Crisis de casos de c¨¢ncer sin diagnosticar durante el segundo a?o de la pandemia
La historia de una trabajadora de EE UU con un tumor maligno no detectado pone en evidencia las consecuencias menos visibles de la emergencia sanitaria
ProPublica es un medio independiente y sin ¨¢nimo de lucro que produce periodismo de investigaci¨®n en pro del inter¨¦s p¨²blico. Este art¨ªculo se publica conjuntamente con El Pa¨ªs. Adriana Gallardo aport¨® reporteo adicional y traducci¨®n.
Teresa Ruvalcaba yac¨ªa en una cama en la sala de urgencias del Hospital Mount Sinai de Chicago, su seno derecho inflamado a casi el doble del tama?o del izquierdo, la piel tan gruesa y agrietada que el m¨¦dico al examinarla apuntar¨ªa que parec¨ªa una c¨¢scara de naranja.
¡°Ojal¨¢ que s¨®lo sea una infecci¨®n¡±, pens¨®, mientras se esforzaba por respirar, sin saber que ten¨ªa un pulm¨®n parcialmente colapsado.
Durante m¨¢s de seis meses, Ruvalcaba, trabajadora de f¨¢brica de 48 a?os, hab¨ªa intentado ignorar el dolor y la inflamaci¨®n en su pecho. Tem¨ªa visitar un m¨¦dico durante la pandemia, tem¨ªa perder turnos de trabajo, tem¨ªa perder su empleo, su casa, su capacidad para cuidar a sus tres hijos. Sigui¨® trabajando hasta que no pudo m¨¢s, hasta que el dolor la forz¨® a pedir a su hijo que la llevara al hospital en esta noche fr¨ªa y nublada de enero.
A siete millas de distancia esperaba Sergio, de 24 a?os, en el estrecho cuarto de su ni?ez, ropa esparcida por el suelo y sus libros de texto para el examen de admisi¨®n a la escuela de medicina sin tocar en un estante, sus ojos fijos en su tel¨¦fono. Normalmente, Sergio acompa?aba a su madre a cualquier sitio donde podr¨ªa necesitar ayuda con su ingl¨¦s limitado, pero, debido a la pandemia, la seguridad del hospital no le hab¨ªa dejado entrar. Despu¨¦s de dos horas y media de silencio, le mand¨® un mensaje de texto: ¡°[C¨®mo] te va¡±.
¡°Mijo, me est¨¢n [haciendo] todos los chequeos [me van a meter] a una m¨¢quina ahorita,¡± respondi¨® ella.
La llamada del hospital pill¨® a la onc¨®loga Paramjeet ¡°Pam¡± Khosla en su cocina en las afueras del sudoeste de Chicago, donde ella, su marido y sus dos hijas adultas se hab¨ªan quedado hablando en la sobremesa de la cena. Aunque Khosla llevaba m¨¢s de 20 a?os en el servicio m¨¦dico, su coraz¨®n todav¨ªa se sobresaltaba un poco cuando el tel¨¦fono sonaba las noches en que estaba de guardia.
Un rayo x mostraba un gran bulto en el pecho de una mujer que se quejaba de dolor en su seno, le dijo el m¨¦dico de la sala de urgencias. Preocupada, Khosla le dijo que pidiera una biopsia inmediata. Acordaron que ver¨ªa a la paciente tan pronto como pudiera.
¡°Ah¨ª vamos de nuevo¡±, pens¨®.
En las sombras de la covid-19, otra crisis ha surgido. Con la pandemia en su segundo a?o y la esperanza llegando intermitentemente con las vacunas, es como si una inundaci¨®n violenta hubiera comenzado a retroceder, poniendo al descubierto los escombros dejados por su estela. Entre los da?os hay un n¨²mero incalculable de c¨¢nceres que han quedado sin diagnosticar o sin tratar porque los pacientes pospusieron ex¨¢menes anuales, y las cl¨ªnicas de c¨¢ncer y hospitales suspendieron biopsias y quimioterapias y tratamientos de radiaci¨®n.
A lo largo del pa¨ªs, los ex¨¢menes preventivos para detectar c¨¢ncer cayeron hasta el 94% en los primeros cuatro meses del a?o pasado. En Mount Sinai, el n¨²mero de mamograf¨ªas baj¨® un 96% durante el mismo periodo. En julio, los ex¨¢menes hab¨ªan empezado a repuntar, tanto nacionalmente como en Mount Sinai, pero todav¨ªa iban por detr¨¢s de los n¨²meros pre-covid-19. Menos ex¨¢menes tuvieron como resultado un declive en nuevos diagn¨®sticos, que seg¨²n un estudio cayeron m¨¢s del 50% para algunos c¨¢nceres el a?o pasado. Pero la gente no dej¨® de contraer c¨¢ncer; dejaron de ser diagnosticadas.
