Torturados por sus compa?eros y ahora juzgados: as¨ª enfrentan nueve militares un consejo de guerra en M¨¦xico
Un general preside el tribunal que decidir¨¢ el futuro de nueve miembros del Ej¨¦rcito, presos desde 2011, forzados a confesar sus v¨ªnculos con el crimen organizado
Soto dice que es una cuesti¨®n de ego. Preso de un ligero tembleque en las manos, el militar murmura que el Ej¨¦rcito ¡°no puede perder por orgullo¡±. ?Orgullo de qu¨¦? ¡°Orgullo de que no quieren perder: es su caso¡±, dice. Y agarra el tenedor, la tortilla y el trozo de pollo. Todo m¨¢s o menos a la vez. Soto y los dem¨¢s aprovechan como pueden la pausa de la comida, hora y media para recargar energ¨ªas y hablar de la sesi¨®n matinal. El resto del d¨ªa lo dedican a escuchar. Callados, sentados, vestidos de beige: todos pelones. Los ¨²ltimos seis a?os de sus vidas, las acusaciones de colaborar con Los Zetas, las secuelas de la tortura que sufrieron, todo desemboca en la semana del consejo de guerra. Nueve militares contra la Secretar¨ªa de la Defensa.
Aplazado durante meses, el martes empez¨® uno de los juicios m¨¢s inveros¨ªmiles de los ¨²ltimos tiempos en M¨¦xico. La justicia castrense acusa a nueve oficiales y elementos de tropa de haber colaborado con Los Zetas a finales del sexenio pasado, los a?os del expresidente Felipe Calder¨®n. Los acusa aunque en el proceso qued¨® comprobado que fueron objeto de tortura por parte de polic¨ªas judiciales militares, funcionarios de la misma secretar¨ªa. Un perito en psicolog¨ªa examin¨® a cada uno de ellos por orden de la fiscal¨ªa militar y concluy¨® que sufr¨ªan diferentes niveles de estr¨¦s postraum¨¢tico derivado de los tratos que les brindaron durante su detenci¨®n.
Desde el principio, los nueve han defendido que todo es una farsa. Les torturaron, dicen, para que se incriminaran, armaron sus casos en base a las declaraciones de dos testigos, uno de los cuales se desdijo.
En el caso de Francisco Javier Soto y otro de los oficiales, S¨®crates Humberto L¨®pez, la propia secretar¨ªa acept¨® que hab¨ªan sido torturados y les pag¨® una indemnizaci¨®n. A diferencia de los otros siete, Soto y L¨®pez acudieron a la Comisi¨®n Nacional de Derechos Humanos al poco de ser detenidos. El ombudsman mexicano elabor¨® un informe que confirmaba las torturas. Para evitar que el informe se hiciera p¨²blico, el Ej¨¦rcito pag¨®.
Este jueves, mientras com¨ªa su pollo con nopales, Soto imaginaba un futuro fuera de la c¨¢rcel. Su abogado, que rondaba por all¨ª, comentaba que en la justicia civil ser¨ªa un caso f¨¢cil, pero que aqu¨ª es otra cosa. Un general preside el tribunal, acompa?ado de cuatro vocales. Ninguno es experto en leyes. El juez, el ¨²nico que s¨ª sabe, no decide. Entre el presidente y los vocales, comentaba el abogado, decidir¨¢n el futuro de los nueve. ¡°Es una cuesti¨®n de orgullo¡±, volv¨ªa Soto, ¡°el Ej¨¦rcito no quiere perder¡±.
Pelotas de Tenis
A las 8.30 de la ma?ana del 13 de marzo de 2011, son¨® el tel¨¦fono. ¡°Era el coronel¡±, cuenta Tanya, la esposa del teniente Soto. ¡°Le llam¨® para que fuera al batall¨®n¡±. Soto estaba franco aquel d¨ªa, libraba. El coronel, comandante del 69? Batall¨®n de Infanter¨ªa, con base en Saltillo, Coahuila, en el norte de M¨¦xico, no le dej¨® demasiadas opciones. Ven¨ªa su superior y quer¨ªa consultarle algo. Soto se uniform¨®, agarr¨® el carro y sali¨® hacia el batall¨®n. ?l, Tanya y la hija de ambos viv¨ªan en una casa cercana a la instalaci¨®n, as¨ª que no tard¨® en llegar.
