Matarnos sin culpa
La izquierda y la derecha que pelearon en la guerra de El Salvador se han alineado. De un plumazo los diputados de los partidos que re¨²nen a algunos de los se?alados como criminales durante el conflicto buscan invalidar la principal herramienta que document¨® la verdad de las v¨ªctimas
Ya no pueden sorprendernos con algo peor. En El Salvador se repite esa frase en incontables ocasiones ante c¨ªnicos actos de pol¨ªticos que parecen insuperables. Una vez tras otra, ese mantra ha sido el preludio de una decisi¨®n m¨¢s vergonzosa, m¨¢s humillante para miles de salvadore?os. El desatinado augurio ha vuelto a fallar. Los diputados lo han vuelto a hacer.
Esta vez no buscan quitar dientes a ninguna ley de probidad ni se han inventado viajes al extranjero para quedarse con los vi¨¢ticos ni tampoco han financiado dudosas ONG de sus esposas con dinero p¨²blico ni ning¨²n diputado ha sido arrestado por ser narcotraficante. Esta vez buscan aprobar una ley que proteja a criminales de guerra y que convierta el informe de la Comisi¨®n de la Verdad, establecida tras los acuerdos de paz de 1992, en poco m¨¢s que una reliquia de museo. Buscan, pues, poner un velo sobre la muerte, la tortura y la violaci¨®n de miles.
La izquierda y la derecha que pelearon en la guerra se han alineado. Exguerrilla (el partido Frente Farabundo Mart¨ª para la Liberaci¨®n Nacional, FMLN) y exgobierno (el partido Alianza Republicana Nacionalista, ARENA) han dise?ado una propuesta de ley de reconciliaci¨®n que, entre otras cosas, decreta que aquel informe llamado De la locura a la esperanza: la guerra de los 12 a?os en El Salvador ¡°no tendr¨¢ valor probatorio¡±. De un plumazo los diputados de los partidos que re¨²nen a algunos de los se?alados como criminales de guerra buscan invalidar la principal herramienta que document¨® la verdad de las v¨ªctimas. Porque s¨ª, sin m¨¢s argumento que la tranquilidad de los suyos, recomiendan que todo el mundo ignore los 26 meses de investigaci¨®n de la comisi¨®n, cuando la muerte estaba a¨²n fresca, cuando la guerra a¨²n humeaba; que se olviden los m¨¢s de 2.000 testimonios directos de barbaries y tambi¨¦n los m¨¢s de 13.000 casos de asesinatos y masacres documentados, que incluyen el asesinato de San ?scar Arnulfo Romero, de los sacerdotes jesuitas, de m¨¢s de 1.000 personas en la masacre del Mozote.
Proponen que se olvide la verdad ya escrita sobre la guerra porque no es ¨²til a la hora de reconciliarnos. Esa extra?a idea de que para reunirnos hay que olvidar qu¨¦ fue lo que nos desuni¨®. La frasecilla hecha de que hay que dejar que cierre la herida de una vez, cuando la ¡°herida¡± es un hijo torturado, una familia masacrada, un arzobispo con el pecho roto de un balazo.
Pero los diputados no se conforman con la anulaci¨®n del informe. Ya no pueden sorprendernos con algo peor, podr¨ªa pensar alguien. Pues s¨ª: la comisi¨®n que elabor¨® esta propuesta de ley estuvo formada por dos exmilitares que comandaron la guerra, una excomandante guerrillera y un abogado que fue acusado por la Comisi¨®n de la Verdad por obstruir la justicia en el caso jesuitas. Y hay m¨¢s: no bast¨¢ndoles con intentar anular el informe de la Comisi¨®n de la Verdad, intentan anular la c¨¢rcel como castigo para criminales de guerra. El peor castigo para torturadores, militares que ordenaron arrancar dientes y electrocutar pezones, ser¨ªa de diez a?os de trabajo de utilidad p¨²blica. Para optar a ese enclenque castigo, los secuestradores, masacradores, violadores, tendr¨ªan que ¡°colaborar con el esclarecimiento de los hechos¡±. Lo que les gusta la ambig¨¹edad a los diputados. Lo que les encanta ese lugar donde todo es posible y nada es claro. Bajo esa construcci¨®n, aseguran algunos expertos de derechos humanos, un acusado podr¨ªa decir que supo de los hechos cometidos por un militar ya fallecido y quedar como un aliado de la justicia sin haber dicho nunca ¡°yo hice¡±, ¡°yo mat¨¦¡±, mientras barre un parque en sus horas libres como compensaci¨®n por la barbarie.
