El hambre contra Am¨¦rica
De los 660 millones de personas que viven en Latinoam¨¦rica, m¨¢s de 60 millones pasan hambre. Otros 220 millones no sabe si va a comer ma?ana
Tendr¨ªan que ser ant¨®nimos. Am¨¦rica Latina y hambre son palabras que nunca deber¨ªan juntarse. Am¨¦rica Latina produce comida: lleva 500 a?os dedicada a producir comida ¨Cy algunos minerales. En Am¨¦rica Latina viven unos 660 millones de personas; seg¨²n los ¨²ltimos recuentos, m¨¢s de 60 millones pasan hambre. Uno de cada diez latinoamericanos no come suficiente.
(Es f¨¢cil de decir: uno de cada diez latinoamericanos no come suficiente. Pruebe, estimado lector, a imaginar la situaci¨®n: no comer suficiente. Irse a la cama con el est¨®mago vac¨ªo; no saber si va a conseguir comida para ma?ana; sentir que su cuerpo se debilita porque le faltan los nutrientes necesarios; ver llorar a sus hijos y no tener qu¨¦ darles. Pruebe, estimado lector, y despu¨¦s c¨®mase una buena fruta o una verdura org¨¢nica, que son tan saludables.)
¡°Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al d¨ªa. No hay nada m¨¢s frecuente, m¨¢s constante, m¨¢s presente en nuestras vidas que el hambre ¨Cy al mismo tiempo, para la mayor¨ªa de nosotros, nada m¨¢s lejos que el hambre verdadera¡±, escribi¨® un autor casi contempor¨¢neo. ¡°Entre ese hambre repetida, cotidiana, repetida y cotidianamente saciada que vivimos, y el hambre desesperante de quienes no pueden con ¨¦l, hay un mundo de diferencias y desigualdades. El hambre ha sido, desde siempre, la raz¨®n de cambios sociales, progresos t¨¦cnicos, revoluciones, contrarrevoluciones. Nada ha influido m¨¢s en la historia de la humanidad. Ninguna enfermedad, ninguna guerra ha matado m¨¢s gente. Todav¨ªa, ninguna plaga es tan letal y, al mismo tiempo, tan evitable como el hambre.¡±
Hambre es un cuerpo comi¨¦ndose a s¨ª mismo. Un cuerpo que se come porque no tiene nada que comer, alguien que se consume por falta de consumo, una persona que deja de serlo.
¡°Yo no pienso en el futuro. Lucho diariamente, estoy en el d¨ªa a d¨ªa. Lo hago por mi hijo, no lo puedo dejar morir¡±, dice Jos¨¦ Luis, caraque?o de 50, analfabeto en un inmenso barrio de chabolas, el Petare. Hace mucho que no consigue empleo; para comer pide en la calle, rebusca en basureros. ¡°A veces se consiguen cosas. La otra vez vimos una bolsa, la rompimos, y conseguimos un arroz y una pasta que estaban nuevos, los hab¨ªan botado s¨®lo porque ten¨ªa gorgojos. Me los llev¨¦ y en la casa los limpiamos, los calentamos y nos lo comimos¡±, dice, recordando esa vez en que s¨ª tuvo suerte. Otras veces no tiene: ¡°De vez en cuando me levanto y me acuesto sin haber comido¡±.
En Am¨¦rica Latina, otros 220 millones de personas ¨Cuna de cada tres¨C viven en ¡°inseguridad alimentaria¡±, uno de esos conceptos que el idioma burocrat¨¦s invent¨® para decir sin decir demasiado. Significa, en ¨²ltima instancia, que quien la sufre no est¨¢ seguro de poder comer pero quiz¨¢ s¨ª pero qui¨¦n sabe no y a ver: que no sabe si va a comer todos los d¨ªas. Comer, para tantos millones, no es un placer ni un deber; es un problema.
Y as¨ª ha sido a lo largo de toda nuestra historia. Hubo, hace a?os, un momento, pero ese momento ya pas¨®. Fue hacia 2015: una d¨¦cada larga de aumento de los precios de las materias primas hab¨ªa conseguido reducir la pobreza y el hambre en Am¨¦rica Latina a sus m¨ªnimos hist¨®ricos. Parec¨ªa que la desgracia m¨¢s persistente de la regi¨®n por fin retroced¨ªa, que empezaba una ¨¦poca nueva. La ¡°inseguridad alimentaria grave¡± ¨Cpersonas que han pasado un d¨ªa o m¨¢s sin comer¨C baj¨®, en 2014, hasta los 47 millones, y se dec¨ªa que seguir¨ªa bajando; en 2021 fueron 93 millones de personas, casi el doble.
La pandemia tuvo buena parte de la culpa: en una regi¨®n donde la mitad de los trabajadores est¨¢ en negro, donde la mayor¨ªa se busca la vida con trabajos de fortuna, donde tan pocos tienen resto, el cierre de las ciudades fue un desastre. Los trabajadores perdieron una de cada cinco horas laborables: redujeron sus entradas en un 20 por ciento mientras los precios sub¨ªan y sub¨ªan. Fue un desastre y lo sigue siendo, pero el retroceso hab¨ªa empezado a?os antes con la ca¨ªda de los precios de las materias primas que exportamos. Y se complica ahora, con su aumento: los m¨¢s pobres suelen sufrir las consecuencias de una cosa y su contraria. Si el ma¨ªz o el trigo suben en los mercados internacionales porque hay una guerra en el este de Europa o porque los especuladores globales lo deciden, sus precios suben tambi¨¦n en los mercados locales de los mexicanos o peruanos o paname?os que quieren comerlos ¨Cy ya no pueden. Un ejemplo: en Colombia, el precio de los alimentos subi¨® en los ¨²ltimos doce meses el 26 por ciento. O sea: millones de colombianos pueden comer un cuarto menos que el a?o pasado.
Lilian es paraguaya pero lleva casi veinte de sus 44 a?os en Buenos Aires. Lilian limpia casas de otros y maneja un comedor popular en una villa miseria, la 21-24, donde viven 45.000 personas. Lilian dice que la pandemia fue tremenda: ¡°Cada vez ven¨ªa m¨¢s gente al comedor, nunca era suficiente. Estir¨¢bamos las raciones como pod¨ªamos para tener algunas m¨¢s¡±. Pero ahora, dice, la situaci¨®n no es mucho mejor: ¡°Sin los comedores mucha gente en Argentina se morir¨ªa de hambre¡±, dice, y que est¨¢ lleno de personas que se alimentan a base de mate y ¡°reviro¡±, una masa de harina, agua, aceite y sal.
El hambre de fondo va m¨¢s all¨¢ de pandemias y subas eventuales: es, como suele decirse, estructural. El problema decisivo est¨¢ en c¨®mo se reparten y se usan esos alimentos, la forma en que funciona su producci¨®n y su comercio: no para satisfacer las necesidades de la mayor¨ªa sino para que sus productores y distribuidores y especuladores ganen m¨¢s dinero. Se suele decir que la causa del hambre es la pobreza; en realidad, su causa principal es la riqueza ¨Cde unos pocos.
