El infierno de la locura en medio de la guerra siria
El n¨²mero de trastornados por la violencia sufrida durante la contienda es una inc¨®gnita. En todo el pa¨ªs quedan unos 50 psiquiatras y dos hospitales para enfermos mentales
¡°Me intentaron degollar. ?Mira!¡±, grita nervioso Amar K. al tiempo que tira simult¨¢neamente del cuello del jersey y estira el suyo para desvelar unas espeluznantes marcas de cuchillo salpicadas por puntos mal cosidos. ¡°Los del Daesh [acr¨®nimo en ¨¢rabe para el Estado Isl¨¢mico o ISIS] me torturaron durante meses hasta obligarme a combatir con ellos¡±, relata este joven de 26 a?os, mand¨ªbula contra¨ªda y un cuerpo tatuado por las cicatrices producidas por latigazos y machetazos. Dado por muerto despu¨¦s de que un yihadista creyera haberle decapitado, el joven Amar cuenta que escap¨® a zona bajo control gubernamental.
¡°Tenemos 184 pacientes, entre ellos, cincuenta mujeres¡±, cuenta Bassam Heik, director del Hospital psiqui¨¢trico de Ibn Khaldoun, en las afueras de Alepo. ¡°Aqu¨ª damos cobijo a los olvidados, el eslab¨®n m¨¢s bajo de las v¨ªctimas de la guerra¡±, murmura Heik. La estigmatizaci¨®n del loco en las sociedades ¨¢rabes lleva a considerar a estos pacientes como pose¨ªdos por los esp¨ªritus, por lo que acaban siendo abandonados por sus propios familiares. ¡°El 50% de nuestros pacientes ha enloquecido durante la guerra al sufrir un trauma irreversible¡±, explica el director. Acallados los combates, a sus puertas llegan cada d¨ªa m¨¢s pacientes tra¨ªdos por familiares o patrullas de polic¨ªa. Este centro, financiado por el Gobierno de Damasco, acoge por igual a los llegados de zonas leales al presidente Bachar el Asad como a los de las regiones insurrectas.
La mirada de Amar alterna entre el miedo y la rabia. Bajo sus ojos, dos enormes bolsas negras dan fe de largas noches de insomnio. Las palabras brotan a raudales por la boca de este antiguo obrero, devolvi¨¦ndole a la pesadilla que vivi¨® en su ciudad natal de Manbij, al noreste del pa¨ªs y antiguo feudo del ISIS. ¡°Solo quiero casarme y fundar una familia¡y vivir en paz¡±, musita Amar camino de su cuarto. Esta noche, tendr¨¢n que doblarle la medicaci¨®n por haber accedido a compartir su tragedia.
El de Ibn Khaldoun es el ¨²nico hospital psiqui¨¢trico en todo el norte de Siria. El segundo se encuentra en Damasco. Abierto en 1942, sus instalaciones fueron tomadas en 2013 por Al Qaeda primero, y por el ISIS despu¨¦s, relata Heik. ¡°A uno de nuestros pacientes lo mataron por brujer¨ªa. El hombre hablaba siete idiomas. A otros dos los convirtieron en bombas humanas a cambio de un pu?ado de cigarrillos¡±, acota. Al o¨ªr la palabra cigarrillo, los pacientes se arremolinan alrededor del personal, para, poco disimuladamente, solicitar un pitillo, el producto m¨¢s codiciado en este centro.
En la sala de la televisi¨®n, varios pacientes se cuadran en fila haciendo el saludo marcial. Uno de ellos se presenta como el primo de Bachar el Asad. Otro asegura ser Al Mahdi, duod¨¦cimo im¨¢n que seg¨²n una escisi¨®n chi¨ª del islam habr¨¢ de reaparecer el d¨ªa del juicio final. Todos saludan afables e incluso besan en la mejilla al director. Un equipo de 40 personas, entre fisioterapeutas, psic¨®logos, psiquiatras, enfermeros y guardas velan por su salud mental y f¨ªsica. Parte de ellos nos siguen atentos durante el recorrido, ¡°No sabes cu¨¢ndo pueden estallar en c¨®lera¡±, murmura uno de ellos.
Los pasillos huelen a jab¨®n y las instalaciones mantienen una pulcritud que choca con los restos de combates que a¨²n siembran sus jardines. Que pare el ruido de las armas porque queremos o¨ªr el sonido de la m¨²sica, reza escrito en ¨¢rabe un folio pegado con celo en la sala de m¨²sica. En el cuarto de al lado se apilan las m¨¢quinas para la rehabilitaci¨®n muscular, presididas por un futbol¨ªn.
En el pabell¨®n de mujeres, la sombra de lo que fue una se?ora de 47 a?os descansa en su cama, aguardando su quinta operaci¨®n. Shahad, seud¨®nimo que elige esta antigua enfermera, viv¨ªa en el barrio insurrecto de Saladino, en Alepo. Una ma?ana cualquiera, se levant¨® para verse bruscamente apaleada por su marido que la encaden¨® a una tuber¨ªa de la cocina. ?l huy¨® con todas las joyas y ahorros. Ella se qued¨® sola con sus dos hijas de nueve y 11 a?os. Las peque?as comenzaron a mendigar por las calles para lograr algo de comida. Los gritos de Shahad no hicieron m¨¢s que convencer a aquellos escasos transe¨²ntes de que estaba pose¨ªda por el dyin [esp¨ªritu, en ¨¢rabe]. Heik asegura que nadie rompi¨® sus cadenas en los dos a?os que permaneci¨® atada a esa cocina, hasta que, tras los combates, un grupo de soldados regulares irrumpieron en su hogar.
