Farsa t¨®xica o civismo zen
?C¨®mo seguir de cerca una campa?a electoral presidencial sin terminar resentido con la especie humana?
Son largas, t¨®xicas y abrumadoras. ?C¨®mo seguir de cerca una campa?a electoral presidencial sin terminar resentido con la especie humana, o al menos esa que vive del espect¨¢culo de morbo y circo en que se ha convertido el mercadeo de votos? No es s¨®lo que la competencia dej¨® hace tiempo de ser un debate de ideas y plataformas, si es que alguna vez lo fue, para dar paso a un bombardeo de propaganda y manipulaci¨®n descarada. Una puesta en escena f¨¢rsica que hace recordar el show de la lucha libre, en el que los disfraces, los aspavientos y la narrativa resultan cada vez m¨¢s surreales y carnavalescos. Con la diferencia de que la lucha es un espect¨¢culo ef¨ªmero y puntual que algunos disfrutan, mientras que las elecciones son procesos car¨ªsimos que todos pagamos y de consecuencias decisivas para los siguientes seis a?os.
Todos juegan a ser Macron a ratos, Trump a veces, Nelson Mandela casi siempre (por desgracia terminan siendo Enrique Pe?a Nieto). Unos usan a sus esposas; otros, im¨¢genes de sus hijos. Nada es demasiado indigno si el asesor de campa?a cree que puede hacernos ganar algunos votos. Ninguna alianza es descartable as¨ª sea el enemigo de ayer, el ex traidor o el impresentable. Y todos estar¨ªan dispuestos a vender su alma al diablo si no la tuvieran ya tres veces hipotecada. Todos los cuartos de guerra est¨¢n dispuestos a tirar armas qu¨ªmicas al campo de batalla aun cuando sepan que la nube t¨®xica puede venir de regreso. El triunfo del haiga sido como haiga sido en versi¨®n extrema.
M¨¢s del autor
El candidato que quiso convencernos de que es un ser humano medianamente sensible y solidario, cinco minutos m¨¢s tarde reta a un contrincante con diatribas propias de un mat¨®n de barrio. El ministro de Hacienda de la Administraci¨®n m¨¢s corrupta de la que se tenga memoria, convertido en ejemplo de probidad. Promesas de subsidios inveros¨ªmiles e invocaciones de un para¨ªso econ¨®mico imposible de cumplir salvo que un 2+2 sume 200.
Tratar de dilucidar qui¨¦n gan¨® el round de cada d¨ªa pierde sentido en una pelea a la que le faltan m¨¢s de cien episodios y en ring en que en lugar de un r¨¦feri hay varias docenas de jueces que desde sus columnas de opini¨®n y sus micr¨®fonos intentan convencernos de que su campe¨®n ya tom¨® una ventaja decisiva. Un asunto que compete m¨¢s a la clase pol¨ªtica profesional y a los periodistas que viven de la ex¨¦gesis, que al ciudadano que habr¨¢ de sufragar dentro de tres meses.
Seguir con la lupa los avances y retrocesos de una campa?a es como monitorear dos veces al d¨ªa las evoluciones de una inversi¨®n en acciones en la bolsa. Es decir, una fuente de angustias e incertidumbres tan absurdas como innecesarias. O tan ocioso como medir a un hijo con cinta m¨¦trica contra el marco de la puerta tres veces a la semana. A las campa?as electorales, como a las acciones o el crecimiento de los hijos no conviene micro administrarlas, a menos que seamos un poco masoquistas o nos guste coleccionar an¨¦cdotas que muestren el fondo ilimitado de los hombres para incurrir en la infamia en aras de la ambici¨®n.
Imposible escapar al bombardeo visual y auditivo de las campa?as. Postes y bardas quedar¨¢n inundados por rostros convertidos en m¨¢scaras a fuerza de Photoshop; esl¨®ganes y promesas transformados en estribillos m¨¢s gastados que el Despacito, de Luis Fonsi. Contaminaci¨®n ad n¨¢useam del espacio auditivo y visual. Una farsa que financiamos todos. Ning¨²n candidato es tan execrable como lo pintan sus adversarios pero a¨²n se parece menos al h¨¦roe que describen sus comerciales. La ¨²nica defensa que tiene el ciudadano es refugiarse en una suerte de civismo zen. Ignorar el esc¨¢ndalo del d¨ªa (puedo garantizarle que est¨¢ inflado) y procurar enterarse a fondo de los programas de gobierno de los candidatos un par de semanas antes de la elecci¨®n. Todo lo dem¨¢s sale sobrando.
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