?Hay espacio para recuperar los di¨¢logos entre Duque y el ELN?
Parece razonable asumir que los votantes del presidente aspiran a demandar condiciones m¨¢s duras
Las relaciones del Gobierno de Iv¨¢n Duque con el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional (ELN), la guerrilla activa m¨¢s grande que queda en Colombia y en buena parte de la regi¨®n, est¨¢n en un momento particularmente delicado ante el vencimiento del plazo que el presidente dio a esa organizaci¨®n para la liberaci¨®n (no cumplida) de todas aquellas personas que mantiene secuestradas. Las ¨²ltimas declaraciones gubernamentales y varias acciones del frente guerrillero apuntan a que no existe mucha confianza entre ambas partes. El (osado) ofrecimiento del presidente espa?ol Pedro S¨¢nchez de mediar para reconstruir las relaciones no parece demasiado cargado de significado para nadie en el pa¨ªs andino. Probablemente porque todos son conscientes de que hay algo m¨¢s que desconfianza.
Que la confianza es algo fundamental para cualquier tipo de negociaci¨®n es algo que va de suyo. Pero, aun siendo una condici¨®n necesaria, no es suficiente. La confianza es, m¨¢s bien, la pared del edificio que debe construirse sobre unos s¨®lidos cimientos: los incentivos de cada lado para sentarse frente al otro de manera sincera. La pregunta es, por tanto, si existen dichos incentivos en este caso.
En su Cambiar el futuro, Eduardo Pizarro repasa de manera detallada las negociaciones de paz m¨¢s significativas emprendidas por el Gobierno colombiano en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Al preguntarse c¨®mo discernir entre aquellas que iban bien encaminadas y las que no, Pizarro se refiere a una teor¨ªa de William Zartman que bautiza como impasse mutuamente doloroso. En tal situaci¨®n, ninguno de los actores en conflicto tiene incentivos para otra cosa que no sea sentarse a negociar porque ambos reconocen que seguir adelante con el conflicto armado no reportar¨¢ beneficios, mucho menos una victoria completa, a ninguna de las partes.
Esa es la columna central: que ambos piensen que les va mejor sentados en la mesa que en pie y en las trincheras. Pero claro, ning¨²n actor pol¨ªtico se comporta de manera perfectamente racional, acudiendo a un simple c¨¢lculo de costo-beneficio. Menos a¨²n uno formado por diversas corrientes e individuos, como es el caso de un gobierno que necesit¨® de dos vueltas para vencer, o de una guerrilla nutrida con a?os de historia a sus espaldas. Toda organizaci¨®n compleja, y tambi¨¦n estas dos, est¨¢n sometidas a dos elementos que canalizan sus juicios: la informaci¨®n fragmentada y la falta de cohesi¨®n en los actores.
La idea del impasse mutuamente doloroso como propulsor de negociaciones sinceras implica que todos los que forman parte de cada frente son conscientes de y est¨¢n de acuerdo en que no hay nada m¨¢s que se pueda hacer. Pero si, por ejemplo, hay una parte de los aliados (o de los votantes) de Duque que no lo consideran as¨ª, el presidente se arriesga a recibir cr¨ªticas y ataques desde dentro.
Seg¨²n la ¨²ltima encuesta Gallup, el 69% de los colombianos est¨¢ de acuerdo con que se llegue a una soluci¨®n dialogada con el ELN. Sin embargo, esa misma cantidad de individuos le dijo a la encuestadora Yanhaas hace poco m¨¢s de un a?o que desaprobaba la marcha de las conversaciones entre guerrilla y gobierno. Antes que ver en este contraste de datos un vuelco de la opini¨®n p¨²blica de un a?o para ac¨¢ o una diferencia en la muestra de ambas encuestadoras, resulta instructivo fijarse en c¨®mo se formul¨® cada una de las preguntas. Mientras la que despert¨® m¨¢s favorabilidad preguntaba de manera gen¨¦rica por la preferencia de una soluci¨®n dialogada, la que gener¨® m¨¢s rechazo se refer¨ªa a los contactos espec¨ªficos que estaban teniendo lugar. El espacio entre ambos est¨¢ marcado por las condiciones concretas que una mayor¨ªa de colombianos est¨¢ dispuesto a aceptar. Parece claro que algunas son, pero que no son las de las conversaciones que comenzaron bajo el gobierno Santos.
Parece razonable asumir que los votantes de Duque aspiran a demandar condiciones m¨¢s duras. Quiz¨¢s lo hacen porque tienen una preferencia m¨¢s marcada por la imposici¨®n de castigos a quienes se han enfrentado al Estado. O tal vez estiman una probabilidad m¨¢s alta de triunfo por la v¨ªa militar, y por tanto el impasse mutuamente doloroso le queda m¨¢s lejos. Probablemente sea una mezcla de ambas.
El otro lado es necesariamente menos transparente al tratarse de un grupo que se mueve fuera de los l¨ªmites legales y estatales. Pero no resulta descabellado imaginar una situaci¨®n de divisi¨®n interna en la que una parte de los miembros del ELN tienen en mayor consideraci¨®n las probabilidades de mantenerse en la situaci¨®n actual sin perder m¨¢s (material o ideol¨®gicamente) de lo que perder¨ªan de sentarse en la mesa con una voluntad clara de dejar las armas.
Es probable que la ausencia de confianza que observamos se construya, efectivamente, sobre estas limitaciones de base. De ser as¨ª, las condiciones para unos di¨¢logos sinceros sencillamente no estar¨ªan ah¨ª, a menos que los l¨ªderes de ambos lados tuviesen clara su intenci¨®n de negociar de manera sincera para convencer a los m¨¢s esc¨¦pticos de su lado en el proceso. Pero tanto el resultado del plebiscito de 2016 como los movimientos hacia la oscuridad de algunos individuos pertenecientes a las filas de las FARC a d¨ªa de hoy demuestran que la decisi¨®n de seguir adelante no siempre evita la ruptura en el bando propio, sino que, sencillamente, la retrasa.
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