Es la concentraci¨®n de la riqueza alimentaria que muestra con modestia el famoso Dilema de la Vaca. El Dilema es, por supuesto, una simplificaci¨®n ¨Cmuy ilustrativa. En s¨ªntesis: si un agricultor cosecha diez kilos de cereal se enfrenta a un dilema: puede venderle un kilo cada una a diez familias, y que cada familia se lo coma y satisfaga su apetito. O puede venderle ¨Cm¨¢s f¨¢cil y m¨¢s caro¨C los diez kilos a un ganadero para que se los coma su vaca, que los transformar¨¢ en un kilo de carne que el ganadero podr¨¢ vender a una o dos familias por mucho m¨¢s dinero. As¨ª, ese cereal que tantos necesitaban se transforma en carne que pocos pueden pagar; as¨ª se priva a quienes lo precisan de un alimento que se usa para proveer a los mercados ricos; as¨ª se concentra la riqueza alimentaria.
¡°Aqu¨ª sufrimos mucho, no hay trabajo y de comer bien no tenemos, de desayuno me como tortilla con sal, salsita si se puede, y si hay dinero vamos por huevito, que es lo t¨ªpico que hay aqu¨ª y as¨ª, dos comidas nada m¨¢s¡±, dice Ra¨²l, 28, mexicano de un pueblo de Oaxaca. El pueblo se llama San Sim¨®n: tiene cinco mil habitantes, diez iglesias y ninguna carnicer¨ªa.
Varios pa¨ªses ?americanos est¨¢n entre los principales productores mundiales de trigo, ma¨ªz, soja, carne, mariscos, caf¨¦, az¨²car, uva, pl¨¢tano y tantos otros frutos. Pero la palabra ¡°productor¡± deber¨ªa reemplazarse por la palabra ¡°exportador¡±. Am¨¦rica Latina, en general, no produce comida para que coman sus personas sino para que medren sus due?os, mayoristas, comisionistas varios.
Eso explica los casos inexplicables: por ejemplo, el hambre en pa¨ªses que se dedican sobre todo a cultivar comida. La Argentina produce alimentos que podr¨ªan satisfacer a unos 400 millones de personas; sin embargo, sobre su poblaci¨®n de 46 millones, m¨¢s de cuatro millones no comen suficiente. La explicaci¨®n es casi simple: la mayor parte de esa producci¨®n se exporta, soja para los chanchos chinos. As¨ª, sus due?os cobran d¨®lares y sus compatriotas pasan hambre.
Es la condena ?americana desde siempre: pa¨ªses que se dedican a producir materia prima para la exportaci¨®n y que, para hacerlo, no necesitan mucha mano de obra ¨Cno necesitan a sus pobres para producir¨C ni necesitan un gran mercado interno ¨Cno necesitan a sus pobres para consumir¨C. Desde hace siglos, los ricos americanos no necesitan a sus pobres: solo precisan que no jodan demasiado. Para eso les sirven sus estados: para contenerlos. El estado ?americano es, antes que nada, un estado contenedor, que primero recurre a las d¨¢divas y, cuando ya no funcionan, a la buena vieja represi¨®n.
En Am¨¦rica Latina una de cada cinco personas vive del asistencialismo, limosnas que contribuyen a mantener el sistema clientelar que, a su vez, sirve para desnaturalizar la representaci¨®n pol¨ªtica: consigue que grandes sectores de la poblaci¨®n voten y obedezcan a los que les est¨¢n dando esa limosna ¨Cpara que sigan d¨¢ndosela, para no caer en el hambre m¨¢s extrema.
En Estados Unidos, el pa¨ªs m¨¢s rico del mundo, nadie se muere de hambre. Pero uno de cada diez americanos, m¨¢s de 35 millones de personas, mayor¨ªa de negros y de hispanos, necesita alg¨²n tipo de ayuda para conseguirlo: food stamps, distribuciones de alimentos, comedores populares. Las colas de los que esperan un bocado son habituales en todas las ciudades; Carlos Marroqu¨ªn, 62, guatemalteco, d¨¦cadas en California, organiza uno de estos repartos en Los ?ngeles: ¡°La gente que no tiene dinero debe decidir entre comprar comida o pagar la renta¡±, dice. Y que s¨ª, que ¡°se pueden crear programas donde se le da comida a la gente, pero lo vamos a hacer eternamente si no cambiamos el sistema.¡±
El hambre es la enfermedad que m¨¢s mata en el mundo ¨Cy tambi¨¦n en Am¨¦rica Latina. Y es, al mismo tiempo, la m¨¢s f¨¢cil de curar: con comida. Pero eso solo podr¨¢ solucionarse cuando haya, para empezar, empleos leg¨ªtimos para la mayor¨ªa. Y cuando aceptemos que no acaparar los alimentos es la forma m¨¢s primaria de solidaridad humana. El hambre tiene muchas causas; la falta de comida no es una de ellas. Vivimos un momento crucial: por primera vez en su historia la humanidad es capaz de producir alimentos suficientes para todos. Nuestro planeta podr¨ªa criar comida para 12.000 millones de personas, muchos m¨¢s que los que somos; para eso, los 2.000 millones m¨¢s ricos deber¨ªamos dejar de comer como comemos, tirar comida como la tiramos, pensar tambi¨¦n en los dem¨¢s.
Hay pocos lugares donde eso sea tan claro como en Latinoam¨¦rica: alcanzar¨ªa con ciertos cambios estructurales para que el hambre desapareciera. Y sin embargo no los hacemos: no hacemos al respecto casi nada. El hambre de millones de personas no forma parte de nuestras preocupaciones, nuestros debates, nuestras expectativas. Siempre me pregunto por qu¨¦ hablamos sin parar de la amenaza ambiental que puede arruinar en el futuro tantas vidas, y casi nunca de todas esas vidas arruinadas hoy, ayer, ma?ana, por falta de comida. La respuesta m¨¢s tonta ¨Cla m¨¢s cruda¨C suele ser la m¨¢s cierta: porque la amenaza ambiental nos amenaza a todos mientras que el hambre, pareciera, siempre lo sufren otros.
Y seguir¨¢ matando mientras no nos convenzamos de que, pese a las apariencias, lo sufrimos todos.
VENEZUELA
¡°De vez en cuando me levanto y me acuesto sin haber comido nada¡±
Jos¨¦ Luis Padr¨®n y su hijo recorren las calles de Caracas todos los d¨ªas para conseguir alimentosALONSO MOLEIRO / FLORANTONIA SINGER. Caracas
Jos¨¦ Luis Padr¨®n tiene 50 a?os, vive en concubinato y tiene tres hijos. No sabe leer ni escribir. Vive en Maca, un vecindario que pertenece a Petare, extensa barriada de chabolas que se extiende por las colinas del este de Caracas.
Su casa est¨¢ hecha de madera y techo de zinc. El piso es de cemento, con algunas partes de tierra. No tiene ba?o ni nevera. No tiene radio ni televisi¨®n. No tiene mesas ni sillas. No tiene agua. Tiene servicio de luz, una cocina de gas con dos hornillas, una cama, una cava sin electricidad para guardar comida enlatada y un perchero para la ropa junto a la de Jos¨¦ Gregorio, su hijo de 8 a?os, que lo acompa?a adonde va. Una sobrina que vive al lado abre cuando necesitan usar la nevera o el ba?o.