A Tanya no le extra?¨®. Acostumbrada a seguirle desde los a?os del colegio militar, un domingo perdido no era tan extra?o. Pero pasaron las horas. Tanya subi¨® un par de veces al batall¨®n. Primero a por su credencial, que su marido ten¨ªa en su monedero. Luego, por el carro. A eso de las 17.00 de la tarde, Soto la llam¨® por tel¨¦fono. ¡°Me dijo ¡®ve a Soriana y compra pelotas de tenis, un cepillo y champ¨² para perro¡¯ y yo fui¡±.
No era nada nuevo para Tanya: su esposo era el ¡°asesor can¨®filo¡± del batall¨®n. Entrenaba a los perros que usan en sus operativos. Las pelotas eran para ellos.
Tauro
Soto pensaba que la urgencia del coronel Garc¨ªa Aguilar respond¨ªa precisamente a un perro lastimado. ¡°Me dijo que se hab¨ªa herido un binomio can¨®filo en Tanque Escondido, un puesto nuestro. As¨ª que me vest¨ª enseguida y fui¡±. Cuando lleg¨®, le estaba esperando un subordinado del coronel. Al parecer, el problema no era ning¨²n perro, sino los turnos de vacaciones, por eso el coronel hab¨ªa reunido a los oficiales, unos 12, en la comandancia.
¡°Yo recuerdo que est¨¢bamos all¨ª y de repente llega un civil, con pasamonta?as¡±, dice Soto. ¡°Llevaba una hoja y lo primero que hizo fue preguntar por m¨ª: ¡®?Qui¨¦n es Soto?¡¯ Yo le dije que yo¡±.
Ah¨ª, recuerda, le dieron los primeros ¡°zapes¡±. Soto cuenta que le bajaron a empujones de la comandancia, le esposaron, le pusieron la camiseta en la cara para que no viera y le subieron a un carro. ¡°Ah¨ª nos llevaron a un edificio que le llaman Fuerza de Reacci¨®n, como a 500 metros¡±. ?Nos llevaron? ¡°S¨ª¡±, dice, ¡°cuando me subieron a la camioneta, alcanc¨¦ a ver unas botas negras. ?ramos como tres¡±.
Soto cuenta que les tiraron a unos colchones, boca abajo, que les dejaron en paz. A la media hora, recuerda que empez¨® a sonar una radio. ¡°Ah¨ª¡±, zanja, ¡°me tuvieron tres d¨ªas¡±.
Soto no quiere contar lo que pas¨®. Reh¨²ye la mirada, dice que ya lo cont¨®, que no puede ir otra vez por ah¨ª. De repente, esta semana, ¨¦l y los dem¨¢s han viajado en el tiempo, tan cerca de lo que pas¨®. No son solo los nueve del consejo de guerra, hay siete m¨¢s esperando a cerrar sus casos y pasar igualmente a juicio. Pero esos siete acompa?an estos d¨ªas a los dem¨¢s a la sede del consejo, que se celebra en un dormitorio habilitado para la ocasi¨®n, en un cuartel de un pueblo entre Veracruz y Puebla. Desde los asientos destinados al p¨²blico, se otean las literas y las taquillas de los soldados.
Aunque Soto y los dem¨¢s se resisten a dar detalles de su experiencia, sus declaraciones a la fiscal¨ªa estos a?os permiten acercarse a su dolor:
¡°Al sentir que me asfixiaba, comenzaba a manotear (¡) Al tiempo de unos minutos me quit¨® la bolsa de la cara y me volvi¨® a hacer la pregunta, que quien era TAURO, para qui¨¦n trabajaba y que me dejara de hacer pendejo (¡) [Luego] me quit¨® las esposas y me pidi¨® que me desnude. Al desnudarme, me tira en un colch¨®n, me amarra de pies y pr¨¢cticamente la totalidad del cuerpo para que no me moviera y poni¨¦ndome un trapo en la nariz, comenzaban a tirarme agua en la cara¡±.
