La operaci¨®n Lava Jato como purga y maldici¨®n
Para refundar la democracia se necesita mucho m¨¢s que combatir la corrupci¨®n: se tiene que hacer justicia y memoria de los cr¨ªmenes contra la vida humana cometidos por el Estado
Si la crisis de la democracia y la pol¨ªtica es un fen¨®meno global, es necesario comprender lo que tiene de particular la experiencia por la que pasa actualmente Brasil. Mi hip¨®tesis es que las ra¨ªces de la actual crisis brasile?a se encuentran en el propio proceso de redemocratizaci¨®n tras 21 a?os de dictadura civil y militar. Las ra¨ªces de la crisis brasile?a se encuentran en el hecho de haber borrado los cr¨ªmenes de la dictadura y en la impunidad de los torturadores. Brasil retom¨® la democracia sin enfrentarse a los muertos y desaparecidos del per¨ªodo de excepci¨®n.
Sigui¨® adelante sin enfrentar el trauma. Un pa¨ªs que para retomar la democracia necesita esconder los esqueletos en el armario es un pa¨ªs con una democracia deformada. Y una democracia deformada est¨¢ abierta a m¨¢s deformaciones. Lo que se infiltra en el imaginario de la poblaci¨®n es que la vida humana vale poco, sea cual sea el r¨¦gimen. Y este no es un dato cualquiera en la crisis actual.
Las palabras ¡°purga¡± y ¡°maldici¨®n¡± del t¨ªtulo de este art¨ªculo se refieren a los significados que tiene la operaci¨®n Lava Jato. Si es importante e imperativo que contin¨²e, porque expone la relaci¨®n establecida entre gobiernos, partidos y parte del empresariado nacional, la Lava Jato tambi¨¦n revela, por el lado contrario, el pacto con el diablo que dio como resultado el alma deformada de la democracia brasile?a. La gran purga nacional no es por la vida humana, sino por el dinero. No es por la carne, sino por la materia inanimada. Cuando finalmente estamos combatiendo la impunidad, lo que nos mueve son los bienes materiales, mientras la vida se sigue hiriendo de muerte.
La maldici¨®n de la Lava Jato refuerza, como efecto colateral, la naturaleza de la deformaci¨®n de la democracia brasile?a
El impacto de la Lava Jato sobre la Rep¨²blica que ahora se hunde posiblemente ser¨ªa otro si antes se hubieran investigado, juzgado y castigado los cr¨ªmenes contra la vida humana practicados por el Estado durante la dictadura. Como, sin embargo, esos cr¨ªmenes se borraron y quedaron impunes, la maldici¨®n de la Lava Jato refuerza, como efecto colateral, la naturaleza de la deformaci¨®n de la democracia brasile?a. Y la responsabilidad no recae sobre los agentes de la operaci¨®n: es una responsabilidad colectiva del pueblo brasile?o y una responsabilidad considerablemente mayor de las ¨¦lites que condujeron y disputaron el proceso de transici¨®n de la dictadura a la democracia y el poder en lo que se denomin¨® Nueva Rep¨²blica.
No voy a detenerme aqu¨ª en los entresijos de la decisi¨®n de conciliarse con lo irreconciliable y de borrar los cr¨ªmenes. Solo quiero registrar que tanto la Comisi¨®n de la Verdad como la acci¨®n que cuestionaba la aplicaci¨®n de la Ley de Amnist¨ªa a torturadores del r¨¦gimen fueron oportunidades recientes de cambiar ese rumbo. La Comisi¨®n de la Verdad moviliz¨® poco a la poblaci¨®n. Y el Supremo Tribunal Federal decidi¨® no rever la Ley de Amnist¨ªa.
Uno de los dos votos favorables a la solicitud de revisi¨®n de la Ley de Amnist¨ªa, propuesta por el Colegio de Abogados de Brasil, fue del magistrado Carlos Ayres Britto. En 2010, afirm¨®: ¡°Un torturador no comete un crimen pol¨ªtico. Un torturador es un monstruo, es inhumano, es depravado. Un torturador es aquel que siente el m¨¢s intenso de los placeres ante el m¨¢s intenso sufrimiento ajeno provocado por ¨¦l mismo. Es una especie de serpiente de cascabel tan feroz que pica al son de su propio tintineo. No se puede ser condescendiente con un torturador. La humanidad tiene el deber de odiar a sus ofensores porque el perd¨®n colectivo es falta de memoria y de verg¨¹enza¡±.
