El regreso de la ciudad-Estado
El creciente poder y la idiosincrasia de los centros urbanos los aleja del mundo rural y los expone a la tentaci¨®n del autogobierno
Podr¨ªa decirse que el presidente Donald Trump est¨¢ preso en la Casa Blanca, m¨¢s o menos como si fuera un cuerpo extra?o de la ciudad que lo rechaza y que lo mantiene en cuarentena. No cualquier ciudad, sino Washington, la capital de EE UU, cuyos vecinos le concedieron el 4,1% de los sufragios en las ¨²ltimas elecciones presidenciales. Un 90,9% votaron a la dem¨®crata Hillary Clinton.
Se trata de un patr¨®n extremo, pero ilustrativo de la posici¨®n refractaria que las grandes ciudades estadounidenses adoptaron contra el trumpismo. El pa¨ªs no se dividi¨® entre dem¨®cratas y republicanos, sino entre urbanitas y votantes de las ¨¢reas rurales. Podr¨ªa decirse lo mismo de los crecientes comicios franceses. El s¨ªmbolo jacobino de Par¨ªs ni siquiera tuvo noci¨®n de la proyecci¨®n radical que representaba el Frente Nacional de Marine Le Pen. Emmanuel Macron obtuvo el 90% de los votos el pasado 7 de mayo, redundando en el mismo fen¨®meno sociopol¨ªtico que reflejaba el antecedente de EE UU. La Francia de las ciudades contra la Francia del campo.
Es un argumento tentador para reflexionar sobre la indiosincrasia pol¨ªtica y sociol¨®gica que han adquirido las ciudades en el contexto del mundo globalizado. Sobreviven los anacronismos del Vaticano y de M¨®naco en la ¡°personalidad¡± de las antiguas ciudades-Estado, pero la pujanza de las grandes urbes asi¨¢ticas ¡ªShangh¨¢i, Singapur, Nueva Delhi, Tokio, Osaka¡ª y las atribuciones que reivindican para s¨ª las aglomeraciones hegem¨®nicas de Occidente¡ªNueva York, Londres, Berl¨ªn, Par¨ªs, Roma¡ª sobrentienden una transformaci¨®n radical en la relaci¨®n de las naciones y sus ciudades, independientemente de los procesos de cesi¨®n de soberan¨ªa que se han madurado ¡ªla Uni¨®n Europea¡ª o de los l¨ªmites territoriales y constitucionales vigentes.
Las ciudades en cuanto tales aportan el 80% del producto interior bruto planetario, pero adem¨¢s han experimentado un boom demogr¨¢fico que las expone a la tentaci¨®n del autogobierno. Es la gran diferencia respecto a las polis griegas y de las ciudades-Estado que proliferaron en la Italia renacentista. Estamos no en la edad de las metr¨®polis, sino de las megal¨®polis, similares a las antiguas en la expectativa de la autonom¨ªa, pero dotadas de enormes cualidades financieras, tecnol¨®gicas¡ y pedag¨®gicas.
Pedag¨®gicas quiere decir que el h¨¢bitat urbano en su propia heterogeneidad cultural, ¨¦tnica, identitaria favorece la instrucci¨®n, la convivencia y hasta la tolerancia. No es el ciudadano el que hace a la ciudad, sino la ciudad la que hace al ciudadano en cuanto espacio complejo y hasta cosmopolita que fomenta el intercambio. Lo demostraba un reciente estudio de UCLA (Universidad de California en Los ?ngeles) en la resaca de los comicios presidenciales. No ya significando la derrota de Trump en las ciudades que alojan una poblaci¨®n superior a los 250.000 habitantes, sino verific¨¢ndose en ellas una mayor porosidad hacia la inmigraci¨®n y los derechos sociales.
El antagonismo del campo/ciudad llega al extremo de que muchas ciudades no se sienten acomodadas en sus Estados, y aspiran a articularse en gobiernos secretos. No mediante las leyes necesariamente, aunque hay urbes como Berl¨ªn o como Hamburgo que tienen transferidas las competencias recaudatorias, fiscales, pero s¨ª desde los reglamentos o de las respuestas a las preocupaciones comunes: las atribuciones de la polic¨ªa, la relaci¨®n con los refugiados, las sensibilidades medioambientales.
