Viaje a los pueblos del Atlas de las ni?as casadas
La ley prohibe el matrimonio con menores, pero la tradici¨®n a¨²n se impone en algunas zonas rurales
La ni?a mira la ropa que le ofrecen como intimidada, sin atreverse a escoger. Najat Ikhich y sus acompa?antes le siguen mostrando prendas hasta que ella y sus amigas se animan y piden abiertamente ese pantal¨®n, aquella camisa, este jersey. Son todas menores, algunas con hijos, unas divorciadas y otras a punto de casarse. Ikhich viene organizando caravanas de ayuda y concienciaci¨®n sobre casamientos de menores desde 2006 como presidenta de la fundaci¨®n Ytto. Al llegar a la aldea un joven le dice que por m¨¢s que se esfuerce no va a conseguir cambiar la mentalidad de la gente. Y ella le responde que necesita tambi¨¦n la ayuda de gente como ¨¦l.
Estamos en la casa de F¨¢tima, en un pueblo remoto de la provincia de Midelt, regi¨®n de Imilchil. Para llegar hasta ah¨ª ha habido que conducir m¨¢s de 10 horas en coche. Una vez en las monta?as del Atlas,?el paisaje humano es siempre el mismo: hombres tomando el sol y mujeres trabajando a menudo con sacos de hierba y madera a las espaldas. Najat ha subido con la furgoneta repleta con cajas de ropa de segunda mano y pa?ales para regalar. Pero todo el mundo en ese rinc¨®n sabe que la ropa es un reclamo. Que lo que Najat Ikhich ofrece en realidad implica un cambio mucho m¨¢s profundo en la vida de estas familias.
En estas aldeas la econom¨ªa es de subsistencia. Cada ni?o o ni?a tiene que ir a la escuela con un trozo de madera para alimentar la chimenea. Y a los 13 a?os se termina la educaci¨®n primaria. Los ni?os empiezan a trabajar y las ni?as suelen ser casadas. F¨¢tima acaba de cumplir 13 a?os. Ikhich ofrece pagarle los estudios a la ni?a en Casablanca. La ni?a expresa claramente su deseo de partir. Pero la madre aclara que hay que esperar a que venga el padre, que en estos momentos no est¨¢ en casa, y que ¨¦l decida.
¡°Y si el padre no quiere¡±, comenta Ikhich, ¡°dentro de dos meses la habr¨¢n casado¡±. Ikhich explica que Marruecos ha avanzado mucho en materia de derechos para las mujeres con el C¨®digo de Familia que se implant¨® en 2004. Pero asume que a¨²n queda mucho por recorrer. El C¨®digo establece en su art¨ªculo 19 que hay que tener 18 a?os para casarse. Pero los art¨ªculos 20 y 21 permiten a los jueces autorizar el matrimonio de menores, siempre que haya un examen m¨¦dico y una investigaci¨®n social. El problema, seg¨²n Ikhich, es que esta medida, que deber¨ªa aplicarse de forma excepcional, se ha convertido en el origen de miles de casamientos de menores. ¡°La corrupci¨®n hace que algunos jueces autoricen las uniones sin ver a las ni?as. Adem¨¢s, los ex¨¢menes m¨¦dicos son muy parciales. Se limitan a decir que la ni?a es grande y fuerte y que puede asumir el matrimonio. Y los informes psicol¨®gicos y sociales elaborados con profundidad son inexistentes¡±.
La casaron con nueve a?os.? En la pr¨¢ctica eso es una violaci¨®n. La? noche de bodas ella huy¨® de la casa del marido y regres¨® con los padres Najat Ikhich, presidenta de la fundaci¨®n Ytto
La costumbre de casar a las menores, seg¨²n Ikhich, tambi¨¦n se ha trasladado a Europa. En 2011 su fundaci¨®n emprendi¨® una campa?a de concienciaci¨®n entre la poblaci¨®n marroqu¨ª del centro de Barcelona y de Tarrasa e identificaron unos 14 matrimonios de menores. Entre los cientos de casos que Ikhich ha conocido se le qued¨® grabado el de Zainaba, una ni?a que ahora tiene 17 a?os y a la que pretend¨ªa visitar en su ¨²ltimo viaje por el Atlas, hace dos semanas.
Zainaba naci¨® en la aldea de Tamaloute, en la regi¨®n de Imilchil, entre el Mediano y el Alto Atlas. ¡°La casaron con nueve a?os. Como sucede con todas las ni?as de esa edad, eso en la pr¨¢ctica es una violaci¨®n. La misma noche de bodas Zainaba dej¨® la casa del marido y regres¨® con sus padres. Ella dec¨ªa que el marido era un chico guapo, sonriente. Pero desde esa noche, para ella se convirti¨® en un monstruo. Fue casada despu¨¦s otra vez y volvi¨® a escapar. Ahora, con 17 a?os, nadie la quiere como esposa. Y se pasa los d¨ªas en la monta?a cuidando el ganado y recogiendo madera y hierbas¡±.