Mientras los pacientes vuelven a sus m¨¦dicos, las secuelas de aquellos meses oscuros empiezan a hacerse visibles. El National Cancer Institute (Instituto Nacional De C¨¢ncer) ha pronosticado un exceso de casi 10.000 muertes durante la pr¨®xima d¨¦cada s¨®lo de c¨¢ncer de seno y de colorrectal debido a las demoras ocasionadas por la pandemia en el diagn¨®stico y tratamiento de estos dos tipos de c¨¢nceres, que a menudo pueden ser detectados precozmente con ex¨¢menes y causan una de cada seis muertes por c¨¢ncer. Como la pandemia misma, se cree que las comunidades de color ser¨¢n golpeadas con una dureza especialmente fuerte. Los estadounidenses negros ya mueren de todos los c¨¢nceres a una velocidad m¨¢s alta que cualquier otro grupo racial. Y el c¨¢ncer es la causa m¨¢s importante de muerte entre latinos, con el c¨¢ncer de mama liderando otros c¨¢nceres en mujeres.
Despu¨¦s de casi cinco horas en el hospital, Teresa se fue aquella noche sin un diagn¨®stico, pero con instrucciones de llamar a Khosla. Sergio la recogi¨® en la puerta de la sala de urgencias. En el camino a casa, hablaron de todos los ex¨¢menes que le hab¨ªan hecho. Ninguno de los dos mencion¨® la palabra c¨¢ncer.
El verano pasado, mientras su seno derecho empez¨® a inflamarse, Teresa rellen¨® la parte izquierda de su brasier con toallas de papel, avergonzada por si alguien en el trabajo pudiera fijarse.
Una mujer robusta con ojos de un color caf¨¦ profundo y tatuajes entretejidos a trav¨¦s de su cuello y brazos, Teresa hab¨ªa trabajado casi la mitad de su vida en la misma f¨¢brica de producci¨®n de dulces en la zona oeste de Chicago. Hab¨ªa emigrado a los Estados Unidos desde M¨¦xico de forma casi impulsiva con 21 a?os, se hab¨ªa establecido en Chicago, se hab¨ªa hecho residente permanente, y conseguido el empleo en ¡°los dulces,¡± como lo llama ella. Con el tiempo, los due?os de la f¨¢brica cambiaron¡ªKraft, Kellogg, Ferrara Candy¡ªpero Teresa permaneci¨®. Finalmente lleg¨® a ser operadora de maquinaria, ganando 21 d¨®lares por hora.
La f¨¢brica era m¨¢s que un trabajo para ella. Era donde hac¨ªa amigos, contaba chistes para pasar las largas horas, y pon¨ªa m¨²sica a todo volumen, sobre todo las alegres canciones de cumbia de sus a?os adolescentes, en el vestuario. A sus compa?eros les costaba mantener el nivel de energ¨ªa de ella, pero sab¨ªan que Teresa tomar¨ªa el relevo si alguien en la l¨ªnea perd¨ªa velocidad, o cubrir¨ªa alguna ausencia, porque Teresa nunca dec¨ªa que no al trabajo.
Los ingresos le permitieron mantener a sus hijos y, en 2008, lograr algo que no hab¨ªa pensado que fuera posible: poner 5.000 d¨®lares para la compra de una casa estilo Cape Cod, con un siglo de antig¨¹edad, en un barrio de mayor¨ªa latina donde el rugido de aviones del cercano Midway Airport interrumpe regularmente la quietud.
El intento de estabilidad tuvo un precio. Normalmente trabajaba el turno de media noche, a menudo llegando temprano y qued¨¢ndose tarde, y despu¨¦s corr¨ªa a casa para mandar a Sergio, Roberto y Aurora al colegio. Cuando eran peque?os, los ni?os disfrutaban las paletas y gomitas que tra¨ªa del trabajo; no fue hasta que se hicieron mayores que notaron los moratones en sus rodillas y sus dedos ensangrentados.
Mientras golpeaba la pandemia, Teresa no baj¨® el ritmo, aunque peg¨® con especial dureza a los trabajadores esenciales. Casi hab¨ªa perdido la casa en 2018 por haberse demorado en los pagos de la hipoteca. No pod¨ªa arriesgarse a que ocurriera otra vez.
Hizo horas extras y cubri¨® los turnos de compa?eros que estaban enfermos con convid-19. Entre turno y turno, compraba comida para la cena de la noche, despu¨¦s ca¨ªa rendida en el sof¨¢ de la sala unas horas, solo para despertarse y volver a hacerlo todo otra vez. Hab¨ªa creado un plan para protegerse del virus, poni¨¦ndose dos mascarillas y guantes de l¨¢tex durante la hora que le tomaba el trayecto diario al trabajo en tren y autob¨²s. Aunque sent¨ªa como su pecho ard¨ªa, continu¨® trabajando. No quer¨ªa contagiarse de covid-19 en la oficina de un m¨¦dico o en una sala de urgencias, y estaba tan ocupada que no ten¨ªa mucho tiempo para pensar en sus s¨ªntomas.
