No soy mujer
Soy una excepci¨®n, en un ¨¢rea -Am¨¦rica Latina y el Caribe- que tiene, seg¨²n un informe de la ONU de 2017, "la tasa mayor de violencia sexual fuera de la pareja del mundo y la segunda tasa mayor de violencia por parte de pareja o expareja"
No soy mujer. Vivo en un pa¨ªs latinoamericano y tengo g¨¦nero femenino. Pero gano m¨¢s dinero que muchos hombres que conozco; si hubiera tenido que hacerme un aborto -aunque en mi pa¨ªs, la Argentina, la interrupci¨®n del embarazo es ilegal- hubiera podido pagarle a un buen m¨¦dico y no hubiera corrido el riesgo de acabar muerta o est¨¦ril por causa de una infecci¨®n; nunca me han arrojado ¨¢cido a la cara; no me han arrancado los ojos; no me han quemado viva; no fui violada ni por extra?os ni por mi pareja; jam¨¢s fui golpeada por un hombre; no tuve que hacerme cargo de cuidar sola a los enfermos de mi familia; no soy la ¨²nica en mi casa que cocina o hace las compras; la "presi¨®n social" para reproducirme no me hizo mella (al punto de no haberla sentido). Viv¨ª en, de, por y para la libertad, la autosuficiencia y la insurrecci¨®n, y pagu¨¦ por eso los precios que paga cualquier persona, macho, hembra, travesti, transg¨¦nero, etc¨¦tera, de cualquier orientaci¨®n sexual. Lo dicho: no soy mujer.
O mejor: soy una mujer de clase media, con estudios universitarios, sin creencia religiosa, con conocimientos precisos acerca de la anticoncepci¨®n, las enfermedades de transmisi¨®n sexual, la conciencia del cuerpo y los derechos ciudadanos que me asisten, con independencia econ¨®mica, un trabajo que me gusta, una pareja que comparte las tareas cotidianas y que no emplea frases que empiezan con "Te", como "Te lav¨¦ los platos" o "Te hice las compras", puesto que los platos y las compras son asunto de los dos, no solamente m¨ªos. Viajo donde quiero sin pedir permiso; salgo con amigos sin que eso dispare celos de ninguna clase; no rindo cuentas; no pido ni doy explicaciones; no reviso tel¨¦fonos celulares ajenos ni me los revisan; abomino de las frases "cosas de chicas", "charla de mujeres" o "el grupo de las mamis", y nunca sent¨ª que mi g¨¦nero fuera un impedimento para hacer lo que me gusta (ni tampoco lo contrario: mi g¨¦nero no me facilit¨® nada).
Por esas, y muchas otras cosas, soy una excepci¨®n -acompa?ada por un buen pu?ado de excepciones que no son m¨¢s que eso: un pu?ado-, en un ¨¢rea -Am¨¦rica Latina y el Caribe- que tiene, seg¨²n un informe de la ONU de 2017, "la tasa mayor de violencia sexual fuera de la pareja del mundo y la segunda tasa mayor de violencia por parte de pareja o expareja", a pesar de que en los ¨²ltimos a?os 18 pa¨ªses de la regi¨®n incluyeron leyes tipificando el delito de asesinato de una mujer por el s¨®lo hecho de serlo: eso que conocemos como femicidio.
Debido al protagonismo que tiene en esta parte del planeta esa violencia desorbitada contra las de mi g¨¦nero -mis hermanas-, podr¨ªa pensarse que poner sobre la mesa este 8 de marzo temas como la igualdad de salarios, las leyes de cupo o el llamado techo de cristal equivale a preocuparse por un eczema cuando uno debe someterse a una operaci¨®n a coraz¨®n abierto. Me permito pensar que no es as¨ª, porque el asunto viene en combo y desde lejos.
Algo est¨¢ muy mal si hay que "explicar" los motivos por los cuales no est¨¢ bien acuchillar o moler a golpes a la mitad de la poblaci¨®n; algo est¨¢ muy mal si hay que "explicar" los motivos por los cuales no es admisible que una mujer gane menos que un hombre si hace el mismo trabajo; y algo est¨¢ muy mal si hay que "explicar" los motivos por los cuales no debe haber ning¨²n mecanismo, expl¨ªcito o disimulado, que impida el acceso aun puesto por cuestiones de g¨¦nero. Pero hay algo que est¨¢ muy mal mucho antes de llegar a la violencia desaforada, la discriminaci¨®n y la desigualdad, y que empieza con un mundo dividido -por mujeres y por hombres- en celeste y en rosa. Un mundo en el que campean ideas tales como "esas no son cosas de nenas" (y su contrapartida "esas son cosas de nenas"); ideas como "el sue?o de toda mujer es ser madre" (y su derivada: "una mujer que no es madre no es una mujer completa"); ideas como "la sensibilidad femenina es distinta a la masculina" (lo que nos lleva de regreso al principio: "hay cosas de nenes y cosas de nenas"). Ideas, estas y muchas otras, que hombres y mujeres repiten ancestralmente como un mantra incuestionable, y que resultan tan perniciosas -y tan invisibles- como el techo de cristal.
Hay un hilo conductor nada inocente, hijo directo de estas ideas, que une, por ejemplo, el hecho en apariencia banal de que casi todas las publicidades de art¨ªculos de limpieza -o de pa?ales- est¨¦n dirigidas a mujeres, y la frase "la mat¨¦ porque era m¨ªa". Hay un hilo conductor nada inocente, hijo directo de estas ideas, que une, por ejemplo, el hecho de que los periodistas continuemos perge?ando art¨ªculos sobre, por decir algo, "mujeres que conducen autobuses" (como si hubiera que celebrar que unos seres gen¨¦ticamente incapaces de mover palancas hubieran conseguido un logro importante), y la brecha salarial. Hay un hilo conductor nada inocente, hijo directo de estas ideas, que une, por ejemplo, el hecho en apariencia positivo de que se organicen mesas redondas en las que se convoca a mujeres a hablar de "literatura femenina" (como si eso existiera), y la dificultad para acceder a ciertos espacios por cuestiones de g¨¦nero.
Mientras el atavismo de educar a las ni?as para "cosas de ni?as" y a los ni?os para "cosas de ni?os" persista bajo cualquiera de sus formas, e inevitablemente se replique como un vibri¨®n col¨¦rico en todos los campos de la vida social, no habr¨¢ menos mujeres muertas y las ideas de equidad e igualdad -en cualquier terreno- ser¨¢n griales inalcanzables. Por todo eso, queda claro que esta no es una guerra de sexos: porque no es un asunto de mujeres sino de personas. De todas las personas.
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