¡ y la princesa subi¨® a los altares
El ep¨ªlogo de su vida se escribi¨® a toda marcha con los fot¨®grafos como notarios
Fueron su vida y su muerte. Diana amaba las c¨¢maras y al mismo tiempo las odiaba. Era una relaci¨®n casi sadomasoquista. Sin embargo, su historia de amor con los fot¨®grafos dur¨® m¨¢s que su matrimonio con el heredero al trono brit¨¢nico. De hecho, venci¨® a la familia real brit¨¢nica gracias al apoyo de la prensa amarilla. Fueron su vida y su muerte.?
Una vida vivida cara al p¨²blico y una muerte tr¨¢gica a los 36 a?os. El azar ha sellado as¨ª el destino de mito de la princesa Diana de Gales. Mientras el palacio de Buckingham eleg¨ªa meticulosamente el nivel protocolario al que deb¨ªan ajustarse las exequias, las rotativas de los diarios de todo el mundo imprim¨ªan decenas de p¨¢ginas dedicadas a la vida y la muerte de la m¨¢s fulgurante estrella del firmamento medi¨¢tico. Y hasta el escritor cat¨®lico brit¨¢nico Paul Johnson, gran amigo de la princesa, reconoc¨ªa con dolor que ¡°el culebr¨®n en el que vivimos inmersos ha perdido a su personaje m¨¢s memorable y atrayente¡±. ?Cu¨¢ndo, c¨®mo, y por qu¨¦ se hab¨ªa operado la transformaci¨®n de una joven de la alta sociedad brit¨¢nica ¨Ccon una educaci¨®n, un pasado y un f¨ªsico comunes a decenas de otras chicas de su edad- en uno de los mayores mitos de la d¨¦cada?
Diana Frances Spencer, tercera de una familia de cuatro hermanos, hab¨ªa nacido en julio de 1961 en la residencia que su familia ten¨ªa alquilada a la Corona en las dependencias reales de Sandringham. Su padre, el vizconde de Althorp, y su madre, Frances Roche, se divorciaron cuando la futura princesa ten¨ªa s¨®lo seis a?os, aunque Diana mantuvo hasta el final una buena relaci¨®n con su madre. La ni?a recibi¨® una educaci¨®n convencional en sucesivos internados de Norfolk y Kent, antes de redondear su preparaci¨®n para el matrimonio de un colegio suizo.
Lo que ya no fue tan convencional es el marido que le otorg¨® el destino: Diana fue elegida ¨Ccon escaso entusiasmo, a juzgar por las declaraciones del propio pr¨ªncipe a su bi¨®grafo Jonathan Dimbleby- por el heredero del trono brit¨¢nico para convertirse en la futura reina de Inglaterra. Es obvio que este matrimonio, celebrado el 29 de julio de 1981, coloc¨® a Diana de Gales para siempre en un escenario cara al p¨²blico. Y m¨¢s exactamente, en el escenario de sus sue?os. Pero su ingreso en la familia real m¨¢s famosa del planeta no explica por s¨ª solo el fulgurante ascenso de la princesa y su cotizaci¨®n siempre en alza en el mercado de la noticia. En la propia prensa brit¨¢nica muchos opinan que el origen del mito est¨¢ en la complicada trama, las relaciones sadomasoquistas que la fallecida princesa estableci¨® desde el principio con las c¨¢maras, a las que utiliz¨® h¨¢bilmente, consciente del poder que representaban.
Su relaci¨®n con el mundo de la imagen fue m¨¢s duradera que su matrimonio de 15 a?os con el pr¨ªncipe Carlos de Inglaterra, pero igual de inestable y tormentosa. Diana necesitaba las c¨¢maras y al mismo tiempo, en una relaci¨®n tan compleja como los trastornos alimentarios que le atenazaron el est¨®mago -ciclos de bulimia y anorexia- durante a?os, las odiaba. Alardeaba veladamente de su poder de convocatoria, para lamentarlo a rengl¨®n seguido.
