En defensa de Narciso
Se asume que la creaci¨®n art¨ªstica es una actividad que no sabe sino observar su propio reflejo. Esto se debe, adem¨¢s de a la culpa y los pecados, al tamiz de los valores intr¨ªnsecos al capitalismo
La historia de Narciso, que todos creemos conocer desde peque?os, ha sido, sin embargo, tan tergiversada, descompuesta y sintetizada que ha extraviado su sentido original por completo.
Tanto la literatura como el arte y las habladur¨ªas populares como el psicoan¨¢lisis han convertido al hijo de Lir¨ªope en un burdo adorador de su propia imagen. La verdad, sin embargo, es mucho m¨¢s compleja y hermosa. Y es que Narciso, la primera vez que observa su reflejo en el agua del estanque junto al cual se ha detenido a descansar, no sabe qui¨¦n es aqu¨¦l al que observa.
Maldecido por Eco ¡ªque se hab¨ªa enamorado perdidamente de su belleza, al igual que tantas otras ninfas a las que ¨¦l neg¨® el placer de su compa?¨ªa¡ª, Narciso es condenado a amar de la misma manera como ¨¦l hab¨ªa sido amado. "As¨ª ame ¨¦l, ojal¨¢; as¨ª no consiga nunca el objeto de sus deseos", escribi¨® Ovidio en Las metamorfosis. La maldici¨®n no es, entonces, la de amarse a s¨ª mismo: la maldici¨®n es, en realidad, padecer la experiencia que padecieron todas sus enamoradas. Es decir: sufrir el mismo rechazo, de parte del mismo objeto de deseo.
Para que esto suceda, el maldecido no puede ser el enamorado y ser, a la vez, el amado. Debe ser, ¨²nicamente, el enamorado: Narciso se debe enamorar de Narciso, pero sin saber que aqu¨¦l a quien ama es Narciso. Tras dormirse un momento junto al estanque y despertar sediento, el hijo de Lir¨ªope se acerca al agua y lo que descubre, frente a ¨¦l, es la belleza m¨¢s pura que pudiera descubrir, una belleza que habr¨¢ de enloquecerlo de amor, pero que no reconoce como su propia belleza: "se desea a s¨ª mismo sin saberlo, elogiando se elogia, cortejando se corteja, y a la vez que enciende, arde. ?Cu¨¢ntas veces dio besos a la fuente enga?adora! ?Cu¨¢ntas veces sumergi¨® sus brazos para agarrar ese cuello que ve¨ªa en medio de las aguas y no consigui¨® cogerse en ellas! No sabe qu¨¦ es lo que ve, pero lo que ve le quema y la misma ilusi¨®n que enga?a sus ojos, lo excita".
Otra vez, Ovidio deja claro que Narciso no sabe que aqu¨¦l a quien ha empezado a amar es su reflejo, como no sabe que ese mismo ser que lo rechaza ¡ªigual que ¨¦l rechaz¨® a las ninfas y a Eco¡ª es ¨¦l mismo. Y no lo sabr¨¢ hasta que se haya consumado su destino y el amor por aquel desconocido que observa en el agua lo haya enloquecido por completo. La maldici¨®n funciona, tambi¨¦n, alargando la existencia de Narciso: durar¨¢ lo que dure su sufrimiento, lo que dure la ingenuidad de su amor, lo que dure su desconocimiento.
Cuando Lir¨ªope le pregunta al or¨¢culo si su hijo llegar¨¢ a ver los largos d¨ªas de una vejez, ¨¦ste le responde, burlonamente: "(s¨®lo) si no llega a conocerse". Y es que cuando Narciso termine de conocerse, es decir, cuando consiga reconocerse ¡ªen las cumbres de su propia desesperaci¨®n¡ª, el castigo habr¨¢ terminado: ya no amar¨¢ como lo amaron a ¨¦l, ya no sufrir¨¢ de la forma en que hizo sufrir a los otros.
Aquello que asumimos como la tragedia de Narciso: amarse a uno mismo de manera desbocada, por contradictorio que pueda parecer, es, en realidad, su liberaci¨®n: cuando descubre que quien est¨¢ en el agua es su reflejo, el hijo de Lir¨ªope rompe la circularidad de su condena, el eterno retorno de su castigo.
