Este pozo oscuro
Uno sabe que est¨¢ de pie sobre una tierra que es al tiempo matadero y osario
Hay un problema que ronda la cabeza y la mano cuando se escribe sobre el asesinato de unos chicos inocentes. Porque hacerlo con pena y rabia no equivale, necesariamente, a hacerlo con inteligencia. Pero para qu¨¦ diablos sirven las reflexiones cuando uno solo quiere bajar la mirada y hacer chirriar los dientes, porque sabe que est¨¢ de pie sobre una tierra que es al tiempo matadero y osario, una tierra en la que muchos dedican su jornada de cada d¨ªa a utilizar a los otros como ganado, a explotarlos, dome?arlos, a disponer de su vida y muerte y de la propia carne de su cuerpo. Esto es M¨¦xico. En este pozo oscuro vivimos.
Lo que ha sucedido en Guadalajara con Javier Salom¨®n Aceves Gastelum (de 25 a?os), Marco Francisco Garc¨ªa ?valos y Jes¨²s Daniel D¨ªaz Garc¨ªa (de 20 a?os, ambos), tres estudiantes de cine secuestrados y muertos por el Cartel Jalisco Nueva Generaci¨®n, es mucho m¨¢s y mucho peor que un accidente o un episodio desafortunado. Nos repiten, las autoridades y la prensa, que los muchachos ¡°estaban en el lugar equivocado y en el momento equivocado¡± porque fueron a hacer una tarea a una casa, propiedad de la t¨ªa de una amiga suya, que result¨® estar vigilada por unos sicarios del Cartel, ansiosos de dar caza a unos rivales. ¡°Fue una confusi¨®n horrible¡±, dijo el fiscal estatal. Como si ese lugar y momento equivocados no fueran potencialmente, en M¨¦xico, cualquier tiempo y sitio. Como si no hubi¨¦ramos visto antes, tantas veces, c¨®mo otros chicos, en Guerrero, en Veracruz, en Tamaulipas, en donde fuera, encontraban destinos igual de terribles a manos de criminales disfrazados de polic¨ªas o de polic¨ªas en plan de criminales (imposible, en M¨¦xico, trazar una raya de divisi¨®n tajante entre el poder institucional y el de los delincuentes). Como si no aparecieran cuerpos muertos cada ma?ana a nuestro alrededor en este pa¨ªs de ¡°levantones¡±, de feminicidios, de fosas, de zanjas, de cobijas, de ¡°brechas remotas¡±, de tambos con ¨¢cido, en donde muchos mueren pero otros no terminan de estar muertos nunca, ya sea porque no somos capaces de encontrar sus restos, ya porque no reposan jam¨¢s, tampoco, los parientes y amigos de alguien que ha desaparecido (porque tambi¨¦n es el nuestro un pa¨ªs de madres, padres y hermanos que cavan y peregrinan en busca de los suyos, mientras que desde el poder les dejan caer mofas y amenazas).
En la Zona Metropolitana de Guadalajara, solo entre enero y marzo de este a?o se han registrado 300 homicidios dolosos. Y las cifras no indican que en el mes que corre, el de abril, vaya a cambiar la tendencia. La explicaci¨®n oficial es muy simple (y la misma que hemos escuchado durante el ¨²ltimo decenio para la totalidad de la violencia en el pa¨ªs): se trata de conflictos entre bandas criminales. Bandas que operan triunfalmente, que se enriquecen y hasta se exhiben en las redes y las calles y que se encuentran unidas al poder institucional, en toda escala, por cientos de hilos, canales, sociedades y ayuditas cotidianas. Bandas que nadie parece ser capaz de contener y no se diga ya de procesar.
Alg¨²n optimista dir¨¢ que las elecciones de este a?o 2018 son una posibilidad para cambiar este escenario siniestro. ?Pero qu¨¦ esperanza puede tenerse en la vida democr¨¢tica de un pa¨ªs en el que la rueda de prensa para informar del terrible final de los tres estudiantes de cine fue programada quir¨²rgicamente en lunes para que no interfiriera con el debate de los candidatos a la presidencia del domingo? Que me perdonen los entusiastas de cualquiera de los aspirantes: la sangre, el horror, la verg¨¹enza, son perdurables. Y no hay eslogan ni promesa que los borre.
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