Washington huele la sangre
La presidencia de Donald Trump ha empezado a naufragar apenas superados los 100 d¨ªas de su llegada
Es muy dif¨ªcil destituir al presidente de EE UU. Tan dif¨ªcil que nunca ha sucedido. Richard Nixon dimiti¨® antes de que la C¨¢mara de Representantes, instituci¨®n que act¨²a como fiscal o acusaci¨®n, aprobara su procesamiento. Bill Clinton fue acusado de perjurio y obstrucci¨®n a la justicia por la C¨¢mara, pero luego le absolvi¨® el Senado, la instituci¨®n que dicta el veredicto sobre el presidente.
El poder de destituci¨®n del presidente, enteramente en manos del Parlamento, es una pieza fundamental en el r¨¦gimen presidencialista republicano decidido por los constituyentes en 1787 como alternativa a la monarqu¨ªa brit¨¢nica. El presidente, dotado de poderes ejecutivos inmensos, tiene su l¨ªmite finalmente en el Parlamento, que puede cortarle la cabeza simb¨®licamente con la destituci¨®n en vez de hacerlo f¨ªsicamente como les sucedi¨® a dos reyes de Inglaterra y de Francia.
No basta con las sospechas y ni siquiera las pruebas de un delito. Para que se lleve a cabo el impeachment es imprescindible una mayor¨ªa parlamentaria dispuesta, que normalmente solo se produce cuando el presidente ya no tiene o ha perdido el control de las dos c¨¢maras, que son las que tienen que procesarle y juzgarle. En el caso de Trump, esto ser¨¢ as¨ª solo si se quiebra su relaci¨®n con el Partido Republicano, cosa que suceder¨¢ cuando la agenda pol¨ªtica de la vieja formaci¨®n conservadora se haya convertido en impracticable, empiecen a peligrar los esca?os de los republicanos o incluso pierdan la mayor¨ªa en las elecciones de medio mandato en 2018.
El car¨¢cter y la trayectoria del personaje, la obscenidad de su campa?a y el descontrol de la Casa Blanca ya permit¨ªan prever que la idea del impeachment har¨ªa su aparici¨®n m¨¢s pronto que tarde. La novedad es la rapidez con que Trump se ha situado bajo la sombra de su hipot¨¦tica destituci¨®n. Los antecedentes m¨¢s inmediatos, como son Nixon y Clinton, tropezaron con el proceso de destituci¨®n en su segundo mandato presidencial.
La conexi¨®n rusa ha llevado al nombramiento de un fiscal especial y varias comisiones parlamentarias han empezado
a investigar
El caso del impeachment de Trump, observado a¨²n por los republicanos como una treta dem¨®crata para echar al presidente, est¨¢ lejos de ser claro. Algunas de sus actuaciones m¨¢s pol¨¦micas, como la destituci¨®n del director del FBI, James Comey, o la revelaci¨®n a una delegaci¨®n rusa en el Despacho Oval de secretos facilitados por el espionaje israel¨ª sobre el Estado Isl¨¢mico, por escandalosos que parezcan, entran dentro de las prerrogativas extens¨ªsimas del presidente, de forma que las sospechas de abuso de poder, obstrucci¨®n a la justicia e incluso traici¨®n a los intereses estadounidenses deber¨¢n ser objeto de minuciosa investigaci¨®n para que conduzcan al procesamiento.
El eslab¨®n m¨¢s d¨¦bil es el general Michael Flynn, el consejero de seguridad nacional m¨¢s ef¨ªmero de la historia, que tuvo que dimitir a los 24 d¨ªas de su toma de posesi¨®n por haber ocultado al vicepresidente, Mike Pence, sus contactos con el embajador ruso. El exgeneral se halla ya bajo la lupa de varias comisiones parlamentarias y ha sido citado a declarar por un gran jurado, no solo por sus contactos con Rusia, sino tambi¨¦n con la Turqu¨ªa de Erdogan. Dos de sus empresas cobraron de Mosc¨² y de Ankara para defender sus intereses en Washington, pero luego ocult¨® esta relaci¨®n, como hizo tambi¨¦n con la reuni¨®n con el embajador ruso durante la transici¨®n presidencial, en la que se discuti¨® sobre el levantamiento de las sanciones impuestas por Obama contra Rusia por la interferencia en la campa?a.