"Adonde voy me siguen 50 o 60 fot¨®grafos". En noviembre de 1995, Diana de Gales, todav¨ªa alteza real y todav¨ªa esposa legal del heredero de la corona brit¨¢nica, se refer¨ªa as¨ª, con un secreto tono de orgullo, a las servidumbres medi¨¢ticas de su posici¨®n. Para entonces, la princesa de las largas piernas era ya una de las m¨¢ximas celebridades del starsystemde los medios de comunicaci¨®n. Sus fotograf¨ªas estaban en permanente demanda, y la nube de curiosos y paparazzi que la segu¨ªan en cualquiera de sus apariciones p¨²blicas superaba a la de otra m¨ªtica princesa: Carolina de M¨®naco. En el ¨²ltimo a?o de su vida, tras el temido divorcio del pr¨ªncipe de Gales, cuando el palacio de Buckingham le proporcion¨® un semiexilio dorado en los m¨¢rgenes de la familia real, Diana se lasarregl¨® para superarse a s¨ª misma en ese escalaf¨®n del ¨¦xito de masas. Los fot¨®grafos que la persiguieron por las calles de Par¨ªs la tr¨¢gica madrugada del 31 de agosto iban detr¨¢s de una imagen valorada en un mill¨®n de d¨®lares. La imagen de la princesa con su ¨²ltimo amante y, de hacer caso a su principal aliado en los media, el periodista del Daily Mail Richard Kay, el hombre destinado a ser su segundo esposo, Dodi al Fayed.
Su romance con el hijo del multimillonario egipcio Mohamed al Fayed marcaba de alguna forma la cima de la osad¨ªa personal de Diana. Sus rumoreados planes de matrimonio con un playboy de religi¨®n musulmana, ligado a una familia particularmente detestada y temida por el establishment brit¨¢nico, debieron provocar una intensa conmoci¨®n en los centros de poder londinense. Ni siquiera est¨¢ claro que, esta vez, la princesa, la hero¨ªna de los humildes y afligidos, hubiera sido capaz de remontar indemne la corriente cr¨ªtica del pueblo, que empezaba a ver en su conducta demasiadas similitudes con pasados episodios sentimentales de la vida de su cu?ada, Sarah Ferguson. ?Diana, madre del futuro rey emparentada con los Al Fayed? La sola sugerencia estremec¨ªa a los brit¨¢nicos.
Pero la princesa, sentada en el trono de la adoraci¨®n p¨²blica y cegada por los flashes, se sent¨ªa capaz de afrontar el desaf¨ªo. Y no s¨®lo eso. De alguna oscura manera Diana necesitaba exhibir su amor. Las c¨¢maras que hab¨ªan venido tantas veces en su ayuda deb¨ªan ser testigos de este nuevo ¨¦xito personal que se llamaba Dodi al Fayed.
?Acaso no hab¨ªa puesto contra las cuerdas ella sola, con la fuerza de una entrevista televisada conducida con maestr¨ªa y con templada por 20 millones de brit¨¢nicos, a la Casa de Windsor? ?Acaso no hab¨ªa provocado poco menos que una crisis constitucional al expresar sus dudas sobre la capacidad de su marido para ser rey? Con su rostro de Mar¨ªa Magdalena se hab¨ªa referido a la familia real como "el enemigo", y hab¨ªa reconocido que ella misma, aquella fr¨¢gil jovencita criada sin madre en la finca de los Spencer en Althorp, se hab¨ªa convertido "en una amenaza", se supone que para la Casa Real. Tras aquella entrevista-mazazo de noviembre de 1995 que hizo rodar cabezas en la BBC, los Windsor aceptaron las condiciones de Diana para consumar su divorcio del pr¨ªncipe Carlos. Despu¨¦s de aquel striptease moral, el peri¨®dico conservador TheDailyTelegraph, el m¨¢s influyente del pa¨ªs, la dio por perdida como personaje oficial. "?Qu¨¦ papel podr¨ªa desempe?ar si est¨¢ llena de osad¨ªa y respira odio contra el sistema que le proporciona dinero, posici¨®n y fama?". Pero el editorialista se equivocaba. La princesa se las ingeni¨® para mantener una relaci¨®n civilizada con la familia real. Distante, pero obteniendo el reconocimiento debido para su rango como madre de un futuro rey. El arreglo acab¨® para siempre con los problemas econ¨®micos de Diana, que se convirti¨®, de repente, en una de las mujeres m¨¢s ricas del Reino Unido. La cifra recibida por la libertad de Carlos de Inglaterra nunca fue revelada, pero oficiosamente se habl¨® de 17 millones de libras (cerca de 4.000 millones de pesetas).
