El guardi¨¢n del orden en el caos del Brexit
John Bercow, el 'speaker' de la C¨¢mara de los Comunes, triunfa en las redes sociales
John Simon Bercow (Middlesex, Reino Unido, 56 a?os) mide 1,68 metros, pero tiene complejo de bajito, por eso lleva toda la vida intentando elevarse sobre su propia estatura. El speaker (presidente) de la C¨¢mara de los Comunes brit¨¢nica utiliza siempre el mismo chiste para apartar cuanto antes el engorroso asunto. ¡°No es cierto que sea el speaker m¨¢s bajo que ha habido en la historia¡±, explicaba en 2017 a los estudiantes de la Universidad de Leeds, en una de sus m¨²ltiples charlas por todo el pa¨ªs para explicar la importancia del Parlamento. ¡°Sir John Bussy, que presidi¨® los Comunes entre 1393 y 1398, ten¨ªa menos estatura que yo¡despu¨¦s de ser decapitado por Enrique IV¡±.
Los interminables e intensos debates parlamentarios del Brexit han tra¨ªdo un regalo insospechado a los incr¨¦dulos espectadores del continente europeo. Los mil modos diferentes, por el volumen, la entonaci¨®n o ¨¦nfasis, con que Bercow es capaz de imponer orden en la C¨¢mara ¡ªOoordeer!¡ª?han triunfado en las redes sociales. ¡°El orden no es un hecho, es un proceso que requiere vigilancia constante. No es algo peyorativo contra los diputados, es el modo de asegurar que el debate sigue los cauces apropiados¡±, se ha tenido que justificar el speaker estos d¨ªas.
Bercow encierra la paradoja de haber llevado a Westminster la agilidad, transparencia y modernidad que le hac¨ªa falta a una instituci¨®n en declive desde la Segunda Guerra Mundial ¡ªa medida que el Gobierno se hac¨ªa m¨¢s presidencialista¡ª?y utilizar a la vez un lenguaje y unas formas propios de los prohombres del siglo XIX que tanto admira. ¡°No es apropiado que su se?or¨ªa vocifere desde una posici¨®n sedente¡±, conmina a los diputados que gritan desde la bancada.
El hijo de un empresario medio al que sus fracasos econ¨®micos le llevaron a ejercer de taxista para mantener a la familia ha sido toda su carrera un conservador desubicado. Apasionado de Margaret Thatcher o de Enoch Powell (ep¨ªtome del racismo brit¨¢nico) en su juventud universitaria, cuando el partido luchaba por alejarse de los extremos, acab¨® gan¨¢ndose la antipat¨ªa de sus compa?eros de partido cuando elogi¨® la decisi¨®n del laborista Tony Blair de ir la guerra contra Irak de la mano del estadounidense George W. Bush. Hasta que, con el cargo de speaker, encontr¨® el puesto a medida de su talla. En el Reino Unido, los presidentes de la C¨¢mara, por tradici¨®n no escrita, mantienen el puesto de diputado pero abandonan las filas de su partido. Es costumbre respetada que el partido contrario no presente candidato en la circunscripci¨®n en la que compite electoralmente el speaker.
Heredaba una instituci¨®n sacudida por el esc¨¢ndalo de los gastos en vivienda, dietas y viajes de los diputados, que acab¨® con la carrera de su predecesor, el laborista Michael Martin. Fueron los mismos laboristas quienes impulsaron la elecci¨®n de Bercow, para disgusto de los conservadores, y lleg¨® al puesto con una triple promesa: m¨¢s transparencia (desde entonces una auditora independiente controla la C¨¢mara); m¨¢s agilidad en los mortecinos debates (en su d¨¦cada al mando ha obligado casi en 300 ocasiones a los ministros a rendir cuentas a trav¨¦s del mecanismo de las urgent questions) y m¨¢s equilibrio en la tensi¨®n constante de poder que existe entre el Ejecutivo y el legislativo.
Sus cr¨ªticos afilan el colmillo y aseguran que, en realidad, la ¨²nica voz que ha ganado m¨¢s presencia en Westminster es la de Bercow. Desde un sill¨®n que m¨¢s parece un trono, pelea con un instinto casi salvaje, pero con un lenguaje preciso y deliciosamente anacr¨®nico, para imponer la autoridad del cargo. Y para ello ha procurado apoyarse m¨¢s en los argumentos que en las formalidades. Viste solo una toga negra, sin ornamentos. La ¨²nica excepci¨®n a la sobriedad son esas corbatas tan imposibles que solo un ingl¨¦s puede llevar. Hace ya tiempo que el speaker no utiliza la peluca, pero fue ¨¦l quien tom¨® la decisi¨®n de que tambi¨¦n los letrados del Parlamento prescindieran de ese postizo capilar. El cambio m¨¢s radical en la C¨¢mara, sin embargo, no ha sido est¨¦tico sino dial¨¦ctico. Resulta confuso para un espectador ajeno ver a los diputados levantarse y sentarse de sus asientos durante los debates. Catching the speaker¡¯s eye (captar la atenci¨®n del presidente), se llama a este uso parlamentario. Es el modo de pedir turno de intervenci¨®n, y Bercow, quien ha procurado conocer los nombres y circunscripciones de cada uno de los representantes, se esfuerza por mantener una ecuanimidad en la C¨¢mara que los diputados agradecen. Sabe qu¨¦ conservadores son proeuropeos y cu¨¢les euroesc¨¦pticos, y lo mismo en la bancada laborista, y eso le sirve para dar diversidad, equilibrio, y sobre todo rapidez, a una discusi¨®n, la del Brexit, que pesar¨ªa si no como una losa sobre Westminster.
¡°Est¨²pido enano mojigato¡±, farfull¨® entre dientes, pero a la vista de sus colegas conservadores, el exministro de Sanidad, Simon Burns, cuando Bercow le reproch¨® que se volviera para responder a la pregunta de un diputado de su bancada y no se dirigiera directamente a la presidencia de la C¨¢mara. Burns tuvo que pedir disculpas, abroncado por los suyos. Cuando el speaker se levanta, el parlamentario se sienta; cuando Bercow habla, los diputados callan; cuando decide, en uso de su prerrogativa, qu¨¦ mociones o enmiendas se incluyen en el orden del d¨ªa, el Gobierno ¡ªmuchas veces a rega?adientes¡ª, acata.
¡°Sus virtudes superan en mucho a sus defectos. Soy un gran defensor suyo porque ha logrado que el legislativo plante cara al Ejecutivo¡±, defiende Jacob Rees-Mogg, el l¨ªder ultra de los euroesc¨¦pticos conservadores. Bercow ha procurado dar voz a todos los diputados an¨®nimos que dif¨ªcilmente pod¨ªan hacerse o¨ªr en los grandes debates. Y ha impuesto una agilidad ret¨®rica que ha contagiado al resto de habitantes de esa burbuja que es a veces Westminster. Amante del tenis ¡ªfue campe¨®n local a sus 12 a?os; la estatura, de nuevo, le hizo renunciar a la competici¨®n¡ª, se declara admirador de la elegancia del suizo Roger Federer. Y parece decidido a que se diga del Parlamento lo mismo que se dice del rugby: un juego de gamberros, jugado por caballeros.?
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