De hecho, es la conciencia o la emergencia ecol¨®gica la raz¨®n embrionaria que ha estimulado el C40 (Cities Climate Leadership Group), una estructura creada en Londres en 2005 que ya aglutina 90 grandes ciudades del planeta ¡ªMadrid y Barcelona, entre ellas¡ª y que fomenta una terapia grupal sobre la sostenibilidad, la movilidad, la contaminaci¨®n, la educaci¨®n, las pautas de crecimiento, las pol¨ªticas de infraestructuras, las zonas verdes, la sanidad y hasta la inmigraci¨®n.
Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, se desmarc¨® de las restricciones de la estrategia nacional dise?ando un plan de acogida a los refugiados que proced¨ªan de Siria o de la franja subsahariana. Y coloc¨® sobre la fachada del Ayuntamiento una pancarta, Welcome Refugees, que abanderaba la pol¨ªtica de asilo municipal.
No son iguales los problemas de Nueva Delhi que los de Yakarta, ni los de Ciudad de M¨¦xico que los de El Cairo, pero se ha establecido entre las capitales un v¨ªnculo de comunicaci¨®n y hasta de relaci¨®n comercial, sobrepas¨¢ndose tantas veces las limitaciones que contemplan o arbitran las naciones soberanas. ¡°Las inversiones de Londres en Nueva York son tan importantes como las de Nueva York en Londres¡±, explica el soci¨®logo estadounidense Richard Sennett. ¡°Se ha creado entre ellas el v¨ªnculo de un espejo, pero hay una relaci¨®n org¨¢nica. Como si la una formara parte de la otra. O como si el espacio administrativo al que pertenecen en el seno de un Estado representara un obst¨¢culo a su propio crecimiento natural¡±.
El contexto de la emancipaci¨®n ayuda a entender el caso de Hong Kong. La mutaci¨®n de colonia brit¨¢nica a territorio chino en 1997 no ha significado el viaje de un r¨¦gimen democr¨¢tico a un sistema capital-comunista. Hong Kong tiene sus propios sistemas tributario y judicial. Re¨²ne una poblaci¨®n superior a los siete millones. Y aloja una de las rentas por habitante m¨¢s elevadas del mundo, aunque uno de los problemas de su econom¨ªa, como en otras urbes asi¨¢ticas, consiste en la desigualdad.
?Podr¨ªa independizarse? ?Estar¨ªa al alcance de otras ciudades? El experimento del refer¨¦ndum se consum¨® en Venecia en 2014, no tanto para evocar los f¨¦rtiles tiempos que proporcion¨® el autogobierno de los dogos como por una reacci¨®n al hartazgo de la invasi¨®n de turistas y como un rechazo a la pol¨ªtica fiscal de Roma. El 89% de los venecianos quer¨ªa desligarse de Italia. Y no por una cuesti¨®n identitaria o nacionalista, sino por un sentido del pragmatismo. De hecho, todo el fervor soberanista que inculca la Generalitat de Catalu?a y que ha ido creciendo en las zonas rurales se ha topado con el rechazo de la ciudad de Barcelona. Sus vecinos no quieren la independencia, aunque su alcaldesa, Ada Colau, s¨ª aspira a la ambici¨®n de la superciudad, de forma que el Ayuntamiento disponga de prerrogativas administrativas especiales, como ya ocurre en Viena, en Basilea, en Mosc¨² o en Sebastopol.
Todas ellas disponen de una constituci¨®n pol¨ªtica que engendra sus propias leyes y que re¨²ne amplias facultades recaudatorias y ejecutivas. Se trata de fomentar la descentralizaci¨®n y de convertir la pol¨ªtica en una cuesti¨®n ciudadana, inmediata, aunque muchas de las metr¨®polis superpobladas ya son un superestado en t¨¦rminos demogr¨¢ficos y econ¨®micos. Empezando por Tokio, cuyos 38 millones de habitantes, aglomeraci¨®n urbana incluida, equivalen a la poblaci¨®n de Polonia
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