¡°Seguid alzando la voz¡± (discurso ¨ªntegro)
Intervenci¨®n de Barack Obama en la Conferencia Anual sobre Nelson Mandela de 2018
Gracias a Mama Gra?a Machel, a los miembros de la familia Mandela, la familia Machel, el presidente Ramaphosa, que ha dado una nueva esperanza a este gran pa¨ªs, distinguidos invitados, Mama Sisulu y la familia Sisulu, el pueblo de Sud¨¢frica. Es un honor especial para m¨ª estar aqu¨ª con todos ustedes, reunidos para celebrar el nacimiento y la vida de uno de los aut¨¦nticos gigantes de la historia. Empezar¨¦ con una peque?a correcci¨®n (risas) y unas cuantas confesiones. La correcci¨®n es que bailo muy bien (risas). Quiero que quede claro. Michelle baila un poco mejor. Empecemos ahora con las confesiones:
La primera es que no estaba exactamente invitado a estar hoy aqu¨ª. Gra?a Machel me orden¨® educadamente que viniera (aclamaciones). La segunda confesi¨®n es que he olvidado mis conocimientos de geograf¨ªa y el hecho de que en Sud¨¢frica estamos ahora en invierno (risas). No me he tra¨ªdo ning¨²n abrigo, y esta ma?ana he tenido que enviar a una persona al centro comercial porque me he tenido que poner unos calzoncillos largos (risas). Al fin y al cabo, nac¨ª en Haw¨¢i. La tercera cosa que debo contar es que cuando mi equipo me dijo que ten¨ªa que dar una conferencia pens¨¦ en esos viejos profesores estirados, con traje de tweed y pajarita. Me pregunt¨¦ si esta era una se?al m¨¢s de mi nueva etapa, junto con las canas y los problemas de la vista. Pens¨¦ en que mis hijas creen que todo lo que les digo es un serm¨®n (risas). Me acord¨¦ de los periodistas estadounidenses y de lo frustrados que sol¨ªan sentirse con mis respuestas interminables en las ruedas de prensa, cuando no lograban sacarme declaraciones ni de dos minutos.
Sin embargo, dados los extra?os e inciertos tiempos en los que vivimos ¡ªque son extra?os, y son inciertos-, en los que las noticias de cada d¨ªa generan nuevos titulares confusos e inquietantes, he pensado que tal vez ser¨ªa ¨²til retroceder un instante y tratar de ver las cosas con cierta perspectiva. Por eso les pido que me disculpen, ¡ªa pesar de que hace algo de fr¨ªo¡ª, si dedico gran parte de esta conferencia a recordar d¨®nde hemos estado y c¨®mo hemos llegado hasta aqu¨ª, con la esperanza de que esta reflexi¨®n nos sirva de gu¨ªa para saber cu¨¢l es el camino a seguir.
Hace 100 a?os Madiba naci¨® en la aldea de M ¡ªvaya, siempre me pasa lo mismo (risas), tengo que aprender a pronunciar bien la M cuando estoy en Sud¨¢frica¡ª Mvezo, eso es. En realidad, es porque hace tanto fr¨ªo que se me pegan los labios (risas). En su autobiograf¨ªa, ¨¦l habla de una infancia feliz: cuidaba del ganado, jugaba con otros ni?os, y luego fue a una escuela donde una maestra le puso el nombre ingl¨¦s de Nelson. Como muchos de ustedes saben, Madiba dec¨ªa que ¡°no ten¨ªa ni idea¡± de por qu¨¦ lo llam¨® as¨ª.
No hab¨ªa ninguna raz¨®n para creer que un ni?o negro en esa ¨¦poca, en este lugar, iba a cambiar la historia. Sud¨¢frica no llevaba ni una d¨¦cada liberada del dominio brit¨¢nico. En ese momento ya se estaban elaborando las leyes para poner en pr¨¢ctica la segregaci¨®n y la opresi¨®n racial, lo que se conocer¨ªa luego como el Apartheid. La mayor parte de ?frica, incluida la tierra natal de mi padre, viv¨ªa bajo el poder colonial. Las potencias europeas, que hab¨ªan puesto fin a una horrible guerra mundial pocos meses antes de que naciera Madiba, decidieron que este continente y sus habitantes eran, sobre todo, el bot¨ªn de una disputa por el territorio, por sus abundantes recursos naturales y su mano de obra barata. La inferioridad de la raza negra se daba por descontada, as¨ª como la indiferencia hacia la cultura, los intereses y las aspiraciones de la gente de color.
Esta visi¨®n del mundo ¡ªque defiende que ciertas razas, naciones y grupos son superiores al resto, que fomenta la violencia y la coacci¨®n como la base fundamental para gobernar, basada en la ley del m¨¢s fuerte y cimentada en la idea de que la riqueza se obtiene sobre todo por la fuerza¡ª no se limitaba a las relaciones entre Europa y ?frica ni entre blancos y negros. Los blancos tambi¨¦n explotaban a otros blancos cuando pod¨ªan. Y, por cierto, los negros tambi¨¦n estaban muchas veces dispuestos a hacer lo mismo con otros negros. En todo el mundo, la mayor¨ªa de la gente ten¨ªa una vida de subsistencia, sin voz ni voto en la pol¨ªtica ni en la econom¨ªa. A menudo estaban sometidos al capricho y la crueldad de unos l¨ªderes ajenos a la realidad de sus pa¨ªses. Una persona corriente no ten¨ªa posibilidades de cambiar las circunstancias que determinaban su lugar de nacimiento. Las mujeres estaban supeditadas a los hombres. El privilegio y el estatus estaban r¨ªgidamente vinculados a la casta y al color de la piel, el origen ¨¦tnico y la religi¨®n. Incluso en mi propio pa¨ªs, en una democracia como Estados Unidos, basada en la declaraci¨®n de que todos los hombres son iguales, la segregaci¨®n racial y la discriminaci¨®n sistem¨¢tica eran legales en casi la mitad del pa¨ªs y habituales en todo el resto.
As¨ª era el mundo hace solo 100 a?os. Hoy todav¨ªa siguen vivas muchas de las personas que vieron aquella realidad. Por eso no es ninguna exageraci¨®n calificar de extraordinarias las transformaciones que han tenido lugar desde entonces. Una Segunda Guerra Mundial, todav¨ªa m¨¢s terrible que la primera, y una cascada de movimientos de liberaci¨®n en ?frica, Asia, Latinoam¨¦rica, Oriente medio, acabaron, por fin, con el poder colonial. Cada vez m¨¢s pueblos, que hab¨ªan sido testigos de los horrores del totalitarismo, las matanzas masivas del siglo XX, empezaron a adoptar una nueva visi¨®n para la humanidad, una nueva idea basada no solo en el principio de autodeterminaci¨®n de los pueblos, sino en la democracia, el Estado de derecho, los derechos civiles y la dignidad de cada persona.
En los pa¨ªses con econom¨ªas de mercado surgieron movimientos sindicales, se instituyeron normas comerciales y de salud e higiene. Se ampli¨® el acceso a la ense?anza p¨²blica, nacieron los sistemas de bienestar social para contener los excesos del capitalismo y reforzar su capacidad de ofrecer oportunidades, no a unos pocos, sino a todo el mundo. El resultado fue un crecimiento econ¨®mico sin precedentes. La expansi¨®n de la clase media. En mi pa¨ªs, la fuerza moral del movimiento de los derechos civiles no solo acab¨® con las leyes de Jim Crow, sino que abri¨® las puertas para que las mujeres y los grupos hist¨®ricamente marginados encontraran su espacio p¨²blico y reclamaran sus derechos de plena ciudadan¨ªa.