Despu¨¦s de amenazarle con violar y descuartizar a su esposa e hija, le obligaron a llamar a la primera. Quer¨ªan sacarla de la casa para hacer un cateo: ¡°Yo entonces le hago la indicaci¨®n a mi esposa que fuera a Soriana, a comprar unas pelotas de tenis, un champ¨² para perro, as¨ª como una carda, debido a que iba a tener una supervisi¨®n del material de los binomios can¨®filos¡±.
La lista
El proceso contra Soto y los dem¨¢s nace de las declaraciones de dos supuestos integrantes de Los Zetas en Coahuila, alias Gerry y alias Guacho. Por aquel entonces, el brazo armado del Cartel del Golfo estaba en pleno apogeo e incluso peleaba las plazas a sus viejos benefactores. Seg¨²n el testimonio de Guacho, en Saltillo ten¨ªan todo controlado.
Junto a su declaraci¨®n ante la Subprocuradur¨ªa de Investigaci¨®n Especializada en Delincuencia Organizada, SIEDO ¨Cahora SEIDO¨C, los investigadores adjuntaron una lista con nombres, fechas y cantidades. Ah¨ª aparec¨ªa Tauro, pero tambi¨¦n S¨®crates, Soto y as¨ª hasta 16 nombres y apodos. Las cantidades que repart¨ªan Los Zetas seg¨²n este documento iban de 10.000 a 50.000 pesos, 500 a 2.500 d¨®lares. El Guacho tambi¨¦n dice que Soto era el encargado de repartir el dinero al resto de militares.
En cuanto a Gerry, primero dijo que Soto era uno de los enlaces con Los Zetas en Coahuila y luego, ante el juez militar que instruy¨® el caso, lo neg¨® y asegur¨® que agentes de la SEIDO le obligaron a incriminarlos.
La declaraci¨®n de Gerry ante el juez militar es un tratado de mala praxis de la SEIDO. Un muestrario de las m¨¢s crueles torturas de sus funcionarios. Seg¨²n Gerry, le presionaron para que incriminara a decenas de personas, desde el presidente del PRI entonces, Humberto Moreira, a varios generales, incluso, hasta el segundo al mando de la Secretar¨ªa de la Defensa.
A finales de su mandato, el presidente Calder¨®n libr¨® una cruzada contra la infiltraci¨®n del crimen en la polic¨ªa y las Fuerzas Armadas. Y apunt¨® concretamente al Ej¨¦rcito. En 2012, las autoridades detuvieron a cuatro generales, un mayor y un teniente, todos acusados de colaborar con el Cartel de los Beltr¨¢n Leyva, una escisi¨®n de Sinaloa. Todos apuntados por testigos protegidos.
Eran militares de alto nivel. Uno hab¨ªa sido incluso subsecretario de la Defensa, Tom¨¢s ?ngeles Dauahare. Con el tiempo, acabar¨ªan por soltarlos por falta de pruebas.
Fue la famosa Operaci¨®n Limpieza de Calder¨®n, que toc¨® a funcionarios de Michoac¨¢n, Morelos, Sinaloa, de la PGR, del Ej¨¦rcito¡ En algunos casos, como en el de los altos mandos militares, los procesos quedaron en nada. En Michoac¨¢n, por ejemplo, funcionarios federales detuvieron a 38 altos cargos del Gobierno del estado en 2009. Un a?o despu¨¦s, 37 estaban libres.
Ya en libertad, Arturo Gonz¨¢lez, el mayor detenido por apoyar a los Beltr¨¢n, denunci¨® a 10 funcionarios de la PGR. Gonz¨¢lez criticaba el papel de los testigos protegidos, cuyas declaraciones hab¨ªan servido para incriminarles. Dec¨ªa que hab¨ªan declarado ante autoridades sin competencia para hacerlo y que les hab¨ªan dado beneficios de manera ilegal.
