El arduo camino para reducir la violencia urbana en Latinoam¨¦rica
No hay receta f¨¢cil para manejar la violencia, pero podemos entrever los dos extremos del dilema: control desde arriba, oportunidades desde abajo
Latinoam¨¦rica sigue siendo la regi¨®n del mundo con mayores ¨ªndices de violencia urbana. Esta semana, el Consejo Ciudadano para la Seguridad P¨²blica y la Justicia Penal mexicano public¨® su ranking de 2018. Solo tres sudafricanas, cuatro estadounidenses y la capital de Jamaica se meten en un top dominado por Venezuela (6), Brasil (14), y, sobre todo, M¨¦xico (15): ni m¨¢s ni menos que cinco de las seis primeras se encuentran en un pa¨ªs que vive hoy atento a las nuevas (y duras) pol¨ªticas de seguridad de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador. En contraste, Centroam¨¦rica y sobre todo Colombia, hasta hace relativamente poco sin¨®nimos de homicidios en la regi¨®n, van perdiendo presencia, si bien mantienen vol¨²menes sin duda preocupantes. En todos los casos, la pregunta es la misma: ?qu¨¦ falla ahora (o qu¨¦ falla todav¨ªa)?
El desmoronamiento venezolano
Si aislamos los diez pa¨ªses m¨¢s violentos de la regi¨®n (donde se ubican, en cualquier caso, la totalidad de estas cuarenta y dos ciudades) y nos centramos en los de mayor envergadura, los niveles venezolanos destacan por encima de todos los dem¨¢s. Mientras los puntos m¨¢s negros de Am¨¦rica Central (El Salvador, Honduras y, en menor medida, Guatemala) han reducido paulatinamente sus tasas, Venezuela se mantiene en vol¨²menes estratosf¨¦ricos. El Observatorio Venezolano de la Violencia, organizaci¨®n cr¨ªtica con el r¨¦gimen, estima que uno de cada tres homicidios fueron cometidos por las fuerzas de seguridad (un 50% m¨¢s que el a?o anterior). Eso quiere decir que, a¨²n deduciendo ese ingente volumen de muertes del total, Venezuela seguir¨ªa estando a la cabeza de la regi¨®n. En otras palabras: no solo (ni sobre todo) mata la represi¨®n.
Las econom¨ªas ilegales en general, y el narcotr¨¢fico en particular, constituyen el principal motor de la violencia en Latinoam¨¦rica. En esto, no solo Venezuela no es una excepci¨®n, sino que su territorio se ha ido convirtiendo en tierra f¨¦rtil para grupos de todo tipo. Un estado descoyuntado con aparatos f¨¢cilmente corruptibles en busca de financiaci¨®n (personal e institucional) constituyen el caldo de cultivo perfecto.
El problema va mucho m¨¢s all¨¢ de Caracas, aunque ¨¦sta se mantiene desde hace a?os en los tres primeros puestos de la clasificaci¨®n. Un informe publicado por International Crisis Group hace solo dos semanas expone c¨®mo la mitad sur minera del pa¨ªs se ha convertido en un espacio de acci¨®n y conflicto sobre el oro en el que participa no solo el Estado venezolano y los mencionados grupos criminales, sino tambi¨¦n la guerrilla colombiana del ELN. As¨ª, no es de extra?ar que urbes de la zona, como Ciudad Bol¨ªvar o Ciudad Guayana, se mantengan en el top diez de homicidios en el mundo entero.
Pero, m¨¢s all¨¢ de niveles absolutos, si hay un pa¨ªs cuya evoluci¨®n negativa destaque, es M¨¦xico. No solo ha batido sus propios r¨¦cords de homicidios a nivel nacional en 2017 y 2018, superando ya a Brasil y Colombia, sino que ha conseguido copar el r¨¢nking de las ciudades m¨¢s violentas del mundo. ?C¨®mo ha llegado a este punto?
M¨¦xico se dispara
Los datos muestran dos caracter¨ªsticas particulares de los n¨²cleos mexicanos m¨¢s violentos: por un lado, lo son mucho m¨¢s que la media federal. Por otro, var¨ªan bastante con el tiempo. A excepci¨®n de Acapulco, las entradas y salidas de municipios mexicanos en el ranking son constantes. Los Cabos o La Paz, presentes con niveles muy elevados en 2017, desaparecen al a?o siguiente. Irapuato es nueva incorporaci¨®n. Estos dos puntos son cruciales para comprender el problema del pa¨ªs.