Cada ma?ana, como quien sale al trabajo, la gesti¨®n de Jos¨¦ Luis es la misma: caminar varios kil¨®metros con su hijo para conseguir comida. Tocar los timbres de residencias de clase media en urbanizaciones como La Carlota o Santa Paula para pedir algo que sobre; pasar por panader¨ªas a ver si ablanda alg¨²n coraz¨®n transe¨²nte; ofrecerse de voluntario para cuidar carros u organizar parqueos que le permitan ganarse una propina.
Jos¨¦ Luis y su hijo han pasado un d¨ªa y medio sin comer nada. Consiguen comida en sus gestiones, pero nunca nada que vaya m¨¢s all¨¢ de los dos d¨ªas de provisi¨®n. Latas de at¨²n, pan viejo, rodajas de tomates o queso, galletas de soda, sardinas. A veces, dice, consigue pollo. ¡°De vez en cuando me pasa, me levanto y me acuesto sin haber comido nada. La gente me ayuda. Algunos me conocen y me guardan cosas, otros se niegan. ¡°Anda a pedir a Miraflores ¡ªel Palacio de Gobierno¡ª me han dicho por ah¨ª. No recibo ayudas del Gobierno, nunca. Mi esposa era la que manejaba esas cosas.¡±
La esposa de Jos¨¦ Luis est¨¢ presa, acusada de prostituir a su hija mayor, de la cual Jos¨¦ Luis es padrastro. Jos¨¦ Luis niega rotundamente que eso haya ocurrido. Cumple condena en el Instituto Nacional de Orientaci¨®n Femenina, INOF. Le han reducido el castigo por buena conducta. Le queda un a?o para salir. Los otros dos hijos de Jos¨¦ Luis, Gerardo ¡ªde 5 a?os¡ª y Betania ¡ªde 9¡ª, est¨¢n en un Ret¨¦n para Menores. Hace tres a?os no sabe de ellos.
Cuando comenz¨® la pandemia, m¨¢s de la mitad de la gente con hambre en Am¨¦rica Latina estaba en Venezuela, de acuerdo con datos de la FAO, organizaci¨®n de Naciones Unidas que en 2008 hab¨ªa hecho un reconocimiento al Gobierno de Hugo Ch¨¢vez por avances en la situaci¨®n alimentaria de la poblaci¨®n que se vinieron abajo con la grave escasez de alimentos y la hiperinflaci¨®n de los a?os de Nicol¨¢s Maduro.
La pobreza de ingresos, que alcanza a m¨¢s del 95% del pa¨ªs seg¨²n la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) realizada anualmente por universidades venezolanas, ha producido cifras como estas: un tercio de los venezolanos est¨¢ en inseguridad alimentaria, nueve de cada 10 no gana lo suficiente para comprar comida y siete de cada 10 no come carne.
¡°No pienso en el futuro. Lucho diariamente, estoy en el d¨ªa a d¨ªa. Lo hago por mi hijo, no lo puedo dejar morir¡±, afirma Jos¨¦ Luis Padr¨®n. ¡°Cuando la cosa se pone fea, mi sobrina me toca la puerta, siempre tiene algo para Jos¨¦ Gregorio. Yo a veces la ayudo tambi¨¦n¡±.
Sin empleo hace muchos a?os, sin saber qu¨¦ pasar¨¢ con su esposa y sus otros hijos, Jos¨¦ Luis camina con Jos¨¦ Gregorio haciendo una cita diaria con los delirios de la incertidumbre. ¡°Reviso basureros, a veces se consiguen cosas. La otra vez vimos una bolsa, la rompimos, y conseguimos un arroz y una pasta que estaban nuevos, los hab¨ªan botado s¨®lo porque ten¨ªan gorgojos. Me los llev¨¦ y en la casa los limpiamos, los calentamos y nos lo comimos¡±.
ESTADOS UNIDOS
Comprar comida o pagar la renta
Mujeres mayores y trabajadores hacen fila en Los ?ngeles para conseguir alimentos que no pueden comprarLUIS PABLO BEAUREGARD. Los ?ngeles
Una se?ora coreana de 83 a?os se tambaleaba la ma?ana de un martes a la entrada de un gran edificio del este de Los ?ngeles. La se?ora, que no habla ingl¨¦s, llevaba dos horas en pie en una larga fila en la que esperaba a que le regalaran alimentos. ¡°Le hemos dicho que podemos llevar la comida a su casa, pero insiste en venir porque tiene miedo de que se nos olvide¡±, asegura Carlos Marroqu¨ªn, coordinador de Food for Health, una iniciativa que desde hace seis meses facilita el acceso a comida saludable para las comunidades m¨¢s desfavorecidas. ¡°Cualquier persona de edad avanzada en este pa¨ªs no deber¨ªa estar batallando para tener comida. Es incre¨ªble. El sistema est¨¢ roto, no funciona para la gente trabajadora, solo para la que tiene dinero¡±, a?ade el activista.
Los ?ngeles es una ciudad que disimula bien la miseria. El relajado estilo de vida de Santa M¨®nica, la opulencia de Beverly Hills y los reflectores de Hollywood pueden hacer olvidar que el 23% de la poblaci¨®n angelina vive en situaci¨®n de pobreza. Es uno de los porcentajes m¨¢s altos de toda California. La situaci¨®n desborda las fronteras de Skid Row, una zona del centro aquejada por la crisis de los sin techo y por la epidemia de adicciones que golpea a otras grandes ciudades de Estados Unidos.
Todos los martes y jueves se crea una enorme l¨ªnea a las afueras de un bloque de apartamentos de renta controlada propiedad de la Fundaci¨®n Aids Healthcare. Esta fila cuenta otra historia sobre las necesidades alimentarias de esta ciudad. Carlos y sus ayudantes entregan cada ma?ana 200 boletos. Principalmente llegan mujeres mayores asi¨¢ticas y latinas. Algunas hispanas llegan empujando carriolas o cargando beb¨¦s en brazos. No hay afroamericanos, una de las minor¨ªas m¨¢s castigadas. Cada boleto da derecho a elegir verduras frescas que Marroqu¨ªn compra a una familia mexicana de peque?os empresarios. Este martes hay r¨¢banos, lechugas, betabeles, naranjas, cebollas, huevos y zanahorias. ¡°Este tipo de productos solo se encuentran en comunidades ricas, no las ves en las zonas centrales o del este de la ciudad. Aqu¨ª tratamos dignamente a la gente. Ellos pueden elegir sus productos en lugar de solo darles bolsas o latas con productos que quiz¨¢ no saben cocinar¡±, explica.
Marroqu¨ªn, de 62 a?os, naci¨® en la ciudad de Guatemala. Lleg¨® a Estados Unidos cuando era ni?o. Hizo el servicio militar y despu¨¦s fue empleado del servicio postal. Encontr¨® su vocaci¨®n como activista comunitario: ha trabajado por el derecho a la vivienda y ahora lucha por facilitar la seguridad alimentaria. ¡°El sistema que existe da acceso a los alimentos a la gente que tiene dinero. Ellos tienen lo mejor. El esquema se cre¨® para protegerlos con varias capas y hay una red de seguridad para ellos, no para la clase trabajadora¡±, indica.
