Por qu¨¦, al final, me he ido de Venezuela
Una periodista relata en primera persona las razones, los miedos y las circunstancias que la han llevado al extranjero. Cuenta c¨®mo la precariedad de la vida cotidiana acab¨® por ser asfixiante
En agosto me convert¨ª en migrante. Soy venezolana, periodista y ahora vivo en Chile. Todav¨ªa no asimilo mi nueva condici¨®n, he comenzado a reconstruirme en una tierra que no es la m¨ªa. Ten¨ªa una sensaci¨®n agridulce porque estaba angustiada por no tener un empleo, enfrentarme a posibles prejuicios y hasta a un clima diferente. Pero tambi¨¦n es un alivio estar lejos ¡ªal menos, f¨ªsicamente¡ª de los apagones, la hiperinflaci¨®n, los robos y otras amenazas.
Me demor¨¦ unos cinco a?os en tomar la decisi¨®n. Fue un proceso plagado de vacilaciones, donde opt¨¦ por quedarme en Caracas (Venezuela) porque no quer¨ªa separarme de mi familia. Pero con el tiempo, el pa¨ªs se hizo m¨¢s hostil y ya no quer¨ªa estar ah¨ª. Ten¨ªa miedo a la inseguridad, miedo a la censura gubernamental y miedo a ser asfixiada por la crisis.
Hablar de lo que pasa en Venezuela es complejo y sobre todo cuando se hace en primera persona. En 2014 quise huir de la violencia. Fue despu¨¦s del 26 de abril, en el fulgor de protestas antigubernamentales, cuando unos compa?eros del diario El Nacional y yo fuimos amenazados por colectivos armados frente a la Universidad Bolivariana, fundada por el expresidente Hugo Ch¨¢vez, en Caracas. Eran cinco hombres con pistolas que quer¨ªan eliminar unas fotograf¨ªas hechas minutos antes cerca del instituto. Y lo hicieron, a la fuerza, golpeando a uno de los reporteros gr¨¢ficos que nos acompa?aba y robando la memoria de su c¨¢mara. Pens¨¦ que no sobrevivir¨ªamos cuando uno de los agresores grit¨®: ¡°?M¨¢talos, que son de El Nacional!¡±. El ataque ocurri¨® frente a militares, uno de los delincuentes rompi¨® con la empu?adura de su arma el vidrio trasero del coche donde permanec¨ªamos, y todos vieron, pero ninguno confront¨® a los violentos. Est¨¢bamos desprotegidos y lo seguir¨ªamos estando. No infringimos ninguna norma, pero ante los ojos de ellos, s¨ª.
La presencia de la prensa para fan¨¢ticos pol¨ªticos constituye una ofensa que se salda con odio. Contra la libertad de expresi¨®n ocurrieron 3.628 violaciones en dos d¨¦cadas de revoluci¨®n bolivariana, un 71% se cometi¨® durante el mandato de Nicol¨¢s Maduro (2013-2019). Fui parte de esas estad¨ªsticas recogidas por el Instituto de Prensa y Sociedad. No solo en 2014, sino otras veces m¨¢s. En ocasiones denunci¨¦ y otras call¨¦. Siempre me repet¨ª y me repitieron: ¡°Son gajes del oficio¡±.
Ninguno de nuestros atacantes fue detenido. Y no fue una excepci¨®n. Las posibilidades de que un delito sea castigado son m¨ªnimas y el Gobierno se encarga de proteger a sus aliados. En septiembre de 2016, denunci¨¦ a un contraalmirante de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana por intimidarme en mensajes privados de Twitter. ¡°Todo en esta vida se paga¡±, me dijo despu¨¦s de escribir un reportaje en el portal Armando.info, donde revel¨¦ su presunta participaci¨®n en dos hechos de corrupci¨®n. Antes hab¨ªa consultado varias fuentes, obtenido expedientes y solicitado entrevistas al alto mando que no fueron contestadas a tiempo. Pero eso no import¨® para ¨¦l, su respuesta a destiempo fue una amenaza. Meses despu¨¦s fue ascendido dentro de la c¨²pula castrense, una casta infranqueable en la era roja. No quise avanzar en la denuncia en su contra porque sent¨ª miedo: vivir en un pa¨ªs donde no existe justicia se siente como ir saltando, de manera permanente, por un campo minado.