"??se soy yo, me he dado cuenta! Mi reflejo no me enga?a m¨¢s. Ardo en amores de m¨ª mismo (...) el dolor me quita las fuerzas, no me queda largo tiempo de vida, y en mi primavera muero. Pero no es dura la muerte para m¨ª, pues aliviar¨¢ mis penas; ¨¦ste al que adoro es quien quisiera que viviera. Pero los dos, unidos de coraz¨®n, moriremos en un s¨®lo aliento", asevera Narciso antes de suicidarse a golpes, venciendo a los dioses y destrozando su destino ¡ªno, Narciso tampoco se ahoga.
Lo que Narciso no sab¨ªa entonces, sin embargo, era que har¨ªa enojar tanto a los dioses con su liberaci¨®n como los hab¨ªa hecho antes enfurecer con su rechazo a las ninfas y a cualquier otra criatura que se propusiera amarlo. Por eso, apenas cae muerto, se le dicta una nueva sentencia: mirarse, para siempre, sobre las aguas de la laguna estigia.
Otra vez, sin embargo, estar¨ªamos equivocados, es decir, otra vez aceptar¨ªamos que la historia de Narciso nos cuenta lo que deseamos o necesitamos que nos cuente, si en este nuevo castigo de los dioses intentamos leer la tan tergiversada, descompuesta y sintetizada f¨¢bula del eg¨®latra, del enamorado de s¨ª mismo. Porque una vez que ha muerto, Narciso, que seguir¨¢ observando eternamente a Narciso sobre el agua de la laguna de los muertos, ya no guarda los sentimientos que antes tuvo.
La imagen que observa, en lugar de despertar su deseo, despierta su arrepentimiento. Su reflejo es un recordatorio del sufrimiento que se le impuso y no la fuente de ese sufrimiento. El hijo de Lir¨ªope no ama aquello que ve y que sabe que es ¨¦l mismo: recuerda que am¨® aquello que ve y que no sab¨ªa que era ¨¦l mismo.
Ahora bien, ?por qu¨¦ me parece necesario traer esto a colaci¨®n, adem¨¢s de por rendirle homenaje y buscar un poco de justicia para el pobre Narciso? Porque creo que, a ¨²ltimas fechas, son demasiadas las actividades humanas que enfrentan el mismo estigma, la misma narraci¨®n deformada que Narciso ha enfrentado, por lo menos, desde que se empezara a releer su historia con el tamiz de la culpa y los pecados.
D¨¦jenme ser espec¨ªfico, poniendo un ejemplo: la creaci¨®n art¨ªstica. Hoy en d¨ªa se piensa, se asume o se dice ¡ªen demasiados c¨ªrculos, en demasiadas ocasiones¡ª que la creaci¨®n art¨ªstica es un quehacer enamorado de s¨ª mismo, una actividad que no sabe sino observar su propio reflejo. Por supuesto, esto se debe, adem¨¢s de al tamiz, otra vez, de la culpa y los pecados, al tamiz de los valores intr¨ªnsecos al capitalismo, que vuelven casi incomprensible cualquier actividad que no parezca, a primera vista, productiva.
Analicemos el asunto igual que hemos hecho con la historia de Narciso: a¨²n aceptando que los seres humanos, a trav¨¦s de la creaci¨®n art¨ªstica, lo que observan es su reflejo, debemos tener claro que, como le sucediera al hijo de Lir¨ªope, los creadores y creadoras no saben qu¨¦ es aquello que observan. De hecho, por esto que los artistas, los escritores y escritoras, las y los m¨²sicos se asoman al estanque en el que yace reflejada la imagen de la humanidad: para tratar de entender algo m¨¢s de lo que ah¨ª se muestra, para tratar de explicar algo de entre todo aquello que los hombres y mujeres no podemos explicar de manera cuantitativa.
Ahora bien, as¨ª como Narciso, justo antes de suicidarse, comprende la condena del singular, la creaci¨®n art¨ªstica, en alg¨²n momento, comprende la condena del plural. Pero en lugar de matarse a golpes, cambia de bando y se convierte en la ninfa que hace miles de a?os maldijera al hijo de Lir¨ªope: la mism¨ªsima Eco. Adem¨¢s de entender y de explicar, entonces, los creadores buscan trasladar, urgidos de que alguien m¨¢s respire, observe y sienta aquello que ¨¦l o ella comprendieron o creyeron comprender.
Y aunque esto, que no es otra cosa que la empat¨ªa, no puede valorarse bajo las ideas de la productividad econ¨®mica, se trata de uno de los mayores motores de nuestra especie: el que nos permite, precisamente, no vivir condenados a ser el falso Narciso, sino el Narciso real: aquel ser que ama incluso aquello que no sabe qu¨¦ es.
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