Para aquel entonces, Shahad ya hab¨ªa perdido la cabeza, y las cadenas se hab¨ªan incrustado en la carne hasta mezclarse con el hueso, inmovilizando su mu?eca. En su cabeza confunde pasado con presente y la medicaci¨®n la mantiene sedada. Lleva apenas un a?o en este hospital y su hermano se ha desentendido de ella. Tan solo le manda a sus hijas en d¨ªas se?alados. Son los ¨²nicos momentos que Shahad recuerda con claridad.
Escasez de centros y f¨¢rmacos
¡°El problema cl¨ªnico m¨¢s significativo y prevalente entre los sirios son los trastornos mentales ¡°, concluye un informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). A falta de cifras que den cuenta del n¨²mero de sirios a los que la guerra ha privado de cordura, los estudios estiman que el 50% de las instalaciones m¨¦dicas del pa¨ªs han sido da?adas o destruidas. ¡°Quedan unos 50 psiquiatras para una poblaci¨®n de 22 millones¡±, es el c¨¢lculo que hace el doctor Zaher Sahloul, de la Sociedad M¨¦dica Americano-Siria. Citado en un informe del Banco Mundial, Sahloul estima que cerca de 200.000 civiles han muerto durante el conflicto por falta de acceso a tratamientos m¨¦dicos, lo que superar¨ªa el balance de v¨ªctimas civiles de guerra, estimadas entre 320.000 y 470.000 -seg¨²n las fuentes- un tercio de ellos civiles.
Israa, que aparenta la treintena, ha sido la ¨²ltima en ingresar en este hospital. Presenci¨® como un mortero desmembr¨® y mat¨® a su hija de ocho a?os, Wafaa, cuando paseaban por la calle. Trastornada, hoy insiste en que est¨¢ embarazada de gemelos, ¡°varones¡±, recalca. Otea sin descanso los pasillos del hospital. Asegura que su esposo pronto vendr¨¢ a buscarla. Fue precisamente su marido el que la abandon¨® a las puertas del hospital diez d¨ªas atr¨¢s para nunca m¨¢s regresar.
Al anochecer, los pacientes del doctor Heik se re¨²nen para sorber un t¨¦. ¡°?No se vaya a equivocar de taza!¡±, susurra el director. Es la mejor forma que han encontrado para darles la medicaci¨®n sin que protesten. ¡°Nos cuesta mucho conseguir medicamentos como haloperidol que recetamos a los que sufren de psicosis¡±, dice Heik. A la deficiente infraestructura m¨¦dica de Siria se suma la falta de medicaci¨®n provocada por el estricto embargo que pesa sobre el pa¨ªs y por la destrucci¨®n de las empresas farmac¨¦uticas que, en 2010, cubr¨ªan el 98% de las necesidades. Hoy, los traficantes hacen su agosto con el contrabando desde pa¨ªses lim¨ªtrofes de aquellos f¨¢rmacos inaccesibles en Siria para todo tipo de enfermedades cr¨®nicas.
Sin acceso a su medicaci¨®n durante m¨¢s de seis a?os de guerra, la salud mental de los enfermos mentales cr¨®nicos ha empeorado dr¨¢sticamente. Es el caso del "paciente sin nombre", que la polic¨ªa encontr¨® deambulando en un parque de Homs. ¡°Pesaba 40 kilos cuando lleg¨®¡±, cuenta un enfermero al tiempo que empuja la silla de ruedas. ¡°Le hemos puesto Mohamed, para poder llamarle de alguna forma, aunque apenas pronuncia tres palabras al d¨ªa¡±. Al ser increpado, este paciente sonr¨ªe. ¡°Creo que se quedar¨¢ aqu¨ª hasta que muera¡±, comenta su cuidador.
El 70% de los ni?os sirios sufren trastornos mentales debidos a la guerra
"Cerca de tres millones de ni?os sirios menores de seis a?os han pasado toda su vida en zona de guerra y m¨¢s de dos millones han sido forzados a huir como refugiados a terceros pa¨ªses", es el dictamen que hace en su ¨²ltimo informe la ONG Save The Children. El 70% de los ni?os sirios sufren estr¨¦s post traum¨¢tico que suele desembocar en depresiones, conducta violenta o incluso tendencia al suicidio. En los asentamientos informales del L¨ªbano, pa¨ªs que alberga a 1.5 millones de refugiados sirios, es com¨²n toparse con peque?os que han perdido el habla tras presenciar el asesinato o brutal muerte de un familiar. A otros, les han salido de la noche a la ma?ana mechones de pelo blanco en la cabeza, fruto del terror vivido una noche de estruendos de morteros o bombardeos.
La mitad del personal m¨¦dico ha huido de Siria durante la guerra y al menos 784 de ellos han muerto en la contienda. " En el norte de Siria solo quedan dos psiquiatras para una poblaci¨®n de seis millones de personas", nos contaba al tel¨¦fono un mes atr¨¢s el doctor Hamil Boubaker, Coordinador M¨¦dico de MSF para el norte de Siria. Alertadas por el invisible e incalculable efecto de los traumas de guerra, las ONG incluyen hoy la presencia de psic¨®logos en sus equipos. Los casos de suicidio tambi¨¦n aumentan, con numerosos j¨®venes recurriendo a la tristemente hoy conocida ?pastilla del gas?, una accesible gragea compuesta por fosfato de aluminio y empleada como fertilizante que, injerida, conlleva en el 90% de los casos a la muerte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.