M¨¢ster Piglia
Ricardo Piglia es la voz que se desdobla en conversaci¨®n con los difuntos y con los lectores que lo descubren por primera vez cada vez que lo leemos
En un mundo donde parece que todo mundo escribe, cada vez quedan menos hombres de letras; en un mundo donde cualquiera se vuelve autor, cada vez quedan menos escritores que se jactan de ser lectores y que enfrentan la p¨¢gina en blanco como detectives en un profundo ejercicio cr¨ªtico que entrecruza lo inveros¨ªmil con lo inverificable, lo palpable con lo invisible. Debo a Eduardo Becerra Grande y a la Universidad de Almer¨ªa la oportunidad de haberme reunido una vez m¨¢s con Massimo Rizzante, pensador andante, hombre de letras y convivir con otros amigos, nuevos y viejos, para celebrar la vida y obra de Ricardo Piglia, a poco m¨¢s de un a?o que dicen las enciclopedias que se ha ido.
Al filo del mar, gris y lluvioso como melena de un novelista y al filo de un desierto que parece cinematogr¨¢fico como cuento de c¨ªrculos conc¨¦ntricos, m¨¢s de una veintena de estudiosos pintaron la sombra de Piglia el heredero de la memoria de Borges, el detective en el espejo de su detective Croce, el guionista y cuentista minucioso y el hombre que se?alaba veredas en medio de la inmensa selva de las literaturas profundas. Entre la cifra de lo desconocido y la indescifrable levedad de las palabras, Piglia es un ensayista que novela, un cuentistas que analiza, un amigo que habla en la noche que se alarga de madrugada en conjeturas calladas, despeinando el pensamiento con una ligera tonada que se escucha siempre a lo lejos. Es la voz que se desdobla en conversaci¨®n con los difuntos y con los lectores que lo descubren por primera vez cada vez que lo leemos.
Entre la memoria de un pret¨¦rito que parece obviar en la amnesia los fan¨¢ticos del instante, Piglia advert¨ªa que en realidad no somos m¨¢s que porvenir y que la novela es siempre un territorio que se lee en un ma?ana que es terreno del deseo. Por eso se juntaron en Almer¨ªa, en el veinticinco aniversario de una universidad al filo de los acantilados donde se oyen sirenas, al lado del Cabo de Gata que es piedra preciosa y felino como monta?a, para hablar de Piglia en un presente donde no han de perecer sus cuadernos y sus notas, su prosa breve y sus largas tramas, mientras haya quien lo lea como quien camina con un sabio por un sendero de calles estrechas, brisa de mar y briznas de tantos autores fantasmas que se le enredaban en la cabellera para bien de los lectores, la multiplicaci¨®n de la lectura y el silencio que va rodeando sigilosamente el recuerdo de un hombre de letras como niebla tan lejana a la mentira de los premiados, los que suman sus ventas como industriales del papel.
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