La escena pornogr¨¢fica que sintetiza la deformaci¨®n de la democracia brasile?a es el discurso que el diputado federal Jair Bolsonaro, del Partido Social Cristiano (PSC), hizo durante la votaci¨®n del proceso de destituci¨®n de Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), en la C¨¢mara: ¡°Por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el terror de Dilma Rousseff¡±. En una sola frase, en el centro de la democracia que es el parlamento, el militar retirado rend¨ªa homenaje a un torturador y asesino, y sent¨ªa placer con la tortura de la presidenta elegida democr¨¢ticamente, cuya destituci¨®n estaba siendo decidida all¨ª. Aunque esta escena de real pornograf¨ªa haya sido se?alada dentro y fuera de Brasil, el hecho de que no haya producido un horror absoluto y extendido es solo otro s¨ªntoma de nuestra deformaci¨®n.
La escena pornogr¨¢fica que simboliza la deformaci¨®n de la democracia brasile?a es el discurso de Jair Bolsonaro
Tambi¨¦n resulta bastante claro que escoger conciliar y borrar los cr¨ªmenes de la dictadura, m¨¢s all¨¢ de las circunstancias del momento, tiene ra¨ªces hist¨®ricas m¨¢s largas y profundas. Esta decisi¨®n se encuentra muy atr¨¢s, con las razones por las que Brasil fue el ¨²ltimo pa¨ªs de Am¨¦rica en abolir oficialmente la esclavitud negra. Y se encuentra en la propia formaci¨®n de lo que se llama Brasil. Existe bibliograf¨ªa de calidad sobre el asunto y muchas l¨ªneas de investigaci¨®n que todav¨ªa pueden seguirse.
Aqu¨ª el objetivo es traer al debate de la actual crisis los significados de que se hayan borrado estos hechos. Y los riesgos de seguir consintiendo que se borren otros. Y, por lo tanto, seguir girando en falso. Cada vez es m¨¢s evidente que no solo borrar, sino evitar las contradicciones en lugar de enfrentarlas, solo hace que llevarnos cada vez m¨¢s al fondo de un pozo sin fondo.
Cuando un pa¨ªs vive una experiencia como la dictadura, en que el Estado secuestra, tortura y ejecuta ciudadanos, es necesario elaborar lo que se vivi¨® y marcar lo vivido. En un pa¨ªs, eso se hace investigando los cr¨ªmenes, juzgando y castigando a los responsables, promoviendo la memoria, el debate y la reflexi¨®n. As¨ª se establece en el imaginario de la poblaci¨®n que no se toleran la tortura y el asesinato, y que, en una democracia, el ciudadano puede contar con la justicia. Eso es lo que da valor al r¨¦gimen democr¨¢tico, y lo que establece la diferencia con una tiran¨ªa.
Esa idea resulta m¨¢s clara cuando se observa el ejemplo de un crimen contra la humanidad que est¨¢ en el imaginario de todos. Quien va a Berl¨ªn u otras ciudades alemanas puede contar con un itinerario de monumentos y museos que mantienen viva la memoria del Holocausto y del exterminio de seis millones de jud¨ªos, gitanos, homosexuales y personas con alg¨²n tipo de deficiencia. Cada alem¨¢n que nace hoy, m¨¢s de 70 a?os despu¨¦s del final de la Segunda Guerra Mundial, sabe que ese horror sucedi¨® cuando da sus primeros pasos en la calle y se encuentra con esos monumentos. Y necesitar¨¢ reflexionar sobre ello, porque tambi¨¦n forma parte del legado de ser alem¨¢n. Ser alem¨¢n es estar en uno de los pa¨ªses con mejor calidad de vida de Europa y es tambi¨¦n compartir esta memoria. Responsabilidad es eso: no se puede tomar solo una parte del paquete.
Promover la justicia y la memoria de los cr¨ªmenes contra la vida es lo que establece la diferencia entre una democracia y una tiran¨ªa
No se va a ning¨²n futuro negando el pasado. Es tambi¨¦n por eso que se marca lo vivido. Se hacen marcas en los juicios de los criminales, marcas en la ense?anza en las escuelas y en el debate en todos los espacios, marcas f¨ªsicas, como el Monumento al Holocausto en el coraz¨®n de Berl¨ªn. A cielo abierto y ocupando 19.000 metros cuadrados de ¨¢rea noble, muy cerca de la Puerta de Brandenburgo, la escultura nos desestabiliza con la fuerza de sus 2.711 bloques de cemento de diferentes tama?os, dise?ada para producir el sentimiento inquietante causado por ¡°un sistema supuestamente ordenado que perdi¨® el contacto con la raz¨®n humana¡±.
