Manosear ni?as (no) es delito (en El Salvador)
En un pa¨ªs en el que una de cada diez denuncias de abusos a menores llegan a condena, la C¨¢mara Penal no acept¨® como delito el tocar la vulva de una ni?a de diez a?os sobre su ropa
En los ¨²ltimos a?os, El Salvador ha sido un pa¨ªs conforme. Y no porque todo vaya bien. Al contrario: conforme porque, cuando todo va mal, en la debacle queda poco por hacer. Tras la guerra civil, ha ganado varias veces el triste podio del m¨¢s homicida del continente. Es un pa¨ªs de apenas 6,5 millones de habitantes que permite que, en promedio, dos mujeres mueran a manos de sus parejas cada mes, y que hace o¨ªdo sordo a las estad¨ªsticas que hablan de 12 denuncias por delitos sexuales cada d¨ªa. Pero en la ¨²ltima semana, ese pa¨ªs conforme y derrotado por la violencia no acept¨® un hecho: no acept¨® que una C¨¢mara Penal concluyera que tocar la vulva de una ni?a de diez a?os, sobre la ropa, no es delito.
Para quienes nacimos despu¨¦s de los Acuerdos de Paz de 1992, la protesta en las calles no ha sido una opci¨®n real para mostrar descontento ciudadano. Al menos no generacionalmente. Crecimos con madres listando muertos y recordando el ruido de las balas de la d¨¦cada de los ochenta, cuando miles de salvadore?os sal¨ªan a protestar contra la represi¨®n estatal.
Con traumas de la guerra a¨²n no resueltos, los nacidos en la posguerra y en colonias obreras aprendimos a callar por otras cosas. Quienes nos ense?aron el silencio en las ¨²ltimas d¨¦cadas fueron las pandillas. Su orden est¨¢ escrita en los pasajes y calles de un sinf¨ªn de comunidades que controlan: ¡°Ver, o¨ªr y callar¡±, ha sido la premisa. Y en general, el mandato se ha acatado. Cuando las familias salvadore?as hablan de los pandilleros, no se les nombra as¨ª. Se habla de ¡°los muchachos¡±. Cuando alguien dentro de una comunidad se atreve a contar la ¨²ltima extorsi¨®n o la ¨²ltima paliza que los muchachos han propinado, lo dice ¡°quedito¡±, en susurro. El miedo convierte la queja en murmullos y silencio. En El Salvador, una marcha en contra de los asesinatos cometidos por la Mara Salvatrucha 13 o por el Barrio 18 ser¨ªa impensable. Se ha aprendido que nombrar el descontento puede costar la vida.
La semana pasada, el silencio generalizado ante la violencia se rompi¨®. Y empez¨® a resquebrajarse por la grieta de los abusos sexuales. En los juzgados salvadore?os, solo una de cada diez denuncias de abusos a menores llegan a condena. El 90% de los abusos denunciados quedan en la impunidad. Pero el lunes 4 de noviembre, cientos salieron a las calles con una consigna: ¡°tocar a una ni?a s¨ª es delito¡±.
Este hervidero de gente enojada en la calle empez¨® a prender en febrero, cuando Eduardo Escalante, un magistrado del ?rgano Judicial, lleg¨® en su carro a una colonia obrera y, seg¨²n la acusaci¨®n fiscal, toc¨® la vulva de una ni?a de diez a?os que jugaba con su vecino alrededor de un ¨¢rbol. El hombre huy¨® a pie cuando familiares de la ni?a lo increparon, pero dej¨® su carro en el lugar. As¨ª lograron identificarlo. Se le acus¨® de agresi¨®n sexual a menor, un delito castigado con una pena de ocho? a 12 a?os de c¨¢rcel. Pero la C¨¢mara que conoce el caso, conformada por dos magistrados, concluy¨® la semana pasada que la conducta de la que se acusa al abogado es, a lo mucho, una falta que conlleva una multa de diez a treinta d¨ªas de salario.