Cada vez que Ikhich organiza una caravana suele llegar a las zonas rurales m¨¢s alejadas con un par de autobuses cargados de m¨¦dicos, juristas, soci¨®logos y artistas. ¡°Al principio muchos padres nos ment¨ªan sobre la edad a la que casaban a sus hijas. Nos dec¨ªan que en realidad no las casaban, sino que hac¨ªan una promesa de matrimonio. Pero habl¨¢bamos con las ni?as y nos confesaban que el matrimonio se consumaba. Es decir, las violaban la primera noche y muchas de ellas volv¨ªan a sus casa tras la primera o segunda noche¡±.
Con las ni?as de 12 ¨® 13 a?os que se quedaban con sus maridos surgi¨® otro problema. Desde 2004, con el nuevo c¨®digo de familia, el casamiento dej¨® de ser legal. As¨ª que los hijos de esos matrimonios no ten¨ªan derecho a inscribirse en el registro civil ni estaban autorizados a matricularse en el colegio. Iban solo como oyentes durante los a?os de primaria y despu¨¦s se quedaban sin t¨ªtulo.
En 2010 la primera cadena de televisi¨®n marroqu¨ª emiti¨® un documental de 45 minutos producido por la fundaci¨®n de Ikhich titulado ¡°El otro Marruecos¡±. La sociedad tom¨® consciencia del problema. Los ministerios de Justicia, del Interior y los ayuntamientos de las regiones afectadas (Imilchil, Imaaghrane, Azilal) comenzaron a colaborar con la fundaci¨®n. Cerca de 60.000 ni?os fueron inscritos en el registro civil. ¡°Pero queda mucho por hacer¡±, se lamenta Ikhich. ¡°Porque el Estado no vela por la aplicaci¨®n de la ley ni detiene a los padres y representantes de las autoridades que infringen las leyes¡±.
En 2014 se registraron 45.000 mujeres menores casadas, seg¨²n el Ministerio de Justicia. Pero esa cifra, seg¨²n Ikhich, solo refleja un tercio de la realidad. ¡°Entre esas 45.000 solo aparecen las que se registran en los tribunales. No constan los matrimonios rechazados por los jueces y que despu¨¦s se casan solo con el permiso del im¨¢n en las mezquitas de aldeas que se han convertido en feudos del oscurantismo¡±.
¡°En esa cifra de 45.000 menores casadas no constan tampoco¡±, aclara Ikhich, ¡°las ni?as entre 7 y 16 a?os. Porque para la Administraci¨®n es vergonzoso asumir que hay matrimonios con esas edades y porque Marruecos ha ratificado la Convenci¨®n de los Derechos de la Infancia. Pero las ni?as son v¨ªctimas de la violencia sexual. Para m¨ª, todo legislador que permite matrimonios de ni?as y adolescentes, ya sea concejal, diputado regional, parlamentario o ministro, es un ped¨®filo¡±.
Otra historia que se grab¨® en la memoria de Najat Ikhich fue la de Moulay Said, un hombre que vive en una aldea cercana a la localidad de Zagora. ¡°Es uno de los pocos hombres a los que he admirado por su conciencia, el apoyo hacia sus hijos y su valor¡±, se?ala.
En la aldea, cuando termina la educaci¨®n primaria la gente suele casar a las ni?as, nadie las env¨ªa a estudiar a Zagora, a diez kil¨®metros del pueblo. Pero la hija de Moulay sacaba unas notas de 18 puntos sobre 20. Y el padre se empe?¨® en enviar a su hija a Zagora. Durante un a?o casi nadie en la aldea le dirigi¨® la palabra, ni en la mezquita ni en el zoco. Al caminar por la calle o¨ªa murmurar: ¡°Por ah¨ª va el que ha mandado a su hija a prostituirse a Zagora¡±.
Al cabo de un a?o en Zagora la hija sac¨® notas de 15,16 y 18 sobre 20. ?l hizo una fotocopia del bolet¨ªn y la colg¨® en la puerta de la mezquita. Al a?o siguiente ya eran muchos los que quisieron enviar a sus hijas a la ciudad.
Por fin, el padre de F¨¢tima, la ni?a que escog¨ªa la camisa, lleg¨® a casa. Ikhich le ofreci¨® la opci¨®n de pagarle los estudios a su hija, pero el hombre aleg¨® que su hijo de 27 a?os se opone a que la hermana de 13 fuera a Casablanca. En cualquier caso, acept¨® tomar la tarjeta de visita de Ikhich por si cambiaba de opini¨®n. La ni?a se qued¨® llorando. Tres d¨ªas despu¨¦s, en otro pueblo del Atlas, Ikhich consegu¨ªa convencer a los padres de Zainaba, la que se cas¨® y separ¨® dos veces, para iniciar en Casablanca los estudios de una formaci¨®n profesional.
Algunos padres justifican su rechazo a enviar a sus hijas fuera porque dicen que en la ciudad sufrir¨¢n muchas frustraciones, ya que el nivel de los colegios en las zonas rurales es tan ¨ªnfimo, que se ver¨¢n sobrepasadas por el resto de sus nuevas compa?eras. Pero esa ser¨ªa ya otra historia. De momento, algunas ni?as han logrado salir de sus aldeas. Pero est¨¢ claro que solo la intervenci¨®n del Estado podr¨¢ rescatar a muchas de ellas de una tradici¨®n tan brutal como arraigada.
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