¡°No le hice mucho caso. ?Por qu¨¦? Porque yo soy madre y padre para mis hijos,¡± dijo.
Sus tatuajes formaban un mapa de su vida, sus luchas y devociones. Un le¨®n por Le¨®n, la ciudad en M¨¦xico donde creci¨®; una bandera de Chicago por su hogar desde entonces; la cara de su madre para conmemorar su muerte, una p¨¦rdida que todav¨ªa le hace suspirar ocho a?os despu¨¦s. Cuando se enfrent¨® a la posibilidad de perder su casa, se prometi¨® hacerle tributo con un tatuaje a la Santa Muerte, un santo folcl¨®rico mexicano, si pod¨ªa salvarla. Sus rezos recibieron respuesta cuando pudo refinanciar su hipoteca, y Teresa firmemente decidida hizo dibujar el santo en su cuello. En un vistoso altar en su comedor, hizo ofrendas de flores y manzanas y encendi¨® velas a la Santa Muerte. Mientras sent¨ªa que se enfermaba, rez¨® por su salud, y por la felicidad y protecci¨®n de su familia.
Finalmente, cuando su pecho, tierno y caliente al tacto, le dol¨ªa demasiado para poder trabajar, pidi¨® tiempo libre e hizo una cita virtual en una cl¨ªnica cercana a principios de enero. El m¨¦dico, viendo su pecho a trav¨¦s de una pantalla de computadora, pens¨® que Teresa ten¨ªa una infecci¨®n y le recet¨® antibi¨®ticos.
Las p¨ªldoras no ayudaron. Sin embargo, menos de una semana despu¨¦s, Teresa estaba sentada en el desgastado sof¨¢ de la sala, haciendo planes para volver al trabajo el d¨ªa siguiente. Entonces, ya incapaz de aguantar m¨¢s el ardor, llor¨®. Su hija, Aurora, escuchando los sollozos, vino a ver qu¨¦ le pasaba. Teresa acept¨® que Sergio la llevara a la sala de urgencias.
El hijo universitario
Sergio ya estaba en la universidad cuando aprendi¨® que hab¨ªa un t¨¦rmino para lo que hab¨ªa estado haciendo desde que pod¨ªa recordar: ¡°language brokering¡± en ingl¨¦s (en espa?ol ser¨ªa ¡°intermediaci¨®n ling¨¹¨ªstica¡±).
Cuando su familia iba a la cl¨ªnica del barrio, Sergio, que entonces ten¨ªa seis a?os, explicaba al m¨¦dico que ¨¦l y sus hermanos necesitaban sus ex¨¢menes f¨ªsicos para la escuela. Negoci¨® un plan de pagos con una empresa de servicios p¨²blicos cuando ten¨ªa nueve a?os. Y durante toda su ni?ez, en las reuniones de padres con maestros, traduc¨ªa orgullosamente los comentarios de sus maestros: estudiante ejemplar, asistencia casi perfecta, excelente en ex¨¢menes.
Estos logros eventualmente le ganaron una beca completa en Pomona College en California, convirti¨¦ndole en el primero de su familia en irse de casa para estudiar en la universidad. Incluso all¨ª, sus responsabilidades le siguieron. Monitoreaba la cuenta bancaria de su madre con su tel¨¦fono, vigilando ansiosamente cuando el balance descend¨ªa cerca de cero. Cuando, durante su tercer a?o, la empresa de hipotecas present¨® una denuncia para una ejecuci¨®n hipotecaria sobre la casa, la familia le mand¨® los documentos por email para traducir, tarea que hizo, tarde durante la noche, solo en su cuarto de la residencia universitaria.
El primer a?o de universidad de Sergio casi le destroz¨®. Las clases eran rigurosas, el ritmo acelerado y su ca¨ªan sus notas se sent¨ªa como un impostor. Peor a¨²n, si era suspendido, no podr¨ªa conseguir un buen trabajo, y ¨¦l sab¨ªa que su familia contaba con su ayuda. Su hermana Aurora, de 26 a?os, tiene retrasos en el desarrollo y no ha trabajado regularmente aunque tiene un t¨ªtulo t¨¦cnico en artes gr¨¢ficas. Su hermano Roberto. de 21 a?os. abandon¨® la secundaria pocos meses antes de graduarse con lo que la familia cree que es una depresi¨®n sin diagnosticar. Su diploma honor¨ªfico de 2017 todav¨ªa cuelga en el refrigerador.