Nelson Mandela dedic¨® su vida a este largo camino hacia la libertad, la justicia y la igualdad de oportunidades. Al principio luch¨® por este lugar, su pa¨ªs, para terminar con el Apartheid y garantizar la igualdad pol¨ªtica, social y econ¨®mica de los ciudadanos no blancos y sin derechos de Sud¨¢frica. Sin embargo, gracias a su sacrificio, su liderazgo infatigable y, sobre todo, a su ejemplo moral, Mandela y el movimiento que encabezaba cruz¨® fronteras. Su figura encarn¨® las aspiraciones universales de las personas m¨¢s desfavorecidas. Les insufl¨® esperanza y les hizo ver que era posible una transformaci¨®n moral en la conducta de los seres humanos.
La luz de Madiba era tan brillante que incluso desde su estrecha celda de Robben Island lleg¨® a inspirar a un joven estudiante que viv¨ªa en el otro extremo del planeta a finales de los setenta. Fue capaz de hacerme pensar en c¨®mo podr¨ªa contribuir a hacer del mundo un lugar m¨¢s justo, me ayud¨® a cuestionarme mis prioridades. M¨¢s tarde, cuando estudiaba Derecho, vi a Madiba salir de prisi¨®n, s¨®lo unos meses despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. Sent¨ª la ola de esperanza que recorri¨® los corazones de todo el planeta. ?Recuerdan ese sentimiento? Parec¨ªa que las fuerzas del progreso eran imparables. Con cada paso que daba Madiba, uno sent¨ªa que ese era el instante en el que las viejas estructuras de violencia y represi¨®n y los antiguos odios que durante tanto tiempo hab¨ªan cercenado las vidas de la gente y reprimido el esp¨ªritu humano, estaban derrumb¨¢ndose ante nuestros ojos.
Y luego, cuando Madiba condujo a esta naci¨®n a trav¨¦s de las laboriosas negociaciones, la reconciliaci¨®n, las primeras elecciones libres y democr¨¢ticas, cuando todos presenciamos la delicadeza y la generosidad con la que acept¨® a sus antiguos enemigos y la sabidur¨ªa que demostr¨® al apartarse del poder cuando pens¨® que su labor estaba hecha, comprendimos (aplausos) que los subyugados y los oprimidos no eran los ¨²nicos que estaban liber¨¢ndose de los grilletes del pasado. Madiba estaba ofreciendo al opresor un regalo, la oportunidad de ver la realidad de otra manera, de participar en la construcci¨®n de un mundo mejor.
Durante las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XX, la visi¨®n progresista y democr¨¢tica que representaba Nelson Mandela estableci¨®, en muchos sentidos, los t¨¦rminos del debate pol¨ªtico internacional. Eso no quiere decir que su manera de hacer pol¨ªtica fuera siempre la triunfadora, pero s¨ª que fij¨® las condiciones, los par¨¢metros; nos ense?¨® una forma de reflexionar sobre el significado del progreso y sigui¨® empujando el mundo hacia adelante. Todav¨ªa hubo tragedias, sangrientas guerras civiles, desde los Balcanes hasta el Congo. Sin embargo, a pesar de las luchas ¨¦tnicas y sectarias que siguieron estallando con una frecuencia desgarradora, la persistencia de la disuasi¨®n nuclear, la existencia de un Jap¨®n pr¨®spero y pac¨ªfico, de una Europa unificada y afianzada en la OTAN y de la entrada de China en el sistema comercial mundial redujeron enormemente la posibilidad de una guerra entre las grandes potencias. En Europa, ?frica, Latinoam¨¦rica y el sudeste de Asia las dictaduras empezaron a dejar paso a las democracias. El mundo fue a mejor. El respeto a los derechos humanos y el principio de legalidad, plasmado en una declaraci¨®n de Naciones Unidas, se convirtieron en la norma b¨¢sica para la mayor¨ªa de los pa¨ªses, incluso en los sitios en los que la realidad estaba muy alejada de todos esos ideales. Incluso cuando se violaban los derechos humanos, los culpables empezaron a tener que estar a la defensiva.
Todos estos cambios geopol¨ªticos llegaron acompa?ados de transformaciones econ¨®micas. Las econom¨ªas que hab¨ªan estado cerradas se abrieron, y eso, unido a la integraci¨®n mundial impulsada por las nuevas tecnolog¨ªas, permiti¨® que se pusiera en marcha el talento emprendedor entre quienes hab¨ªan permanecido al margen de la econom¨ªa mundial. De pronto, empezaron a ser importantes. Ten¨ªan poder y la posibilidad de hacer cosas. Despu¨¦s llegaron los avances cient¨ªficos, las nuevas infraestructuras y la disminuci¨®n de los conflictos armados. De pronto, salieron de la pobreza mil millones de personas. Algunos de los pa¨ªses que siempre hab¨ªan pasado hambre fueron capaces de alimentarse, y las tasas de mortalidad infantil cayeron en picado. Mientras tanto, la difusi¨®n de Internet permiti¨® que la gente de todos los continentes se conectara. Las culturas y los continentes se unieron de forma inmediata. Surgi¨® la posibilidad de que un ni?o pudiera tener a su alcance todos los conocimientos del mundo incluso en la aldea m¨¢s remota.
Esto sucedi¨® en solo unas d¨¦cadas. Todos esos avances son reales, amplios y profundos, y se produjeron, si tenemos en cuenta toda la historia de la humanidad, en un abrir y cerrar de ojos. Hoy existe una generaci¨®n que ha crecido en un mundo que, en la mayor¨ªa de los aspectos, es cada vez m¨¢s libre, m¨¢s saludable, m¨¢s rico, menos violento y m¨¢s tolerante.
Todo esto deber¨ªa darnos esperanzas. Pero, aunque no podemos negar los grandes avances que ha hecho nuestro mundo desde que Madiba sali¨® de prisi¨®n, tambi¨¦n debemos ser conscientes de todos los aspectos en los que el orden internacional no ha estado a la altura de las expectativas. El hecho de que los gobiernos y los poderosos no hayan afrontado verdaderamente los fallos y las contradicciones de ese orden internacional es una de las razones por las que gran parte del mundo corre hoy el peligro de volver a una vieja forma de actuar m¨¢s brutal y peligrosa.
Por eso tenemos que empezar por reconocer que, por m¨¢s leyes que existan sobre el papel, por m¨¢s declaraciones maravillosas que figuren en las constituciones, por m¨¢s bellas palabras que se hayan pronunciado en las ¨²ltimas d¨¦cadas en las cumbres internacionales o en los pasillos de Naciones Unidas, las viejas estructuras de poder y privilegio, de injusticia y explotaci¨®n nunca desaparecieron del todo. Nunca se desmantelaron por completo (aplausos). Las diferencias entre castas siguen determinando la vida de los habitantes del subcontinente indio. Las diferencias ¨¦tnicas y religiosas siguen influyendo en las oportunidades de la gente, ya sea en Europa central o en el Golfo. Es innegable que la discriminaci¨®n racial sigue presente tanto en Estados Unidos como en Sud¨¢frica (aplausos y aclamaciones). Y tambi¨¦n es innegable que las desigualdades acumuladas durante a?os de opresi¨®n institucional han creado inmensas diferencias de rentas, riqueza, educaci¨®n, sanidad, seguridad personal y acceso al cr¨¦dito. En todo el mundo, a las mujeres y las ni?as se les sigue obstaculizando el acceso a posiciones de poder y autoridad (aplausos y aclamaciones). Se les sigue impidiendo el acceso a una educaci¨®n b¨¢sica. Son v¨ªctimas, en una proporci¨®n abrumadora, de violencia y malos tratos. Se les paga menos que a los hombres por el mismo trabajo. Todo eso sigue ocurriendo (aplausos y aclamaciones). Hay barrios, ciudades, regiones, pa¨ªses enteros a los que las oportunidades no han llegado, a pesar de las maravillas de la econom¨ªa globalizada y los rascacielos relucientes que han transformado paisajes en todo el mundo.
