R¨ªo revuelto (Palacio de Justicia, Bogot¨¢)
Ser presidente de Colombia es ser testigo del fracaso de la guerra contra las drogas
S¨ª hay cosas que cambian. Pero hay que decir que todo esto que est¨¢ pas¨¢ndonos ahora ¨Cla amenaza nuclear, los llamados de la ONU, las plegarias del Vaticano, los pulsos de Estados Unidos, de Rusia y de China¨C lo est¨¢ comentando Mafalda en las tiras tragic¨®micas de hace medio siglo: ¡°?Cuidado! ?Irresponsables trabajando!¡±, dice el letrero que la ni?a vieja le cuelga al globo terr¨¢queo, y as¨ª era entonces y as¨ª es hoy. Aqu¨ª en Colombia seguimos discutiendo la siniestra, devastadora e imperdonable guerra contra las drogas que los gringos pusieron en marcha, y discutirla es lo ¨²nico que osamos hacer. El Gobierno de Duque, que ha amarrado su suerte a la suerte incierta de Uribe y de Maduro y de Trump, ha vuelto al enfoque prohibicionista como a un error que les sirve a unos pocos demonios.
Y de vuelta al prohibicionismo, y a pesar de las evidencias y de los vaticinios cumplidos una y otra vez hasta el delirio, ha estado defendiendo el regreso de la aspersi¨®n a¨¦rea con glifosato para la erradicaci¨®n de los descontrolados cultivos de coca.
Colombia es un r¨ªo revuelto que no deja de serlo. Describir los hechos verificables, distorsionados en medio de la griter¨ªa nuestra de cada d¨ªa, es toda una proeza. Por ejemplo: el jueves pasado se llev¨® a cabo una importante audiencia en el Palacio de Justicia de Bogot¨¢, con el objeto de hacerle seguimiento a una sentencia de la Corte Constitucional, la T-236 de 2017, que condiciona el uso de glifosato en la erradicaci¨®n, pero, despu¨¦s de las civilizadas intervenciones de los expertos liberales y los expertos conservadores, no qued¨® claro que la suspensi¨®n de la aspersi¨®n fue una decisi¨®n del Gobierno de Santos que nada tiene que ver con el acuerdo con las FARC, ni que el Gobierno de Duque podr¨ªa fumigar si asumiera las limitaciones, sino que andamos enredados, a los gritos, en la restauraci¨®n del pa¨ªs prohibicionista.
Fue una audiencia sobre por qu¨¦ no somos capaces de despertar de nuestra pesadilla. Se describi¨® all¨ª la historia del glifosato. Se cont¨® que se rociaron dos millones de hect¨¢reas desde el Gobierno de Gaviria hasta el Gobierno de Santos. Se habl¨® de sus efectos en la salud, en la naturaleza, en el negocio de la coca. El presidente Duque reti?¨® los riesgos que se corren por el aumento de los cultivos, record¨® la efectividad de la aspersi¨®n, vio el asunto m¨¢s como un problema criminal que como un drama social. El expresidente Santos insisti¨® en que, mientras se llega a la soluci¨®n definitiva de la legalizaci¨®n para quitarles el negocio a aquellas mafias que gobiernan el mundo por debajo, el camino no es la represi¨®n, sino la sustituci¨®n: ser presidente de Colombia es ser testigo del fracaso de la guerra contra las drogas.
Pero semejante oportunidad para la sensatez termin¨®, como termina todo en este r¨ªo revuelto en donde pocos tienen tiempo para conocer los hechos, en que el incansable expresidente Uribe aprovech¨® la complejidad del tema de la audiencia ¨Cy este caos que ya es patrimonio inmaterial de la humanidad¨C para acusar al expresidente Santos de lo imposible: de influir en 2019 en una decisi¨®n tomada en 2017. Hay cosas que no cambian, s¨ª. El encuentro del jueves en el Palacio de Justicia, un edificio construido sobre las ruinas y las cenizas del viejo tribunal que la mafia y la guerrilla y el ej¨¦rcito incendiaron en 1985, fue al menos una escena nueva de la vieja historia de un pa¨ªs maniatado que ha estado viviendo a merced de una guerra por las drogas, contra las drogas y para las drogas.
Quiz¨¢s la Corte, despu¨¦s de la audiencia del jueves, reduzca las condiciones para la aspersi¨®n. Quiz¨¢s no. Ser¨¢ in¨²til todo, incluso lamentarlo, si se sigue poniendo en escena el c¨ªrculo vicioso de la prohibici¨®n.
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