Sergio no sinti¨® resentimiento por la presi¨®n, pero se sinti¨® fagocitado por ella. ¡°Todo depend¨ªa de mi triunfo, y yo no estaba triunfando,¡± dijo. ¡°Lleg¨® a un punto donde ya no quer¨ªa ser el ¨²nico responsable para mejorar la vida de mi familia. Quer¨ªa salirme de esa responsabilidad.¡±
Hubo momentos en que hasta contempl¨® el suicidio. Pero con la ayuda de un terapeuta, recobr¨® su balance y sentido de prop¨®sito. Encontr¨® empleo en un laboratorio de investigaci¨®n enfocado en mejorar la salud mental en latinos y otras comunidades marginalizadas, y se ofreci¨® de voluntario como traductor con pacientes hispanohablantes en un hospital local. Empez¨® a salir con otra estudiante de pre-medicina, Ayleen Hern¨¢ndez, despu¨¦s de que ¨¦l se ofreci¨® para ayudarle a estudiar biolog¨ªa y ella acept¨®, aunque ya conoc¨ªa la materia. Y descubri¨® una forma para entender su propia experiencia. Un d¨ªa en clase, cuando un profesor habl¨® del ¡°language brokering¡± (intermediaci¨®n ling¨¹¨ªstica), Sergio fue cautivado. Termin¨® escribiendo su tesis de pregrado universitario sobre el tema, citando investigaciones que mostraban que las comunidades latinas muchas veces anteponen las necesidades de la familia por encima de las del individuo.
En la secci¨®n de agradecimientos de la tesis, se dirigi¨® a su madre: ¡°La resistencia y fuerza que has exhibido durante los momentos m¨¢s dif¨ªciles y exigentes para nuestra familia no han pasado desapercibidos,¡± escribi¨®. ¡°Espero poder un d¨ªa mejorar esas causas de estr¨¦s, para que t¨² ya no tengas que hacerlo.¡±
Despu¨¦s de graduarse en 2019 con una licenciatura en ciencia cognitiva y un grado menor en estudios chicanos/as-latinos/as, Sergio volvi¨® a casa por un a?o para ayudar a pagar las cuentas antes de solicitar la admisi¨®n a escuelas de medicina. Aunque hab¨ªa anhelado encontrar un empleo en el campo de la salud, sinti¨® que necesitaba aceptar la primera oferta que recibiera, que fue confirmar precios con proveedores para una empresa que vende productos industriales por internet. Se dijo que solo era temporal y que, en el ¨ªnterin, estudiar¨ªa para los MCAT (ex¨¢menes para la escuela de medicina) y har¨ªa trabajo voluntario como int¨¦rprete de espa?ol en una cl¨ªnica gratis en Chicago.
Entonces vino la pandemia y, despu¨¦s de esto, not¨® que su madre se cansaba y estaba d¨¦bil. Insisti¨® para que fuera al m¨¦dico, y ella promet¨ªa repetidamente que lo har¨ªa en el momento en que tuviera un d¨ªa libre. Decidi¨® quedarse en casa un poco m¨¢s.
¡°Perdiste tu cita¡±
Pam Khosla sab¨ªa la respuesta a la pregunta antes de hacerla. Gir¨¢ndose hacia la paciente sobre la mesa de reconocimiento, una mujer negra de 53 a?os en tejanos y botas azul met¨¢lico, dijo, ¡°Perdiste tu cita para la mamograf¨ªa. ?Qu¨¦ pas¨®?¡±
¡°Covid,¡± respondi¨® la mujer.
Khosla, con una bata blanca de laboratorio envolviendo su cuerpo delgado, se acerc¨® en su silla rodante. Se?al¨® una imagen del seno derecho de la paciente en la pantalla de la computadora de escritorio.
¡°?Ve esta estructura con forma de estrella?¡±, pregunt¨®, su voz amable pero firme. ¡°Es c¨¢ncer.¡±
Khosla, la jefa de hematolog¨ªa oncolog¨ªa del hospital, hab¨ªa diagnosticado c¨¢ncer casi una docena de veces esa semana. Con 56 a?os, estaba acostumbrada a dar malas noticias a la gente, ofreci¨¦ndoles pa?uelos desechables y sujet¨¢ndoles la mano mientras lo hac¨ªa. Pero las repercusiones de la pandemia la hac¨ªan sentirse inc¨®moda. Los pacientes se presentaban con los cuerpos m¨¢s descuidados y los casos de c¨¢ncer m¨¢s avanzados de lo que normalmente ve¨ªa, que, en Mount Sinai, eran ya m¨¢s que muchos otros onc¨®logos.