En otras palabras, existen demasiadas personas para las que, cuanto m¨¢s han cambiado las cosas, m¨¢s han seguido siendo iguales (aplausos).
Y, si bien la globalizaci¨®n y la tecnolog¨ªa han abierto nuevas oportunidades, han impulsado un crecimiento econ¨®mico extraordinario en zonas del mundo que antes malviv¨ªan, tambi¨¦n han trastocado los sectores agrarios e industriales de muchos pa¨ªses. Han reducido enormemente la demanda de ciertos tipos de trabajadores y han contribuido a debilitar a los sindicatos y la capacidad de negociaci¨®n de los trabajadores. Han permitido que al capital le resulte m¨¢s f¨¢cil eludir las leyes y los reglamentos fiscales de las naciones-Estado y transferir millones, miles de millones de d¨®lares con solo tocar una tecla de un ordenador.
La consecuencia de todas estas tendencias ha sido el estallido de las desigualdades econ¨®micas. Unas cuantas docenas de personas tienen tanta riqueza como la mitad m¨¢s pobre de la humanidad (aplausos). Esta no es una exageraci¨®n, es pura estad¨ªstica. En muchos pa¨ªses de rentas medias y en v¨ªas de desarrollo, la nueva riqueza ha seguido empeorando la situaci¨®n de la gente, porque ha reforzado y aumentado los modelos de desigualdad existentes, y la ¨²nica diferencia es que ha creado todav¨ªa m¨¢s oportunidades de corrupci¨®n a una escala gigantesca. Para las familias de clase media en econom¨ªas avanzadas como Estados Unidos, que antes disfrutaban de una situaci¨®n estable, estas tendencias han significado m¨¢s inseguridad econ¨®mica, especialmente para las personas que no tienen una especializaci¨®n laboral, que trabajaban en el sector industrial, en f¨¢bricas, en agricultura.
Pr¨¢cticamente en todos los pa¨ªses, el desproporcionado poder econ¨®mico de los que est¨¢n en la cima les ha otorgado una influencia desmedida en la vida pol¨ªtica y los medios de comunicaci¨®n, la capacidad de decidir qu¨¦ pol¨ªticas son prioritarias y qu¨¦ intereses acaban menospreciados. Hay que se?alar que esta nueva ¨¦lite internacional y la clase profesional que la sostiene son diferentes de las viejas aristocracias gobernantes. Muchos de sus miembros se han hecho a s¨ª mismos. Entre ellos hay defensores de la meritocracia. Y, aunque en su mayor¨ªa siguen siendo varones blancos, como grupo, reflejan una diversidad de nacionalidades y etnias imposible de imaginar hace 100 a?os. Muchos de ellos se consideran de ideas pol¨ªticas progresistas, cosmopolitas y modernos. No caen en el provincianismo ni el nacionalismo, en el prejuicio racista descarado ni en un sentimiento religioso demasiado fuerte, est¨¢n igual de c¨®modos en Nueva York como en Londres, Shangh¨¢i, Nairobi, Buenos Aires o Johannesburgo. Muchos ejercen un humanitarismo sincero. Para algunos, Nelson Mandela es uno de sus h¨¦roes. Algunos incluso apoyaron a Barack Obama en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y, gracias a mi condici¨®n de antiguo jefe de Estado, me consideran miembro honorario de su club (risas). Y me invitan a todo tipo de actos (risas), me pagan el billete.
Aun as¨ª, en sus negocios, muchos titanes de la industria y las finanzas est¨¢n cada vez m¨¢s al margen de un lugar concreto, de una naci¨®n-Estado, tienen vidas cada vez m¨¢s aisladas de las penalidades que sufre la gente en sus respectivos pa¨ªses (aplausos). Y sus decisiones ¡ªla de cerrar una f¨¢brica, la de intentar pagar los m¨ªnimos impuestos a base de trasladar sus beneficios a un para¨ªso fiscal con la ayuda de contables o abogados muy bien remunerados, la de emplear a trabajadores inmigrantes, m¨¢s baratos, la de pagar un soborno¡ª, muchas veces, no tienen motivos perversos; no son m¨¢s que la respuesta racional, dicen, a las exigencias de sus hojas de balance, sus accionistas y las presiones de la competencia.
Pero esas decisiones se toman demasiadas veces sin tener en cuenta la solidaridad humana, ninguna comprensi¨®n b¨¢sica de las consecuencias que esas decisiones van a tener para personas concretas en comunidades concretas. Desde sus salas de juntas y sus retiros, los que toman las decisiones que repercuten en el mundo entero no tienen la oportunidad de ver el dolor en el rostro de un trabajador despedido. Sus hijos no sufren cuando se hacen recortes en educaci¨®n y sanidad porque hay menos ingresos fiscales debido a la evasi¨®n de impuestos. No pueden o¨ªr el resentimiento de un viejo obrero cuando se queja de que el reci¨¦n llegado al lugar en el que ¨¦l trabajaba no habla el mismo idioma que ¨¦l. No sufren la incomodidad y el desplazamiento que pueden sentir otros ciudadanos cuando la globalizaci¨®n provoca un vuelco, no solo de las estructuras econ¨®micas, sino tambi¨¦n de las costumbres sociales y religiosas.
Por eso hubo tanta gente que, al acabar el siglo XX, mientras varios comentaristas occidentales estaban proclamando el fin de la historia y el triunfo inevitable de la democracia liberal y las virtudes de la cadena de suministro mundial, no supo ver las se?ales de la reacci¨®n que estaba fragu¨¢ndose, una reacci¨®n que adopt¨® muchas formas. Se anunci¨® de manera violenta con el 11-S y la aparici¨®n de las redes terroristas internacionales, alimentadas por una ideolog¨ªa que tergiversaba una de las grandes religiones mundiales y proclamaba una lucha entre el islam y Occidente y entre el islam y la modernidad, y la desafortunada decisi¨®n de Estados Unidos de invadir Irak no contribuy¨® a mejorar las cosas, sino que aceler¨® un conflicto sectario (aplausos). Rusia, humillada por la p¨¦rdida de influencia desde la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y amenazada por los movimientos democr¨¢ticos junto a sus fronteras, empez¨® de pronto a reafirmar un control autoritario y, en ciertos casos, a interferir en los asuntos de sus vecinos. China, envalentonada por sus ¨¦xitos econ¨®micos, empez¨® a enfurecerse por las cr¨ªticas a su actuaci¨®n en materia de derechos humanos y dijo que la defensa de los valores universales no era m¨¢s que una injerencia extranjera, el viejo imperialismo con un nombre nuevo. Dentro de Estados Unidos, y la Uni¨®n Europea, los retos a la globalizaci¨®n surgieron primero en la izquierda pero luego adquirieron m¨¢s fuerza en la derecha, y empezamos a ver movimientos populistas ¡ªpor cierto, a menudo c¨ªnicamente financiados por multimillonarios de derechas que solo quieren reducir las restricciones oficiales a sus intereses econ¨®micos¡ª que conectaron con el malestar que sent¨ªan muchas personas apartadas de los centros urbanos, el temor a perder su seguridad econ¨®mica, a que se erosionasen su estatus social y sus privilegios, a que su identidad cultural estuviera amenazada por unos extranjeros, unas personas que no ten¨ªan su mismo aspecto ni hablaban ni rezaban como ellas.