¡°Hay dos grandes olas de violencia en M¨¦xico¡±, explica Santiago Rodr¨ªguez, asociado en la consultora SIMO. ¡°La primera, de 2006 a 2011, coincide con la guerra contra las drogas de Felipe Calder¨®n y el paulatino desplazamiento del negocio de los c¨¢rteles colombianos hacia el pa¨ªs¡±. La segunda comenzar¨ªa en 2014 y alcanzar¨ªa hasta hoy, con un aumento sostenido de los homicidios a nivel federal que esconde tendencias muy cambiantes en las regiones. El motor, afirma Rodr¨ªguez, es el mismo: la creciente demanda de droga al norte de la frontera.
Pero el experto en pol¨ªticas de prevenci¨®n de violencia apunta a ciertos aspectos coyunturales decisivos en un proceso de tres fases: primero, el descabezamiento de grupos ilegales significativos que lleva a la dispersi¨®n, moviendo los conflictos de manera variable alrededor del territorio y manteni¨¦ndolos activos en los feudos clave del tr¨¢fico, siendo Acapulco el caso paradigm¨¢tico. Segundo, la b¨²squeda de nuevos mercados ilegales, entre los que destaca el robo de combustible. As¨ª, explica Rodr¨ªguez, la presencia de oleoductos ayuda a entender el aumento de violencia en territorios anteriormente pac¨ªficos. Por ¨²ltimo, en este entorno fragmentado se est¨¢ consolidando un nuevo grupo dominante: el Cartel Jalisco Nueva Generaci¨®n. La multiplicaci¨®n de la violencia homicida en Tijuana se comprende en no poca medida porque el CJNG se toma esta ubicaci¨®n fronteriza clave.
Todo ello se produce en un contexto de corrupci¨®n que ofrece obvios espacios de oportunidad a quien as¨ª los busque. La ruptura de la norma est¨¢ lo suficientemente extendida como para que el crimen organizado pueda moverse (y el desorganizado, organizarse) a lo largo y ancho del territorio mexicano, conquistando bastiones urbanos que antes parec¨ªan inaccesibles.
La oportunidad de Colombia
Llegados a este punto, resulta instructivo comparar el caso mexicano con el colombiano. Mientras M¨¦xico escalaba puestos, Colombia los iba perdiendo. El pa¨ªs andino ten¨ªa cinco municipios en el top cincuenta hace cinco a?os, uno de ellos (Cali) en el noveno puesto. Hoy solo le quedan dos, y ambos en descenso. Relativo, eso s¨ª, como sucede en el conjunto del pa¨ªs. La ca¨ªda parece m¨¢s pronunciada porque los niveles de partida eran algo fuera de toda norma (entre 1986 y 2002, Medell¨ªn tuvo tasas de homicidio n¨ªtidamente superiores a las que tiene hoy Tijuana, la ciudad m¨¢s violenta del mundo). Se trata en cualquier caso de un descenso, al fin y al cabo.
El proceso de paz con las FARC ha ayudado sin duda a explicar esta ca¨ªda, como apunta ?ngela Olaya, polit¨®loga en el think tank InSight Crime. Pero, a?ade, tambi¨¦n hay riesgos: con la desmovilizaci¨®n de grupos armados suele producirse un cierto vac¨ªo de poder que se llena con disidencias, o con peleas por el control del territorio. ¡°El problema es que no hay una r¨¢pida presencia del Estado ni una estrategia para mitigarlo¡±. M¨¢s concretamente, no hay presencia s¨®lida de lo que podr¨ªamos denominar estado local: desde polic¨ªas apegadas al terreno hasta oportunidades alternativas para quienes deben escoger si seguir en econom¨ªas ilegales o aprovechar la ventana del posconflicto para incorporarse a la vida civil. Si la oferta de opciones a quienes deben desmovilizarse no es lo suficientemente atractiva ni r¨¢pida, siempre ganar¨¢ la supervivencia.