Ubicado en la comunidad North Lawndale de Chicago, donde casi la mitad de los residentes ganan menos de 25.000 d¨®lares al a?o, Mount Sinai sirve a una poblaci¨®n que es predominantemente negra y latina y que depende de Medicaid, el seguro gubernamental para los pobres. Los pacientes aqu¨ª son m¨¢s propensos a visitar una sala de urgencias que un m¨¦dico de cuidados primarios para condiciones no urgentes, y experimentan ¨ªndices desproporcionadamente altos de hipertensi¨®n, asma, diabetes y c¨¢ncer.
Khosla se incorpor¨® al hospital en 2005, persuadida por su marido, un doctor transferido recientemente al departamento de cardiolog¨ªa, de que en Mount Sinai podr¨ªa ayudar a algunos de los pacientes m¨¢s pobres y enfermos de Chicago. Para Khosla, que hab¨ªa recibido su diploma m¨¦dico en India y ten¨ªa memoria de madres e hijas acampadas en los suelos de los hospitales durante horas, el sentido de una misi¨®n era atrayente. En el Rush University Medical Center, donde hab¨ªa trabajado antes, los pacientes ten¨ªan el tiempo y los recursos para solicitarle segundas y terceras opiniones. En Mount Sinai, los pacientes frecuentemente no ten¨ªan ninguno.
Esto solo empeor¨® durante la pandemia.
Los cuidados contra el c¨¢ncer en Estados Unidos nunca han visto una disrupci¨®n de esta magnitud. Avances en la prevenci¨®n, un aumento en la detecci¨®n temprana, tratamientos mejorados y nuevas drogas han impulsado una bajada del 31% en ¨ªndices de muerte de c¨¢ncer entre 1991 y 2018. Pero la pandemia ha dejado a muchos pacientes, especialmente aquellos de comunidades desfavorecidas como las que sirve Mount Sinai, m¨¢s enfermos y con menos opciones de tratamiento.
Puede todav¨ªa tardar uno o dos a?os antes de que las muertes por c¨¢ncer empiecen a aumentar, en parte porque el tratamiento puede postergar la muerte por a?os despu¨¦s de un diagn¨®stico, dijo el doctor Norman E. Sharpless, director del Instituto Nacional de C¨¢ncer. Algunos c¨¢nceres tambi¨¦n pueden crecer lentamente y ser tratables a pesar de una diagnosis tard¨ªa, pero otros no. La secuela de la pandemia puede convertir una crisis de salud p¨²blica en m¨²ltiples crisis, amenazando las vidas de la gente y poniendo en riesgo d¨¦cadas de progreso en la investigaci¨®n y tratamiento del c¨¢ncer, dijo Sharpless.
¡°Cuanto m¨¢s dure la pandemia,¡± dijo en un email, ¡°m¨¢s significativo ser¨¢ el impacto de la pandemia en los resultados de c¨¢ncer.¡±
A finales del a?o pasado, Khosla ayud¨® al Mount Sinai a lanzar un programa para persuadir a pacientes renuentes a presentarse para pruebas de c¨¢ncer, promocionando con cada llamada las precauciones de seguridad contra la covid-19 del hospital. Pero mientras el siniestro silencio en el departamento de oncolog¨ªa daba paso a una invasi¨®n de pacientes en enero, Khosla vio a pacientes cuya salud se hab¨ªa deteriorado tanto que necesitaban ayuda para respirar o tragar.
Recientemente, cont¨® al menos 10 casos de c¨¢ncer avanzado en un periodo de cuatro semanas. Vio a un paciente con una masa del tama?o de una toronja en su cuello. Otro, cuyo tumor hab¨ªa peligrosamente acercado su cerebro a su cr¨¢neo, fue transferido a un hospital. ¡°Nunca lleg¨® a ver la luz del tratamiento,¡± dijo Khosla. Todos estos pacientes hab¨ªan tenido miedo de tratarse en el hospital durante la pandemia.
Mientras su familia dorm¨ªa por las noches, ella le¨ªa revistas m¨¦dicas, aprendiendo sobre las ¨²ltimas drogas aprobadas y las m¨¢s nuevas directivas, y a veces se mandaba a s¨ª misma mensajes de texto en la madrugada sobre un examen a pedir o una opci¨®n de tratamiento a explorar.
¡°El c¨¢ncer nunca te da la satisfacci¨®n de haber hecho un trabajo al cien por cien porque los resultados esperan en el futuro,¡± dijo. ¡°Siempre te est¨¢s cuestionando a ti misma, especialmente con mi poblaci¨®n de pacientes.¡±
El caso de Teresa ejemplific¨® mucho de lo que Khosla hab¨ªa visto ir mal durante la pandemia. El miedo, las demoras, las exigencias sobre los trabajadores esenciales, las limitaciones de los cuidados de la salud telem¨¢ticos.