Lo peor fue seguramente el devastador efecto de la crisis financiera de 2008, el comportamiento irresponsable de unas ¨¦lites que provoc¨® a?os de dificultades para la gente corriente de todo el mundo y que dej¨® sin contenido todas las garant¨ªas anteriores de los expertos, todas esas afirmaciones de que los reguladores financieros sab¨ªan lo que hac¨ªan, que hab¨ªa gente supervisando, que la integraci¨®n econ¨®mica mundial era algo indiscutiblemente bueno. Gracias a las medidas tomadas por los gobiernos durante la crisis y las en¨¦rgicas medidas aprobadas por mi gobierno, la econom¨ªa mundial ha recuperado un firme crecimiento. Pero la credibilidad del sistema internacional, la fe en los expertos en sitios como Washington y Bruselas, qued¨® da?ada.
Y entonces empez¨® a aparecer una pol¨ªtica del miedo, del resentimiento y la trinchera, y ese tipo de pol¨ªtica est¨¢ hoy progresando. Est¨¢ progresando a un ritmo inimaginable hace unos a?os. No soy alarmista, me limito a exponer los hechos. No hay m¨¢s que mirar alrededor (aplausos). De pronto est¨¢ en ascenso la pol¨ªtica del hombre fuerte, que conserva las elecciones y una pseudodemocracia ¡ªsolo en la forma¡ª mientras que los que ocupan el poder tratan de socavar todas las instituciones y las normas que dotan a la democracia de significado (aplausos). En occidente tenemos partidos de extrema derecha que a menudo no solo presentan programas proteccionistas y de cierre de fronteras sino tambi¨¦n un nacionalismo racista apenas oculto. Muchos pa¨ªses en desarrollo se fijan hoy en el modelo de control autoritario y capitalismo mercantilista de China y lo consideran preferible a las complicaciones de la democracia. ?Qu¨¦ m¨¢s da tener o no libertad de expresi¨®n mientras la econom¨ªa vaya bien? Se ataca la libertad de prensa. La censura y el control estatal de los medios son cada vez mayores. Las redes sociales, que se consideraban un mecanismo para promover el conocimiento, la comprensi¨®n y la solidaridad, han demostrado su eficacia a la hora de fomentar el odio, la paranoia, la propaganda y las teor¨ªas de la conspiraci¨®n (aplausos).
Por consiguiente, ahora que conmemoramos el 100 aniversario de Madiba, nos encontramos en una encrucijada, un momento en el que dos visiones muy distintas del futuro de la humanidad compiten para conquistar a los ciudadanos de todo el mundo. Dos relatos diferentes sobre qui¨¦nes somos y qui¨¦nes debemos ser. ?C¨®mo debemos reaccionar?
?Debemos pensar que la ola de esperanza que sentimos cuando Madiba sali¨® de la c¨¢rcel y cay¨® el Muro de Berl¨ªn era una esperanza ingenua y equivocada? ?Debemos interpretar los ¨²ltimos 25 a?os de integraci¨®n mundial como un mero desv¨ªo del inevitable ciclo de la historia en el que el fuerte siempre tiene la raz¨®n y la pol¨ªtica es una rivalidad hostil entre tribus, razas y religiones, en el que los pa¨ªses compiten en un juego de suma cero y est¨¢n constantemente al borde del conflicto hasta que estalla una guerra total? ?Es eso lo que pensamos?
Les voy a decir lo que creo yo. Creo en la visi¨®n de Nelson Mandela. Creo en una visi¨®n que era tambi¨¦n la de Gandhi, Martin Luther King y Abraham Lincoln. Creo en una idea de igualdad, justicia, libertad y democracia multirracial, construida sobre la premisa de que todas las personas son iguales y nuestro creador dio a todas unos derechos inalienables (v¨ªtores y aplausos). Y creo que un mundo regido por esos principios es posible y puede lograr m¨¢s paz y m¨¢s cooperaci¨®n en busca del bien com¨²n. Eso es lo que creo.
Y creo que no tenemos m¨¢s remedio que seguir adelante; que quienes creemos en la democracia, los derechos civiles y una humanidad com¨²n, tenemos un relato mejor que contar. Y pienso que no es una opini¨®n basada en sentimientos, sino en hechos irrefutables.
El hecho de que las sociedades m¨¢s pr¨®speras y triunfadoras del mundo, las que tienen el mayor nivel de vida y el mayor grado de satisfacci¨®n entre su poblaci¨®n, sean precisamente las que m¨¢s cerca est¨¢n de ese ideal progresista y liberal y las que han fomentado el talento y las contribuciones de todos sus ciudadanos.
El hecho de que se ha demostrado, una y otra vez, que los gobiernos autoritarios generan corrupci¨®n, porque no rinden cuentas ante nadie; que reprimen a su pueblo, acaban perdiendo el contacto con la realidad, cuentan cada vez m¨¢s mentiras y, al final, provocan el estancamiento econ¨®mico, pol¨ªtico, cultural y cient¨ªfico. Comprobadlo en la historia. En los datos.
El hecho de que los pa¨ªses que se apoyan en el nacionalismo desatado y la xenofobia y en doctrinas de superioridad tribal, racial o religiosa, en los que ese es el principio que mantiene unidos a los ciudadanos, acaban por consumirse en guerras civiles o externas. No hay m¨¢s que ver los libros de historia.
El hecho de que la tecnolog¨ªa no es un genio que pueda volver a la l¨¢mpara, por lo que ahora tenemos que acostumbrarnos a la idea de que estamos m¨¢s conectados, las poblaciones van a seguir desplaz¨¢ndose y los retos medioambientales no van a desaparecer por s¨ª solos, de modo que la ¨²nica manera eficaz de abordar problemas como el cambio clim¨¢tico, las migraciones de masas y las enfermedades pand¨¦micas ser¨¢ desarrollar sistemas que aseguren m¨¢s cooperaci¨®n internacional, no que la reduzcan (aplausos).
Nosotros tenemos un relato mejor. Pero decir que nuestra visi¨®n del futuro es mejor no significa que vaya a ganar inevitablemente. Porque la historia tambi¨¦n demuestra el poder del miedo. La historia demuestra c¨®mo la codicia y el deseo de dominar a otros se apodera de las mentes de los hombres. Especialmente de los hombres (risas y aplausos). La historia demuestra lo f¨¢cil que es convencer a la gente de que se vuelva en contra de los que tienen un aspecto distinto o rezan a Dios de otra forma. Por eso, si verdaderamente queremos continuar el largo camino de Madiba hacia la libertad, vamos a tener que esforzarnos m¨¢s y vamos a tener que ser m¨¢s inteligentes. Vamos a tener que aprender de los errores del pasado reciente. De modo que, en el breve tiempo que me queda, quiero sugerirles unas cuantas pautas para seguir de ahora en adelante, unas pautas sacadas de la labor de Madiba, sus palabras y las ense?anzas de su vida.
En primer lugar, Madiba nos ense?a, a quienes creemos en la libertad y la democracia, que vamos a tener que luchar m¨¢s para reducir las desigualdades y promover unas oportunidades econ¨®micas duraderas para todos (aplausos).
Yo no creo en el determinismo econ¨®mico. No solo de pan vive el ser humano. Pero s¨ª necesita pan. Y la historia nos ense?a que las sociedades que toleran grandes diferencias de riqueza dan pie a resentimientos, disminuyen la solidaridad y crecen m¨¢s despacio; y que, cuando la gente alcanza un nivel que va m¨¢s all¨¢ de la mera subsistencia, empieza a medir su bienestar en comparaci¨®n con sus vecinos y en funci¨®n de si sus hijos tendr¨¢n una vida mejor. Y la historia demuestra tambi¨¦n que, cuando el poder econ¨®mico est¨¢ concentrado en manos de unos pocos, detr¨¢s va el poder pol¨ªtico, y esa es una din¨¢mica que socava la democracia. A veces puede tratarse de abierta corrupci¨®n, pero a veces puede no tener nada que ver con el intercambio de dinero, sino solo consistir en que los ricos consigan todo lo que quieren, que es una situaci¨®n que erosiona la libertad.
