Che: el revolucionario desolado
En los dos ¨²ltimos a?os de su vida, Ernesto Guevara personificaba al soldado que va a la batalla sospechando la p¨¦rdida de antemano
¡°Esta es la historia de un fracaso¡±, as¨ª comenzaba Ernesto Guevara el Diario del Congo (1965), relato de su frustrado intento de auxiliar a los socialistas congoleses, herederos del proyecto descolonizador de Patrice Lumumba. Tras el golpe de Estado de 1960 y el asesinato de Lumumba en 1961, organizados por la CIA, la Guerra Fr¨ªa se instal¨® en la nueva naci¨®n independiente del centro de ?frica. Estados Unidos apoy¨® al r¨¦gimen de Joseph Mobutu y la Uni¨®n Sovi¨¦tica a Laurent Kabila, un exalumno de la Universidad de Belgrado, en Yugoslavia, que defend¨ªa la v¨ªa socialista dentro de los movimientos de liberaci¨®n nacional al sur del Sahara.
El Che Guevara, que sigui¨® de cerca el proceso congol¨¦s desde su posici¨®n como figura clave del Gobierno revolucionario cubano, en la primera mitad de los 60, se involucr¨® en aquella guerra civil con la doble condici¨®n de art¨ªfice y observador, guerrillero y antrop¨®logo. Una condici¨®n que antes hab¨ªa experimentado en su rol de soldado y luego comandante de la insurrecci¨®n contra la dictadura de Fulgencio Batista, en Cuba, y que, en sus ¨²ltimos d¨ªas, repetir¨¢ en la guerrilla de ?ancahuaz¨², Bolivia. Esa dualidad le permiti¨® dirigir la Revoluci¨®n y, a la vez, advertir su imposibilidad, practicar la utop¨ªa y el realismo al mismo tiempo.
Cuando Fidel Castro ley¨® la carta de despedida del Che se hizo evidente que el guevarismo no tendr¨ªa futuro en la isla
¡°M¨¢s correctamente, esta es la historia de una descomposici¨®n¡±, vuelve a decir Guevara a prop¨®sito de la guerrilla congolesa. ?Qu¨¦ quer¨ªa decir? En esencia, que en el Congo no se estaba gestando una Revoluci¨®n sino una guerra civil, que pudo evolucionar hacia un cambio violento del r¨¦gimen post-colonial, pero que se fragmentaba en m¨²ltiples frentes. El campesinado congol¨¦s, agregaba, era ¡°libre¡± en condiciones tribales, no estaba sometido a grandes latifundios o compa?¨ªas extranjeras, contra los cuales movilizar los agravios populares. Algo que, otra vez, volver¨¢ a constatar en Bolivia. ?l, que hab¨ªa defendido con vehemencia que el caso cubano no era excepcional, que Cuba era, en realidad, la ¡°vanguardia¡± de la lucha contra el imperialismo, comprobaba en cada experiencia que s¨ª lo era, que la isla no se repet¨ªa.
En la Sierra Maestra y en Vallegrande Guevara encabeza masas rurales a las que intenta sacar de la pobreza, pero tambi¨¦n de la ignorancia, la superstici¨®n y el fanatismo. Es un modernizador, un laico, un partidario de la secularizaci¨®n, de la correcci¨®n de mitos y creencias populares. Un marxista heterodoxo, tal vez el caso m¨¢s emblem¨¢tico, despu¨¦s de Jos¨¦ Carlos Mari¨¢tegui, de un marxista que se atreve a pensar a Marx desde Am¨¦rica Latina, sin pagar costos de aduana a Mosc¨². Hasta 1962, nos dicen sus bi¨®grafos, Guevara crey¨® que la soluci¨®n para Cuba y Am¨¦rica Latina estaba ¡°del otro lado de la Cortina de Hierro¡±. Pero despu¨¦s de la Crisis de los Misiles se enfrasca en la b¨²squeda febril de un socialismo alternativo, capaz de entrelazar a los movimientos de liberaci¨®n nacional y descolonizaci¨®n del Tercer Mundo.