La resoluci¨®n cay¨® como agua hirviendo sobre gente que acostumbra a apartarse de los problemas ajenos. Quem¨®. Y muchos en el pa¨ªs centroamericano, que acepta con normalidad la violencia en sus m¨¢ximas expresiones, se hartaron. Una mujer due?a de 25 taxis, mand¨® a todos sus conductores a escribir ¡°Tocar ni?as s¨ª es delito¡± en los parabrisas de cada uno de los carros. Las pancartas, repitiendo la misma consigna, se han visto por toda la ciudad. El presidente de la rep¨²blica ha hecho eco de la causa tuiteando al respecto. El movimiento feminista se ha asegurado de que el caso no se convierta en un signo del que intenten sacar r¨¦dito los pol¨ªticos, a quienes negaron la palabra durante la protesta. Una movilizaci¨®n en defensa de las ni?as y las mujeres empieza a despertar en una sociedad que por d¨¦cadas ha callado.
En 1999, cuando Katya Miranda, una ni?a de nueve a?os fue violada y asesinada en un rancho familiar, no hubo una protesta que dijera a los agresores: aqu¨ª estamos y los estamos vigilando. Su caso se convirti¨® en un s¨ªmbolo de la impunidad con la que en El Salvador se toca, se viola y se mata a las ni?as. En 2013, cuando Ana Chicas, una joven de 18 a?os, fue asesinada por su expareja, no hubo nadie que saliera a defenderla ni siquiera por las calles de su polvoso cant¨®n en Usulut¨¢n, al oriente del pa¨ªs. En 2016, cuando Karen y Andrea, de 12 y 14 a?os, desaparecieron en Cojutepeque, no hubo ninguna movilizaci¨®n para buscarlas. Fuera de las organizaciones y los movimientos feministas, la violencia contra las mujeres ha sido, con suerte, alg¨²n hashtag en redes sociales.
El Tri¨¢ngulo Norte de Centroam¨¦rica es una regi¨®n demasiado acostumbrada a la violencia. Nuestro term¨®metro para medir el fracaso o el ¨¦xito de pol¨ªticas p¨²blicas que la combatan ha sido, por excelencia, la reducci¨®n de los n¨²meros de asesinados cada d¨ªa. Cuando se habla de violencia se piensa en pandillas, en enfrentamientos policiales, en cementerios clandestinos. Poco contamos a nuestras ni?as y mujeres violadas, acosadas y humilladas.
Por ejemplo, la C¨¢mara que conoce el caso del magistrado Escalante -seg¨²n la resoluci¨®n- no considera que tomar a una ni?a de diez a?os por los hombros y luego bajar la mano hacia sus genitales sea un hecho violento por s¨ª mismo. No hubo balas, gritos, sangre, ni golpes de por medio. Solo una ni?a congelada. Y como el hecho sucedi¨® de manera breve y sobre la ropa, los magistrados concluyeron que eso constituye un ¡°tocamiento imp¨²dico¡±. De acuerdo con la ley, ese tipo de tocamiento ocurre cuando alguien se aprovecha del ¡°descuido¡± de una v¨ªctima que transita en un lugar p¨²blico para tocarla. Pareciera que el mensaje es que son las ni?as las que deben estar alerta, no distraerse, para que no aparezca un se?or de traje y les toque la vulva.
La protesta que sali¨® a las calles esta semana es una conquista peque?a para un pa¨ªs tolerante con el acoso, las agresiones y el abuso. Solo en 2018, la Polic¨ªa recibi¨® 4.304 denuncias de violencia sexual, y es un consenso que eso es apenas un subregistro de la realidad. Aunque la manifestaci¨®n reciente en las calles abre la puerta grande a un movimiento social que reclama justicia para las mujeres, es una respuesta que llega tarde.
Ninguna marcha provocar¨¢ que la ni?a de diez a?os vuelva a salir a jugar sin miedo, ninguna protesta devolver¨¢ a la vida a Katya Miranda, a Ana Elizabeth ni a Karen y Andrea. Pero ha sido reconfortante saber que, por un momento, esta sociedad que huele a podrido por los tantos cad¨¢veres que esconde, pareci¨® tener a¨²n un sentido de justicia.
EL PA?S y EL FARO se unen para ampliar la cobertura y conversaci¨®n sobre Centroam¨¦rica. Cada 15 d¨ªas, el s¨¢bado, un periodista de EL FARO aportar¨¢ su mirada en EL PA?S a trav¨¦s de an¨¢lisis sobre la regi¨®n, que afronta una de sus etapas m¨¢s agitadas.