Todo gracias a la intocable posici¨®n en el santoral del pueblo a la que hab¨ªa sido aupada por la prensa. A estas alturas de la historia, sin embargo, la princesa se sent¨ªa capaz de afrontar nuevos retos. Ya estaba bien de presidir actos banales. La due?a del rostro m¨¢s popular del planeta quer¨ªa grandes causas y probar en ellas el poder de su carism¨¢tica sonrisa. Para alcanzar su nuevo estatus, la princesa empez¨® por arrojar lastre oficial. Apenas perdido su t¨ªtulo de alteza real, m¨¢s de un centenar de ins¨ªpidas organizaciones caritativas recibieron corteses notas de su secretar¨ªa personal con las que la princesa les daba calabazas. Diana picaba m¨¢s alto. Si su rostro vend¨ªa peri¨®dicos, revistas, y causas piadosas de limitado alcance, justo era que dedicase sus esfuerzos a tareas m¨¢s dif¨ªciles. Por ejemplo, la batalla contra las minas antipersonales. Una campa?a mucho m¨¢s ambiciosa y de perfil mucho m¨¢s pol¨ªtico que las emprendidas hasta entonces, que le vali¨® tambi¨¦n cr¨ªticas de m¨¢s rango. Su visita a Angola, en enero de este a?o, marc¨® un hito en el camino ascendente de la "Diana embajadora", "Diana defensora de las causas nobles", su nuevo papel medi¨¢tico.
Ahora m¨¢s que nunca la segu¨ªa un ej¨¦rcito de choque, poderoso, casi imbatible. Ahora m¨¢s que nunca lo necesitaba. Decenas de fot¨®grafos que colocaban esa sonrisa suya, ese abrazo, en las primeras p¨¢ginas de los diarios del mundo. No era un ej¨¦rcito disciplinado ni f¨¢cilmente controlable. No lo hab¨ªa sido en ning¨²n momento a lo largo de los 16 a?os de reinado de Diana en los mass media. La prensa le dio grandes disgustos y no tuvo piedad a la hora de vender al mejor postor las im¨¢genes m¨¢s desafortunadas. Pero tambi¨¦n le proporcion¨® miles de exultantes y piadosas instant¨¢neas de la tr¨¢gica princesa en su doble faceta de estrella mundana y de aspirante a santa. En la larga partida de p¨®quer con su ex marido y hoy inconsolable viudo, Carlos de Inglaterra, la princesa tuvo siempre los ases en la mano, porque tuvo siempre de su lado a la prensa y con ella a la inmensa masa de la poblaci¨®n brit¨¢nica.
En la cima de su celebridad, el control de su imagen se hac¨ªa m¨¢s y m¨¢s dif¨ªcil para Diana de Gales. La princesa ve¨ªa con creciente fastidio a los fot¨®grafos que montaban guardia a diario en la entrada del palacio de Kensington, o en el Chelsea Harbour Club, donde la princesa hac¨ªa deporte. En su ¨²ltima entrevista concedida al diario Le Monde y en sus confidencias al periodista Kay, la princesa repet¨ªa sus quejas contra una "prensa feroz" y aventuraba para ella un futuro fuera de la escena p¨²blica. Estaba harta de los teleobjetivos y tem¨ªa que la intrusi¨®n de las c¨¢maras en su vida privada, ahora que por fin ten¨ªa una, pudiera resultar destructiva. Pero la suya era una decisi¨®n unilateral. Tomada sin contar con la prensa. Los fot¨®grafos ten¨ªan otros planes. No parec¨ªan dispuestos a soltar su presa, acostumbrados a perseguirla de la ma?ana a la noche. Cuando acud¨ªa a las sesiones nocturnas con su psicoterapeuta Susie?Orbach, o cuando aparec¨ªa flanqueada por un nuevo acompa?ante. Despu¨¦s de todo, muchas veces eran bienvenidos, como cuando Diana, en mocasines y blue jeans, llevaba a sus hijos a visitar un centro de acogida a los j¨®venes sin hogar. O se escapaba a un hospital a reconfortar a un moribundo. Otras, provocaban las iras de la princesa, que en una ocasi¨®n pidi¨® ayuda a un transe¨²nte para arrebatarle el carrete a un fot¨®grafo particularmente insistente.