Algo relativamente similar sucede con los j¨®venes que se desarrollan en el creciente entorno del microtr¨¢fico en las ciudades colombianas. ¡°Es un fen¨®meno redondo¡±, explica Olaya. ¡°Lo que sobra de la exportaci¨®n en puntos de ruta de salida como Cali o Palmira se emplea como pago¡± a quienes de ella se encargan, con lo que pueden iniciar sus propios mercados locales.
Cali y Palmira (apenas treinta kil¨®metros separan a la una de la otra) son de hecho las dos ¨²nicas localidades colombianas que siguen en el ranking. Igual que en M¨¦xico, la ausencia de un liderazgo definido ayuda a explicar el mantenimiento de las tasas de homicidio. A diferencia de lo que sucede en otras zonas del pa¨ªs que han salido del top, no existe una negociaci¨®n viable entre cabezas criminales que pueda definir una pax mafiosa. Antes al contrario, la multiplicidad de estructuras fragmentadas y el r¨¢pido reemplazo de las mismas asegura un entorno de violencia constante. Este proceso centr¨ªfugo ofrece, parad¨®jicamente, oportunidades a la administraci¨®n para construir estado local, tanto en el ¨¢mbito policial como, especialmente, en el desarrollo de oportunidades alternativas para quienes est¨¢n listos para el reemplazo.
Recetas para construir estado
A pesar de las evidentes diferencias circunstanciales, se adivinan ciertos patrones comunes que van m¨¢s all¨¢ de la obviedad estructuralmente determinante del narcotr¨¢fico. Por un lado, parece claro que la ausencia de grupos capaces de monopolizar los mercados ilegales fomenta la aparici¨®n de homicidios. Si se piensa, esto es solo una derivada l¨®gica de la m¨¢xima de que si el Estado no tiene el monopolio de la violencia, alguien lo tendr¨¢. Y si ese alguien no es una entidad ¨²nica o m¨ªnimamente organizada, el conflicto es la situaci¨®n natural. Venezuela es hoy el caso paradigm¨¢tico, igual que lo fue El Salvador u Honduras hace media d¨¦cada.
Lo interesante es que el caos puede constituir una oportunidad, como parece que podr¨ªa estar sucediendo en Cali-Palmira. Como tambi¨¦n parece que sucedi¨® en los dos primeros a?os de Enrique Pe?a-Nieto: entre 2012 y 2014, M¨¦xico vivi¨® una significativa reducci¨®n de los homicidios. Ambos casos ofrecen respuestas sustancialmente distintas a la pregunta de c¨®mo retomar el monopolio de la violencia en las ciudades. La alternativa mexicana parte de la centralizaci¨®n del poder. Y, de hecho, la propuesta actual de AMLO es una versi¨®n extrema de esta misma soluci¨®n: toda la capacidad para el Estado central, constituci¨®n de una guardia nacional y un mando ¨²nico, presencia militar en cada calle del pa¨ªs. El riesgo de esta opci¨®n es que, si el primer golpe no es lo suficientemente certero, la fragmentaci¨®n te devuelve el mismo coste que le trajo al pa¨ªs en su momento. En el proceso, la erosi¨®n de las libertades individuales es irremediable: a medida que las fuerzas militares centralizadas se ven m¨¢s y m¨¢s lejos del objetivo inicial de recuperaci¨®n de control, se ver¨¢n empujadas a utilizar medios m¨¢s expeditivos. Algo por lo que ha pasado no solo M¨¦xico, sino tambi¨¦n Brasil: el de Bolsonaro, y el anterior.
La alternativa local, por el contrario, parte del fortalecimiento de las dimensiones intermedias del Estado. Ello otorga finura y legitimidad, evita concentraciones peligrosas de la toma de decisiones, y permite construir alternativas cre¨ªbles para los eslabones m¨¢s d¨¦biles de la cadena criminal en las ciudades. Claro, que el problema de fondo no es local: es regional, nacional, supranacional. Es imprescindible, como indica la experta en Colombia de InSight Crime, el dise?o y la implementaci¨®n de estrategias que partan del centro neur¨¢lgico.
No parece existir, pues, una receta f¨¢cil para la consolidaci¨®n estatal que permitir¨ªa reducir la violencia urbana del coraz¨®n de Latinoam¨¦rica a vol¨²menes manejables. Pero al menos este viaje ilustra bien los dos extremos del dilema (control desde arriba, oportunidades desde abajo) en el que cada ciudad y cada pa¨ªs debe ubicarse irremediablemente.
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