El objetivo de marcar lo vivido no es imponer penitencia o versiones de castigo b¨ªblico. No se trata de culpa. Y s¨ª de responsabilidad colectiva. Las marcas sirven exactamente para evitar la repetici¨®n.
Vale la pena dedicar cinco p¨¢rrafos a hacer una distinci¨®n entre ¡°culpa¡± y ¡°responsabilidad colectiva¡±, algo que algunos confunden por ignorancia, otros escogen no distinguir por mala fe. Varios autores ya han escrito sobre el tema. Me gusta bastante la definici¨®n de la fil¨®sofa Hannah Arendt, que llama la atenci¨®n sobre el siguiente hecho: ¡°Cuando somos todos culpables, nadie lo es. La culpa, a diferencia de la responsabilidad, siempre selecciona, es estrictamente personal¡±.
Arendt se?ala dos condiciones para la responsabilidad colectiva: ¡°Tengo que ser considerado responsable de algo que no he hecho, y la raz¨®n de responsabilizarme debe ser el hecho de pertenecer a un grupo (un colectivo), que ning¨²n acto voluntario m¨ªo puede deshacer. Es decir, el hecho de formar parte de un grupo es completamente diferente de una sociedad de negocios que puedo deshacer cuando quiera. (...) Este tipo de responsabilidad, en mi opini¨®n, siempre es pol¨ªtica. Puede aparecer de la forma m¨¢s antigua, en que toda una comunidad asume la responsabilidad por cualquier acto de cualquiera de sus miembros, o una comunidad puede ser considerada responsable por lo que se hizo en su nombre¡±.
¡°Somos colectivamente responsables de lo que se hace en nuestro nombre¡±
En el concepto de responsabilidad colectiva, los alemanes, aunque todav¨ªa no hayan nacido, ser¨¢n responsables por lo que hicieron en su nombre, incluyendo el Holocausto. As¨ª como los brasile?os de hoy somos responsables por lo que hicieron en nuestro nombre con los negros y los ind¨ªgenas. No somos individualmente culpables ni responderemos legalmente por lo que nuestros padres y antepasados hicieron, pero somos responsables colectivamente. Como dice Arendt: ¡°Siempre somos considerados responsables por los pecados de nuestros padres, de la misma manera que recogeremos las recompensas por sus m¨¦ritos. Pero, claro, ni somos culpables de sus malas acciones, ni moral ni legalmente, ni podemos arrogarnos como m¨¦ritos propios sus logros¡±.
Es curioso como la mayor¨ªa naturaliza su derecho a los beneficios resultantes de lo que hicieron los que vinieron antes, pero tiene una dificultad enorme de responsabilizarse por las atrocidades cometidas por los que vinieron antes. Responsabilizarse en el sentido de hacer justicia, memoria y cambios. Pero, como dice Arendt, ¡°solo podemos escapar de esa responsabilidad pol¨ªtica y estrictamente colectiva abandonando la comunidad¡±. Y advierte: ¡°A pesar de que pensamos en la responsabilidad colectiva como una carga e incluso una especie de castigo, creo que es posible demostrar que el precio que se paga por la ausencia de responsabilidad colectiva es considerablemente m¨¢s elevado¡±.
Y, m¨¢s adelante: ¡°No hay ninguna norma moral, individual y personal de conducta que pueda nunca excusarnos de la responsabilidad colectiva. Esta responsabilidad vicaria por cosas que no hemos hecho, esta asunci¨®n de las consecuencias de actos de los que somos totalmente inocentes, es el precio que pagamos por el hecho de que no vivimos nuestra vida encerrados en nosotros mismos, sino entre nuestros semejantes, y que la facultad de actuar, que es, al fin y al cabo, la facultad pol¨ªtica por excelencia, solo puede concretizarse en una de las muchas y variadas formas de comunidad humana¡±.
