La guerra en Ucrania cuando se tienen 10 a?os
Los ni?os, forzados a exiliarse junto a sus madres y a dejar su pa¨ªs, su casa, su colegio y su vida por un conflicto que no entienden
Los ni?os se sienten inc¨®modos cuando sus madres lloran. No saben c¨®mo reaccionar, hacen una mueca que quiere ser una sonrisa de circunstancias. Viktoria es diferente: acaricia la mano de su madre cuando a esta se le humedecen los ojos. Llora porque su hija, de 10 a?os, acaba de explicar a los periodistas de EL PA?S que lo que va a echar m¨¢s de menos es a sus abuelos. Est¨¢n sentadas en el banco de una parada de tranv¨ªa de Lviv, al oeste de Ucrania, a 800 kil¨®metros de su hogar. Su casa se encuentra en el frente de guerra, en una aldea de la provincia de J¨¢rkov. Llevan dos d¨ªas de viaje y todav¨ªa les queda uno m¨¢s hasta llegar a la frontera con Polonia. All¨ª las espera su padre, que trabaja en Varsovia.
De entre los m¨¢s de un mill¨®n de refugiados ucranios que han huido de la guerra, decenas o hasta cientos de miles son ni?os que escapan de la mano de sus madres. Otros tantos se esconden en refugios diariamente o malviven en ciudades cercadas como Mariupol. Casos como el de Viktoria evidencian hasta qu¨¦ punto la guerra se muestra con todo su horror ante los ojos espantados de un ni?o.
El fr¨ªo es inusualmente severo el s¨¢bado en Lviv. Viktoria se cala justo por encima de los ojos su gorra con el logo de TikTok. Vlad tiene 11 a?os y tambi¨¦n procede de la provincia de J¨¢rkov. Le dio tiempo de meter en su mochila una camisa, un pantal¨®n y la comida que su madre le encomend¨® cargar. El m¨¢s importante de sus enseres es un mu?eco azul, un monstruito redondo: se lo dio su padre cuando se despidieron en la estaci¨®n de J¨¢rkov. ¡°Lo perd¨ª en el tren y llor¨¦ mucho¡±, recuerda Vlad, ¡°pero al final lo encontramos¡±. Tanto ¨¦l como Viktoria y su hermana Juliana est¨¢n inusualmente tranquilos en la estaci¨®n de Lviv, en el oeste de Ucrania. ¡°Es que ya lloramos mucho ayer al partir el tren¡±, se justifica Juliana, ¡°porque supimos que van a bombardear nuestra ciudad¡±.
Stanislava y Vladislava son amigas y se reencontraron en Lviv. De ocho y nueve a?os, respectivamente, eran vecinas en Kiev. Fue precisamente en la escuela cuando Stanislava oy¨® los primeros misiles caer en la capital de Ucrania. ¡°Est¨¢bamos todos encerrados en el refugio y pasamos mucho miedo¡±, relata, y en voz baja confiesa que tambi¨¦n pas¨® verg¨¹enza: no se atrev¨ªa a romper el silencio en el refugio para avisar a la profesora que ten¨ªa pip¨ª.
Mientras, en el sal¨®n de bodas de un hotel de la ciudad rumana de Suceava, Dina Vok, de 13 a?os, se sienta en un colch¨®n. A su alrededor hay cientos de personas, todos refugiados como ¨¦l, que han salido por la frontera rumana. Dina es de esos que se guarda todo dentro. Viene con su t¨ªa y sus primos de la ciudad de Vinitsia, donde siguen su padre, militar, y su madre, una enfermera que sinti¨® la obligaci¨®n moral de quedarse.
Escucha m¨²sica y juega con su primo, o a los videojuegos en el m¨®vil, para combatir el aburrimiento, pero ha dejado de consultar TikTok porque, dice, ¡°est¨¢ lleno de propaganda rusa¡±. Hace poco m¨¢s de una semana, lo hizo mucho para lidiar con el nerviosismo. Su madre lo hab¨ªa despertado pocas horas antes, justo al empezar la guerra, y le hab¨ªa explicado sin medias tintas que deb¨ªa marcharse porque Rusia estaba bombardeando su pa¨ªs. ¡°Estaba muy asustado. Iba metiendo en la maleta la ropa que ella me dec¨ªa¡±, recuerda. Cuando el coche se qued¨® detenido en un enorme embotellamiento a la salida de la ciudad, se centr¨® en consultar su tel¨¦fono: ¡°Miraba todo el tiempo TikTok, Google News y Telegram para saber qu¨¦ pasaba¡±, cuenta.
Entiende que ¡°esto es muy real, no un sue?o¡±, pero su sudadera verde, con la palabra ¡°Positive¡± serigrafiada, resume su filosof¨ªa de vida. ¡°Aqu¨ª estoy bien: puedo comer y hace calor¡±, asegura, aunque se nota todo lo que le pasa por la cabeza ¡ªy se esfuerza por no exteriorizar¡ª cuando alguien menciona a sus padres.
