El Ej¨¦rcito siembra la incertidumbre en las favelas
Los vecinos de los arrabales pobres de R¨ªo se muestran divididos sobre los beneficios de la intervenci¨®n militar para poner fin a la espiral de violencia
Son las once de la ma?ana de un viernes que deber¨ªa ser uno m¨¢s en la Vila Kennedy. Por las calles de esta favela de R¨ªo de Janeiro se ve a un barbero, navaja en mano, unos j¨®venes cruzando la calle, de la mano o en bici, y a unos jubilados en la terraza de un establecimiento d¨¢ndole a la cerveza o jugando al billar. Y, en mitad de todo ello, fusiles y carros de combate.
Es la nueva normalidad de esta y otras favelas desde que el presidente del pa¨ªs, Michel Temer, firmara el pasado 16 de febrero un decreto que dejaba en manos del Ej¨¦rcito la seguridad del Estado de R¨ªo de Janeiro. Aquello era una respuesta a la incontenible espiral de violencia que hab¨ªa consumido al tercer Estado m¨¢s poblado de Brasil, sobre todo su capital, un lugar donde en 2017 fueron asesinadas 6.731 personas (40 homicidios por 100.000 habitantes, seg¨²n datos oficiales).
Pero la decisi¨®n de Temer tambi¨¦n abr¨ªa una serie de preguntas de dif¨ªcil respuesta. Ya que en la historia de Brasil nunca se ha suspendido la autonom¨ªa de ning¨²n Estado, ?qu¨¦ ten¨ªa que sentir la poblaci¨®n? ?Miedo, alivio? ?P¨¢nico? Ahora que sus calles, escenario de tiroteos en apariencia perennes, pasaban a tener a¨²n m¨¢s armas, ?acabar¨ªa la violencia o se multiplicar¨ªa?
¡°Si no me quitan el derecho de andar por la calle con libertad, pues que entren. El Ej¨¦rcito parece ser mejor que la polic¨ªa¡±, opina Wellington, negro, de 33 a?os, mientras sale de una tienda con varios amigos. Y, con caracter¨ªstica melancol¨ªa brasile?a, a?ade: ¡°Pero creo que la operaci¨®n no funcionar¨¢¡±. Mientras cruza la calle, una excavadora de las Fuerzas Armadas arranca unos amasijos de hierro y cemento del suelo. Serv¨ªan de escudos, instalados por los narcotraficantes que dominan la comunidad. Hasta ahora, frenaban la entrada de las autoridades.
Si la respuesta de Wellington suena ambigua es porque tambi¨¦n lo son las opiniones en la inmensa mayor¨ªa en las favelas. Tras una semana de intervenci¨®n, es demasiado pronto para saber si la presencia del Ej¨¦rcito ha cambiado algo, pero demasiado tarde como para no notar su presencia. Por ejemplo, el martes, en la favela Kelson¡¯s, las tropas llegaron al extremo de inspeccionar las mochilas de los ni?os peque?os que iban al colegio. Fueron severamente criticadas. Y una visita de EL PA?S al lugar dos d¨ªas despu¨¦s no aclar¨® si la medida hab¨ªa servido de algo o no: hab¨ªa varios j¨®venes, de entre 12 y 15 a?os, exhibiendo pistolas.
Otra de las ideas del Ej¨¦rcito ha sido fotografiar a todos los vecinos posibles de Vila Kennedy. Y sus documentos de identidad tambi¨¦n. Seg¨²n las tropas, era para que luego un comando pudiese cotejar los rostros con la informaci¨®n de la polic¨ªa y averiguar as¨ª a los antecedentes policiales de cada uno, si los hubiera. La idea, creen algunos, era romper con el mito de que, en palabras de Wellington, ¡°los narcotraficantes matan pero al menos saben qui¨¦nes son los vecinos, la polic¨ªa juzga por la apariencia¡±.