En un pa¨ªs donde se borran los cr¨ªmenes, la justicia se confunde continuamente con la venganza
Brasil no ha hecho ninguna marca, o solo marcas muy tenues. No se ha responsabilizado colectivamente de su pasado, de 500 a?os atr¨¢s hasta hoy. Haber hecho justicia en los cr¨ªmenes de la dictadura y haber marcado ese per¨ªodo reciente habr¨ªa sido fundamental para refundar la democracia. Y todav¨ªa puede serlo. Pero el impacto de no haberlo hecho me parece mucho mayor de lo que suele considerarse.
En general, los torturados y los familiares de muertos y desaparecidos gritan solos, y pocos ¨Ccada vez menos¨C escuchan. Y la mayor¨ªa de la poblaci¨®n parece creer que el pasado debe pasar sin dejar marcas. Y a quien desea justicia y reparaci¨®n lo confunden con un ¡°revanchista¡±. En un pa¨ªs donde se borran los cr¨ªmenes, la justicia se confunde continuamente con la venganza. Y eso es parte del atolladero en que nos metemos como naci¨®n mientras damos vueltas y m¨¢s vueltas en avenidas con nombre de dictadores.
No habr¨¢ democracia plena mientras un hijo corra el riesgo de encontrarse en la panader¨ªa con el torturador y asesino de su padre y saber que a aquel funcionario nunca se le molest¨® con ning¨²n juicio. Al contrario, siente placer con la situaci¨®n de impunidad.
Argentina, el pa¨ªs vecino, puso a los torturadores y a los que daban las ¨®rdenes entre rejas. Fue en prisi¨®n donde el general Jorge Videla, dictador de 1976 a 1981, muri¨® a los 87 a?os. Argentina promovi¨® tambi¨¦n un proceso para recuperar la identidad de los hijos de los muertos y desaparecidos, muchos de ellos adoptados por familias de torturadores del r¨¦gimen. El 2 de mayo, la Corte Suprema argentina aprob¨® la aplicaci¨®n del ¡°2x1¡± ¨Ccada d¨ªa de detenci¨®n cuenta por dos pasados los primeros dos a?os de prisi¨®n preventiva sin condena¨C a Luis Mui?a, condenado por torturas y secuestros en una c¨¢rcel clandestina durante la dictadura. La pol¨¦mica decisi¨®n abri¨® la posibilidad de atenuar la pena de centenas de agentes de la represi¨®n, hoy en prisi¨®n.
Al unirse para protestar contra la liberaci¨®n de torturadores, los argentinos se definieron como naci¨®n
La indignaci¨®n tom¨® el pa¨ªs. El 10 de mayo, decenas de miles de argentinos salieron a las calles de Buenos Aires para protestar: ¡°Se?ores jueces: nunca m¨¢s. Ning¨²n genocida suelto¡±. Taty Almeida, de 86 a?os, dirigente de Madres de Plaza de Mayo L¨ªnea Fundadora, afirm¨®: ¡°Nunca m¨¢s debemos volver a discutir privilegios a genocidas. Nunca m¨¢s debemos permitir el olvido y el silencio¡±. Mariana D., hija de uno de los m¨¢s terribles torturadores, se sum¨® a la multitud. Estaba all¨ª para defender que su padre deb¨ªa morir en prisi¨®n. En una entrevista, afirm¨®: ¡°Lo ¨²nico que quiero expresar ante la sociedad es el repudio a un padre genocida, repudio que estuvo siempre en m¨ª¡±.
La reacci¨®n uni¨® Argentina, y fue suficientemente representativa para que el Congreso votara una ley que impide que los autores de cr¨ªmenes de lesa humanidad, genocidio y cr¨ªmenes de guerra, entre los cuales est¨¢n incluidos los torturadores de la dictadura militar, puedan beneficiarse del 2x1. Actualmente hay 750 detenidos por cr¨ªmenes de lesa humanidad en el pa¨ªs. ¡°Terrorismo de Estado¡± y ¡°genocidio¡± son t¨¦rminos formales utilizados en Argentina para definir los cr¨ªmenes practicados por agentes del gobierno y de las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar que dur¨® de 1976 a 1983.
Al unirse para protestar contra el ablandamiento de la pena para los torturadores, ?qu¨¦ dec¨ªan los argentinos? Que no se olvidaban y que no silenciaban. Estaban diciendo tambi¨¦n que la justicia no era opcional. Pero, especialmente, estaban diciendo algo que define a un pueblo: estaban diciendo que la vida humana es el bien m¨¢s importante de una naci¨®n.