Madiba lo comprendi¨®. No es nada nuevo. Nos lo advirti¨®. Dijo: ¡°Cuando la globalizaci¨®n significa, como ocurre tantas veces, que los ricos y los poderosos tienen nuevos medios para enriquecerse m¨¢s y dotarse de m¨¢s poder a expensas de los pobres y los d¨¦biles, [entonces] tenemos la responsabilidad de protestar en nombre de la libertad universal¡±. Eso es lo que dijo (aplausos). Por eso, si hoy nos tomamos en serio la libertad universal, si nos preocupa la justicia social, tenemos la responsabilidad de hacer algo al respecto. Y, con todos los respetos, quiero corregir lo que dijo Madiba. No suelo hacerlo, pero creo que no basta con que protestemos; tenemos que construir, tenemos que innovar, tenemos que averiguar c¨®mo cerrar esas diferencias de riqueza y oportunidades que son cada vez m¨¢s amplias dentro de cada pa¨ªs y entre unos pa¨ªses y otros (aplausos).
La forma de lograrlo ser¨¢ distinta seg¨²n cada pa¨ªs, y s¨¦ que su nuevo presidente est¨¢ muy dispuesto a remangarse para intentarlo. Los ¨²ltimos 70 a?os nos han ense?ado que no debe ser un capitalismo descontrolado, inmoral y sin regular, y tampoco un socialismo de vieja escuela en el que se controle todo desde arriba. Esas cosas ya se probaron y no dieron muy buenos resultados. En casi todos los pa¨ªses, el progreso depender¨¢ de un sistema de mercado integrador, que asegure la educaci¨®n a todos los ni?os, que proteja la negociaci¨®n colectiva y garantice los derechos de todos los trabajadores (aplausos), que rompa los monopolios para fomentar la competencia en las peque?as y medianas empresas, y que tenga unas leyes que acaben con la corrupci¨®n y garantice el juego limpio en los negocios; que mantenga cierto tipo de fiscalidad progresiva para que los ricos sigan siendo ricos pero devuelvan algo a la sociedad, de modo que todos los dem¨¢s ciudadanos tengan dinero para financiar la sanidad universal y la jubilaci¨®n, y sea posible invertir en infraestructuras e investigaci¨®n cient¨ªfica con el fin de construir plataformas para la innovaci¨®n.
Tengo que a?adir, por cierto, que estoy sorprendido por el dinero que he cobrado, y no tengo ni la mitad que esa gente, ni la d¨¦cima parte, ni la cent¨¦sima parte. Hay un l¨ªmite a lo que uno puede comer o la casa que se puede comprar (v¨ªtores y aplausos). Hay un l¨ªmite a los viajes que se pueden hacer. Basta ya (risas). No hace falta hacer un voto de pobreza para decir: ¡°Voy a ayudar un poco a otra gente, voy a atender a ese ni?o que no tiene suficiente para comer o necesita dinero para la escuela, voy a ayudarle. Voy a pagar un poco m¨¢s de impuestos. No pasa nada. Puedo permit¨ªrmelo¡±. (V¨ªtores y aplausos.) Me refiero a que es poco ambicioso no querer m¨¢s que tener cada vez m¨¢s , en vez de decir ¡°Cu¨¢ntas cosas tengo. ?A qui¨¦n puedo ayudar? ?C¨®mo puedo dar cada vez m¨¢s?¡± Porque esa es la verdadera ambici¨®n, las ganas de influir. Qu¨¦ regalo tan maravilloso es poder ayudar a la gente, y no solo a uno mismo (aplausos). ?D¨®nde estaba? Me he distra¨ªdo (risas). Ya me entienden.
Se trata de promover un capitalismo integrador dentro de cada pa¨ªs y entre unos pa¨ªses y otros. Por ejemplo, mientras trabajamos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, debemos superar la mentalidad de obras ben¨¦ficas. Tenemos que llevar m¨¢s recursos a las bolsas m¨¢s olvidadas del mundo mediante inversiones y acciones emprendedoras, porque en todo el mundo existe el talento, si se le da una oportunidad (v¨ªtores y aplausos).
En el sistema internacional de comercio, es leg¨ªtimo que los pa¨ªses m¨¢s pobres busquen acceso a los mercados m¨¢s ricos. Y, por cierto, a los mercados m¨¢s ricos les digo que su gran problema no es un peque?o pa¨ªs africano que vende t¨¦ y flores. Ese no es su mayor obst¨¢culo econ¨®mico. Tambi¨¦n es normal que las econom¨ªas avanzadas como Estados Unidos demanden reciprocidad a pa¨ªses como China, que ya no son pa¨ªses exclusivamente pobres, que exijan el acceso a sus mercados y que dejen de robar la propiedad intelectual y piratear nuestros servidores (risas).
No obstante, aunque haya cosas que discutir sobre las relaciones econ¨®micas y comerciales, es importante reconocer esta realidad: por m¨¢s que la deslocalizaci¨®n de los puestos de trabajo del Norte hacia el Sur y de Occidente hacia Oriente fuera una tendencia dominante a finales del siglo XX, hoy, el mayor reto para los trabajadores en pa¨ªses como el m¨ªo es la tecnolog¨ªa. Y el mayor reto para su presidente, cuando piense en c¨®mo aumentar el empleo, tambi¨¦n va a ser la tecnolog¨ªa, porque la inteligencia artificial ya est¨¢ aqu¨ª y es cada vez m¨¢s poderosa, y van a tener coches sin conductor, y cada vez m¨¢s servicios automatizados, y eso va a hacer m¨¢s dif¨ªcil dar empleo de calidad a la gente, y vamos a tener que ser m¨¢s imaginativos y reconcebir por completo nuestra organizaci¨®n social y pol¨ªtica, para proteger la seguridad econ¨®mica y la dignidad que van asociadas al empleo. Un trabajo no solo da dinero; da tambi¨¦n dignidad, y estructura, y una posici¨®n en el mundo, y un prop¨®sito (aplausos). Por eso vamos a tener que pensar en nuevas formas de reflexionar sobre estos problemas, como la renta universal, la revisi¨®n de nuestra jornada semanal, c¨®mo reconvertir a nuestros j¨®venes, c¨®mo hacer que todo el mundo sea, en cierto modo, emprendedor. Y vamos a tener que preocuparnos por la econom¨ªa para restablecer verdaderamente la democracia.
En segundo lugar, Madiba nos ense?a que ciertos principios son aut¨¦nticamente universales. El m¨¢s importante es el principio de que estamos unidos por una humanidad com¨²n y que cada persona tiene una dignidad y un valor intr¨ªnsecos. Es incre¨ªble que tengamos que seguir reivindicando esto hoy d¨ªa. M¨¢s de un cuarto de siglo despu¨¦s de que Madiba saliera de la c¨¢rcel, todav¨ªa tengo que estar aqu¨ª y dedicar tiempo a decir que los negros, y los blancos, y los asi¨¢ticos, y los latinoamericanos, y las mujeres, y los hombres y los gays, y los heterosexuales somos todos seres humanos, que nuestras diferencias son superficiales, y que debemos tratarnos unos a otros con atenci¨®n y respeto. Me parece que a estas alturas ya deber¨ªamos saberlo. Pero resulta que ahora estamos presenciando la reciente deriva hacia la pol¨ªtica reaccionaria, que la lucha por una justicia fundamental nunca termina. Tenemos que estar constantemente alerta y luchar contra la gente que intenta ascender a base de aplastar a los dem¨¢s. Tenemos que ofrecer una resistencia activa, y este es un aspecto importante, especialmente en algunos pa¨ªses africanos como la tierra natal de mi padre. Ya he hablado en otras ocasiones de esto; debemos resistirnos a la idea de que los derechos humanos esenciales, como la libertad de discrepar, el derecho de las mujeres a participar plenamente en la sociedad, el derecho de las minor¨ªas a la igualdad de trato y el de las personas a no ser atacadas ni encarceladas por su orientaci¨®n sexual no son cosa nuestra, debemos tener cuidado de no caer en ello, de no decir que son unos conceptos occidentales, y no unos imperativos universales (aplausos).