¡°?Qu¨¦ m¨¢s aguantar¨¢s?¡±, me pregunt¨® una amiga que viv¨ªa en Colombia. Era dif¨ªcil para ella comprender mi insistencia en continuar en un pa¨ªs que comenz¨® a volverse ruinas. Para ese momento, me sent¨ªa como una rana sumergida en una olla con agua caliente. Hab¨ªa alcanzado elevad¨ªsimas temperaturas, pero todav¨ªa estaba dispuesta a resistir.
Muchos nos acostumbramos a soportar; otros no. Cuando el pa¨ªs entr¨® en crisis no hubo treguas. Cada a?o fue peor. Nunca hab¨ªa fondo en Venezuela, en el abismo comenzamos a cambiar nuestras rutinas. Ya no sal¨ªa casi en las noches por miedo a la delincuencia; no pod¨ªa sacar el tel¨¦fono en la calle porque pod¨ªan atracarme; no pod¨ªa comprar lo que necesitaba en un mercado, sino lo que hab¨ªa, no alcanzaba el dinero; no pod¨ªa ir a un hospital cuando ten¨ªa una dolencia porque no hab¨ªa medicinas, solo sal¨ªa lo necesario porque el transporte p¨²blico opera con dificultades y ni siquiera pod¨ªas manifestarte porque pod¨ªa ser peligroso. Se convirti¨® en una vida llena de privaciones.?
Naci¨®n rota
Despu¨¦s del 23 de febrero de este a?o me sent¨ª menos en¨¦rgica. Cubr¨ªa el intento de ingreso de ayuda internacional para EL PA?S. Estaba con otras dos periodistas cerca del puente fronterizo Sim¨®n Bol¨ªvar de T¨¢chira cuando comenz¨® el desproporcionado ataque de militares y civiles armados contra manifestantes opositores. Nos refugiamos en casa de una evang¨¦lica unas tres horas. Escuchamos los gritos y los silbidos de las balas. Sent¨ª p¨¢nico y agotamiento. Por eso, unos meses despu¨¦s, decid¨ª usar una visa profesional que hab¨ªa solicitado en Chile y emigr¨¦.
No es la primera vez que he estado tiempo en el exterior. En 2015 pas¨¦ unos meses en Espa?a, estudi¨¦ un curso para periodistas y muchas veces pens¨¦ en no volver a Caracas. De hecho, en Madrid tuve varias pesadillas donde volv¨ªa al pa¨ªs y no pod¨ªa salir. Ve¨ªa las noticias y sent¨ªa que hab¨ªamos entrado en una encrucijada.
M¨¢s de la mitad de mis amigos se ha ido del pa¨ªs. Sumergidos en la crisis, cualquiera tiene sus propias condiciones y decisiones. Conozco a varias personas que salieron empujados por el hambre, desesperados por carretera y, a veces, sin documentos, a Per¨², Ecuador o Colombia. Tambi¨¦n conoc¨ª a otros en busca de tratamientos m¨¦dicos, seguridad, mejor educaci¨®n para sus hijos o servicios b¨¢sicos. Est¨¢n los que se quedaron, muchos con ganas de continuar en el pa¨ªs y otros con planes de irse. En el exterior, cuando la gente escucha nuestro acento, dice que somos muchos y, s¨ª, estamos dispersos por el mundo, somos como piezas de una naci¨®n rota.
Mi abuelo y el valor de la democracia
Venezuela, vista desde el extranjero, parece ficci¨®n dist¨®pica. Y desde dentro ¡ªen el epicentro del caos¡ª se tiene la sensaci¨®n de vivir algunos episodios de 1984, la novela de George Orwell que relata c¨®mo una sociedad es controlada mediante el miedo y el adoctrinamiento impuesto por el Gran Hermano.
Por muchos a?os ese libro estuvo en la biblioteca de mi casa: pertenec¨ªa a mi abuelo Eufemio, un espa?ol que lleg¨® a Caracas en los 50 para escapar de la dictadura de Franco. Yo lo le¨ª en 2005, cuando estudiaba la carrera. Quiz¨¢, consciente de lo valioso de la democracia, mi abuelo subray¨® una frase en el libro: ¡°La libertad es la libertad de poder decir que dos m¨¢s dos son cuatro. Concedido esto, lo dem¨¢s viene por s¨ª solo¡±. Tras hojearlo, hall¨¦ similitudes con la revoluci¨®n bolivariana que se multiplicaron con el tiempo. Hoy, encuentro en los totalitarismos un patr¨®n que condena a poblaciones al espanto de la miseria, persecuciones y exilio.
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