Una de las personas que a las que denunci¨® era Guillermina Cabrera. El Gerry, en la declaraci¨®n ante el juez militar, menciona a una Guillermina, como una de las coordinadoras de la SEIDO que le obliga a incriminar a Soto, S¨®crates y los dem¨¢s.
Los testigos no recuerdan
En el consejo de guerra que se celebra en Perote desde el martes, la mayor¨ªa de testigos no recuerdan casi nada. Aunque a veces se da lo contrario: recuerdan datos menores con enorme precisi¨®n.
El coronel Ricardo Garc¨ªa Aguilar fue el primer testigo que compareci¨® ante el consejo de guerra, tras las declaraciones de los nueve acusados. Garc¨ªa era el comandante del batall¨®n de Saltillo. El jueves, el presidente del consejo le pregunt¨® primero que qu¨¦ hab¨ªa tenido que ver con lo sucedido. El coronel cont¨® que no recordaba bien qu¨¦ d¨ªa fue, pero que llegaron ¡°personal judicial¡±, polic¨ªas judiciales federales militares, con una orden de aprehensi¨®n. ¡°As¨ª estuvimos dos, tres d¨ªas. Luego vino un mayor para llev¨¢rselos a M¨¦xico¡±. Y ya, hasta ah¨ª.
El presidente orden¨® entonces a la secretaria del consejo de guerra que leyera las declaraciones anteriores y los interrogatorios al coronel. Ellos dos, el juez y los vocales, vestidos todos de gala, se sientan en una mesa al fondo de la sala, la mesa cubierta con un mantel rojo, coronado de ribetes dorados. A su derecha est¨¢ el fiscal, y a la izquierda, Soto y los dem¨¢s. El coronel y los dem¨¢s testigos se colocan en una silla en medio de la sala.
La secretaria ley¨® durante m¨¢s de una hora. Pese a los gritos por las torturas que refieren los nueve, el coronel, cuyo despacho estaba a 200 metros de all¨ª, nunca oy¨® nada. NI se acerc¨®. Ni le pregunt¨® al m¨¦dico del pelot¨®n de sanidad c¨®mo iba el interrogatorio, una de las veces que fue requerido.
En tres d¨ªas de torturas, del 13 al 16 de marzo de 2011, el coronel, el jefe del batall¨®n, nunca se asom¨® ni quiso saber qu¨¦ pasaba con sus hombres. Ni siquiera en el caso del teniente S¨®crates. Derrotado por la paliza que le dieron los judiciales, el m¨¦dico del batall¨®n, con grado de mayor, tuvo que atender al teniente, desmayado. El m¨¦dico lo vio tan mal que lo trasladaron a una cl¨ªnica en Saltillo.
Ni siquiera entonces, el coronel se enter¨® de nada. En cambio, los nueve dicen que el coronel vio como los judiciales les daban los primeros golpes, en su despacho. Golpes de ablandamiento, como dec¨ªa el jueves uno de ellos.
Cuestionado por el abogado de Soto y S¨®crates, el coronel respondi¨® la mayor¨ªa de las veces que no sab¨ªa. Luego el fiscal le cuestion¨® por si hab¨ªan subido los decomisos de drogas y armas tras la detenci¨®n de sus hombres. ¡°S¨ª¡±, dijo, ¡°mucho, como un 300%¡±. El abogado contraatac¨® y consigui¨® que el coronel reconociera que aument¨®, s¨ª, pero tambi¨¦n porque despu¨¦s del episodio hab¨ªan llegado 200 militares de refuerzo.
Las partes esperan que entre el viernes y el s¨¢bado concluyan las sesiones y el consejo decida qu¨¦ hacer con los nueve. Si lo condenan, Soto enfrentar¨ªa una condena de 50 a?os por delitos contra la salud, posesi¨®n de armas y cartuchos. En uno de los recesos de la tarde, el abogado lament¨® de nuevo que el consejo fuera tan diferente de los juicios civiles. ¡°En un caso normal, gan¨¢bamos, pero¡¡±
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