El europe¨ªsmo sobrevive en casa de los Wouters
Ni aduanas, ni dictaduras, ni guerras. Tres generaciones ejemplifican c¨®mo el proyecto comunitario ha cambiado la vida del ciudadano medio
La casa est¨¢ en Linkebeek, una peque?a localidad flamenca de amplia mayor¨ªa franc¨®fona lim¨ªtrofe con Bruselas. La convivencia, armoniosa, solo se ve perturbada por la bronca pol¨ªtica en torno al uso del franc¨¦s en un Ayuntamiento enclavado en Flandes. El nivel de vida es acomodado. La casa tiene dos plantas y jard¨ªn con columpios, y por el suelo de parqu¨¦ caminan en calcetines Martine Recht, St¨¦phanie Wouters, Nina y Alexis. 65, 42, 11 y 8 a?os. Tres generaciones en un hogar que destila un europe¨ªsmo arrinconado en los tiempos de Farage, Wilders o Le Pen, pero no tan extra?o como pudiera parecer: pese al ruido populista, dos tercios de los ciudadanos consideran la UE un oasis de estabilidad en medio de los problemas que azotan el planeta, y la mayor¨ªa son partidarios de cederle m¨¢s competencias seg¨²n el Eurobar¨®metro. El pa¨ªs de Wouters y su familia no es una excepci¨®n. B¨¦lgica, un peque?o Estado en el coraz¨®n de Europa, que aloja las instituciones comunitarias en la cosmopolita Bruselas, est¨¢ lejos de ser un basti¨®n del euroescepticismo.
Algunos de los recuerdos y luchas de esta familia belga?¡ªcomunes a las de otras muchas a lo largo y ancho del Continente¡ª dan una idea de c¨®mo ha progresado Europa desde la firma del Tratado de Roma hace 60 a?os. Martine Recht, la abuela, profesora ya jubilada, o¨ªa historias de la guerra de boca de sus padres, pasaba el control fronterizo para visitar la vecina Francia, pidi¨® permiso escrito a su marido para poder abrir una cuenta bancaria y se manifest¨® para que las mujeres tuvieran derecho a la contracepcion o el aborto. Su hija, St¨¦phanie Wouters, empleada de la organizaci¨®n de sindicatos europea, tiene un lejano recuerdo de aquel "hac¨¦os los dormidos" que les dec¨ªa Martine al cruzar la aduana; lleva casi la mitad de su vida usando el euro y es cr¨ªtica con la brecha salarial entre hombres y mujeres. Nina y Alexis son todav¨ªa ni?os, pero ya han viajado fuera. Nunca han aguardado impacientes a que el agente compruebe el maletero porque nunca han atravesado un puesto fronterizo. No han o¨ªdo hablar de la guerra m¨¢s all¨¢ de pel¨ªculas y libros de texto y no saben qu¨¦ es el franco belga, la moneda a la que el euro releg¨®, como a la peseta, el marco o la lira, a pieza de coleccionismo.
A diferencia de su madre y su abuela, los menores nacieron con todos los derechos que garantiza la nueva Europa excepto uno: el derecho al trabajo, antes indiscutible y ahora amenazado por las r¨¦plicas de la mayor cr¨ªsis econ¨®mica desde el crack del 29. La familia a¨²na pese a todo, algunos de los mayores beneficios del proyecto comunitario y en general del acercamiento entre europeos. Todos son pol¨ªglotas, como cada vez m¨¢s ciudadanos, capaces ya de elevar la conversaci¨®n por encima de la banalidad de una direcci¨®n esquiva en un pa¨ªs extranjero. Ninguno ha vivido un conflicto b¨¦lico, algo que no pueden decir sus antepasados. Y defienden una Europa de acogida frente a los envites xen¨®fobos, tan frecuentes y libres de m¨¢scaras ¨²ltimamente, desde que Trump demostrara los r¨¦ditos electorales de un discurso directo y agresivo. ¡ª"Hay demasiada chusma marroqu¨ª en nuestra tierra"¡ª , prob¨® suerte Wilders en la campa?a holandesa.
Martine llega con varios folios escritos a mano. No quiere olvidar nada. Ha venido a casa de su hija para hablar de su pasado, que es lo mismo que hablar de un trozo de la historia de Europa. Su infancia estuvo marcada por la Segunda Guerra Mundial. Su madre fue auxiliar de la fuerza a¨¦rea brit¨¢nica durante el conflicto y perdi¨® a su entonces prometido en Libia, donde combat¨ªa a los nazis. Tras la guerra conoci¨® al padre de Martine, periodista y resistente belga contra la ocupaci¨®n. Como muchos otros europeos que perdieron seres queridos en la guerra, lograron reconciliarse con su pasado. "Con el tiempo ambos llegaron a perdonar a Alemania, aunque a mi madre le cost¨® m¨¢s. Tuve la suerte de criarme en un ambiente de gran apertura, solidaridad y no violencia", afirma.
