Una bandera a media asta (Cerro Nutibara, Medell¨ªn)
Ese viejo mundo en el que la democracia era tan fr¨¢gil es tambi¨¦n el mundo que estamos viviendo
Qui¨¦n iba a pensarlo. Pero ese viejo mundo plagado de jerarcas, de todas las ¨ªndoles, dispuestos a todo con tal de conservar el imperio de la arbitrariedad; ese viejo mundo de abusadores, con aires de El cuento de la criada, en el que el fundamentalismo religioso iba coloreando sin piedad los mapas del planeta, en el que se persegu¨ªan los derechos reproductivos con la determinaci¨®n de los dementes y la bandera LGBT no era recibida como una reivindicaci¨®n, sino como una afrenta; ese viejo mundo, en fin, en el que la democracia era tan fr¨¢gil, tan dependiente de la bondad de los extra?os, es tambi¨¦n el mundo que estamos viviendo. Y en la ciudad de Medell¨ªn, en el departamento de Antioquia, acaban de suceder un par de f¨¢bulas ejemplares que lo prueban. Y la moraleja es ¨Cde una vez¨C que la bandera de Colombia deber¨ªa vivir a media asta.
El jueves 27 de junio de este a?o, unas horas antes de que empezaran las celebraciones del D¨ªa Internacional del Orgullo LGBT, un pu?ado de machos subi¨® al cerro Nutibara ¨Cuno de los cerros tutelares de Medell¨ªn¨C a desmontar y destrozar la bandera de los seis colores. Se grabaron haci¨¦ndolo, ¡°?aqu¨ª hay antioque?os que nos hacemos respetar y hacemos respetar nuestros s¨ªmbolos patrios¡!¡±, como diciendo que siempre habr¨¢ leyes superiores a las leyes. Se tomaron fotos con risue?os agentes de la polic¨ªa. Se sintieron respaldados por los nost¨¢lgicos de los matoneos en estos tiempos de redes en los que los supremacistas blancos, los neonazis, los homof¨®bicos, los machistas no solo se han visto menos solos, como psic¨®patas entre soci¨®patas, sino animados a reclamar el derecho a la intolerancia.
El viernes 28, durante la Asamblea de la OEA que se celebraba en Medell¨ªn, Colombia fue estruendosamente derrotada ¨Cjunto con otros pa¨ªses desmemoriados de sus propios horrores¨C en el vergonzoso intento de limitar la autoridad del Sistema Interamericano de Derechos Humanos: para miles de v¨ªctimas abandonadas a lo largo y ancho de Am¨¦rica Latina, toda una regi¨®n de Estados veletas, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha sido el ¨²nico refugio en donde se les ha buscado justicia a los casos de torturas, de desapariciones forzadas, de desplazamientos, de censuras, de persecuciones, de restricciones a los derechos reproductivos, pero Colombia tuvo a bien liderar el llamado a recobrar una ¡°autonom¨ªa¡± que no le suena bien a un pa¨ªs en el que la impunidad ha oscilado ¨Cseg¨²n la ONU¨C entre el 86% y el 94%.
Hubo una ¨¦poca del mundo, a finales del siglo XX, cuando se iz¨® la bandera arco¨ªris del progresismo como si los valores democr¨¢ticos ya no tuvieran reversa: para qu¨¦ la novela, se dijo, como si las sociedades occidentales hubieran alcanzado la cordura. Perdidos en el siglo XXI, es claro que seguimos viviendo en suspenso, que, como en los peores tiempos de las guerras, lo reaccionario ha dejado de sonar inveros¨ªmil, y que en Colombia, por poner un ejemplo obvio, una vez m¨¢s es lo com¨²n negar que el Estado ha sido incapaz de frenar la violencia. Son los burdos d¨ªas de Trump, s¨ª, los d¨ªas de ¡°soy un mat¨®n y qu¨¦¡±. Y como se ha estado haciendo en Medell¨ªn, que ha sido un generoso escenario para todas las artes, habr¨ªa que enfrentar esta cultura de la locura con una cultura de la terapia.
Es cierto que aquellos machos repletos de s¨ª mismos, como los que despedazaron la bandera LGBT en el Cerro Nutibara porque les dio la gana, no creen en terapistas ni en terapias. Pero lo m¨¢s probable es que, como a este pobre Estado infiltrado por negadores y por impunes, solo los libre de semejante violencia el corajudo relato de los hechos.
Que la bandera de Colombia viva a media asta de aqu¨ª a que sepamos que nuestras v¨ªctimas son v¨ªctimas nuestras.
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