Trump y las ¡®fake news¡¯ atacan de nuevo
La guerra del presidente de Estados Unidos contra los medios hace un uso masivo de la provocaci¨®n e incluye ahora una posible ley mordaza
Lo necesitaba para vivir. Cada d¨ªa, de seis a siete de la ma?ana, Donald Trump dedicaba su tiempo a devorar la prensa. Ah¨ª buscaba con ah¨ªnco su nombre y el de sus empresas. Escudri?aba a sus enemigos. Persegu¨ªa oportunidades de negocio. Aparecer en The New York Times supon¨ªa la gloria. No hacerlo reflejaba un fracaso. Para bien o para mal, como escribir¨ªa a?os despu¨¦s, salir en los medios se hab¨ªa vuelto necesario. A veces, tan desesperado estaba que era ¨¦l mismo quien llamaba a los diarios y, haci¨¦ndose pasar por un inexistente portavoz suyo daba jugosos detalles de sus pretendidas relaciones con artistas como Madonna, Kim Bassinger o Carla Bruni. ¡°Carla ha dejado a Mick Jagger por Donald¡±, lleg¨® a decirle a una reportera de la revista People.
Todo era mentira. Fake news (noticia falsa). Bruni y Trump apenas se hab¨ªan visto unos minutos. Pero eso no importaba entonces. Era el Trump de los a?os ochenta. Efervescente y ¨¢ureo. Un multimillonario que buscaba por encima de todo el ¨¦xito social. El precio no importaba. Treinta a?os despu¨¦s algunas cosas han cambiado. Otras no.
Con el tiempo, su ambici¨®n deriv¨® en la televisi¨®n y luego en la pol¨ªtica. La lucha le transform¨®. Hay acuerdo entre sus bi¨®grafos en que no perdi¨® su adicci¨®n a la prensa, pero la mut¨® y se volvi¨® un consumidor compulsivo de medios sensacionalistas y ultras. ¡°Como presidente a¨²n obtiene informaci¨®n de sitios tan poco fiables como Infowars y Breitbart¡±, explica el Premio Pulitzer e investigador presidencial Daniel Cay Johnston.
Paralelamente, su actitud hacia los periodistas fue cambiando. A medida que ganaba fama, ya no les ped¨ªa favores, sino que quer¨ªa domesticarlos, aplastarlos. Alcanzada la Casa Blanca, llev¨® esta pulsi¨®n hasta el paroxismo y emprendi¨® la mayor batalla planteada por un presidente de Estados Unidos contra el cuarto poder. ¡°No hay parang¨®n. Teme tanto el descr¨¦dito que, para evitar que los suyos crean a quienes le critican, ha iniciado este ataque¡±, explica Peter Beinart, analista y profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.
La ofensiva pasar¨¢ a la historia. En la diana figuran The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, CNN, la BBC¡ La plana mayor del periodismo mundial. Trump los desprecia. Ha acu?ado el t¨¦rmino fake news para referirse a sus exclusivas y les ha declarado ¡°enemigos del pueblo¡±. ¡° Ya no cuentan la verdad, no hablan para la gente sino a favor de intereses ajenos¡±, ha clamado.
El ataque no es fruto, como algunos creyeron, del car¨¢cter mercurial de Trump, sino que responde a una estrategia de largo alcance. Su consejero ¨¢ulico Steve Bannon lo ha explicado: ¡°Los medios son el principal partido de oposici¨®n¡±. Y el objetivo es aislarlos, restarles credibilidad, quitarles el aguij¨®n.
Para ello, el presidente ha entrado en un juego de desgaste. No es s¨®lo que d¨¦ la espalda a la cena de corresponsales, algo que no ocurr¨ªa desde 1981, cuando Ronald Reagan recibi¨® un tiro. Tuitea fren¨¦ticamente contra los medios cr¨ªticos, ya sea por su ¡°falsa¡± cobertura de la reforma sanitaria o sus investigaciones de la trama rusa, y en cada mitin les dispara a bocajarro. Su ¨²ltimo proyectil ha sido una ley antilibelo. En el pa¨ªs que consagr¨® en 1791 la Primera Enmienda, Trump ha hecho correr la especie de que quiere imponer una norma para agilizar las querellas contra los medios. ¡°Si un medio escribe algo mal, debe retractarse, y si no, se le debe juzgar¡±, ha dicho.
Es casi imposible, seg¨²n los expertos, que una medida as¨ª prospere en EEUU, y m¨¢s dif¨ªcil a¨²n que supere el filtro del Tribunal Supremo. Pero la amenaza no persigue una reforma legal. Su fin es otro, mucho m¨¢s rentable pol¨ªticamente.
Trump es presidente de una Am¨¦rica dividida. Obtuvo casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton y su triunfo se debi¨® a la movilizaci¨®n en zonas clave de un amplio segmento de la clase trabajadora blanca. Un grupo cuya fidelidad en las urnas es extrema y que recela de las publicaciones de referencia. A ellos dirige el presidente su mensaje. Y lo hace con enorme ¨¦xito. ¡°Trump sabe que la gente que vot¨® por ¨¦l desconf¨ªa y prefiere obtener sus informaciones de la Fox y de otras fuentes de la derecha. Atacando a los grandes medios, reconecta con su base. La polarizaci¨®n nutre la desinformaci¨®n¡±, indica Shanto Iyengar, profesor de Ciencia Pol¨ªtica de Stanford.
Para sus votantes, poco importa lo que digan los peri¨®dicos: Trump es un hombre absolutamente cre¨ªble y honesto. Una encuesta de The Washington Post con la cadena ABC ha revelado que el 76% de sus electores piensa que el presidente no miente. Por el contrario, el 78% est¨¢ convencido de que los medios publican habitualmente historias falsas y que esto, adem¨¢s, representa un problema grave (80%). Much¨ªsimo m¨¢s que si lo hace Trump (3%).
¡°Sus votantes quieren creer que es digno y capaz. Y cuando se publican informaciones que sugieren que no lo es, rechazan aceptarlo y prefieren considerarlo fake news. Esa misma raz¨®n explicaba por qu¨¦ tantos republicanos dec¨ªan que Obama era musulm¨¢n o porque a¨²n m¨¢s dem¨®cratas pensaban que Mitt Rommey no pagaba impuestos¡±, explica Iyengar
La conclusi¨®n es clara. Los grandes medios est¨¢n perdiendo la partida ante quienes votan al presidente. Pero la derrota tiene un l¨ªmite. ¡°Entre aquellos que le siguen puede que Trump triunfe, pero no est¨¢ logrando ampliar su base. Su popularidad general es baja¡±, indica el profesor Beinart. ¡°Es m¨¢s, su mensaje tampoco cala entre los independientes: un 60% desaprueba a Trump. Si contin¨²a su ataque a los medios, estar¨¢ cavando su propia tumba¡±, zanja Iyengar.
Las espadas est¨¢n en alto. Los medios no ceden. En un pulso casi ¨¦pico siguen investigando con m¨¢s ardor que nunca y a diario descubren las mentiras y medias verdades del presidente. 492 ha llegado a contar The Washington Post en los primeros cien d¨ªas de mandato.
Trump, por su parte, sigue apretando la ametralladora. Insulta, ataca y vuelva a insultar. Su objetivo, de momento, es conservar su electorado. El ruido no le importa. Al contrario. Como dijo en una de sus primeras batallas con los medios, all¨¢ en los dorados ochenta: ¡±La controversia vende¡±.
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