La gloria como un secreto
Un monarca vestido de luces y un novillero que so?aba con escribir alguna buena faena volv¨ªan un d¨ªa al hotel con el agridulce sabor de una tarde que no fue de triunfo
Un monarca vestido de luces y un novillero que so?aba con escribir alguna buena faena volv¨ªan un d¨ªa al hotel donde se hospedaban con el agridulce sabor en la saliva de una tarde que no fue de triunfo. El rey de seda azul con oro hab¨ªa toreado como nunca, pero malogrado sus pr¨ªstinos p¨¢rrafos con pinchazos imperdonables y el escritor en ciernes atesoraba sin palabras posibles haber presenciado la redacci¨®n taurina de una obra de arte, que nadie o casi nadie pudo apreciar desde los tendidos. Ven¨ªamos ambos en silencio desde el t¨¦rmino de la corrida; el coche nos dej¨® en el s¨®tano del hotel y al subir en elevador al lobby, entraron al ascensor otro torero y su mozo de espadas.
Dos hombres vestidos de seda y bordados en oro, con dos pedestres de civil. El otro hab¨ªa sido el triunfador de la tarde y en la espuerta se asomaban como grotescos retazos sangrientos las cuatro orejas y un rabo que cargaba el mozo de espadas como quien lleva a la vista del mundo los m¨¢s prestigiosos premios literarios. El cub¨ªculo inc¨®modo y un cuarteto en silencio de respiraciones hondas, mientras al fondo ¨Cdesde una bocina invisible¡ªse escuchaba La chica de Ipanema?en versi¨®n consultorio dental.
Avergonzado de s¨ª mismo, apenado por una verdad escondida, el triunfador de la tarde de pronto observ¨® los trofeos sangrados y orden¨® a su mozo de espadas que los tapara con un pa?ol¨®n. ?Tapa eso, Macaco!, como si un autor multipremiado de los venden por millares los ejemplares que en realidad nadie lee se ofuscase y se hiciera chiquito en el instante en que sus orejas y rabo quedaban expuestas sin m¨¦ritos de veras¡ y en ese mismo instante, el rey David de azul y oro, le dijo con absoluta serenidad: ¡°No te preocupes, Miguel; de los cuatro que vamos en este elevador, hay dos que saben a conciencia que hoy solo tore¨® de verdad, Uno¡± y se abrieron las puertas del ascensor y sali¨® caminado hacia una nube de gloria en lila que parec¨ªa neblina de eternidad.
El elevador cerr¨® sus puertas gemelas y la bossa nova de Ipanema cedi¨® al silencio del pasillo por donde se me hab¨ªa adelantado el gran David Silveti. Al alcanzarlo para abrir la puerta de la habitaci¨®n, le dije casi tartamudeando que los dos que sab¨ªamos que ese d¨ªa hab¨ªa sido ¨¦l el verdadero triunfador (aunque sin orejas ni rabos) y que la est¨¦tica obra maestra que hab¨ªa cuajado con el libre juego de sus mu?ecas tanto con la capa como con la muleta quedaban imbatibles como muestra de su grandeza¡ y me interrumpi¨® para declarar enf¨¢tico, al quitarle la chaquetilla de lentejuelas como diminutas estrellas:?Los dos que saben que hoy solo tore¨® Uno de veras, somos ?l y Yo¡ ?l, que tiene que esconder los trofeos inmerecidos al mirarme la taleguilla con los muslos rayados por los cuernos y la sangre que mancha mis medias; ?l que no se manch¨® la ropa y parece que ni se despein¨®¡ porque ?l no se jug¨® la vida y a m¨ª me toca saborear la gloria como un secreto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.