¡°Era un trabajo contra el reloj y contra la muerte¡±
El falsificador Adolfo Kaminsky salv¨® a miles de jud¨ªos durante la ocupaci¨®n nazi de Francia
¡°El mundo est¨¢ loco¡±, susurra Adolfo Kaminsky. Lo que sonar¨ªa a clich¨¦ en boca de muchos constituye una advertencia muy seria en este hombre que, a sus 94 a?os, sigue manteniendo la misma convicci¨®n que le llev¨®, cuando era apenas un adolescente durante la ocupaci¨®n nazi de Francia, a salvar a miles de jud¨ªos, sobre todo ni?os, de la deportaci¨®n falsificando documentos gracias a la manipulaci¨®n de la tinta aprehendida cuando trabajaba en una tintorer¨ªa.
Unos ideales por los que tambi¨¦n ayudar¨ªa a incontables personas m¨¢s en las siguientes d¨¦cadas, creando falsas identidades para combatientes de todas las batallas en las que crey¨® a lo largo de su vida, desde la descolonizaci¨®n de Argelia o la lucha contra el apartheid hasta la resistencia contra Franco, Salazar y contra dictaduras latinoamericanas. Kaminsky nunca se par¨® a contar cu¨¢ntos le deben la vida. Pero el c¨¢lculo es sencillo: pod¨ªa falsificar 30 documentos en 60 minutos. Dormir una hora, por tanto, supon¨ªa la muerte de hasta 30 personas en la Francia colaboracionista. ¡°Era un trabajo contra el reloj y contra la muerte¡±, recuerda en una entrevista en su apartamento en el distrito 15 de Par¨ªs, donde vive con su mujer, a la que conoci¨® en Argelia, y donde le visita constantemente la menor de sus hijos, Sarah, que en 2009 cont¨® la vida de su padre en Adolfo Kaminsky, una vida de falsificador.
Un pasado que, explica entre risas, descubri¨® por casualidad: todav¨ªa en el colegio, falsific¨® la firma de su madre, y la profesora les mand¨® un aviso a sus padres. A Sarah le preocupaba la bronca que pudiera echarle su padre, pero este se limit¨® a re¨ªr a carcajadas por lo mala que era su falsificaci¨®n.
Para entonces, Kaminsky ya hab¨ªa dejado atr¨¢s el trabajo de falsificador que inici¨® tras su paso, en 1943, por el campo de Drancy, en las afueras de Par¨ªs, donde el r¨¦gimen de Vichy internaba a los jud¨ªos para mandarlos a campos de concentraci¨®n nazis, un destino del que se libr¨® su familia gracias al pasaporte argentino que ten¨ªan. La larga barba que sigue llevando hasta hoy se la dej¨® crecer, cuenta, en honor de un jud¨ªo que conoci¨® all¨ª y al que afeitaron antes de deportarlo, despoj¨¢ndole del ¨²ltimo vestigio de dignidad que le quedaba. Muchas de las fotograf¨ªas en blanco y negro del Par¨ªs de posguerra que expone ahora, por primera vez, en el Museo de Arte e Historia del Juda¨ªsmo de Par¨ªs, retratan a hombres con esa larga barba que para ¨¦l, desde entonces, es un s¨ªmbolo de resistencia.
La fotograf¨ªa, la otra gran pasi¨®n de Adolfo Kaminsky, tom¨® protagonismo cuando abandon¨® la falsificaci¨®n. Fue a comienzos de los a?os setenta, cuando las luchas en las que hab¨ªa cre¨ªdo hasta entonces comenzaron a adquirir un cariz violento. Porque si hay algo que ha sido siempre es consecuente. Parisiense por elecci¨®n, aunque inclasificable por naturaleza ¡ªnaci¨® en Buenos Aires en 1925, hijo de una familia jud¨ªa que, en su huida de los pogromos en su Rusia natal, dio tumbos por el mundo antes de instalarse definitivamente en Francia en 1932¡ª, Kaminsky ha guiado su vida por un principio llevado hasta sus m¨¢ximas consecuencias: ¡°La libertad de creer o no creer en lo que sea, siempre respetando al otro¡±.
Si hoy tuviera que retomar las falsificaciones, lo har¨ªa para ayudar a los migrantes que arriesgan la vida para huir de las guerras y el hambre. ¡°Todos esos barcos llenos de gente que no tiene d¨®nde ir, y muchos mueren en el mar¡ ?Es inadmisible!¡±. Tampoco entiende, dice, c¨®mo parecen estar de vuelta esos ¡°ismos¡± contra los que luch¨® toda su vida. ¡°C¨®mo puede ser que la gente vote a la extrema derecha, a los fascistas. Por desgracia, eso no ha cambiado. Es urgente responder a estas cuestiones, pero yo ya no puedo hacerlo¡±, lamenta Kaminsky. Es hora de pasar el testigo. La pregunta es a qui¨¦n.
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