Una vez m¨¢s, Madiba lo hab¨ªa previsto. Sab¨ªa de lo que hablaba. En 1964, antes de que lo condenaran a cadena perpetua, explic¨® desde el banquillo de los acusados que ¡°la Carta Magna, la Petici¨®n de Derechos, la carta de derechos son documentos venerados por los dem¨®cratas de todo el mundo¡±. En otras palabras, no dijo: ¡°Esos textos no los escribieron unos sudafricanos, as¨ª que no puedo hacerlos m¨ªos¡±. Lo que dijo fue: ¡°Esos textos son parte de mi patrimonio. Son parte del patrimonio de la humanidad. Tienen que ver con este pa¨ªs, conmigo, contigo. Y ese fue uno de los elementos que le dieron la autoridad moral que nunca logr¨® tener el r¨¦gimen del Apartheid, porque Madiba estaba m¨¢s familiarizado con estas ideas que los responsables de aquel sistema (risas). Hab¨ªa le¨ªdo sus documentos con m¨¢s atenci¨®n que ellos. Y por eso dijo despu¨¦s: ¡°La divisi¨®n pol¨ªtica basada en el color de la piel es completamente artificial y, cuando desaparezca, desaparecer¨¢ tambi¨¦n la dominaci¨®n de un grupo sobre otro¡±. As¨ª hablaba Nelson Mandela en 1964, cuando yo ten¨ªa tres a?os (aplausos).
Lo que era cierto entonces sigue siendo cierto hoy. Las verdades esenciales no cambian. Y esta es una verdad que pueden adoptar los ingleses, los indios, los mexicanos, los bant¨²es, los l¨²os, los estadounidenses. Es una verdad que reside en el centro de todas las religiones del mundo: que debemos tratar a los dem¨¢s como nos gustar¨ªa que nos tratasen a nosotros (aplausos). Que nos reflejamos en otras personas. Que podemos reconocer sue?os y esperanzas comunes. Y esa es una verdad incompatible con cualquier forma de discriminaci¨®n basada en la raza, la religi¨®n, el sexo o la orientaci¨®n sexual. Es una verdad que produce beneficios pr¨¢cticos, porque garantiza que cada sociedad aproveche el talento, la energ¨ªa y las aptitudes de todos sus miembros. Y si tienen alguna duda, preg¨²ntenselo a la selecci¨®n francesa de f¨²tbol que acaba de ganar el Mundial (aclamaciones y aplausos). Porque no me parece a m¨ª que todos esos jugadores tengan aspecto de galos (risas). Y, sin embargo, son franceses. Son franceses (risas).
Asumir nuestra naturaleza humana no significa que tengamos que renunciar a nuestras identidades ¨¦tnicas, nacionales y religiosas. Madiba nunca dej¨® de estar orgulloso de su origen tribal. Nunca dej¨® de estar orgulloso de ser un hombre negro, ni de ser sudafricano. Pero cre¨ªa, como yo, que uno puede estar orgulloso de su origen sin denigrar a los que tienen otro origen distinto (aplausos). Es m¨¢s, eso es deshonrar los propios or¨ªgenes. Si alguien tiene que denigrar los or¨ªgenes de otra persona, yo tendr¨ªa la impresi¨®n de que se siente un poco inseguro sobre su propia herencia (risas). Claro que s¨ª (risas). ?No tienen a veces la sensaci¨®n ¡ªy estoy volviendo a improvisar¡ª de que esas personas que hacen todo lo posible para aplastar a otros y son tan vanidosas, en realidad, son personas amedrentadas, muertas de miedo? Madiba sab¨ªa que no podemos exigir justicia para nosotros, si solo se ofrece justicia a algunos. Madiba sab¨ªa que no podemos decir que tenemos una sociedad justa, si nos limitamos a sustituir en la cima del sistema a una persona de un color por otra de un color distinto y quedarnos tranquilos porque la persona nueva se parece m¨¢s a nosotros, aunque siga haciendo las mismas cosas de siempre. No se trata de eso (v¨ªtores y aplausos). La justicia no consiste en que la persona nueva que llega a la cima haga con los anteriores lo mismo que los anteriores hac¨ªan con ella. Eso no es justicia. ¡°Detesto el racismo¡±, dec¨ªa, ¡°tanto si procede de un negro como de un blanco¡±.
Tenemos que ser conscientes de que hay una desorientaci¨®n l¨®gica, derivada de la velocidad de los cambios y la modernizaci¨®n y del hecho de que el mundo se ha empeque?ecido, y vamos a tener que encontrar formas de atenuar los miedos de quienes se sienten amenazados. Por ejemplo, en el debate que est¨¢ desarroll¨¢ndose actualmente en Occidente sobre la inmigraci¨®n, no est¨¢ mal insistir en que las fronteras nacionales son importantes, en que el hecho de que uno tenga o no la nacionalidad es importante para un gobierno, en que las leyes deben respetarse y en que, en el ¨¢mbito p¨²blico, los reci¨¦n llegados deben hacer un esfuerzo para adaptarse al idioma y las costumbres de su nuevo hogar. Son preocupaciones leg¨ªtimas y debemos ser capaces de dialogar con las personas que sienten que las cosas no marchan como es debido. Pero eso no puede servir de excusa para unas pol¨ªticas migratorias basadas en la raza, en el origen ¨¦tnico y en la religi¨®n. Es necesario que haya cierta coherencia. Podemos hacer respetar la ley y, al mismo tiempo, respetar la condici¨®n humana de quienes luchan para tener una vida mejor (v¨ªtores y aplausos). Cuando vemos a una madre con su hijo en brazos, debemos pensar que esa madre podr¨ªa ser alguien de nuestra familia, que ese podr¨ªa ser nuestro hijo.
En tercer lugar, Madiba nos recuerda que la democracia no consiste solo en celebrar elecciones.
Cuando Madiba sali¨® de prisi¨®n, su popularidad ten¨ªa unos niveles¡ imposibles de medir. Habr¨ªa podido ser presidente vitalicio. ?Acaso no tengo raz¨®n? (risas) ?Qui¨¦n iba a presentarse contra ¨¦l? (risas) Quiero decir, Ramaphosa era popular, pero seamos serios (risas). Adem¨¢s, era joven, demasiado joven. Si hubiera querido, Madiba habr¨ªa podido gobernar por decreto, sin molestarse en votaciones ni controles. Sin embargo, condujo Sud¨¢frica a trav¨¦s de la redacci¨®n de una nueva Constituci¨®n, para la que se inspir¨® en todas las pr¨¢cticas institucionales y los ideales democr¨¢ticos que hab¨ªan demostrado m¨¢s solidez, sin olvidarse de que ninguna persona individual posee el monopolio de la sabidur¨ªa. Nadie ¡ªni Mandela, ni Obama¡ª es totalmente inmune a la capacidad de corrupci¨®n del poder absoluto, cuando puede hacer todo lo que quiere y todos los que le rodean tienen demasiado miedo para decirle que est¨¢ cometiendo un error. Nadie es inmune a ese peligro.
