Samos: migrantes olvidados, vecinos hostiles
Mientras los refugiados languidecen en los campos de los puntos calientes griegos, la tensi¨®n xen¨®foba crece entre los habitantes de las islas
Eida estaba embarazada de dos meses cuando sufri¨® un aborto a finales de septiembre. Ahora esta refugiada siria de 18 a?os pasa la mayor parte de sus d¨ªas dentro de una diminuta tienda de campa?a en la isla griega de Samos. Est¨¢ indignada y abatida. La p¨¦rdida de un hijo fue dolorosa, por supuesto. Pero tiene una raz¨®n adicional para desesperarse: el embarazo era su billete para salir de la isla, para huir del s¨®rdido y ¨¢rido campamento de refugiados rodeado de alambre de espino.
La joven vive junto con otros 3.000 refugiados en Samos, una de las cinco islas del Egeo griego convertidas en ¡°puntos calientes¡± y utilizadas por la UE como barricadas contra la afluencia masiva de inmigrantes irregulares desde Turqu¨ªa. Desde marzo de 2016, cuando Bruselas firm¨® un controvertido acuerdo con Ankara para reducir los flujos de emigrantes, solo los casos vulnerables son trasladados de los puntos calientes a territorio griego. Eida esperaba convertirse en uno de esos casos.
A los dem¨¢s les quedan dos opciones: languidecer en condiciones deplorables dentro de los campos hasta que se examinen sus solicitudes de asilo; o pagar 1.000 euros o m¨¢s a las redes locales de tr¨¢fico de personas para que los trasladen al continente.
Anastasia Theodoridou, jefa de servicios sociales en el hospital p¨²blico de Samos, explica que constantemente ve casos como el de Eida. ¡°Docenas de mujeres llegan al hospital desesperadas por saber si est¨¢n embarazadas. Otros refugiados buscan con ansia una diagnosis de cualquier enfermedad grave. Y si no tienen nada, traen a la pareja y a los hijos¡±. Quiz¨¢ uno de ellos consiga un diagn¨®stico. Seg¨²n documentos internos, el hospital de Samos ha recibido 7.857 visitas de refugiados desde comienzos de a?o.
Esta realidad de los refugiados que esperan un diagn¨®stico de enfermedad o de embarazo para salir del punto caliente pone en duda la ret¨®rica triunfante de la UE sobre el ¨¦xito de su acuerdo con Turqu¨ªa y la eficacia de su respuesta general a la crisis de los refugiados. La perspectiva optimista que transmite Bruselas se basa a menudo en estad¨ªsticas que muestran una fuerte reducci¨®n de las entradas irregulares diarias y de las muertes en el Egeo. A su vez esa visi¨®n justifica:
- Por qu¨¦ los medios de comunicaci¨®n internacionales han abandonado los puntos calientes.
- Por qu¨¦ las ONG presentes en estas islas hacen el equipaje y est¨¢n siendo sustituidas por los servicios p¨²blicos.
- Por qu¨¦ hay tan pocos voluntarios.
- Por qu¨¦ se ha reducido la financiaci¨®n oficial.
- Por qu¨¦ las donaciones privadas, antes generosas, ahora escasean.
- Por qu¨¦ las cansadas capitales europeas tienen la tentaci¨®n de zanjar el problema como una ¡°misi¨®n cumplida¡±.
Pero a pesar del considerable apoyo de la UE a Atenas ¨Cseg¨²n la Comisi¨®n Europea se han dedicado 430 millones de euros¨C, las condiciones en los puntos calientes griegos siguen siendo terribles. Ahora que la atenci¨®n se centra en los refugiados que cruzan el mar desde Libia, T¨²nez o Argelia, la situaci¨®n aqu¨ª no es menos dram¨¢tica que hace un a?o. La crisis sigue siendo terrible, aunque haya sido un tanto olvidada.
¡°Nos sentimos abandonados¡±
Las espantosas condiciones se comprueban de inmediato al visitar el campamento de Samos, situado en Vathy, un pueblo de 6.200 habitantes construido a modo de anfiteatro con vistas al hermoso puerto. El campamento est¨¢ situado a solo 200 metros del pueblo y se construy¨® para albergar a 700 personas. Ahora que el n¨²mero de refugiados cuadruplica con creces la capacidad del campo, cientos de ellos se ven obligados a dormir al raso o en fr¨¢giles tiendas de campa?a. Ha surgido otro campamento improvisado, que se llena de arena y polvo cuando sopla el viento y que ser¨¢ f¨¢cilmente barrido por el primer temporal de lluvia.
¡°Nos sentimos abandonados¡±, asegura Diab, de 23 a?os y procedente de Homs, Siria. Se queja de la escasez de medicinas, de ropa, de suministros, de comida decente y de higiene. Est¨¢ aqu¨ª con su familia, que incluye a un ni?o de seis a?os que se oculta tras su madre cada vez que oye un ruido fuerte o ve a un extra?o. Est¨¢ traumatizado por los bombardeos en Siria, explica Diab.