Tambi¨¦n por esto se critic¨® duramente a las tropas. La Defensora del Pueblo y la Orden de Abogados de Brasil tildaron la t¨¢ctica de abuso. Pero si se le pregunta a Vinicius, de 22 a?os, incluso ese abuso ha sido una mejora: ¨¦l cuenta que la polic¨ªa entraba en su casa y le torturaba con la cabeza cubierta por una bolsa de pl¨¢stico.
Cuando EL PA?S lleg¨® a su casa, hab¨ªa cinco hombres de las Fuerzas Armadas haci¨¦ndole preguntas, sin violencia f¨ªsica. ¡°Los soldados son m¨¢s suaves¡±, admite. Y, en referencia a las torturas, suspira: ¡°Ya estoy acostumbrado¡±.
Lo mismo opina la vecina de Vinicius, Clara, y no por ello est¨¢ convencida de que esta medida sirva de nada. ¡°Son m¨¢s educados, pero en poco tiempo se ir¨¢n y todo volver¨¢ a ser como antes. Vivimos dentro de casa porque siempre hay tiroteos. Si quieren hacer algo por nosotros, que lo hagan bien. De lo contrario, mejor que no vengan¡±, dice. Se refiere a la falta de ambici¨®n real del plan, otra de las quejas principales de los habitantes de las favelas.
En Kelson¡¯s los mayores a¨²n est¨¢n obligados a caminar 40 minutos para llegar a un centro de salud y aqu¨ª sigue sin llegar el correo porque los carteros ¡°tienen miedo¡±, seg¨²n un vecino, Luciano. Otro a?ade: ¡°No se puede solucionar el problema solo con violencia. Tienen que resolver lo social, que los ni?os tengan salud p¨²blica y una buena escuela. Pero solo vienen a reprimirnos¡±, cuenta un vecino que no quiere identificarse.
Fusiles en las calles
De vuelta a la otra favela, Vila Kennedy, Davi dice lo mismo: ¡°Falta trabajo, salud y educaci¨®n. Dentro de poco los militares se ir¨¢n. Y habr¨¢ m¨¢s tiroteos, m¨¢s coches robados, m¨¢s escudos contra la polic¨ªa. Si al menos despu¨¦s nos trajeran m¨¢s proyectos sociales, m¨¢s deporte, m¨¢s cultura para los ni?os¡¡±.
Tantas fotos y revisiones a las mochilas de los ni?os y tanta presencia de fusiles en la calle, ?han valido la pena? El pasado viernes, cuando se cumpl¨ªa una semana del comienzo de la intervenci¨®n militar, fueron detenidas 27 personas. Y lo cierto es que, al menos por ahora, los tiroteos han parado.
Qui¨¦n sabe cu¨¢ndo volver¨¢n, si ma?ana o a finales de a?o, cuando est¨¢ previsto el final de la intervenci¨®n militar. ¡°Ojal¨¢ se queden aqu¨ª y no se vayan¡±, se congratula una vecina de cierta edad, con el saco de la comida del perro reci¨¦n comprado a cuestas. ¡°Los chavales estaban demasiado arrogantes, ense?ando sus armas por las calles¡±.
¡°Creen que todos somos bandidos¡±
Si la presencia del Ej¨¦rcito ha cambiado los ¨¢nimos es en parte porque trae caras nuevas a las calles. En el eterno conflicto entre la polic¨ªa carioca y los narcotraficantes, los primeros han visto c¨®mo se convert¨ªan en los villanos de la funci¨®n. La polic¨ªa de R¨ªo era la que m¨¢s mataba (y la que m¨¢s mor¨ªa asesinada) y la que m¨¢s infracciones comet¨ªa para mantener a los vecinos a raya. El conductor de un mototaxi recuerda: ¡°Una vez dijeron que mi casa era sospechosa de algo y entraron. Solo estaba mi esposa. No ten¨ªan autorizaci¨®n judicial, pero la inspeccionaron, tiraron nuestras ropas al suelo, desordenaron todo. Y luego le dijeron a ella de manera ir¨®nica que arreglara todo¡±, cuenta. ¡°Creen que todos los que viven en la favela somos bandidos. ?Crees que en Copacabana [de clase media alta] hacen lo mismo?¡±.
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