¡°Ahora es incurable¡±
Tres d¨ªas despu¨¦s de la visita de Teresa a la sala de urgencias, Khosla la vio en una cita de seguimiento. Teresa y Sergio hab¨ªan llegado temprano. ?l se dio la vuelta antes de que Khosla levantara la bata de hospital. Conmocionada por lo extenso de la inflamaci¨®n, Khosla se compuso r¨¢pidamente, esperando que Teresa no se hubiera fijado en su consternaci¨®n. Hac¨ªa una d¨¦cada que no ve¨ªa un caso tan severo. Las biopsias confirmaron sus sospechas: c¨¢ncer inflamatorio avanzado de seno.
¡°Si hubiera venido seis meses antes, podr¨ªa haber sido solo cirug¨ªa, quimio y se acab¨®,¡± dijo. ¡°Ahora es incurable.¡±
La sala de la familia Ruvalcaba hac¨ªa tiempo que ten¨ªa doble funci¨®n tambi¨¦n como dormitorio de Teresa porque ella quer¨ªa que cada uno de sus hijos tuviera su propia habitaci¨®n. Pero despu¨¦s de su diagn¨®stico de c¨¢ncer, pasaba casi todo su tiempo all¨ª, sentada en el gran sill¨®n que sus hijos instalaron para ella despu¨¦s de que la inflamaci¨®n de su pecho hizo imposible dormir en el sof¨¢.
Pasaba las interminables horas enviando mensajes de texto a amigos y mirando viejas pel¨ªculas en espa?ol y dibujos animados, aguantando el peso de su seno derecho con su mano izquierda. Permanec¨ªa sentada con sus perros- Bagel, un doguillo negro y un mezcla de caniche blanco llamado Max ¨C a sus pies, y rara vez sal¨ªa de casa excepto para pasearlos o para ir a sus citas m¨¦dicas.
Sergio, que es el ¨²nico de la familia que puede manejar, la llevaba y la tra¨ªa del hospital, habiendo conseguido permiso de su supervisor para recuperar el tiempo. La ruta algunas veces les llevaba a pasar por delante de la f¨¢brica, inundando a Teresa de pena mientras se preguntaba, ¡°?Cu¨¢ndo voy a regresar?¡±
Sergio y Teresa casi nunca hablaban de otra cosa que no fuera la log¨ªstica del d¨ªa durante esos viajes, cada uno determinado a proteger al otro de sus pensamientos. Un d¨ªa, a finales de febrero, estaban yendo a una cita de terapia f¨ªsica para su mano inflamada, un efecto secundario del tumor. Era la primera vez que Teresa sal¨ªa de casa despu¨¦s de que Roberto le hubiera rasurado casi todo su pelo, el cual hab¨ªa empezado a caer debido a la quimioterapia. Pensaba sobre su familia, su trabajo, su pelo, mientras contemplaba el cielo cubierto y, antes de que Sergio pudiera ver, se limpi¨® las l¨¢grimas.
¡°No quiero que se sienta triste como yo,¡± dijo m¨¢s tarde. ¡°No quiero que ¨¦l cargue con mi dolor.¡±
A¨²n con el seguro de salud de su trabajo, las facturas m¨¦dicas, vencidas y aparentemente infranqueables, segu¨ªan llegando. Algunos d¨ªas mandaba a Aurora que las arrojara sin abrir en una bolsa de Ziploc en el suelo de la sala. Recib¨ªa una paga por invalidez tras el diagn¨®stico de c¨¢ncer y Roberto contribu¨ªa lo que pod¨ªa, pero el dinero no era suficiente para cubrir los gastos de la familia. Solo las facturas sin pagar de las utilidades de la casa sub¨ªan de 1.600 d¨®lares.
Sergio estaba llevando a su madre a otra cita de terapia f¨ªsica en febrero cuando el tr¨¢fico se detuvo por un tren. Sergio, empezando a retrasarse en el trabajo y pensando en todos los correos electr¨®nicos por responder y los mensajes por Slack esperando por ¨¦l, agit¨® su rodilla y mir¨® la hora. Desde aquella noche en la sala de emergencias, hab¨ªa estado rebotando de las citas m¨¦dicas de su madre a su trabajo, al supermercado, a supervisar la cena, a la reposici¨®n de las recetas de Teresa, a recoger el pastel de cumplea?os de Aurora. Pens¨® que pod¨ªa estallar.
¡°Trato de ser honesto conmigo mismo y transparente y ser consciente de mis propias capacidades,¡± dijo. ¡°Pero comenc¨¦ a sentir el peso de todo de golpe.¡±
Esper¨® hasta haber dejado a su madre en casa, dio una vuelta a la cuadra para buscar un espacio donde aparcar, cerr¨® la puerta de su habitaci¨®n y cerr¨® el programa de trabajo para el d¨ªa. Entonces se asegur¨® que su puerta estaba cerrada y, para amortiguar el ruido, llor¨® sobre sus mangas.