La familia ha instalado en el monte, fuera del campamento principal, una peque?a tienda de campa?a que les proporciona poca protecci¨®n frente a los elementos y que hace poco se inund¨® tras un breve chaparr¨®n. No tienen m¨¢s prendas de vestir que las puestas. Por la ma?ana hacen cola en la ¨²nica fuente para coger agua corriente. Evitan utilizar los ba?os del campamento por una buena raz¨®n: son pocos y est¨¢n suc¨ªsimos.
Los refugiados y organizaciones internacionales como ACNUR, Amnist¨ªa Internacional y M¨¦dicos sin fronteras temen la llegada del invierno e instan a las autoridades a acelerar sus esfuerzos. Los refugiados se quejan de que cuando piden ropa de invierno y mantas la respuesta es siempre la misma: ¡°Ma?ana, ma?ana¡±.
¡°Descongesti¨®n¡± es una palabra que se oye en toda Samos. Casi todo el mundo quiere que los refugiados se vayan de la isla. Eso incluye a los activistas, a los pol¨ªticos de izquierdas y a los trabajadores de las ONG. Consideran que es necesario albergar como es debido a los refugiados en territorio griego, pero tambi¨¦n temen que si permanecen en la isla en n¨²meros y condiciones semejantes, los radicales, que ya est¨¢n aprovechando el miedo de los residentes, hagan que Samos se incline por la extrema derecha.
El resentimiento aumenta?
Samos podr¨ªa ser un terreno abonado. La isla est¨¢ situada a apenas 1,8 kil¨®metros de la archienemiga de Grecia, Turqu¨ªa, separadas tan solo por el peque?o estrecho de M¨ªcala. Sus 32.000 habitantes siguen siendo ferozmente patri¨®ticos. A muchos residentes les ha resultado dif¨ªcil aceptar la presencia constante de grandes n¨²meros de refugiados en su isla. El malestar crece. Los polic¨ªas sienten nostalgia de los tiempos tranquilos de anta?o, antes de la crisis de los refugiados. Abundan los relatos sobre delitos cometidos por los inmigrantes, a pesar de que solo se han denunciado unas cuantas faltas menores ante las autoridades.
Los pol¨ªticos y los medios de comunicaci¨®n locales, e incluso la poderosa Iglesia de la isla, justifican o alimentan activamente el rencor. Eusebio de Samos e Ikaria, el obispo local, envi¨® recientemente una carta al primer ministro, Alexis Tsipras, en la que le advert¨ªa de que la situaci¨®n en la isla es ¡°dram¨¢tica¡± y tachaba de ¡°ataque¡± las nuevas llegadas. Un sacerdote que desea conservar el anonimato para expresarse con libertad citaba el evangelio de San Mateo para describir la respuesta adecuada al supuesto ¡°ataque¡±: ¡°Todos los que empu?an espada, a espada morir¨¢n¡±. No hay compasi¨®n que valga.
En este clima, cualquier iniciativa del Gobierno para aliviar la situaci¨®n suscita una oposici¨®n feroz, hostil incluso. Las ideas de crear un segundo ¡°punto caliente¡± se han ido a pique. Los esfuerzos por ampliar un programa que aloja a los refugiados en casas de alquiler tampoco han ido a ning¨²n lado, a pesar de que no escasean las casas vac¨ªas en estas aldeas isle?as apenas pobladas. Hace poco hubo un choque violento entre los habitantes de un pueblo y los empleados de una ONG y algunos propietarios de viviendas que estaban dispuestos a alquilarlas a familias de refugiados y acabaron zarandeados por manifestantes enfurecidos.
Puede que Mytilinioi, un hermoso y exuberante pueblo de 2.000 habitantes, a 10 kil¨®metros al suroeste de Vathy, sea el lugar donde m¨¢s se palpa el resentimiento contra los inmigrantes. El alcalde, Giorgos Eleftheroglou, es uno de los que m¨¢s abiertamente critican a los refugiados en la isla, que ya es decir. Con m¨¢s de 70 a?os, pero todav¨ªa ¨¢gil, afirma que cualquier intento de introducir refugiados en su pueblo encontrar¨¢ resistencia. Quiz¨¢s incluso resistencia armada.
¡°Sacaremos las escopetas y nos enfrentaremos a las ONG y a cualquiera que intente impon¨¦rnoslos¡±, advierte, aunque se apresura a a?adir que no tiene intenci¨®n de disparar contra los refugiados. Aun as¨ª, ha reunido a un peque?o equipo de justicieros aficionados a los que denomina su ¡°grupo de asalto¡±. Y entonces, Eleftheroglou plantea una tendenciosa pregunta ret¨®rica: ¡°?Y si los inmigrantes causan des¨®rdenes p¨²blicos o le prenden fuego a algo? Aqu¨ª no tengo servicio de bomberos, ni polic¨ªa, ni nada. ?Qu¨¦ se supone que debo hacer? ?Dejar que arda el pueblo?¡±. Al fin y al cabo, ¨¦l es el alcalde. Sus palabras de despedida producen un escalofr¨ªo: ¡°Tengo el deber de hacer lo que sea necesario¡±.
* Traducci¨®n de News Clips.
Este art¨ªculo forma parte de una serie realizada por Politiken, Der Spiegel, Le Monde, La Stampa, The Guardian y EL PA?S. Un viaje que pasa por Espa?a, Marruecos, Libia, Gambia, Argelia y Grecia. LEER TODOS LOS REPORTAJES >>