¡ª ?Qu¨¦ es para ti la guerra, Dina?
¡ª Cuando un pa¨ªs mata a gente de otro porque es ambicioso.
Ahora se dirigen a Bucarest para que su madre, que est¨¢ saliendo por otra frontera, le d¨¦ ¡°un abrazo¡± antes de regresar a Ucrania. ?l ir¨¢ a Emiratos ?rabes Unidos, donde viven sus abuelos. ¡°Ser¨¢ muy chulo. Una especie de vacaciones del cole. Y all¨ª hace calor¡±.
Sofia Holodalina, de 14 a?os, se pone a dar saltitos de alegr¨ªa sentada a lo indio cuando se acerca el periodista, y eso que piensa que ¡°los peri¨®dicos son cosa de viejos¡±. Es lo m¨¢s parecido a algo divertido que le ha pasado esta semana. Lleg¨® hace unas horas a Rumania desde Zaporiyia, que justo ocupa ese d¨ªa los titulares porque alberga la mayor central nuclear de Europa y ha sido tomada por las tropas rusas.
Saca sus ganas de re¨ªr cuando su madre explica que ten¨ªan pensado ir en la segunda mitad de 2022 a visitar a su hermana en Torrevieja, en la provincia de Alicante, pero la guerra las ha obligado a adelantar los planes. ¡°?Gracias, Putin, por este favor!¡±, tercia con sonrisa p¨ªcara enfundada en un ch¨¢ndal. Y cuando el periodista le cuenta que en Torrevieja hay playa se le dibuja una sonrisa y se queda mirando hacia otro lado. ¡°Creo que me quedar¨¦ en Espa?a. No creo que quiera volver ya a Ucrania solo para ver c¨®mo se reconstruye, c¨®mo se rehace todo de la nada¡±.
En la abarrotada y ca¨®tica estaci¨®n de Kiev, uno de los lugares que sirven de escapatoria de la guerra, Islam, de 12 a?os, no quita un ojo a sus hermanos peque?os, Ilias, de siete, y Yas¨ªn, de cuatro. Se mueven alrededor de una gran maleta de ruedas naranja en medio de cientos de personas. Los acompa?a su madre, Kamala, de 28, que, aparentemente, no habla ucranio y deja que sea su hijo mayor el que se comunique con el reportero. Su padre, Ali, de 35 a?os, los acompa?ar¨¢ hasta la frontera y luego regresar¨¢ a Ucrania. Para esta familia uzbeca, que vino a Ucrania hace cuatro a?os, ha llegado otra vez la hora de emigrar. Al ni?o se lo ve resuelto y seguro en medio de la vor¨¢gine. Para ellos se ha acabado, al menos de momento, el seguir el curso escolar, el redondear la integraci¨®n lejos de Uzbekist¨¢n¡ Riadas de personas, tanto extranjeros como ucranios, acuden cada d¨ªa a tratar de buscar hueco en alguno de los trenes que parten hacia Lviv. Acceden desde el recibidor de la estaci¨®n a la planta alta y, tras comprobar que el siguiente convoy hacia el oeste parte de la v¨ªa 10, se dirigen directamente al and¨¦n y a su nueva vida
A las seis de la ma?ana del viernes, Nika, de 11 a?os, abandon¨® su casa de Odesa, junto a su madre, dos de sus hermanas y su perrita. Seis horas despu¨¦s cruzaban la frontera de Moldavia. Llegaron en coche. En la tienda donde se ofrece un t¨¦ y bocadillos a los reci¨¦n llegados, esperaban a que un primo las llevara Chisinau, la capital, para quedarse con ¨¦l ¡°una semana¡±. Nika cumplir¨¢ 12 a?os la semana que viene y guarda la esperanza de estar de regreso para entonces. ¡°Llora todo el rato porque su mejor amiga se ha ido a Polonia y ya no volver¨¢, se quedar¨¢ all¨ª estudiando¡±, cuenta su madre. Las ni?as corrigen el ingl¨¦s de su madre, r¨ªen, y al momento se quedan absortas. ¡°Quer¨ªamos irnos, daba mucho miedo. Hemos tardado una hora en cruzar la frontera¡±, dice la mayor de las hermanas que no habla m¨¢s ingl¨¦s. Mar¨ªa, la hermana m¨¢s peque?a, de nueve a?os, dice: ¡°Estoy bien¡±. Coge un peluche y sigue jugando con la tableta entre sus maletas. Las otras se turnan para ver el m¨®vil, para cargar la perra en brazos. Tienen todas los labios cortados por el fr¨ªo.
En este reportaje han colaborado Luis de Vega desde Kiev y Alejandra Agudo desde Palanca (Moldavia).
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