Carlos tuvo a su cargo el banco de alimentos de la organizaci¨®n Urban Partners, una de las m¨¢s grandes de la urbe. Despu¨¦s lleg¨® la pandemia, que provoc¨® hambre en casi el 30% de los hogares de las madres solteras del pa¨ªs, de acuerdo con un reporte de Brookings. En lo m¨¢s duro de la contingencia, Carlos recuerda que la gente llegaba a formarse a las seis de la tarde del d¨ªa anterior. Pasaban toda la noche y la madrugada para poder llevarse verduras que les alcanzan para una semana. Antes de la emergencia, unos 13.7 millones de hogares en el pa¨ªs, el 10,5% del total en el pa¨ªs, hab¨ªan experimentado la escasez de alimentos. Esto representa a unos 35 millones de personas.
Aunque la pandemia afloj¨® el paso, la econom¨ªa ha empeorado la situaci¨®n de muchos. Especialmente la inflaci¨®n, que ha disparado el precio de los alimentos. ¡°Los n¨²meros est¨¢n subiendo r¨¢pidamente otra vez. La gente que no tiene dinero debe decidir entre comprar comida o pagar la renta. Y si no tienes seguro m¨¦dico la situaci¨®n es peor. O es medicina o leche. Es la situaci¨®n que viven miles de personas¡±, asevera. El Gobierno de Joe Biden ha convocado para septiembre una cumbre en Washington sobre el tema de la hambruna y el acceso a los alimentos. Es la primera de este tipo desde la Administraci¨®n de Richard Nixon.
El programa que Carlos dirige pronto ser¨¢ implementado en Florida y en Puerto Rico. En los pr¨®ximos meses, la organizaci¨®n abrir¨¢ en el centro de Los ?ngeles el restaurante 123Diner, que ofrecer¨¢ comida caliente y de men¨² para la gente que sufre de hambre. El desayuno costar¨¢ un d¨®lar; la comida dos y la cena tres. ¡°Se pueden crear programas donde se le da comida a la gente, pero esto lo vamos a hacer eternamente si no cambiamos el sistema. De momento estamos fallando. Debemos buscar formas de facilitar el acceso a la comida para todos¡±.
GUATEMALA
Tomates, chiles secos, tortillas o el exilio
Eso es todo lo que tiene Julieta Cris¨®stomo en el altiplano, donde la ¨²nica esperanza son los hijos que migranCARLOS SALINAS MALDONADO. San Marcos (Guatemala)
Julieta Cris¨®stomo, 53 a?os, cuida de su nieto Erick (3 a?os) mientras prepara la comida. Esta tarde la mujer pondr¨¢ en la mesa una mezcla de tomates asados, chiles secos que ha cocinado en un comal y tortillas de ma¨ªz. Es para lo que da el raqu¨ªtico presupuesto familiar. Cris¨®stomo ha visto partir de su casa a tres de sus cinco hijos, quienes han migrado a Estados Unidos empujados por el hambre y la falta de trabajo en esta comunidad ind¨ªgena que lleva bien puesto el nombre: El Calvario. Espera que ellos consigan un empleo para garantizar aqu¨ª una mejor vida. Son su ¨²nica esperanza para cambiar una vida marcada por las penurias.
El Calvario est¨¢ en el departamento de San Marcos, una de las regiones m¨¢s golpeadas por el hambre en Guatemala. El pa¨ªs cuenta con las tasas de desnutrici¨®n infantil m¨¢s altas de Am¨¦rica Latina y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha alertado de que el 50% de las familias no tienen acceso a una dieta equilibrada. Las estad¨ªsticas en rojo se repiten en todos los informes que preparan organismo internacionales, entre ellos el Banco Mundial, que fija a Guatemala como la naci¨®n con ¡°la cuarta tasa m¨¢s alta de desnutrici¨®n cr¨®nica en el mundo, con poblaciones ind¨ªgenas y rurales desproporcionadamente afectadas¡±. El mismo informe revela que la desnutrici¨®n cr¨®nica infantil (que retrasa el crecimiento de los menores) en Guatemala afecta al 47% de todos los ni?os de menos de cinco a?os, al 58% de los ni?os ind¨ªgenas y al 66% de los m¨¢s pobres.
En estas ¨¢ridas monta?as de Guatemala habitadas por gente de est¨®magos vac¨ªos la miseria hace que la gente emigre, como los hijos de Julieta. Adem¨¢s de los tres que han marchado a Estados Unidos, sus otros dos hijos bajan del altiplano a las comunidades cercanas en busca de cualquier actividad que les sume algunos quetzales, la moneda local. Un d¨ªa de trabajo en la construcci¨®n representa unos 70 quetzales (unos 10 d¨®lares) y en la agricultura apenas 30 (cuatro d¨®lares), aunque se escuchan historias de abusos y discriminaci¨®n: hay empleadores que hacen firmar documentos a los ind¨ªgenas que no saben leer en los que ellos renuncian a mejores salarios o derechos laborales. Y quienes los contratan deslindan responsabilidades por accidentes en horas de trabajo.
Debido a esas condiciones, centenares de personas dejan el altiplano para buscarse la vida en Estados Unidos. Al viajar por los polvorientos caminos de las monta?as de San Marcos se pueden ver algunas casas de concreto que destacan entre las chabolas de adobe. Son el resultado de las remesas que los migrantes env¨ªan. Esas casas mejor construidas refuerzan las ilusiones de quienes no tienen nada, como la familia de Julieta Cris¨®stomo. Ella espera que sus hijos encuentren trabajo ¡°para comprar un terreno y construir una buena casa¡±. Se trata de una apuesta a todo o nada, en la que a veces los que no tienen nada pierden lo ¨²nico que les queda: de San Marcos son los 19 migrantes que las autoridades hallaron calcinados en Tamaulipas, M¨¦xico, en enero de 2021.
En cada uno de los hogares visitados en el altiplano guatemalteco se repite la misma historia: miseria, desempleo, analfabetismo y una dieta muy b¨¢sica. Como la de la familia de Victoria Aguil¨®n (50 a?os). ¡°No hay pisto [dinero]¡±, dice, para justificar lo poco que tiene en su cocina: chiles secos, achiote (unas semillas que se usan para dar color a la comida) y ch¨ªcharos. Ella muele los chiles con las semillas para lograr una masa roja que mezcla con harina de ma¨ªz y agrega al agua donde hierven los ch¨ªcharos. Esa sopa ser¨¢ acompa?ada con caf¨¦ muy azucarado. Es la comida con la que hoy alimentar¨¢ a sus hijos, Mar¨ªa Leticia, de 17 a?os, y Osmar, de 15. Ellos ayudan a su madre en las labores de la casa y en la peque?a milpa que cultiva en el patio. ?Por qu¨¦ no van a la escuela? ¡°No hay pisto¡±, repite Victoria mientras sirve la masa con ch¨ªcharos.
