Maduro y el hotel Theresa
El paso del presidente venezolano por la ONU ten¨ªa que ser lo que al cabo fue: el espect¨¢culo de un tirano ignaro y presuntuoso farfullando mentiras ante un anfiteatro vac¨ªo
El novelista venezolano Alberto Barrera Tyszka nos ha hecho ver que, para ser cabalmente una revoluci¨®n como tantas que han accidentado nuestro continente, a la bolivariana le habr¨ªa venido bien una ¨¦pica, una pizca siquiera de algo semejante a un desembarco en Alegr¨ªa de P¨ªo, de lucha desigual en la Sierra Maestra y entrada triunfal en la Historia del siglo XX.
Algo que mortific¨® much¨ªsimo a los guionistas de la serie El Comandante (Sony Pictures, 2017) fue, justamente, el ¡°d¨¦ficit ¨¦pico¡±, llam¨¦mosle as¨ª, de que adolece la biograf¨ªa de Hugo Ch¨¢vez, sobre todo en el tramo correspondiente a la juventud del h¨¦roe. La serie, nos consta, se bas¨® escrupulosamente en hechos reales.
En el ¨²nico episodio medianamente insurgente de su carrera que da forma al cap¨ªtulo piloto de la serie ¡ªla toma del palacio presidencial de Miraflores, en 1992¡ª, Hugo Ch¨¢vez es presa del p¨¢nico justo cuando le toca entrar en acci¨®n y encabezar el asalto.
Ese desfallecer, ese sudor fr¨ªo y esas piernas tembleques lo clavaron en el Museo Militar, edificaci¨®n desde la que se domina el objetivo. Es fama que, habiendo fallado las comunicaciones radiales, sus hombres solo pod¨ªan comunicarse con el Comandante llam¨¢ndolo a un tel¨¦fono celular que indefectiblemente, respond¨ªa: ¡°Su llamada ha sido transferida al buz¨®n de mensajes de voz, hable despu¨¦s de la se?al¡±. Al paso que avanzaba la noche, el buz¨®n se fue llenando de fren¨¦ticas mentadas de madre.
Dicho en lenguaje taurino, Ch¨¢vez brind¨® al soberano una espant¨¢ que le vali¨® par siempre el denigrante cognomento de H¨¦roe del Museo Militar. En fin, nada ni de lejos parecido en arrojo suicida, al asalto al Cuartel Moncada o a la batalla de Santa Clara.
El correlato que nunca hall¨® ¨¦mulo cabal en la puesta en escena chavista fue siempre, qui¨¦n lo duda, Fidel Castro. Un momento estelar, entre tantos, de la vida de Castro, fue su primera visita a Nueva York en calidad de jefe de la delegaci¨®n cubana a la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 1960. Pat¨¦ticamente, Ch¨¢vez siempre quiso superar aquellos d¨ªas fastos de su padre adoptivo, sin lograrlo. La verdad, era muy dif¨ªcil.
Consid¨¦rese: Fidel abandona el lujoso hotel Shelbourne, donde lo ha alojado el Departamento de Estado, quej¨¢ndose del trato que juzga discriminatorio. El M¨¢ximo L¨ªder, indignado, amenaza con acampar con sus barbudos en Central Park.
La caravana de autos atraviesa una embotellada Manhattan, rumbo al parque. Fidel es seguido a pie por una multitud de neoyorquinos simpatizantes y reporteros gr¨¢ficos que desborda al cuerpo de polic¨ªa. Una delegaci¨®n de activistas afroamericanos sale al encuentro del l¨ªder cubano y lo invita a alojarse en el legendario Hotel Theresa, en el coraz¨®n de Harlem.
Ya en el hotel, Fidel se entrevista con el l¨ªder negro Malcom X y se da el primer abrazo de su vida con Nikita Jruschov, todo ante las c¨¢maras de televisi¨®n. Fidel corona el ¨¦xito medi¨¢tico improvisando un marat¨®nico discurso a casa llena en la sede de la ONU, con ovaci¨®n de pie.
Todo lo m¨¢s que alcanz¨® Ch¨¢vez en sus intentos de emular al padre adoptivo fue pagar la cuenta del gas calefactor de una barriada del Bronx y quejarse, chocarrero, del relente a azufre que flotaba entorno al podio que el d¨ªa anterior ocup¨® George W. Bush. La semana pasada, el sucesor de Ch¨¢vez se sobrepuso, al parecer, a sus temores de ser asesinado en una calle de Turtle Bay y acudi¨® a la plenaria de la Asamblea General con ¨¢nimo de ganarse el equivalente a quince minutos en el hotel Theresa. Pero, reza un dicho, que Dios no dio cuernos al burro.
No pudiendo ensangrentar memorablemente las calles de Nueva York como lo ha hecho hasta ahora con las de Caracas y otras ciudades venezolanas, el paso de Nicol¨¢s Maduro por la Asamblea General de la ONU ten¨ªa que ser lo que al cabo fue: el espect¨¢culo presagioso de un tirano ignaro y presuntuoso farfullando mentiras ante un anfiteatro vac¨ªo mientras crece en el mundo la determinaci¨®n de llevarlo a juicio por delitos de lesa humanidad contra sus compatriotas.
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