Flynn propugn¨® el encarcelamiento de Hillary Clinton por el uso indebido de su mail cuando era secretaria de Estado en los m¨ªtines de campa?a de Trump, pero ahora es ¨¦l mismo quien se encuentra en una situaci¨®n judicial comprometida, hasta el punto de que ha tenido que invocar la Quinta Enmienda de la Constituci¨®n, que garantiza el derecho a no declarar contra uno mismo, para negarse a facilitar al Congreso la documentaci¨®n y el testimonio que le requieren varios comit¨¦s.
El esc¨¢ndalo del espionaje ruso no lleg¨® a adquirir la actual velocidad de v¨¦rtigo hasta la destituci¨®n fulminante de James Comey el 9 de mayo, en un gesto presidencial ins¨®lito que ha minado la escasa credibilidad que pod¨ªa conservar la imagen de Trump. El presidente intent¨® primero que el director del FBI dejara de investigar la conexi¨®n rusa. Luego presion¨® infructuosamente a dos altos cargos, el director nacional de Inteligencia, Daniel Coats, y el director de la Agencia Nacional de Seguridad, el almirante Michael Rogers, para que p¨²blicamente desmintieran la existencia de interferencias rusas en la campa?a. Finalmente, busc¨® la coartada para echar a Comey en la fiscal¨ªa, a la que requiri¨® que elaborara informes sobre el comportamiento del director del FBI con Hillary Clinton. El fiscal general Jeff Sessions, tambi¨¦n relacionado con los rusos, no tuvo m¨¢s remedio que inhibirse, pero su adjunto, el fiscal Rod Rosenstein, se vio forzado a entregar un informe que sirvi¨® de base para la destituci¨®n, aunque luego, para compensar el da?o en su prestigio, ha nombrado al fiscal especial que investigar¨¢ la conexi¨®n rusa, en un gesto de enorme potencial amenazador para Trump.
Las actuales investigaciones, sean las de las comisiones parlamentarias, sea la del fiscal especial, versar¨¢n sobre tres interrogantes: ?Hubo intervenci¨®n rusa en la campa?a electoral? ?Hubo complicidades del equipo electoral de Trump e incluso de la Casa Blanca con el Gobierno ruso? ?Ha habido obstrucci¨®n de la actuaci¨®n de la justicia por parte del presidente? La primera pregunta ha obtenido ya una primera respuesta afirmativa por parte del exdirector de la CIA ?John Brennan. Sobre la segunda hay indicios abundantes e incluso pruebas de implicaci¨®n de varios asesores del candidato Trump.
La destituci¨®n del presidente, si llegara a plantearse, versar¨ªa con toda probabilidad sobre la tercera pregunta, como ha sucedido en ocasiones anteriores. Cuando el presidente se halla bajo sospecha de actos delictivos e impropios, las acciones que terminan convirti¨¦ndose en objeto de la destituci¨®n giran alrededor de los intentos de encubrimiento y de obstaculizaci¨®n de la acci¨®n de la justicia.
La tercera pregunta se complementa con una cuarta, que todav¨ªa no est¨¢ encima de le mesa. ?Qu¨¦ negocios e intereses tienen Trump y su familia en Rusia? La ausencia de declaraci¨®n de intereses y la opacidad de su declaraci¨®n fiscal permite todo tipo de conjeturas, entre otras que el Krem?lin tenga pillados a los Trump por la t¨¦cnica del kompromat o documento de chantaje comprometedor.
Trump es el mayor enemigo de Trump. Nadie ha aportado tantas pruebas y tan contundentes de sus intentos de obstaculizaci¨®n de la justicia y de sus abusos de poder como el propio presidente. No se ha desmentido tan solo a s¨ª mismo, sino que ha desmentido a quienes intentaban defenderle. Sus primeras v¨ªctimas est¨¢n en el equipo presidencial, empezando por los portavoces, sacrificados cada vez que ha sido necesario en el altar de su incompetencia.
El impeachment es altamente improbable, pero la bola de nieve solo ha empezado a rodar y est¨¢ creciendo a toda velocidad. El caso se ha cobrado ya un buen pu?ado de v¨ªctimas, dentro y fuera de la Casa Blanca. Washington ha olido la sangre, como sucede cuando la jaur¨ªa muerde a una presa, y ahora nada frenar¨¢ una cacer¨ªa que tiene en el punto de mira a este presidente inepto, vol¨¢til e imprudente.
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