COLOMBIA
¡°Si compro algo de carne o leche, ya no me da para nada m¨¢s¡±
Andrea Usma ha adelgazado 10 kilos en el ¨²ltimo a?o y busca a diario c¨®mo darles calcio a sus hijosNOOR MAHTANI. Bogot¨¢
Cuando la cuchara no alcanza, usa los dedos. Pero Erick Albino, de 4 a?os, se esfuerza en que no quede ni un solo grano de arroz en el plato del almuerzo que devora en pocos segundos.
¡ªMami, quiero m¨¢s.
¡ª?Te lo doy ahora o en un rato? Porque si es ahora, luego no hay.
¡ªAhora, pero con m¨¢s huevito.
Aunque no es la primera vez que Andrea Usma, de 27 a?os, tiene esta conversaci¨®n con el menor de sus hijos, ¡°duele igual¡±. E igual es el men¨² que repiten las cuatro ¡ªa veces tres¡ª comidas al d¨ªa: arroz y huevo o pasta blanca y huevo. Ella solo almuerza y cena. ¡°Si no, no nos rinde. Y prefiero que coman ellos¡±, dice, mientras sirve otra porci¨®n m¨¢s reducida que la anterior al peque?o. El mayor, Jhonnier Albino, de 7 a?os, estar¨¢ comiendo esa misma raci¨®n en clase.
Antes de la pandemia, la familia Usma no conoc¨ªa el hambre ni la pobreza. ¡°Ellos no sab¨ªan lo que era un ¡®no¡¯. Todo lo que ped¨ªan, se lo pod¨ªa dar¡±, lamenta. Andrea trabajaba en un call center en el barrio bogotano de Patio Bonito, en un sector vulnerable, al suroeste de la capital. Cobraba unos 2,5 millones de pesos (unos 625 d¨®lares); algo m¨¢s de dos sueldos m¨ªnimos colombianos. Viv¨ªan en una casa ¡°hermosa y llena de cosas¡± y ella no sab¨ªa ni cocinar porque ¡°todo lo ped¨ªamos de fuera¡±.
Pero la covid acab¨® con la estabilidad de un plumazo. Cancelaron su contrato por horas en la empresa y los ahorros le dieron para mantenerse unos meses. ¡°Tampoco pens¨¦ que el coronavirus fuera a durar mucho m¨¢s¡±, reconoce. A los seis meses, despu¨¦s de venderlo todo (ordenador, televisi¨®n, equipo de sonido...) la casera los ech¨® y la caridad empez¨® a ser la norma. Ahora viven en la casa de los padrinos de los peque?os; una segunda residencia sin terminar. El padre de los ni?os tiene arresto domiciliario y bajos recursos; las demoras burocr¨¢ticas han impedido las ayudas del Gobierno y los comedores sociales no son una opci¨®n porque piden 2.500 pesos por persona (60 c¨¦ntimos de d¨®lar). ¡°Somos tres. Yo no tengo esa plata. Estoy en ceros¡±.
Esta joven encarna la situaci¨®n ¡°cr¨ªtica de hambre¡± de la que hablaba la FAO en el informe publicado a principios de a?o. La organizaci¨®n de las Naciones Unidas para la Alimentaci¨®n y la Agricultura estimaba que al menos 7,3 millones de colombianos necesitar¨¢n asistencia alimentaria. Y que m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n sufrir¨¢ inseguridad alimentaria.
En las paredes cuelgan las fotos de sus hijos y sus diplomas de fin de curso, en un esfuerzo por decorar el que es ahora su hogar. Los juguetes de Erick se amontonan en una cesta y, en la cama tendida, descansan un sinf¨ªn de peluches con nombre. Los juegos, dice la madre, al menos lo entretienen.
En el ¨²ltimo a?o, Andrea ha adelgazado 10 kilos. ¡°Y noto que los ni?os tambi¨¦n han bajado de peso y les hace falta calcio. Ando buscando como d¨¢rselo, pero est¨¢ todo muy caro. Y si compro algo de carne o leche, ya no me da para nada m¨¢s. Prefiero que no se vayan con hambre a la cama¡±. Andrea intenta no derrumbarse. ¡°Es duro como madre ver que se dan cuenta de que no les puedo dar el nivel de vida que ten¨ªan antes. Y tambi¨¦n es muy doloroso para mi orgullo¡±, asegura.
Las deudas se le acumulan en una cuenta que ya supera los cuatro millones (mil d¨®lares): cuatro meses del alquiler de su anterior casa y otros cuatro del colegio privado de su hijo mayor. ¡°?l es de los mejores de la clase. Sabe de geograf¨ªa, matem¨¢ticas, sociales... ?C¨®mo lo voy a sacar de all¨¢?¡±, se pregunta. ¡°Eso s¨ª que no me lo perdonar¨ªa¡±.
PER?
Una raci¨®n dividida entre tres
Emiliana Bernal reparte los alimentos de un programa social con sus dos hijos para poder desayunarEmiliana Bernal Mu?oz vive con sus dos hijos, de tres y cinco a?os de edad, en uno de los distritos perif¨¦ricos de Lima, Carabayllo, a unos 27 kil¨®metros del centro de Lima. Antes de la pandemia trabajaba como lavandera, pero no ha podido recuperar su empleo.
¡°Primero no nos dejaban salir a la calle o entrar a otras casas por la cuarentena; luego, cuando he podido volver, ya me hab¨ªan reemplazado¡±, explica. Este es el tercer a?o en que la alimentaci¨®n de su familia depende de una olla com¨²n cercana a su barrio, organizada por vecinas. Como no tiene ingresos, la consideran un caso social y cada d¨ªa le entregan un plato de almuerzo aunque no pueda pagar.
¡°Nos queda poquito: dos o tres cucharitas para cada plato¡±, describe Emiliana, madre soltera de 28 a?os, sobre c¨®mo distribuye la raci¨®n que recibe diariamente de la olla com¨²n Mujeres Unidas, en Carabayllo.
En Mujeres Unidas, 20 ciudadanas en situaci¨®n de pobreza se turnan para recolectar restos de alimentos que los mercados no venden, o buscar donaciones, y con eso cocinan. Cobran 25 centavos de d¨®lar por almuerzo a quienes cuentan con un empleo, y con lo recaudado pagan la le?a o el aceite que no consiguen por donaci¨®n. Desde el a?o pasado, el dinero no les alcanza para comprar bombonas de gas, ni para prote¨ªnas: el men¨² usual es legumbres con arroz.
En el cerro de piedra donde vive Bernal, ella y los vecinos compran el agua a camiones cisterna pues no hay tendido de red de agua ni desag¨¹e. ¡°20 soles (5,5 d¨®lares) duran para 20 d¨ªas como m¨¢ximo. Usamos el agua del lavado de ropa para el sanitario¡±, describe, y muestra su tanque de pl¨¢stico frente a la casa prefabricada de listones de madera.
La jefa del hogar tiene un trabajo eventual: seleccionar y preparar retazos de tela para el armado y cosido de trapos industriales. Por cada kilo de retazos que deja listos para la costura, le pagan un sol (25 centavos de d¨®lar).
Con ese ¨²nico ingreso compra agua, recarga su m¨®vil (sin internet), paga la luz, el transporte de mototaxi cuando tiene que bajar del cerro hacia la carretera y compra alimentos que alivien el hambre: manzanas, por ejemplo, o ma¨ªz inflado azucarado (palomitas de ma¨ªz gigante). Su hijo menor tiene problemas respiratorios, as¨ª que el gasto en medicinas y en transporte a un centro de salud para que lo nebulicen es otra preocupaci¨®n.