Pero ya era demasiado tarde. Su vida estaba enredada en la trama imposible de esa relaci¨®n enfermiza. Puestas una detr¨¢s de otra, las fotograf¨ªas tomadas por esa legi¨®n de paparazzi eran su propia vida. La vida minuto a minuto de Diana de Gales. Su pasi¨®n por el ejercicio f¨ªsico, la evoluci¨®n de sus gustos indumentarios, desde los lamidos vestidos de flores adornados con cuellos blancos que luc¨ªa poco despu¨¦s de la boda, hasta los trajes escotados y cortos dise?ados por Gianni Versace en su fase de mujerliberada y segura de su imagen. Ese abultado ¨¢lbum de prensa lo conten¨ªa todo: sus visitas a consejeros espirituales y videntes, su presencia en subastas y en cenas de caridad, sus salidas al margen del protocolo con los dos hijos al cine del barrio, sin mirar casi la cartelera. Su ¨²ltima excursi¨®n al Odeon, en la calle mayor del barrio de Kensington, para que los pr¨ªncipes vieran Thedevil?sown, una pel¨ªcula que "glorificaba" al IRA a juicio de la prensa brit¨¢nica, le vali¨® un aluvi¨®n de cr¨ªticas. Diana pidi¨® disculpas humildemente y el incidente qued¨® zanjado.
El amor-odio hacia los fot¨®grafos era ya una constante esencial en el personaje. Diana expresaba una y otra vez su fastidio, pero cuando la prensa se entreten¨ªa con otro personaje; cuando, como en julio pasado, la tropilla de paparazzi se trasladaba moment¨¢neamente con tr¨ªpodes y teleobjetivos a la entrada de Highgrove, la residencia de campo de su ex marido donde se preparaba una fiesta por todo lo alto para festejar el 50¡ã cumplea?os de la amante Camilla Parker-Bowles, la princesa, dicen, languidec¨ªa. De vacaciones en la Costa Azul, a bordo del yate de Al Fayed, Diana hizo lo imposible esos d¨ªas de julio por reconquistar a su perdido ej¨¦rcito. Se exhibi¨® enfundada en un ba?ador con estampado de piel de leopardo y se atrevi¨® incluso a abordar la lancha donde viajaban unos pocos fot¨®grafos fieles para anunciarles, bronceada y feliz, luciendo las interminables piernas y su envidiable forma f¨ªsica, que hab¨ªa una gran exclusiva en camino.
Con el dominio de una estrella que ha crecido bajo la luz de los focos, la princesa se presentaba en p¨²blico consciente de esa hegemon¨ªa alcanzada en 16 a?os de vida sobre un escenario. Ataba y desataba, no siempre f¨¢cilmente, los lazos con la prensa. La ni?a t¨ªmida que s¨®lo aceptaba papeles sin di¨¢logo en las obras de teatro amateur que organizaban en el internado de West Heath se hab¨ªa transformado en un personaje p¨²blico con may¨²sculas. Cuanto m¨¢s agudo el drama personal, m¨¢s rutilante la sonrisa, m¨¢s cegadores los flashes del escenario en el que se desarrollaba su vida.