Cuando naci¨® en Bruselas en 1951, el continente se lam¨ªa las heridas de una guerra devastadora que apenas hab¨ªa acabado un lustro antes y las tensiones entre EE UU y la URSS amenazaban con desencadenar una nueva contienda de resonancias nucleares. El proyecto europeo era entonces un acuerdo de seis pa¨ªses para comprar y vender carb¨®n y acero. Hoy es un gigante de 28 Estados ¡ª27+1¡ª y m¨¢s de 500 millones de habitantes cuyos lazos sobrepasan con mucho la vertiente comercial, no existe la pena de muerte y los viejos rencores de la guerra son cada vez m¨¢s un episodio que forma parte de la memoria no como arma arrojadiza sino como advertencia?¡ª¨²ltimamente olvidada¡ª de lo que no debe repetirse.
Un elemento clave de su europe¨ªsmo ha sido la educaci¨®n. Tanto ella como su hija St¨¦phanie estudiaron en Escuelas Europeas, centros reservados a los hijos de funcionarios de las instituciones comunitarias. Ese no era su caso, pero a?os atr¨¢s, cuando el n¨²mero de Estados miembros era menor, permit¨ªan la entrada de un n¨²mero restringido de alumnos sin relaci¨®n con la Comisi¨®n, el Parlamento o el Consejo. "Se convertir¨¢n en europeos de esp¨ªritu, preparados para finalizar y consolidar la obra emprendida por sus padres para el advenimiento de una Europa unida y pr¨®spera", dice parte del texto que se deposita en la primera piedra de cada centro. "Esa deber¨ªa ser la misi¨®n de todas las escuelas", propone Martine.?
Antes de ser madre por primera vez, Recht particip¨® en marchas antinucleares y contra la guerra de Vietnam imbuida del esp¨ªritu de paz de mayo del 68 que removi¨® las entra?as de Europa de la universidad a las f¨¢bricas para decir, entre barricadas, que los cimientos ideol¨®gicos de la sociedad salida de la guerra hab¨ªan quedado a?ejos.
El incierto futuro de sus hijos
Su historia tiene tambi¨¦n el aroma de la impotencia ante las barreras burocr¨¢ticas. Como docente no pudo ejercer en Francia debido a que no convalidaban su t¨ªtulo belga, un obst¨¢culo que se ha tratado de salvar con el plan Bolonia. La movilidad est¨¢ en el ADN de Europa como muestra que m¨¢s de cuatro millones de estudiantes hayan participado en el programa Erasmus. Uno de ellos fue el hijo de Martine y hermano de St¨¦phanie, ahora casado con una francesa a la que conoci¨® entre clase y clase en la ciudad holandesa de Maastricht. Lejos de ser una rareza, un estudio publicado por la Comisi¨®n hace dos a?os calculaba que m¨¢s de un mill¨®n de beb¨¦s han nacido de parejas creadas durante la beca.
Frente a la ret¨®rica populista que presenta la UE como un proyecto creado por y para las ¨¦lites, St¨¦phanie Wouters contrapone sus ventajas: "Europa es democracia y paz. Es libertad para trabajar, estudiar, viajar y pagar con una ¨²nica moneda. Es un espacio de protecci¨®n, derechos e intercambios que hay que salvaguardar del contagio del Brexit y nacionalismos como el de Marine Le Pen".
Aunque se saben privilegiados, su fe en el proyecto europeo no est¨¢ exenta de incertidumbres. En especial sobre el futuro de sus hijos. "Cada vez hay m¨¢s emigraci¨®n, contratos temporales, j¨®venes parados de larga duraci¨®n y becas que no llevan a nada". De sus v¨¢stagos habla con orgullo de madre al recordar un episodio que expresa la cercan¨ªa de muchos europeos con los millones de inmigrantes que se han incorporado a un proyecto que hoy tambi¨¦n es el suyo. "Mi hijo de ocho a?os es muy amigo de Ibrahim, de una familia musulmana practicante con una visi¨®n abierta. Un d¨ªa se qued¨® a dormir en su casa y volvi¨® contando: "sabes mam¨¢, nos dimos un ba?o pero no tuvimos que desnudarnos, nos quedamos en ropa interior". He encontrado su extra?eza entra?able porque estaba cargada de respeto a sus costumbres".
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