El desayuno lo resuelven con un programa social llamado Vaso de Leche, que existe hace 38 a?os en Per¨², por el cual las familias m¨¢s necesitadas con hijos menores de 6 a?os reciben ese alimento o avena distribuido por las municipalidades a trav¨¦s de comit¨¦s locales.
¡°En este caso dividimos las dos raciones entre los tres. ?Pan? No hay, menos ahora que ha subido de precio¡±, responde Bernal, quien lleg¨® desde Cajamarca a vivir a Carabayllo hace seis a?os con el padre de sus hijos. El hombre se fue a la selva hace tres a?os y no volvi¨®.
La vida en lo alto de un cerro de piedra y tierra muerta ¡ªsin acceso a servicios b¨¢sicos y distante de los centros de salud¡ª encarece cada necesidad. Emiliana Bernal y sus hijos cr¨ªan cuatro gallinas. ¡°En dos o tres meses ya podr¨¢n poner huevos¡±, comenta.
Mientras el Estado no concrete una pol¨ªtica de seguridad alimentaria para el 30% de poblaci¨®n que vive en la pobreza en Per¨², la situaci¨®n puede ir a peor debido al incremento del costo de vida. Seg¨²n un informe de la FAO de diciembre ¨²ltimo, entre 2018 y 2020 el 47.8% de los peruanos padeci¨® inseguridad alimentaria moderada o grave:10.6 puntos m¨¢s que en el per¨ªodo 2014-2017. Es decir, se quedaron sin alimentos o pasaron un d¨ªa entero sin comer.
ARGENTINA
¡°Sin los comedores, en Argentina mucha gente se morir¨ªa de hambre¡±
Lilian G¨®mez, que migr¨® desde Paraguay, dice que nunca hab¨ªa visto tanta necesidad de comida como desde la pandemiaMAR CENTENERA. Buenos Aires
En sus 18 a?os en Argentina, la paraguaya Lilian G¨®mez nunca vio tanta hambre en su pa¨ªs adoptivo como en 2020, durante los primeros meses de pandemia. ¡°Cada vez ven¨ªa m¨¢s gente al comedor, nunca era suficiente. Estir¨¢bamos las raciones como pod¨ªamos para tener algunas m¨¢s¡±, recuerda esta referente de la organizaci¨®n Barrios de Pie. Habla de largas filas de vecinas que se sobrepon¨ªan al miedo de contagiarse de covid para que sus hijos no se fueran a la cama con el est¨®mago vac¨ªo. ¡°Todos ten¨ªamos miedo, pero la situaci¨®n era muy dif¨ªcil y nunca cerramos¡±, cuenta desde el interior del comedor Coraz¨®n abierto, al fondo de uno de los pasillos de la 21-24, la villa de emergencia m¨¢s grande de la ciudad de Buenos Aires.
En 2020 la pobreza en Argentina lleg¨® al 42%, la cifra m¨¢s alta desde la crisis del corralito de dos d¨¦cadas atr¨¢s, y ascendi¨® al 60% en el caso de los ni?os. La prohibici¨®n de salir de casa para evitar la propagaci¨®n del coronavirus dej¨® a la mayor¨ªa de habitantes de los barrios m¨¢s pobres sin otros ingresos que las ayudas estatales, porque muchos trabajan en negro en empleos que no se pueden hacer a distancia, como la construcci¨®n, tareas de limpieza y cuidados y venta ambulante. ¡°El bols¨®n de alimentos que daban en las escuelas no alcanzaba para 15 d¨ªas¡±, dice G¨®mez. Y una decena de mujeres que hacen fila con tuppers a la espera de la cena le dan la raz¨®n.
S¨®lo en la villa 21-24, en la que viven alrededor de 45.000 personas, funcionan 45 comedores gratuitos y m¨¢s de un centenar de merenderos. ¡°Sin los comedores mucha gente en Argentina morir¨ªa de hambre¡±, asegura esta mujer de 44 a?os, madre de dos hijos adolescentes. Destaca que la amplia red de asistencia estatal de Argentina diferencia a este pa¨ªs del suyo, Paraguay. Criada en una familia rural junto a seis hermanos, G¨®mez recuerda que durante su infancia a menudo no ten¨ªan otra cosa que llevarse a la boca que pan duro. Con suerte, el sueldo de pe¨®n rural de su padre alcanzaba a veces para un peque?o plato de pasta ¡°hervida s¨®lo con agua¡±, sin tampoco aceite ni queso. ¡°De ni?a yo tambi¨¦n pas¨¦ hambre¡±, explica.
Cuando su familia se mud¨® del campo a Asunci¨®n y su padre empez¨® a trabajar como alba?il, ¡°los domingos eran una fiesta si hab¨ªa guiso¡±, cuenta. A los 26 a?os, G¨®mez se mud¨® de Paraguay a una Argentina que comenzaba a salir de la crisis de 2001-2002. Como muchos otros inmigrantes sin ingresos fue a vivir a una de las villas miseria de la ciudad, a casa de un familiar, hasta que logr¨® independizarse. Hoy compagina el trabajo de empleada dom¨¦stica con su labor como referente de Barrios de Pie en el barrio de Barracas, en el sur de la capital argentina.
Adem¨¢s de concurrir a los comedores, las familias pobres con hijos de hasta 14 a?os pueden solicitar la tarjeta Aliment.ar, en la que el Gobierno cada mes ingresa entre 9.000 y 18.000 pesos (entre 75 y 150 d¨®lares) para adquirir alimentos y otros bienes b¨¢sicos, como pa?ales. ¡°Nos levantamos muy temprano para acceder a las ofertas, pero la plata no alcanza porque los supermercados mienten con los precios, nadie controla¡±, cuenta Marisa, una de las mujeres que aguardan en la fila para llevarse guiso de arroz a casa.
¡°En Buenos Aires vemos m¨¢s malnutrici¨®n que hambre¡±, explica G¨®mez, preocupada por la creciente obesidad infantil, que afecta ya a uno de cada tres menores de edad argentinos. Por fuera de los comedores escolares y barriales, ¡°muchas familias se alimentan a base de mate y reviro¡±. Se refiere a una comida hecha de harina, agua, aceite y sal. En 2021, Argentina creci¨® un 10,3%, pero la recuperaci¨®n econ¨®mica casi no se sinti¨® en los barrios m¨¢s vulnerables. ¡°La situaci¨®n est¨¢ un poco mejor, pero a los comedores vienen casi las mismas familias que antes y la ayuda es menos¡±, lamenta G¨®mez. Ha disminuido tambi¨¦n la calidad de la comida que reciben y con la que cocinan para intentar que nadie se acueste sin cenar, en lo posible con un plato caliente ahora que se acerca el invierno.