Lo que circula en la operaci¨®n Lava Jato son cifras enormes y maletas de dinero: la vida sigue valiendo poco
En Brasil nunca se ha visto nada parecido. Las manifestaciones de junio de 2013 empezaron por el aumento de 20 centavos del billete de autob¨²s. Era una manifestaci¨®n que se?alaba la vida de millones de brasile?os que dependen del transporte p¨²blico y a quienes diariamente se les roba horas de su existencia en autobuses y trenes abarrotados. No en una vida de ganado humano, sino en una vida que el ganado animal tampoco deber¨ªa tener.
La reivindicaci¨®n se?alaba tambi¨¦n el derecho humano b¨¢sico de desplazarse y se?alaba la ocupaci¨®n colectiva del espacio p¨²blico. Hab¨ªa una oportunidad que, en cierta medida, se perdi¨®. Era una manifestaci¨®n solidaria con la vida de los m¨¢s pobres, pero, aun as¨ª, eran 20 centavos. Y las protestas solo ganaron volumen cuando una multiplicidad de reivindicaciones tom¨® las calles, se?alando insatisfacciones diversas y tambi¨¦n el sentimiento de no sentirse representado por los partidos pol¨ªticos.
En 2015 y 2016, las manifestaciones que llevaron a centenas de miles de personas a la Avenida Paulista, en S?o Paulo, y a otras capitales de Brasil levantaban la bandera gen¨¦rica de la corrupci¨®n, y eran claramente contrarias al Partido de los Trabajadores. La bandera de la corrupci¨®n es importante, obviamente. Y los fiscales de la operaci¨®n Lava Jato se han esforzado para demostrar que el dinero p¨²blico desviado para la corrupci¨®n es dinero p¨²blico que falta para la sanidad y la educaci¨®n. Pero la poblaci¨®n no decodifica directamente esa relaci¨®n. Lo que circula en el Brasil de la Lava Jato son cifras enormes y maletas de dinero.
Como efecto simb¨®lico, es la l¨®gica de que los bienes materiales se sobreponen a la vida humana como valor que contin¨²a infiltr¨¢ndose en el imaginario colectivo. Tambi¨¦n en esta clave puede entenderse el fuerte rechazo a un pu?ado de adeptos a la t¨¢ctica black block porque rompen los cristales de los bancos, mientras las agresiones de la Polic¨ªa Militar contra la carne humana de los manifestantes provocaban menos indignaci¨®n en la prensa y el sentido com¨²n.
Cuando se se?alaba que los manifestantes vestidos con una camiseta de la corrupta Confederaci¨®n Brasile?a de F¨²tbol se sacaban selfies con la Polic¨ªa Militar en las manifestaciones a favor de la destituci¨®n de Dilma Rousseff, se llamaba la atenci¨®n justamente sobre esta cuesti¨®n. La Polic¨ªa Militar de Brasil es una de las que m¨¢s mata en el mundo, y tambi¨¦n una de las que m¨¢s muere. Encarna, en la democracia, la propia deformaci¨®n que es tener en las calles una polic¨ªa militar tras sufrir 21 a?os con generales en el poder por la fuerza.
La corrupci¨®n y la vida humana estaban divorciadas en las protestas contra la corrupci¨®n
Si en 2013 las protestas aumentaron cuando la Polic¨ªa Militar de S?o Paulo masacr¨® a los manifestantes, en los a?os siguientes se naturaliz¨® la violencia de la polic¨ªa contra los manifestantes de las protestas que no interesaban a los gobiernos. La Polic¨ªa Militar dejaba clara su utilizaci¨®n ideol¨®gica. Cuando, tres d¨ªas antes de una manifestaci¨®n en la Avenida Paulista, 18 personas fueron ejecutadas en una masacre en el ¨¢rea metropolitana de S?o Paulo en la que hab¨ªa fuertes indicios de que hab¨ªa polic¨ªas implicados, y los manifestantes ni siquiera recordaron la muerte de esos seres humanos, qued¨® expl¨ªcito que la corrupci¨®n y la vida humana estaban divorciadas en aquellas protestas. Se establec¨ªa all¨ª el concepto de corrupci¨®n de la masa de los brasile?os que sali¨® a la calle. Esa comprensi¨®n era exclusivamente financiera. Brasil se movilizaba, pero los matables segu¨ªan siendo matables. Brasil se movilizaba, pero no se mov¨ªa.