Khosla ve¨ªa a Teresa cada tres semanas, vi¨¦ndola entre medio de las sesiones de quimioterapia al final del pasillo en el Mount Sinai.
En su cita a mitad de marzo, la doctora se gir¨® despu¨¦s de lavarse las manos en el lavabo y se sinti¨® inmediatamente afectada por el cambio en la apariencia de Teresa.
¡°La inflamaci¨®n est¨¢ decreciendo,¡± dijo ella. Una int¨¦rprete estaba presente para traducir sus palabras al espa?ol, pero Teresa entendi¨® esas palabras por s¨ª misma.
¡°S¨ª, mucho,¡± respondi¨®.
La quimioterapia estaba funcionando, el pecho de Teresa casi hab¨ªa recobrado su tama?o normal. Se sent¨ªa m¨¢s ligera y, con el fluido en su pulm¨®n drenado, pod¨ªa respirar de nuevo. Antes de salir, encontr¨® la confianza para preguntarle a la doctora por ayuda con el transporte para no tener que interrumpir a Sergio en el trabajo. Se mont¨® en el taxi, con la ¨²ltima nieve del invierno cayendo alrededor de ella, y por primera vez en meses, Teresa se sinti¨® esperanzada.
¡°Son mis pensamientos: salir de esto y buscar un part time (trabajo de tiempo parcial) en la ma?ana, tambi¨¦n,¡± dijo ella m¨¢s tarde, ¡°para poder [salir] de mis deudas y ayudar a mis hijos.¡±
Esa ma?ana, mientras estaban sentadas en la sala de reconocimiento, Khosla sab¨ªa que el tumor en el pecho de Teresa hab¨ªa respondido bien al tratamiento, pero no por la raz¨®n que Teresa deseaba.
Cu¨¢nto m¨¢s agresivo es un c¨¢ncer ¡ª y un c¨¢ncer inflamatorio de pecho es a la vez agresivo y raro ¡ª r¨¢pido que tiende a contraerse. La quimioterapia ataca a las c¨¦lulas en desarrollo, y los tumores avanzados con c¨¦lulas desarroll¨¢ndose r¨¢pido, como el de Teresa, inicialmente pueden ser blancos m¨¢s f¨¢ciles, pero al final son m¨¢s dif¨ªciles de eliminar.
La onc¨®loga le dijo a Teresa que su c¨¢ncer en fase 4 se hab¨ªa metastatizado, infiltrando sus ganglios linf¨¢ticos, estern¨®n, piel, cadera y costilla. Necesitar¨ªa hablar con un cirujano para discutir las opciones de tratamiento. Pero Khosla escogi¨® sus palabras cuidadosamente. Quer¨ªa que Teresa se mantuviera lo suficiente fuerte para superar su tratamiento, y Khosla era una optimista que le gustaba ver m¨¢s all¨¢ de los ¨ªndices de supervivencia publicados. Pod¨ªa sentir que Teresa estaba enfocada en la mejor¨ªa que pod¨ªa ver y sentir.
¡°Quiero que tenga algo de paz por un rato¡±, decidi¨®.
Esperar¨ªa hasta la cita del mes siguiente.
Mientras Aurora empujaba un carrito en el Cermak Fresh Market en una concurrida tarde de abril, Sergio la segu¨ªa a unos pasos de distancia, dejando a su hermana marcar el camino.
Cuando ella confundi¨® el perejil con el cilantro, ¨¦l le se?al¨® los letreros sobre las hierbas cubiertas de roc¨ªo. ?l no intervino cuando ella se asust¨® frente a la pasta, insegura sobre qu¨¦ salsa comprar para la lasa?a que planeaba hacer.
¡°Intenta averiguarlo,¡± la inst¨® ¨¦l, afirmando con la cabeza cuando ella regres¨® con la marinara.
La salida habr¨ªa sido inconcebible unos pocos meses atr¨¢s, dada la discapacidad de Aurora y su severa ansiedad con las muchedumbres. Pero Sergio estaba intentando ayudar a sus hermanos a ser m¨¢s independientes. Supervisaba a Aurora mientras esta hac¨ªa la cena, y se organiz¨® para ense?ar a Roberto a manejar. Estaba intentando prepararlos para arreglarse sin ¨¦l a su lado.
Sergio estaba haciendo planes, otra vez, para recoger los hilos de su vida. Ayleen, ahora una estudiante de primer a?o en el Baylor College de medicina, estaba esper¨¢ndole en Houston.