BRASIL
¡°Aqu¨ª no vivimos, aqu¨ª sobrevivimos¡±
M¨¢s de 116 millones de brasile?os ¡ªel 55% de los hogares¡ª padecen inseguridad alimentariaNAIARA GALARRAGA GORT?ZAR. S?o Paulo
La palabra fome (hambre) est¨¢ mucho m¨¢s presente en los discursos de los pol¨ªticos brasile?os, en las manifestaciones y en el universo tuitero que en los barrios miserables donde es un drama cotidiano de infinidad de las familias, el asunto sobre el que gira buena parte de sus vidas. Es la extendida incertidumbre de no saber qu¨¦ cenar¨¢n o si comer¨¢n ma?ana. La se?ora Erika Souza, un ama de casa de 39 a?os, hace malabares para alimentar a sus ocho hijos y a su primera nieta. ¡°Antiguamente com¨ªamos m¨¢s, pero conseguir trabajo es cada vez m¨¢s dif¨ªcil¡±, dice, refiri¨¦ndose a los tiempos previos a la pandemia. Con grandes dosis de esperanza, esta zona de Jardim Peri, la favela de S?o Paulo donde viven los Souza, fue bautizada como Futuro mejor.
La se?ora Souza abre el frigor¨ªfico de las cuatro paredes de alquiler en las que viven hacinados para mostrar con una sonrisa los cuatro litros de leche que le han entregado este martes en la guarder¨ªa. ¡°Esto es solo para los peque?os¡±, avisa. En la nevera no hay ni un solo alimento m¨¢s. Solo agua para beber porque del grifo rara vez sale. ¡°Aqu¨ª no vivimos, aqu¨ª sobrevivimos¡±, repite categ¨®rica.
Diecinueve millones de brasile?os pasan hambre en su d¨ªa a d¨ªa, lo que los especialistas denominan inseguridad alimentaria grave. Son el doble que antes de la pandemia y representan el 9% de la poblaci¨®n, lo que significa retroceder al nivel de 2004, seg¨²n la m¨¢s reciente encuesta nacional realizada por la red de acad¨¦micos Pensann. El coronavirus aceler¨® de manera dram¨¢tica un incremento del hambre que comenz¨® en 2014 con la eliminaci¨®n de pol¨ªticas p¨²blicas que durante la d¨¦cada anterior hab¨ªan sacado a millones de brasile?os de la pobreza.
En casa de los Souza no hay postre. Los d¨ªas entre semana tampoco se desayuna. Por eso, el regreso a las clases presenciales supuso un enorme alivio para la ajustada econom¨ªa familiar. All¨ª los cr¨ªos toman el almuerzo o la merienda. Y luego, en casa, la Souza despliega sus trucos. ¡°Como si cocino todo el paquete de feij?o (frijoles) se lo comen porque son ni?os y no tienen control, pues cocino solo la mitad o un tercio, y reparto¡±. Arroz y frijoles es la base de su dieta, como la de los brasile?os en general. Su problema es conseguir con qu¨¦ acompa?arlo. Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil porque las donaciones escasean. Este martes acaba de recibir, junto a otras 90 familias, una cesta b¨¢sica donada por una multinacional que llega hasta Futuro Melhor gracias a la activista social Sophia Bisilliat. Pero ya han sido advertidos de que esta ayuda probablemente acabar¨¢ el mes que viene.
Cuando no tiene nada de nada que a?adir al arroz y frijoles, echa mano del ¨²ltimo recurso: su madre. Le pide un repollo y alg¨²n huevo. En millones de hogares del Brasil perif¨¦rico y rural la carne desapareci¨® del men¨² hace mucho.
M¨¢s de 116 millones de brasile?os (es decir, el 55% de los hogares) padece inseguridad alimentaria por la desaparici¨®n de algunos programas de ayudas p¨²blicas, la alt¨ªsima inflaci¨®n y el elevado desempleo. Ese panorama ha colocado esta cuesti¨®n en el centro de la precampa?a electoral. Pese al lema de que Brasil alimenta al mundo, el pa¨ªs no logra alimentar adecuadamente a todos sus ciudadanos.
Luiz In¨¢cio Lula da Silva, que gan¨® sus primeras elecciones con la lucha contra el hambre como bandera, pretende repetir ahora la gesta. Mientras el presidente Jair Bolsonaro conf¨ªa en Auxilio Brasil, el nombre con el que rebautiz¨® la antigua Bolsa Familia impulsada por Lula y cuya paga ha duplicado. La se?ora Souza a¨²n no ha decidido a qui¨¦n votar: tiene otras urgencias.
CHILE
Beber agua en los parques para llenar el est¨®mago
Desde el estallido social, Claudia Mart¨ªnez mantiene una olla com¨²n para darles un plato de comida a sus vecinosROC?O MONTES. Santiago de Chile
Casi donde acaba el popular municipio de Puente Alto, en el sur de Santiago de Chile, un barrio marginal y humilde intenta sacudirse de los prejuicios y de las necesidades extremas. Es Bajos de Mena, una zona de la ciudad que pocos conocen, sin supermercados, librer¨ªas ni zonas verdes para los ni?os, con familias trabajadoras que deben convivir con problemas de delincuencias y drogadicci¨®n. Es un lugar precario que, sin embargo, tiene entre sus riquezas a sus l¨ªderes. En la villa Mami?a II, la batuta la lleva Claudia Mart¨ªnez, una mujer de 50 a?os que desde octubre de 2019 ¡ªla fecha del estallido social en Chile¡ª levanta de lunes a viernes una olla com¨²n para darle un plato de comida a sus vecinos. Con la pandemia y luego con la inflaci¨®n desatada (el Gobierno de Gabriel Boric pronostica que en 2022 llegar¨¢ al 8,9%), ha sido una de las pocas ollas comunes del pa¨ªs que mantiene su funcionamiento. Lleg¨® a entregar 800 almuerzos con la ayuda del mismo municipio de Puente Alto y la misma caridad de la gente, luego baj¨® a 280 raciones y hoy nuevamente sube la cantidad de beneficiados, a medida que la situaci¨®n econ¨®mica se complejiza por el alza de precios de los alimentos y por el elevado costo de la vida que no cubre un sueldo m¨ªnimo (unos 410 d¨®lares).
¡°Estamos dando a 340 personas, cada d¨ªa llega nueva gente¡±, relata la dirigente social, que cuenta con la ayuda voluntaria de otras tres pobladoras para cocinar desde las seis de la ma?ana. Comenta que atienden a hijos de madres con problemas de adicci¨®n, a personas que viven en la calle, a adultos mayores abandonados y pobres, pero cada vez en mayor medida a familias que tienen un ingreso, pero no les alcanza para comer. ¡°Es impresionante la necesidad de las personas y est¨¢ todo tan caro: el gas, el aceite, la verdura, el arroz, el pan. En Chile hay hambre y se equivocan quienes piensan lo contrario¡±.
¡°Me da tristeza ver a personas que incluso tienen un trabajo y cuyos sueldos no les permiten alimentar a su familia. Es gente que alguna vez estuvo bien y que jam¨¢s pens¨® en llegar a esta situaci¨®n, por lo que se acercan a pedir ayuda con verg¨¹enza¡±, describe Mart¨ªnez.