La democracia est¨¢ lejos de ser un sistema perfecto. Pero una democracia que se funda sobre cad¨¢veres insepultos producidos por el Estado tiene una fragilidad estructural. Es un edificio con fracturas en las columnas de sustentaci¨®n. Y si los funcionarios que torturaban y mataban ciudadanos se aceptan e incluso se alaban como h¨¦roes, no hay nada que no se pueda aceptar.
La democracia que hemos construido en los ¨²ltimos 30 a?os est¨¢ deformada y abierta a m¨¢s deformaciones porque no ha hecho justicia ni memoria. Y esta es tambi¨¦n parte de la explicaci¨®n para que un defensor de la dictadura como Jair Bolsonaro sea tan popular entre los j¨®venes nacidos tras el r¨¦gimen de excepci¨®n. Entre las tragedias brasile?as est¨¢ el hecho de que las primeras generaciones producidas en la redemocratizaci¨®n del pa¨ªs no tienen memoria. Un estudio reciente del Instituto Etco, en colaboraci¨®n con el Instituto Datafolha, mostr¨® que el 54% de los j¨®venes brasile?os, al analizarse a s¨ª mismos, concluyeron que tambi¨¦n son ¡°poco ¨¦ticos¡±.
La democracia que hemos construido est¨¢ deformada y abierta a m¨¢s deformaciones porque no ha hecho justicia ni memoria
En las ¨²ltimas tres d¨¦cadas, la democracia brasile?a ha convivido con lo que una democracia que merezca este nombre no puede convivir sin perder algo de esencial y constitutivo. La dictadura se acab¨®, y los generales salieron del palacio del Planalto, pero la tortura como m¨¦todo de investigaci¨®n continu¨® con los prisioneros llamados ¡°comunes¡±. La poblaci¨®n carcelaria solo ha crecido, promoviendo venganza en lugar de justicia en las condiciones torturadoras de las prisiones, que de vez en cuando explotan en barbarie y cabezas cortadas, sin que nada cambie de hecho.
En las periferias de las grandes ciudades, al igual que en el campo y en la selva, el Estado no aparece para garantizar derechos, sino para llevar represi¨®n y terror contra la poblaci¨®n m¨¢s pobre y m¨¢s desamparada. La Polic¨ªa Militar se ha consolidado como responsable de una parte significativa del alto ¨ªndice de homicidios del pa¨ªs. Y, finalmente, dos genocidios siguen su curso impasible: el de la juventud negra en las periferias urbanas y el de los pueblos ind¨ªgenas en la selva amaz¨®nica y otras regiones del pa¨ªs.
Y, as¨ª, esta democracia sin justicia y sin memoria, ha perdido algo de esencial y constitutivo. Tambi¨¦n es esta la raz¨®n del atolladero en el que se encuentra el pa¨ªs. Y no solo, sino tambi¨¦n por eso, producimos personajes como Eduardo Cunha, la encarnaci¨®n mejor acabada de un Congreso dominado por perversos, en el sentido de que son capaces de decir y hacer cualquier cosa sin ninguna relaci¨®n con cualquier realidad que no sea que ellos mismos producen. Y no solo, sino tambi¨¦n por eso, producimos un ministro como Gilmar Mendes, que cada d¨ªa corroe m¨¢s la imagen del Supremo Tribunal Federal, y, con ella, nuestra fr¨¢gil noci¨®n de justicia.
Cuanto m¨¢s la crisis se agudiza, alcanzando niveles hasta entonces inimaginables, m¨¢s la deformaci¨®n de nuestra democracia se acent¨²a. En las ciudades, se multiplican las acciones de higienizaci¨®n promovidas por gobernantes que se gu¨ªan por el uso de la violencia como soluci¨®n para los problemas sociales, un recurso t¨ªpico del autoritarismo.
Sucesos recientes muestran que existen los ¡°matables¡± y tambi¨¦n los ¡°limpiables¡±
Dos ejemplos. En S?o Paulo, el alcalde Jo?o Doria, del Partido de la Social Democracia Brasile?a (PSDB) realiz¨® la proeza de derribar un edificio con gente dentro en sus sucesivos ataques contra las personas que ocupan la denominada Cracolandia, e intent¨® internarlas a la fuerza, como si todav¨ªa estuviera en vigor la l¨®gica de los manicomios. En Porto Alegre, la Polic¨ªa Militar del gobernador Jos¨¦ Sartori, del Partido del Movimiento Democr¨¢tico Brasile?o (PMDB) trab¨® una guerra contra 70 familias de la Ocupaci¨®n Lanceiros Negros, que hac¨ªa un a?o y siete meses que ocupaban un edificio p¨²blico abandonado durante una d¨¦cada. Eligi¨® hacerlo en una noche fr¨ªa y con la ciudad vac¨ªa por un fin de semana largo.