Los textos del Che de aquellos a?os revelan una fe dubitativa en el ¨¦xito de la empresa
El n¨²cleo de aquel proyecto fue, en buena medida, una estrategia de pol¨ªtica econ¨®mica en Cuba que no ha sido suficientemente dilucidada. Con frecuencia se le ubica en una refutaci¨®n binaria del c¨¢lculo econ¨®mico sovi¨¦tico, defendido por Carlos Rafael Rodr¨ªguez y otros economistas afiliados al viejo partido comunista. Una lectura m¨¢s atenta de El gran debate (2007), el libro de Ocean Sur que re¨²ne la pol¨¦mica de Guevara con los economistas cubanos, entre 1963 y 1964, y que involucr¨® a marxistas occidentales como el franc¨¦s Charles Bettelheim y el trotskista belga Ernst Mandel, arroja que la idea de Guevara no era simplemente privilegiar los est¨ªmulos morales sobre los materiales o reemplazar la autonom¨ªa empresarial con un presupuesto financiero ¨²nico sino generar una agresiva transferencia de alta tecnolog¨ªa y una racionalizaci¨®n de la sociedad.
La teor¨ªa del ¡°hombre nuevo¡± de Guevara no puede aislarse de aquel experimento econ¨®mico redentor y modernizador a la vez. El valor que conced¨ªa al debate intelectual dentro de la construcci¨®n socialista lo alejaba del car¨¢cter cada vez m¨¢s restrictivo de la esfera p¨²blica en Cuba. La descolonizaci¨®n y el desarrollo, es decir, la salida del subdesarrollo, estaban unidos en su pensamiento: cualquiera de esas dos metas, por s¨ª sola, estaba incompleta. No es extra?o que tras defender, sin ¨¦xito, su proyecto econ¨®mico, el revolucionario argentino ideara una ofensiva, primero diplom¨¢tica y luego guerrillera, de impulsi¨®n del socialismo en Asia, ?frica, el Medio Oriente y Am¨¦rica Latina.
Desde 1964, cuando su proyecto fue desechado por la m¨¢xima dirigencia del Partido Comunista de Cuba, de l¨ªnea prosovi¨¦tica, Guevara inici¨® una serie de viajes por China, Mali, Guinea, Ghana, Benin, Tanzania, Egipto y Argelia, que reafirmaron su apuesta por el socialismo en el Tercer Mundo. Jorge Casta?eda y Jon Lee Anderson han documentado la compleja estrategia de aquella ofensiva dentro del bloque sovi¨¦tico. Las giras y guerrillas del Che cuestionaban la falta de compromiso de Mosc¨² con la causa de la descolonizaci¨®n y el desarrollo. Un cuestionamiento desde el interior del campo socialista que, sin embargo, gener¨® evidentes fricciones con Mosc¨², toda vez que Guevara no ocultaba su rechazo a la burocratizaci¨®n del socialismo en Europa del Este.
Cuando Fidel Castro ley¨® la carta de despedida del Che, en el acto de constituci¨®n del Comit¨¦ Central del Partido Comunista de Cuba, en octubre de 1965, se hizo evidente que el guevarismo no tendr¨ªa futuro en la isla. Las naves se hab¨ªan quemado y el Congo y Bolivia fueron intentos de probar la validez de que otra revoluci¨®n, como la cubana, pod¨ªa triunfar en cualquier naci¨®n del Tercer Mundo. Los textos del Che de aquellos a?os, especialmente los diarios del Congo y Bolivia, revelan una fe dubitativa o una certeza racionalmente mediada en el ¨¦xito de la empresa. En los dos ¨²ltimos a?os de su vida, Ernesto Guevara personificaba al revolucionario desolado, el ¡°perdedor radical¡± del que hablara Hans Magnus Enzensberger: el soldado que va a la batalla sospechando la p¨¦rdida de antemano.
Rafael Rojas es historiador cubano.
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