Es lunes 2 de mayo y Rosa ?lvarez, de 59, llega hasta la olla com¨²n Mami?a II para buscar almuerzo. Tiene una pensi¨®n de invalidez de unos 150 d¨®lares, porque no puede trabajar. Vive con dos adultos mayores y, gracias a esta iniciativa social ¡ªmuy com¨²n en los a?os de pobreza de la d¨¦cada de los ochenta, durante la dictadura de Augusto Pinochet¡ª ha podido sobrevivir. Cuenta que, en otros momentos, lleg¨® a pedir comida en la calle o simplemente bebi¨® agua en los parques para sentir que llenaba su est¨®mago.
De acuerdo con los datos oficiales de la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas para la Alimentaci¨®n y la Agricultura (FAO), con sede regional en Santiago, ¡°en Chile, al igual que en el resto de los pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, lamentablemente hay hambre¡±, seg¨²n relata Julio Berdegu¨¦, su representante regional. Se refiere al hambre como se entiende en la FAO y en otros organismos internacionales: que la cantidad de alimentos que una persona consume habitualmente no alcanza ni siquiera para proporcionar la energ¨ªa b¨¢sica que necesita el organismo humano. Desde ese punto de vista, los datos oficiales hablan de que en Chile un 3,4% de la poblaci¨®n viv¨ªa en condici¨®n de hambre entre 2018 y 2020; es decir, unas 600.000 personas. ¡°Es una gran cantidad considerando que se trata de un pa¨ªs que tiene todas las capacidades econ¨®micas e institucionales para que este n¨²mero fuera cero¡±.
M?XICO
¡°Esa vida fea que yo viv¨ª no se la quiero dar a mis hijos¡±
Ra¨²l Camarillo Dolores da testimonio de la falta de comida y trabajo que asola la mixteca oaxaque?aKARINA SU?REZ. Oaxaca (M¨¦xico)
Ra¨²l Camarillo Dolores solo cuenta las horas para volver a irse de San Sim¨®n Zahuatl¨¢n en Oaxaca. ¡°Aqu¨ª sufrimos mucho, no hay trabajo y de comer bien no tenemos. De desayuno como una tortilla con sal, salsita si se puede, y si hay dinero vamos por huevito, que es lo t¨ªpico que hay aqu¨ª y as¨ª, dos comidas nada m¨¢s¡±, relata el joven de 28 a?os mientras sostiene en brazos a Esmeralda, una de sus hijas. Apenas un pu?ado de casas y una decena de iglesias enclavadas en la mixteca oaxaque?a delimitan al que, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluaci¨®n de la Pol¨ªtica de Desarrollo Social (Coneval), fue el municipio m¨¢s pobre de M¨¦xico en 2020. Con menos de 5.000 habitantes, m¨¢s del 84% de la poblaci¨®n se encuentra en una situaci¨®n de pobreza extrema.
En San Sim¨®n Zahuatl¨¢n hay 13 barrios, 10 iglesias, un pante¨®n municipal y ninguna panader¨ªa ni carnicer¨ªa. Si acaso, dos veces por semana, un comerciante recorre las estrechas brechas de tierra con un autom¨®vil colmado de cajas y hieleras con piezas de carne, pollo, verduras y pan. Los ni?os corren por las laderas, a veces jugando f¨²tbol, a veces matando p¨¢jaros con sus resorteras. Sus habitantes aseguran que la mayor¨ªa de la gente emigra para ganarse la vida. Los que se quedan ¡ªsobre todo mujeres y ancianos¡ª siembran ma¨ªz y frijol, tejen sombreros de palma y hacen balones de f¨²tbol por menos de un d¨®lar, que luego venden en el mercado de Huajuapan, el municipio aleda?o.
La mirada de Ra¨²l se topa cada ma?ana con el horizonte de monta?as, pero sus sue?os y los de su familia se encuentran m¨¢s all¨¢ de esos montes, lejos de los campos donde creci¨®, pastoreando las chivas y vacas de sus abuelos; lejos de algunos recuerdos que preferir¨ªa olvidar, como el hambre que hizo que que ¨¦l y otros compa?eros se desmayaran en el sal¨®n de clases; lejos de la carencia por la que abandon¨® sus estudios en tercer a?o de primaria y comenz¨® a trabajar a los 11 cargando bultos de cal y cemento.
El terreno donde ahora juegan sus cuatro hijos tambi¨¦n da cuenta de su pasado. Al fondo, en una casita de l¨¢mina de menos de dos metros cuadrados, donde ahora guardan la madera, viv¨ªa ¨¦l con sus abuelos paternos. Sus padres, recuerda Ra¨²l, se ausentaban por meses porque sal¨ªan a trabajar a la capital de Oaxaca. ¡°Mi abuelo sufri¨® mucho estando aqu¨ª, no ten¨ªa dinero para darme. Mi pap¨¢ siempre sal¨ªa, mi mam¨¢ se fue con mi pap¨¢ y mis hermanos se quisieron ir con ellos. Nada m¨¢s me qued¨¦ yo con mis abuelitos¡±, cuenta.
Los coyotes del monte y la sequ¨ªa acabaron con los chivos y las vacas de la familia. Cansado de ser cargador en San Sim¨®n, a los 23 a?os Ra¨²l decidi¨® emigrar a la ciudad de Tampico, en el Estado de Tamaulipas. Ah¨ª, el joven mixteco que apenas chapurreaba el espa?ol conoci¨® por primera vez el mar. A 670 kil¨®metros de su hogar trabaj¨® como comerciante y despu¨¦s como repartidor de una bodega.
Un a?o m¨¢s tarde decidi¨® regresar a su Estado natal y probar suerte en la capital para estar m¨¢s cerca de sus abuelos. ¡°En Oaxaca si no tienes estudios te vas de lavatrastes, de mesero, y el sueldo es muy poco. La experiencia la tengo, pero los estudios no. Me iba a Oaxaca un mes o 20 d¨ªas, ganaba 3.000, 4.000 pesos (unos 200 d¨®lares) y me regresaba aqu¨ª a San Sim¨®n¡±, detalla Ra¨²l.
Por un momento, su laconismo se rompe con una sonrisa p¨ªcara al hablar de c¨®mo conoci¨® a su esposa, Esperanza Eleuterio, hace una d¨¦cada. Pero su gesto dulce es breve: su rostro vuelve a apagarse al recordar las dificultades diarias, desde el hambre y los alumbramientos de su mujer en las manos de parteras ante la falta de m¨¦dicos, hasta el temor de que sus hijos enfermen gravemente por la picadura de un alacr¨¢n en un entorno en donde no existe suficiente ant¨ªdoto y el hospital m¨¢s cercano se encuentra a una hora y media de camino en coche.
¡°Esa vida fea que yo viv¨ª, no se la quiero dar a mis hijos. Me voy a regresar a la bodega, ah¨ª no sufro mucho y mis hijos pueden estudiar mejor que aqu¨ª y hay m¨¢s posibilidad de que vayan subiendo, porque aqu¨ª no vamos a avanzar¡±, dice. Para la familia Camarillo Eleuterio la ¨²nica ruta posible para dejar atr¨¢s la estela de carencia alimentaria ¡ªque, seg¨²n el Coneval, afect¨® a m¨¢s de 28,6 millones de personas en M¨¦xico al cierre de 2020¡ª, es alejarse de la mixteca oaxaque?a.
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