico de EE UU ha sido rusificado. A la mitad del pueblo estadounidense le es irrelevante hoy si las declaraciones que provienen del Ejecutivo son mentira. Han abandonado la raz¨®n por la fe y, como ganado al matadero, se dejan enga?ar alegremente por el presidente y sus compinches. Masha Gessen, una periodista nacida en Rusia, escribi¨® en The New York Review of Books: ¡°La mentira es el mensaje. No es solo que Putin y Trump mienten, es que mienten de la misma manera y con el mismo prop¨®sito: descaradamente, para imponer el poder a la verdad¡±.
L¨ªnea de combate
?Qu¨¦ hacer? A diferencia de Rusia, EE UU afortunadamente tiene sus anticuerpos institucionales, entre ellos el Congreso, los jueces y la prensa, que huele la sangre de un nuevo Watergate. En Francia y tambi¨¦n en Alemania existen similares mecanismos de defensa y han tomado la precauci¨®n preelectoral de montar sistemas para neutralizar la ya visible campa?a de desinformaci¨®n cibern¨¦tica rusa.
Pero en EE UU Trump ya gan¨®; medio pa¨ªs ha sido infectado por el virus de ¡°los hechos alternativos¡±, seg¨²n la curiosamente c¨¢ndida definici¨®n de la consejera y exjefa de campa?a de Trump, Kellyanne Conway. Ahora toca luchar para que la enfermedad que tantos cerebros ha carcomido no migre y se instale en la m¨¦dula del sistema pol¨ªtico.
La llamada prensa tradicional estadounidense est¨¢ en la primera l¨ªnea de combate. Por eso fue que en uno de sus infames tuits el comandante, troller en jefe y mentiroso en serie de la naci¨®n identific¨® el viernes a The New York Times, a NBC, ABC, CBS, CNN y otros como ¡°los enemigos del pueblo americano¡±. La batalla est¨¢ servida. En juego est¨¢ la democracia de George Washington y Abraham Lincoln, ambos de los cuales fueron presidentes de verdad. Donald Trump no lo es. Ni siquiera es un conejo. Es una vaca loca.
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