Esta ¨²ltima violencia de Estado tiene una particularidad que ayuda a iluminar la deformaci¨®n de nuestra democracia, que se infiltra en todos los territorios simb¨®licos, con efectos de cat¨¢strofe en el plano concreto. La Polic¨ªa Militar hac¨ªa cumplir la restituci¨®n del edificio, determinada por la jueza Aline Santos Guaranha, en la que se explicita en qu¨¦ condiciones debe realizarse el desalojo de las familias: ¡°la orden debe cumplirse en un festivo o fin de semana y fuera del horario laboral, si fuera necesario, evitando al m¨¢ximo interrumpir el tr¨¢fico de veh¨ªculos y el funcionamiento habitual de la ciudad¡±.
Que la vida humana de hombres, mujeres y ni?os se vea amenazada y que los echen a la calle helada durante la noche no es un problema. Lo que importa es que el flujo de veh¨ªculos contin¨²e y que ¡°el funcionamiento de la ciudad¡±, que pertenece solo a algunos, por lo que se deduce, no sea interrumpido por los gritos y la desesperaci¨®n de ni?os aterrorizados. Lo m¨¢s importante no es la integridad de la vida humana, sino la restituci¨®n de un edificio que el Estado dej¨® abandonado, sin ning¨²n uso social y p¨²blico.
Si en las ciudades se multiplican los casos de limpieza de los ¡°limpiables¡±, en el campo y la selva crece la muerte de los ¡°matables¡±, como demostr¨® con tanta contundencia la masacre de Pau D¡¯Arco, en el Estado de Par¨¢. Por lo menos 10 trabajadores rurales fueron asesinados por la Polic¨ªa Militar, con se?ales de tortura, y el pa¨ªs no par¨®. El patrimonio material vale mucho en Brasil. La vida humana vale poco, casi nada. Pero no cualquier vida humana, porque ni siquiera en el asesinato el pa¨ªs es democr¨¢tico. La carne negra y carne la ind¨ªgena son las que, preferentemente, son despedazadas.
Producimos una democracia que ha dejado a los m¨¢s pobres viviendo en una cotidianidad de excepci¨®n que no se interrumpi¨® con el fin de la dictadura
Es brutal que vivamos todos una cotidianidad de excepci¨®n, como sucede hoy en Brasil. Pero no saldremos de ella sin enfrentar el hecho de que producimos una democracia que ha dejado a los m¨¢s pobres y a los m¨¢s desamparados viviendo en una cotidianidad de excepci¨®n que no se interrumpi¨® con el fin de la dictadura. La justicia social avanz¨® durante el per¨ªodo de Lula, con programas como el Bolsa Familia y la ampliaci¨®n del acceso a la universidad, pero no lo suficiente. Incluso medidas como las cuotas raciales fueron fuertemente rechazadas por una parte significativa de la ¨¦lite podrida del pa¨ªs. Y la injusticia social se agrav¨® durante el per¨ªodo de Lula y Dilma Rousseff, con la cat¨¢strofe humanitaria y ambiental de Belo Monte y otras grandes obras en la Amazonia.
Es brutal que vivamos la actual cotidianidad de excepci¨®n producida por esta crisis que no es solo pol¨ªtica y econ¨®mica, sino tambi¨¦n una crisis de identidad y una crisis de palabra. Pero no saldremos de ella sin enfrentar el hecho de que una democracia que no hace justicia y memoria sobre la tiran¨ªa tendr¨¢ siempre un alma de excepci¨®n.
?No es hora de aceptar que se borren m¨¢s cr¨ªmenes. Refundar la democracia en Brasil exige mucho m¨¢s que superar la crisis pol¨ªtica y econ¨®mica. Y exige mucho m¨¢s que la investigaci¨®n, el juicio y los cambios promovidos por la operaci¨®n Lava Jato en la cultura de la corrupci¨®n. Refundar la democracia exige responsabilidad colectiva. Y exige algo que, durante 500 a?os, Brasil no ha sido capaz de hacer: dar valor a la vida humana.
?Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ningu¨¦m v¨º, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de novela Uma Duas.
Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.
Traducci¨®n: Meritxell Almarza
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