El fantasma de Escobar
?Por qu¨¦ la gente del municipio colombiano de Carepa le hace un homenaje de h¨¦roe a un narcotraficante?
Sonaban narcocorridos y se confund¨ªan con el ruido ensordecedor de una caravana de motocicletas. Algunos lloraban. Otros abusaban del licor. Todo ocurr¨ªa en Carepa, en el Urab¨¢ antioque?o, donde no viven m¨¢s de 40.000 personas. Era un homenaje para despedir como ¨ªdolo a Luis Orlando Padierna Pe?a, alias Inglaterra, el tercer hombre del Clan del Golfo, dedicado al narcotr¨¢fico y a las mujeres, preferiblemente menores de edad. Hasta camisetas con su imagen mandaron a imprimir, para no olvidar a otro delincuente m¨¢s que cae en Colombia.
Un joven de 17 a?os que estuvo en el sepelio dijo no estar de acuerdo con lo que hac¨ªa el delincuente, pero que como ayudaba a muchos, su madre hab¨ªa aceptado que ¨¦l fuera al evento de esa tarde en el pueblo. La reacci¨®n inicial de los medios de comunicaci¨®n fue compararlo con el monstruo que ahora inspira series televisivas, Pablo Escobar, quien por a?os asesin¨®, con carros bomba y sicarios, desde a inocentes ciudadanos hasta a candidatos presidenciales.
Y la pregunta de fondo, ?por qu¨¦ la gente de Carepa le hace un homenaje de h¨¦roe a un narcotraficante? Intentar encontrar respuestas a un comportamiento colectivo en la justificaci¨®n de la ilegalidad no es tarea f¨¢cil en una naci¨®n como la nuestra, donde la marginalidad en la que sobreviven muchos en algunas zonas sigue siendo una peligrosa explicaci¨®n que termina por normalizar y reciclar las sucesivas violencias.
La recurrente impunidad social con el traqueteo pareciera que ha ocasionado un derrumbe ¨¦tico. No es la confusi¨®n de valores, pues claramente quienes los validan saben bien lo que hacen. Con acierto explicaba Federico Arango que la narrativa de las consecuencias de la ¨¦poca del narcoterrorismo en Colombia se qued¨® en sectores de lo nacional sin llegar a convertirse en la memoria hist¨®rica a partir de la cual es posible reconstruir el tejido social.
Y sin embargo de esas mismas regiones donde convierten a delincuentes en ¨ªdolos de barro, han surgido verdaderos liderazgos ¨¦ticos, de superaci¨®n como los de la atleta Catherine Ibarg¨¹en de Turbo, Antioquia, o Jossimar Calvo, el pesista de C¨²cuta en la frontera con Venezuela o de m¨²sicos como Chocquibtown del Pac¨ªfico profundo y pobre. Y tampoco han logrado contagiar la fibra nacional, porque se trata de relatos de ¨¦xito individual no dependientes de un estado proveedor.
Tendr¨ªamos entonces que asumir que la ausencia del Estado padre o madre justifica el relativismo moral y que los delincuentes saben c¨®mo aprovechar esos espacios para convertirse en los ¨ªdolos del pueblo sediento. En parte s¨ª, pero no como premisa general ni como resultado de la desesperanza en la lucha de clases.
Las im¨¢genes en el entierro de al¨ªas Inglaterra son parecidas a algunas en las ciudades capitales. Se hacen manifiestas en los conciertos de reguet¨®n, pero no del bueno tan r¨ªtmico y provocador, sino en el de la est¨¦tica de bailarinas voluminosas de movimiento repetidos y bruscos que seducen a hombres de gafas oscuras en la noche, pantalones ca¨ªdos y caminar copiado de culturas profundas del sur del Bronx en Nueva York, donde el arraigo del andar con los pies arrastrados corresponde a un ser y estar que tiene otro fundamento vital.
Que no es la cultura traqueta con el Dios dinero creando ansiedades en las tempranas juventudes, a pesar de que se quieran declarar herederos del hip hop, el reggae, sus l¨ªricas expl¨ªcitas tienen m¨¢s un sentido mercantilista que de protesta o desahogo.
Y si en las tarimas del espect¨¢culo se pierde la posibilidad del goce por la m¨²sica ante las im¨¢genes, que abruptas atortolan, en el p¨²blico asistente prima la est¨¦tica de los hombres que llevan a sus parejas de la mano mirando amenazantes a los otros, insultando a quienes les impidan el paso r¨¢pido, porque no es de machos respetar una fila. Los pechos al aire, pero sobre todo la irascibilidad a flor de piel, los ojos exaltados y la droga en los bolsillos se confunden con esos otros ciudadanos que siendo hijos de la misma patria han optado por la decencia, no importa cu¨¢nta plata tengan en las billeteras.
En las regiones marginales como en las capitales del desarrollo se ven las conductas de muchos j¨®venes, de padres de esos j¨®venes, no confundidos en sus valores. Se les ve c¨®mplices de los alias Inglaterras sin medir las consecuencias.
Otro sector de nuestro pa¨ªs, entre tanto, lucha por abrir espacios de reconciliaci¨®n, campesinos honorables que otrora subsistieron sembrando coca, sonr¨ªen por un futuro en la legalidad aunque tengan ya 80 a?os. Quiero ver a esa Colombia reproducirse bailando lo que quiera en sus gustos personales, luchando por el sustento diario con decencia, luciendo los pantalones y los escotes como bien les plazca, pero no haciendo apolog¨ªa del delito ni alimentando violencias.
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