Mandela lo comprendi¨®. Dijo: ¡°La democracia se basa en el principio de mayor¨ªa. Sobre todo, en un pa¨ªs como el nuestro, en el que la gran mayor¨ªa se ha visto sistem¨¢ticamente despose¨ªda de sus derechos. Al mismo tiempo, la democracia exige que se protejan los derechos de las minor¨ªas pol¨ªticas y de otro tipo¡±. Madiba comprend¨ªa que no se trata solo de saber qui¨¦n tiene m¨¢s votos. Se trata de la cultura c¨ªvica que construimos y que hace que la democracia funcione.
Por consiguiente, debemos dejar de fingir que los pa¨ªses que celebran elecciones en las que, por arte de magia, el ganador obtiene el 90% de los votos, porque toda la oposici¨®n est¨¢ en la c¨¢rcel (risas) o no puede aparecer en televisi¨®n, son democracias. La democracia necesita unas instituciones fuertes, y la protecci¨®n de los derechos de las minor¨ªas, y un sistema de controles y equilibrios, y libertad de expresi¨®n, y libertad de prensa, y el derecho a protestar y a reclamar al gobierno, y un aparato judicial independiente, y que todo el mundo tenga la obligaci¨®n de respetar la ley.
Y es verdad que la democracia puede ser ca¨®tica, puede ser lenta, puede ser frustrante. Les aseguro que lo s¨¦ (risas). Pero la eficiencia que ofrece un aut¨®crata es una falsa promesa. No hay que hacerle caso, porque conduce de manera inevitable a una mayor consolidaci¨®n de la riqueza y el poder en la cima y hace que sea m¨¢s f¨¢cil ocultar la corrupci¨®n y los abusos. A pesar de todas sus imperfecciones, una democracia genuina es el sistema que mejor defiende la idea de que el gobierno est¨¢ para servir al individuo, y no al rev¨¦s (aplausos). Y es la ¨²nica forma de gobierno que tiene la posibilidad de hacer realidad esa idea.
De modo que los que estamos interesados en fortalecer la democracia debemos dejar de prestar toda nuestra atenci¨®n a las capitales del mundo y los centros de poder y empezar a pensar m¨¢s en las bases, porque ah¨ª nace la verdadera legitimidad democr¨¢tica. No en la cima, no en teor¨ªas abstractas, no en los expertos, sino en las bases. En las vidas de los que luchan para salir adelante.
Cuando era organizador comunitario en Chicago, descubr¨ª que aprend¨ªa tanto de un trabajador metal¨²rgico despedido o de una madre soltera en un barrio pobre como de los mejores economistas del Despacho Oval. La democracia significa estar en contacto y en sinton¨ªa con la vida de nuestras comunidades, y eso es lo que debemos exigir a nuestros l¨ªderes, y ser¨¢ posible si desde la base cultivamos unos l¨ªderes que sean capaces de introducir cambios sobre el terreno y decir a las autoridades, en sus elegantes despachos, que sus ideas no funcionan en la calle.
Madiba nos ense?a que, para que la democracia funcione, adem¨¢s, debemos ense?ar constantemente a nuestros hijos ¡ªy a nosotros mismos¡ª algo muy dif¨ªcil, a dialogar con personas que no solo tengan un aspecto distinto sino tambi¨¦n opiniones distintas. Es muy dif¨ªcil (aplausos).
En general, todos preferimos rodearnos de opiniones que den validez a lo que ya pensamos. Uno suele pensar que las personas a las que considera inteligentes son las que est¨¢n de acuerdo con ¨¦l (risas). Es curioso. Pero la democracia exige que seamos capaces tambi¨¦n de introducirnos en la realidad de otros que son distintos a nosotros, para comprender su punto de vista. Quiz¨¢ podemos hacerles cambiar de opini¨®n, pero quiz¨¢ sean ellos los que nos hagan cambiar de opini¨®n a nosotros. Y es imposible hacerlo si, para empezar, despreciamos lo que quieren decir los adversarios. Es imposible si insistimos en que los que no son como nosotros ¡ªporque son blancos o porque son hombres¡ª no pueden entender de ninguna manera nuestros sentimientos, que, en cierto modo, carecen de autoridad para hablar de ciertos temas.
Madiba vivi¨® esta complejidad. En la c¨¢rcel estudi¨® afrik¨¢ans para entender mejor a sus carceleros. Y al salir, tendi¨® la mano a los que le hab¨ªan encarcelado, porque sab¨ªa que deb¨ªan formar parte de la Sud¨¢frica democr¨¢tica que deseaba construir. ¡°Para hacer las paces con un enemigo¡±, escribi¨®, ¡°hay que trabajar con ese enemigo, y entonces el enemigo se convierte en nuestro socio¡±.
Por tanto, quienes manejan ideas absolutas en pol¨ªtica, ya sean de izquierdas o de derechas, hacen imposible la democracia. Uno no puede aspirar a obtener el 100% de lo que quiere todas las veces; a veces tiene que hacer concesiones. Eso no significa abandonar nuestros principios, sino aferrarse a esos principios y tener la confianza suficiente para pensar que pueden soportar un debate democr¨¢tico serio. Es lo que quisieron los Padres Fundadores para Estados Unidos: un sistema en el que, a base de someter a examen las ideas, utilizar la raz¨®n y recurrir a las pruebas, fuera posible alcanzar una base com¨²n de entendimiento.
Y me gustar¨ªa a?adir que, para que eso sea as¨ª, necesitamos creer en una realidad objetiva. Esta es otra de esas cosas sobre las que no deber¨ªa ni tener que hablar. Debemos creer en los hechos (risas). Sin hechos objetivos, no existe ninguna base para la colaboraci¨®n. Si yo digo que esto es un podio y ustedes dicen que es un elefante, ser¨¢ dif¨ªcil que podamos trabajar juntos (risas). Si puedo encontrar un denominador com¨²n con quienes se oponen a los Acuerdos de Par¨ªs porque, por ejemplo, ellos dicen que va a ser imposible conseguir que todo el mundo coopere, o que es m¨¢s importante proporcionar energ¨ªa barata a los pobres, aunque a corto plazo eso signifique m¨¢s contaminaci¨®n, entonces, por lo menos, podr¨¦ discutir con ellos y tratar de demostrarles por qu¨¦ creo que las energ¨ªas limpias son una alternativa mejor, en particular para los pa¨ªses pobres, y es posible superar las tecnolog¨ªas anticuadas (v¨ªtores). Con quien no puedo encontrar ning¨²n punto de acuerdo es con el que dice que el cambio clim¨¢tico no se est¨¢ produciendo, cuando casi todos los cient¨ªficos mundiales nos dicen que s¨ª. Con esa persona, no s¨¦ ni por d¨®nde empezar a hablar (risas). Si dice que todo es un sofisticado enga?o, ?de qu¨¦ vamos a hablar? (risas)
Por desgracia, gran parte de la pol¨ªtica actual parece rechazar el concepto de verdad objetiva. La gente se inventa cosas. Lo vemos en la propaganda de Estado, en las noticias inventadas que corren por internet, en el desdibujamiento de los l¨ªmites entre informaci¨®n y espect¨¢culo, en la absoluta p¨¦rdida del pudor entre los l¨ªderes pol¨ªticos cuando se descubre que han mentido: insisten y mienten un poco m¨¢s. Los pol¨ªticos siempre han mentido, pero, normalmente, cuando se les pillaba, se mostraban contritos. Ahora siguen mintiendo.