No se arrepinti¨® de su decisi¨®n de quedarse en Chicago. Al principio, se hab¨ªa preocupado por caer en la autocomplacencia y abandonar sus aspiraciones de convertirse en un doctor, pero ver al covid-19 asolar las comunidades de color y presenciar el c¨¢ncer de su madre fortalecieron su determinaci¨®n. Se sinti¨® mejor preparado para la escuela de medicina, a¨²n si los a?os en casa hab¨ªan amenazado con descarrilar sus planes.
Sergio intentaba no pensar sobre la brecha creciente entre ¨¦l y Ayleen. Celebr¨® cuando fue aceptada en m¨²ltiples escuelas de medicina y fue rese?ada en el sitio web de la universidad. Y todav¨ªa ten¨ªan citas las noches de los fines de semana, se acurrucaban frente a sus computadoras port¨¢tiles- ¨¦l en Chicago, ella en Houston- para comer pizza y mirar Superstore juntos.
Algunas noches se dorm¨ªan al resplandor de las pantallas, y otras se quedaban despiertos hasta tarde hablando sobre qu¨¦ pasar¨ªa cuando Sergio fuera a Houston, si acabar¨ªa y¨¦ndose si era aceptado en una escuela de medicina en alguna otra parte o ten¨ªa que regresar a Chicago por su familia. La vida podr¨ªa irse en muchas direcciones desde Houston, pero ten¨ªa que llegar all¨ª primero.
En la cocina Sergio permaneci¨® junto al refrigerador, observando a Aurora y Roberto guardar la comida. Roberto sujet¨® las hamburguesas de pollo. ¡°?Qu¨¦ hago?¡±
¡°D¨¦jalas fuera,¡± respondi¨® Sergio. Aurora iba a cocinarlas para la cena de esa noche.
Teresa miraba desde el porche trasero. ¡°Est¨¢n haciendo lo que yo [antes hac¨ªa] por ellos,¡± dijo. ¡°Los sacrificios que yo hice les est¨¢n sirviendo.¡±
Descans¨® sus manos sobre su pecho, las flores rosas del manzano detr¨¢s de ella empezaban a abrirse, y escuch¨® a sus hijos dentro.
Ocho d¨ªas m¨¢s tarde, la familia se reuni¨® en la sala, con Teresa en su sill¨®n, la televisi¨®n escuch¨¢ndose de fondo y sus hijos dispersos alrededor de ella.
Teresa hab¨ªa salido de la cita con su doctor con su cabeza dando vueltas. Hab¨ªa esperado que la onc¨®loga le dijera que estaba mejorando y que pod¨ªa regresar al trabajo. Por el contrario, Khosla le hab¨ªa dicho que, aunque ella har¨ªa todo lo que pudiera, Teresa probablemente estar¨ªa en alguna forma de tratamiento indefinidamente. Ten¨ªa pacientes que hab¨ªan logrado salir adelante seis o siete a?os con este tipo de c¨¢ncer. Teresa no hizo ninguna pregunta, solo inclin¨® su cabeza y llor¨®.
Ahora, cuando Roberto le pregunt¨® c¨®mo hab¨ªa ido la cita, no respondi¨®. Entonces, cuando Sergio la presion¨®, ella empez¨®.
¡°Ahorita no voy a trabajar,¡± dijo. ¡°Me van a seguir poniendo m¨¢s [quimio].¡±
Se interrump¨ªa entre las frases, sollozando mientras luchaba por sacar las palabras fuera. M¨¢s tarde, dir¨ªa que casi no pod¨ªa soportar poner esta carga sobre ellos, que hab¨ªa querido echarse al hombro la angustia sola. Pero ellos preguntaron, y ella les dijo sobre la cirug¨ªa y la radiaci¨®n, se?alando su cadera mientras explicaba hasta donde el c¨¢ncer hab¨ªa alcanzado sus huesos.
Sergio permaneci¨® unos pocos pies aparte, sus pies plantados en la entrada. ¡°S¨ª,¡± dec¨ªa tranquilizadoramente, cuando ella revelaba otro detalle.
Sabr¨ªa m¨¢s una vez se reuniera con el cirujano, explic¨® ella. ¡±Van a tratar de estar al contacto a ver qu¨¦ es lo que se puede hacer,¡± dijo, ¡°Pero ahorita, pues, lo que est¨¢n tratando es que [el c¨¢ncer] no corra m¨¢s.¡±
Acab¨® de hablar y mir¨® al suelo.
En un gesto que su hermano y su hermana repetir¨ªan momentos m¨¢s tarde, Sergio cruz¨® la habitaci¨®n y sin decir una palabra, envolvi¨® con sus brazos a su madre. Se agach¨® para besar su cabeza. Despu¨¦s se fue a su cuarto y cerr¨® la puerta.
Melissa Sanchez contribuy¨® a este reportaje.
Traducci¨®n por Carmen M¨¦ndez.
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