"Me siento pr¨®xima a la gente corriente, desde el principio me sit¨²o a su mismo nivel, en la misma onda. Por eso provoco irritaci¨®n en ciertos c¨ªrculos; porque estoy mucho m¨¢s cerca de los de abajo que de los de arriba, y estos ¨²ltimos no me lo perdonan". La profesi¨®n de amor hacia los humildes se hab¨ªa convertido en una especie de frase-amuleto de la princesa. Incluso en la ¨²ltima y turbulenta fase de su reinado multinacional, cuando los paseos en yate por la Costa Azul y los ba?os furtivos en aguas de Cerde?a con el malogrado Dodi la colocaron en claro riesgo de fergusonizaci¨®n, siempre estaban los humildes, los sufrientes y una r¨¢pida visita a Bosnia, escoltada por 150 periodistas; una fotograf¨ªa aqu¨ª con un peque?o mutilado, un abrazo all¨¢ con un moribundo v¨ªctima del sida, rescataban, indemne, a la princesa con su mejor perfil.
El destino ha puesto punto final abruptamente a este juego peligroso. V¨ªctima y verdugos representaron el ¨²ltimo acto de la tragedia en una autopista subterr¨¢nea en Par¨ªs, pero el drama alcanz¨® hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de la aldea global. Est¨¢ vez el llanto es sincero porque la p¨¦rdida es, a corto plazo, irremplazable.
Guillermo, pr¨ªncipe hu¨¦rfano
Tiene 15 a?os y un d¨ªa ser¨¢ coronado como Guillermo V. Considerado por muchos mon¨¢rquicos como la ¨²ltima esperanza de la Casa de Windsor, el hijo mayor de los pr¨ªncipes de Gales es todav¨ªa una inc¨®gnita. Alto y rubio como su madre, Guillermo de Inglaterra posee, sin embargo, rasgos de car¨¢cter propios de los Windsor. A juicio del escritor Brian Hoey, el primog¨¦nito de los Gales es "bastante vulnerable, pero con algunos trazos de la arrogancia de su padre". Como ¨¦ste, Guillermo detesta a los fot¨®grafos y desconf¨ªa profundamente de la prensa. Es t¨ªmido e introvertido, pero, por fortuna para ¨¦l, su padre est¨¢ lejos de parecerse a su abuelo, el temido duque de Edimburgo. As¨ª las cosas, en lugar de educarse en la escuela militar de Gordonstoun como el pr¨ªncipe Carlos, Guillermo de Inglaterra inici¨® a los 13 a?os su vida de estudiante en el internado m¨¢s famoso de Inglaterra, Eton, un supercolegio con cinco siglos de historia repleto de hijos de multimillonarios de todo el mundo y alg¨²n que otro t¨ªtulo nobiliario del pa¨ªs. Celebrado, lo mismo que su madre, como un sex symbol brit¨¢nico, el pr¨ªncipe Guillermo aparec¨ªa m¨¢s c¨®modo en el retiro estival de los Windsor, en Balmoral, que en las escasas im¨¢genes recogidas por los fot¨®grafos de las ¨²ltimas vacaciones pasadas con su madre en el yate de Al Fayed. El mismo domingo del tr¨¢gico accidente, el News of theWorld, el dominical de mayor tirada del Reino Unido, revelaba que el joven Guillermo ve¨ªa con repugnancia la relaci¨®n de su madre con Dodi al Fayed. Citando c¨ªrculos pr¨®ximos al joven pr¨ªncipe, el peri¨®dico anunciaba las intenciones de Guillermo de pedirle a su madre que abandonara tan inconveniente relaci¨®n.
Las revelaciones llegan tarde. El pr¨ªncipe crecer¨¢ ahora a la sombra de un padre taciturno que, en palabras de un periodista brit¨¢nico, necesitar¨ªa un "trasplante de carisma" para recuperar la estima del pueblo sobre el que en teor¨ªa est¨¢ llamado a reinar. A los 48 a?os, el destino real de Carlos de Gales parece m¨¢s improbable que nunca y m¨¢s inestable el futuro de una monarqu¨ªa que pierde estima por momentos entre los ciudadanos. El tr¨¢gico final de Diana de Gales no aclarar¨¢, al menos a corto plazo, la posici¨®n de Carlos, al que le espera un largo purgatorio a la sombra de Isabel II, que, cumplidos ya los 71 a?os, se perfila como el ¨²nico futuro de la Casa de Windsor.
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