Por cierto, creo que a esto se refer¨ªa Mama Gra?a al hablar de la humildad que sent¨ªa Madiba, a algo muy b¨¢sico; no mentir a la gente me parece fundamental, uno no se cree un gran l¨ªder solo porque no se est¨¢ inventando cosas todo el rato. Eso deber¨ªa ser evidente. Sin embargo, hoy vemos las actitudes anti-intelectuales y el rechazo a la ciencia por parte de unos dirigentes que parecen pensar que el pensamiento cr¨ªtico y los datos resultan pol¨ªticamente inc¨®modos. Como sucede con la negaci¨®n de los derechos, la negaci¨®n de la realidad es contraria a la democracia e incluso puede destruirla, por lo que es crucial que protejamos celosamente a los medios de comunicaci¨®n independientes: y debemos estar alerta ante la tendencia a que las redes sociales se conviertan en una plataforma para el espect¨¢culo, la indignaci¨®n y la desinformaci¨®n; debemos insistir en que nuestras escuelas ense?en pensamiento cr¨ªtico a nuestros j¨®venes, en lugar de una obediencia ciega.
Lo cual ¡ªy estoy seguro de que me lo agradecer¨¢n¡ª me lleva a mi ¨²ltimo argumento: tenemos que seguir el ejemplo de persistencia y esperanza de Madiba.
Es tentador ceder al cinismo, creer que los cambios recientes en la pol¨ªtica mundial son demasiado fuertes para oponerse a ellos y esta oscilaci¨®n del p¨¦ndulo es permanente. Igual que se hablaba del triunfo de la democracia en los a?os noventa, ahora se oye hablar del fin de la democracia y el triunfo del tribalismo y el hombre fuerte. Debemos resistirnos a caer en ese cinismo.
Porque hemos vivido ¨¦pocas m¨¢s oscuras, hemos atravesado valles m¨¢s bajos y m¨¢s profundos. Es verdad que, en la ¨²ltima etapa de su vida, Mandela represent¨® el triunfo de la lucha por los derechos humanos, pero el recorrido no fue f¨¢cil, no fue predeterminado. Madiba estuvo en la c¨¢rcel durante casi tres d¨¦cadas. Parti¨® piedra caliza bajo el sol, durmi¨® en una estrecha celda y estuvo sometido al r¨¦gimen de aislamiento en varias ocasiones. Y recuerdo que, cuando habl¨¦ con varios de sus antiguos colegas, me dijeron que, al salir en libertad, no se hab¨ªan dado cuenta de hasta qu¨¦ punto ver a un ni?o, pensar en tener a un ni?o en brazos, les iba a hacer pensar en todo lo que se hab¨ªan perdido durante d¨¦cadas.
Aun as¨ª, durante esos a?os, su poder aument¨®, y el de sus carceleros disminuy¨®, porque sab¨ªa que, si uno se aferra a la verdad, si sabe de verdad lo que siente en su coraz¨®n y est¨¢ dispuesto a sacrificarse por ello, incluso con todo en contra, incluso sabiendo que puede no conseguirlo ma?ana ni la semana que viene, quiz¨¢ incluso en toda su vida, al final, aunque haya retrocesos provisionales, la raz¨®n acaba venciendo, el mejor relato puede triunfar. Por muy fuerte que fuera el esp¨ªritu de Madiba, no habr¨ªa mantenido la esperanza si hubiera estado solo en su lucha. Parte de lo que le sosten¨ªa era saber que, a?o tras a?o, las filas de los combatientes por la libertad se iban poblando de hombres y mujeres j¨®venes que, en Sud¨¢frica, en el Congreso Nacional Africano y en otros lugares, negros, indios y blancos, en todo el pa¨ªs, todo el continente y todo el mundo, siguieron trabajando para hacer realidad su visi¨®n.
Eso es lo que necesitamos ahora, no solo un l¨ªder, sino, sobre todo, ese esp¨ªritu colectivo. Y s¨¦ que en todo el mundo est¨¢n reuni¨¦ndose esos j¨®venes portadores de esperanzas. Porque la historia demuestra que, cuando el progreso est¨¢ amenazado y se ponen en tela de juicio las cosas que m¨¢s nos importan, debemos hacer caso de lo que dijo Robert Kennedy aqu¨ª, en Sud¨¢frica: ¡°Nuestra respuesta es la esperanza del mundo: confiar en los j¨®venes. Confiar en el esp¨ªritu de los j¨®venes¡±.
As¨ª, pues, j¨®venes, los j¨®venes que est¨¦is entre el p¨²blico, los que est¨¦is escuchando, mi mensaje es sencillo: seguid creyendo, seguid avanzando, seguid construyendo, seguid alzando la voz. Cada generaci¨®n tiene la oportunidad de rehacer el mundo. Mandela dijo: ¡°Cuando despiertan, los j¨®venes son capaces de derribar las torres de la opresi¨®n y levantar las banderas de la libertad¡±. Este es un buen momento para despertar. Es un buen momento para ponerse en marcha.
Los que valoramos el legado al que hoy estamos rindiendo homenaje ¡ªun legado de igualdad, dignidad, democracia, solidaridad, bondad¡ª, los que seguimos siendo j¨®venes de coraz¨®n, aunque no de cuerpo, tenemos la obligaci¨®n de ayudar a nuestros j¨®venes a triunfar. Algunos de ustedes saben que mi Fundaci¨®n va a reunirse en los pr¨®ximos d¨ªas aqu¨ª, en Sud¨¢frica, con 200 j¨®venes de todo el continente que est¨¢n trabajando duro para transformar sus comunidades, que reflejan los valores de Madiba y van a ser los pr¨®ximos l¨ªderes.
Personas como Abaas Mpindi, un periodista de Uganda que fund¨® la Media Challenge Initiative, para ayudar a otros j¨®venes a obtener la formaci¨®n necesaria para que aprendan a contar las historias que el mundo necesita saber.
Personas como Caren Wakoli, una emprendedora de Kenia que fund¨® la Emerging Leaders Foundation, para lograr que los j¨®venes se impliquen en la lucha contra la pobreza y la defensa de la dignidad humana.
Personas como Enock Nkulanga, director de la misi¨®n de African Children, que ayuda a ni?os en Uganda y Kenia a recibir la educaci¨®n que necesitan y, en sus horas libres, defiende los derechos de los ni?os en todo el mundo. Fund¨® una organizaci¨®n llamada LeadMinds Africa, para formar a la pr¨®xima generaci¨®n de l¨ªderes.
Cuando uno habla con ellos, sale lleno de esperanza. Ellos est¨¢n tomando el testigo. Saben que no pueden conformarse con los logros del pasado, ni siquiera unos logros tan trascendentales como los de Nelson Mandela. Se apoyan en la experiencia de quienes los precedieron, incluido aquel chico negro nacido hace 100 a?os, pero saben que ahora les corresponde trabajar a ellos.
Madiba nos recuerda: ¡°Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, sus or¨ªgenes o su religi¨®n. La gente tiene que aprender a odiar, y si puede aprender a odiar, tambi¨¦n puede aprender a amar, porque el amor es algo m¨¢s consustancial al coraz¨®n humano¡±. El amor es consustancial al coraz¨®n humano, recordemos esta verdad. Que esa sea nuestra estrella polar y nuestra gu¨ªa, alegr¨¦monos de nuestra lucha para poner esa verdad de manifiesto, de manera que, dentro de 100 a?os, las generaciones futuras puedan recordar y decir: ¡°Siguieron avanzando y, gracias a ellos, hoy vivimos con nuevas banderas de libertad¡±.
Muchas gracias, Sud¨¢frica, gracias.
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