Otro d¨ªa de desolaci¨®n en Caracas
La crisis el¨¦ctrica m¨¢s grave de la historia de Venezuela se aviva con dos apagones masivos en un mes. Los estragos se han convertido en moneda de cambio com¨²n en el d¨ªa a d¨ªa de los caraque?os
Mientras las capitales del mundo transitaban el martes, como cualquier otro d¨ªa, por los caminos de una jornada laboral intensa, din¨¢mica y atareada, Caracas amanec¨ªa de nuevo en estado de coma. Recuper¨¢ndose como pod¨ªa del segundo apag¨®n m¨¢s grande de toda su historia en apenas un mes. Un nuevo d¨ªa ¡ªel d¨¦cimo en lo que va de a?o¡ª sin servicio de metro, sin actividades escolares ni acad¨¦micas, sin centros comerciales, sin trabajo en la administraci¨®n p¨²blica. Sin autobuses y con muy pocas tiendas abiertas. El volumen de autom¨®viles de la capital venezolana era, nuevamente, similar al de un primero de enero, con un nivel de conectividad un 87% inferior a lo habitual cualquier otro d¨ªa de diario, seg¨²n los datos de la oposici¨®n.
Caracas estaba, este martes, secuestrada por un rotundo silencio. Un silencio opresivo, desconcertante, perturbador. Un silencio tan espeso que parece haber devuelto a esta urbe, habitualmente ruidosa, densa y ca¨®tica, a las dimensiones de la edad de piedra. La quietud dej¨®?la a la ciudad m¨¢s poblada de Venezuela desprovista de su natural perfil metropolitano. La capital cerr¨® sobre s¨ª misma y qued¨® hundida en su tupido entorno vegetal. Las bandadas de loros que habitan en sus caobos pasaban por la tarde cada poco tiempo, alterando el paisaje con su alborozo, dejando recados sin contenido mientras la tarde ca¨ªa tibia sobre aquel valle entristecido.
Muchos locales comerciales, casi todos, estaban cerrados. Algunas panader¨ªas y tiendas de abastos abrieron sus puertas, animados por la llegada parcial de la luz. Otras lo hicieron, a¨²n sin el servicio, esperando su regreso en el transcurso del d¨ªa. La crisis el¨¦ctrica produce un impacto delicado en los puntos electr¨®nicos de venta, el medio de pago por excelencia en un pa¨ªs que vive bajo una situaci¨®n de continua?hiperinflaci¨®n. Miguel Vieira, venezolano hijo de portugueses, abri¨® las puertas de su negocio en la tarde, a sabiendas de que aquel ser¨ªa un tiempo perdido. Podr¨ªa vender mercanc¨ªa solo a las escasas personas que portaran efectivo. Anotar¨ªa los pedidos de algunos vecinos que se comprometen personalmente a pagar la compra con una transferencia bancaria al regresar a sus casas.
El bulevar de Sabana Grande, la arteria peatonal m¨¢s importante de la capital, estaba vac¨ªo. Todos los restaurantes de su entorno, los que han sobrevivido al deslave de Nicol¨¢s Maduro, ten¨ªan sus puertas cerradas. Las avenidas Libertador, Casanova y Solano L¨®pez; las urbanizaciones Bello Monte, La Candelaria, Los Chaguaramos, ofrec¨ªan un aspecto desolado. Los sem¨¢foros ten¨ªan un funcionamiento intermitente. Se formaron largas colas para adquirir productos b¨¢sicos. Ni?os y adolescentes empobrecidos mataban el tedio trepando a los ¨¢rboles, en procura de aguacates y mangos silvestres.
Filas de autos se aglomeraban en la Plaza La Castellana, o en el distribuidor de Altamira, buscando se?ales abiertas de wifi. Otra vez hay colas largas para poner gasolina. Y, de nuevo, se vieron muchos autom¨®viles en las faldas del cerro El ?vila, la monta?a que domina la ciudad, buscando agua en sus riachuelos para proveerse.
Fue otro d¨ªa en el cual no se pudo asistir al trabajo y en el que la actividad econ¨®mica permaneci¨® aletargada. Los vecinos conversaban aglomerados en las puertas de sus residencias. Se pod¨ªan recoger todav¨ªa chanzas amables, chistes improvisados en el actual estado de desventura. En algunas zonas de la ciudad, como Los Palos Grandes, la luz era una novedad en una calle y una ausencia en la manzana siguiente. En las cadenas de WhatsApp, el tema de conversaci¨®n consist¨ªa en ofrecer reportes voluntarios sobre el estado del servicio: ha regresado en Montalb¨¢n; sigue ausente en Macaracuay; se ha ido y ha regresado en Santa M¨®nica, San Mart¨ªn o Catia...
El aspecto desolado de la capital venezolana, que al entrar la noche puede adquirir dimensiones fantasmag¨®ricas, se ha ido consolidando con los a?os, en la misma medida en que se ahonda la emigraci¨®n de personas, los negocios cierran sus puertas, los cines cierran m¨¢s temprano, las fiestas y recepciones se organizan por las tardes y se extiende el predominio del hampa. La extra?a y enga?osa placidez actual de la ciudad es, para quienes viven en ella, una amarga paradoja. Hace una d¨¦cada, las quejas habituales de los caraque?os iban en la direcci¨®n opuesta: las kilom¨¦tricas colas de sus autopistas; su talante ruidoso y turbulento; el relajo de sus instancias y la dificultad para conquistar la coherencia.
Una ciudad en duelo
El caos de Caracas, una constante hist¨®rica en su metabolismo, tambi¨¦n ha sido reducido a la nada en los a?os de Gobierno de Maduro. Caracas ha muerto. De noche, los caraque?os la est¨¢n velando. El caos de esta ciudad alguna vez fue amable y festivo, despreocupado y parrandero. Desde hace un par de d¨¦cadas pas¨® a ser hostil, y a ratos, siniestro. Aquella ciudad, que en los a?os setenta brillaba como un diamante de noche, con anuncios comerciales luminosos de todos los calores y calibres en el trayecto de sus autopistas en un pa¨ªs que estaba de fiesta, hoy es un reducto l¨®brego, apenado y austero. Una ciudad que est¨¢ de duelo.
Son las nueve de la noche y la luz vuelve a irse en algunas urbanizaciones de clase media que hab¨ªan llegado a creer que el retorno anterior ser¨ªa el definitivo. Se oye un quejido general. Algunos gritan y maldicen. Hay improperios indignados en contra del presidente, de Diosdado Cabello, del chavismo. El desahogo se extiende brevemente. Los insultos comienzan a extinguirse. La protesta se apaga. La gente est¨¢ agotada. La oscuridad regresa por sus fueros. La ciudad vuelve al silencio.
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