Buen discurso, s¨ª, ?y ahora qu¨¦?
El expresidente Obama merece figurar en las antolog¨ªas de la oratoria pol¨ªtica. Pero la eficacia de sus alocuciones a la hora de gobernar fue cuestionable
Obama merece figurar en las antolog¨ªas de la oratoria pol¨ªtica. Pero la eficacia de los discursos a la hora de gobernar fue cuestionable. El peligro es reducir el ejercicio del poder al mero relato
Un comentario sobre la ret¨®rica y la oratoria de Barack Obama puede empezar por una admisi¨®n imp¨²dica y embarazosa para cualquier periodista celoso de su imparcialidad, de la exigible distancia con respecto a los pol¨ªticos de los que uno informa, y de sus propias emociones.
En mi caso, debo reconocer que raramente se me hab¨ªa puesto la piel de gallina escuchando a un pol¨ªtico, como me ocurri¨® cuando vi a Obama, a¨²n candidato, en un mitin en Nueva York en el oto?o de 2007. Era su biograf¨ªa: el hijo de un negro de Kenia y una blanca de Kansas. La imagen kennediana que proyectaba: joven, seguro de s¨ª mismo, carism¨¢tico. Y sobre todo, la oratoria: su extraordinaria habilidad para conmocionar, y persuadir, con las palabras.
De los ocho a?os de la presidencia de Obama pueden discutirse muchos aspectos, y su legado est¨¢ en cuesti¨®n ¡ªsu legado m¨¢s obvio, aunque no sea culpa suya, se llama Donald Trump¡ª, pero el consenso es bastante amplio sobre un punto: sus discursos se entroncan en la mejor tradici¨®n norteamericana, secular y religiosa, y algunos merecen incluirse ¡ªde hecho, ya empiezan a incluirse¡ª en las antolog¨ªas del g¨¦nero.
¡°Raramente se me hab¨ªa puesto la piel de gallina escuchando a un pol¨ªtico, como me ocurri¨® en un mitin en 2007
Obama, presidente de Estados Unidos entre 2009 y 2017, fue, antes que un pol¨ªtico, un escritor, y lo sigue siendo. Hab¨ªa publicado unas valiosas memorias de juventud en los a?os noventa y, aunque una vez lanzada su carrera presidencial, y despu¨¦s en la Casa Blanca, ten¨ªa a sus escribientes, que le redactaban los discursos, en su fuero m¨¢s ¨ªntimo siempre ha tenido algo de novelista.
La diferencia con cualquier otro practicante del g¨¦nero era que la gran novela de Obama era su propia presidencia. Cada d¨ªa de trabajo en el Despacho Oval era un nuevo rengl¨®n, o un nuevo cap¨ªtulo. ?l mismo dijo una vez al director de la revista The New Yorker, David Remnick, que todo presidente trabajaba para modelar el p¨¢rrafo que resumir¨ªa su presidencia en los manuales de historia del futuro.
Obama escribi¨® discurso a discurso su novela. El pr¨®logo podr¨ªa ser el que pronunci¨® en 2002 en Chicago, en v¨ªsperas de la guerra de Irak. ¡°No me opongo a todas las guerras. Me opongo a las guerras necias¡±, dijo. El ep¨ªlogo, el discurso en 2017, d¨ªas antes de abandonar la Casa Blanca, en el que llam¨® a sus conciudadanos a ¡°ser vigilantes, pero no tener miedo¡±. En medio, el dirigido al mundo musulm¨¢n en El Cairo, el de aceptaci¨®n del Nobel en Oslo, el que pronunci¨® en Charleston tras la matanza en una iglesia negra, o su disertaci¨®n ante los cubanos en La Habana ¡ªpor citar una selecci¨®n aleatoria¡ª podr¨ªan ofrecer un resumen parcial de la presidencia, de sus logros y sus dramas.
¡°El poder de la presidencia es el poder de persuadir¡±, escribi¨® en 1960 el gran polit¨®logo Richard Neustadt. Neustadt pensaba en Estados Unidos, donde este poder es, en apariencia, m¨¢s claro. Pero la sentencia vale para cualquier gobernante: decir es hacer; se gobierna con leyes y decretos, pero tambi¨¦n con la palabra; la autoridad se ejerce hablando.
Con los a?os, los expertos cuestionaron la efectividad real de la persuasi¨®n presidencial. El poder del presidente era otra cosa, o no era s¨®lo el poder de persuadir. Polit¨®logos como George E. Edwards III concluyeron, sobre la base de estudios emp¨ªricos, que es poco frecuente que la oratoria presidencial mueva a la opini¨®n p¨²blica. Son otros factores ¡ªla adhesi¨®n partidista, los equilibrios parlamentarios, la coyuntura econ¨®mica, el sexto sentido para aprovechar las oportunidades para acelerar los cambios, entre otros¡ª los que inclinan la balanza, en la capacidad de aprobar leyes, en los sondeos, en las elecciones.
La prueba de los l¨ªmites de la efectividad persuasiva de los discursos es la presidencia de Obama. Su oratoria le sirvi¨® para ganar elecciones, pero no para gobernar. Fue in¨²til a la hora de convencer a los republicanos, y a algunos dem¨®cratas, de apoyarle en las propuestas centrales de su presidencia, como la reforma sanitaria o la migratoria. Y no fren¨® el ascenso de un populista xen¨®fobo como Trump, ant¨ªtesis de todos los valores que Obama encarn¨®.
Si los discursos de Obama hicieron vibrar al pa¨ªs ¡ªy a parte del mundo¡ª en sus inicios, el exceso de discursos, unido a las dificultades para ver los resultados tangibles de la oratoria brillante, los desgastaron. Ante los discursos de Obama, y superado el deslumbramiento inicial, la reacci¨®n ¡ªmi reacci¨®n como corresponsal en Washington en ese periodo¡ª sol¨ªa ser: ¡°Buen discurso, s¨ª. ?Y ahora, qu¨¦?¡± El peligro era que gobernar se acabase convirtiendo en un comentario sobre el acto de gobernar; que el ejercicio del poder se redujese a un mero relato; que el l¨ªder pol¨ªtico actuase como un novelista, y nada m¨¢s. Son lecciones que pueden servir a otro orador notable, Emmanuel Macron, en Francia.
¡°Contamos una historia sobre lo que somos. Es nuestro trabajo¡±, le dijo una vez Obama a su asesor en pol¨ªtica internacional, y escritor de discursos, Ben Rhodes.
En el mejor de los casos los discursos pod¨ªan servir para explicar una historia a la naci¨®n, para unirla y cambiarla. En el peor, consist¨ªan una exhibici¨®n vana de ret¨®rica; una herramienta eficac¨ªsima en manos de los nuevos nacionalistas y populistas, un arma de doble filo.
Obama y Trump no se parecen en nada, y nada est¨¢ m¨¢s lejos de un discurso de Obama que un tuit de Trump, pero algo tienen en com¨²n: la pol¨ªtica por la palabra y el gesto. El relato, la literatura, la emoci¨®n.
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