De momento, es un intento. Los partidos que empujan esta atrocidad legislativa tienen los votos necesarios y las ganas. Ahora habr¨¢ que ver si tienen el cinismo tambi¨¦n. Los diputados de izquierda, por ejemplo, tendr¨ªan que dar el s¨ª a una ley que lavar¨ªa la cara de militares que masacraron en zonas que ellos defendieron durante la guerra: ¡°territorio liberado¡± llamaban a esas zonas; ¡°compas¡± llamaban a muchos de los habitantes que perdieron a sus familiares en esas masacres.
Esto no es un intento aislado, sino una actitud regional y sostenida a trav¨¦s de los a?os. Desde las leyes de amnist¨ªa de los a?os noventa hasta los intentos recientes de diputados guatemaltecos de hacer en esencia lo mismo que ahora intentan los salvadore?os, quienes legislan esta esquina violenta del mundo insisten: perd¨®n y olvido. Pero cuando uno escarba en la literatura legislativa que proponen, entiende que m¨¢s bien es a secas: olvido.
El Salvador es uno de los pa¨ªses m¨¢s homicidas del mundo. En gran medida porque la muerte va de la mano con la impunidad. Una masacre no esclarecida es, como mucho, titular un d¨ªa. Un asesinato no resuelto no es nada. Cotidianidad.
En 2012, el veterano corresponsal de guerra Jon Lee Anderson volvi¨® a El Salvador invitado a disertar sobre la impunidad en el pa¨ªs al que vio desangrarse en su guerra civil. Anderson hablaba de la impunidad remanente desde los a?os de dictaduras como la ra¨ªz de la degeneraci¨®n moral en pa¨ªses como El Salvador y Guatemala. El homicidio impune es el ejemplo m¨¢s evidente de esa degeneraci¨®n. Y eso en El Salvador no es una casualidad, sino un sistema: en la actualidad hay fiscales que investigan homicidios y tienen asignados 500 casos. Si es joven asesinado en barrio pobre y controlado por pandillas, me explic¨® uno de esos fiscales, el expediente se tira a la gaveta m¨¢s olvidada de su escritorio hasta que haya pasado un tiempo prudente para archivarlo definitivamente. Quien piense que la situaci¨®n actual de violencia en un pa¨ªs como El Salvador no tiene relaci¨®n directa con la impunidad de los cr¨ªmenes de guerra, eval¨²a muy mal, dijo Anderson en aquella visita.
La impunidad, como de nuevo nos recuerdan los diputados con su nueva propuesta de ley, es base en estas sociedades. La impunidad como lecci¨®n se imparte de arriba para abajo, y en El Salvador los diputados son insignes maestros. La ¨²nica forma de revertirlo es desde el extremo opuesto: de la ciudadan¨ªa y sus organizaciones hacia los diputados y sus conspiraciones. Si no han logrado ser m¨¢s descarados ha sido gracias a revelaciones period¨ªsticas, a la lucha de organizaciones de defensa de los derechos humanos y, m¨¢s importante a¨²n, a la digna terquedad de las v¨ªctimas. Algunas de ellas, como quienes sobrevivieron a la masacre del Mozote, llevan 38 a?os contando a quien quiera escucharles c¨®mo aquellos militares del batall¨®n Atlac¨¢tl descuartizaron, violaron, incendiaron. Son guardianes de la memoria, aunque esa memoria los siga torturando, y aunque se enfrenten a un Estado que constantemente les grite a la cara: olvido, olvido. Solo ese empuje puede lograr que alg¨²n d¨ªa la frase con la que inicia este art¨ªculo sea por fin cierta.
Ya no pueden sorprendernos con algo peor.
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