Barrios prohibidos, redadas y deportaciones: el plan de Turqu¨ªa para los refugiados sirios
El Gobierno de Erdogan busca ¡°diluir¡± a la poblaci¨®n acogida entre los turcos forz¨¢ndola a trasladarse de lugar para reducir la tensi¨®n social
Desde que se cay¨® en la obra y se hiri¨® la espalda ¨Dlo echaron del trabajo por ello¨D, la vida de Muhammed transcurre entre las cuatro paredes de su destartalada tienda de ultramarinos, de las seis de la ma?ana hasta las diez de la noche, cuando echa la persiana y se marcha a casa. ¡°Cr¨¦eme si te digo que no s¨¦ bien qu¨¦ hay dos calles m¨¢s all¨¢¡±. No es solo la lesi¨®n lo que le mueve a llevar una vida de puertas adentro, son tambi¨¦n las fronteras invisibles; l¨ªneas rojas marcadas por la creciente tensi¨®n social y, cada vez m¨¢s, por una Administraci¨®n empe?ada en dar una vuelta de tuerca a la cuesti¨®n siria. Porque Muhammed (que ha pedido no usar su nombre real) es sirio, huy¨® de Alepo con su familia en 2015 ¨Dcuando se disputaban la ciudad el r¨¦gimen de Bachar el Asad, los rebeldes y grupos yihadistas¨D y residen en un barrio de Estambul cada vez m¨¢s hostil a los refugiados. El Gobierno, ante la creciente tensi¨®n, fuerza el traslado de acogidos, proh¨ªbe que se asienten en una parte del pa¨ªs y presiona para que regresen a Siria.
El barrio es anodino dentro de una sucesi¨®n de otros parecidos, un extenso bosque de cemento de edificios baratos y vidas desgastadas que alimentan el cercano pol¨ªgono industrial de Ikitelli. La calle principal, animada por el bullicio de la vuelta a casa tras la jornada de trabajo, est¨¢ cuajada de peque?os negocios cuyos luminosos identifican panader¨ªas, carnicer¨ªas, zapater¨ªas, negocios en turco y para turcos. Dos bloques m¨¢s all¨¢, de donde apenas sale Muhammed, la calle es m¨¢s estrecha y m¨¢s oscura cuando anochece, las tiendas est¨¢n rotuladas en ¨¢rabe en su mayor¨ªa, y los clientes son casi exclusivamente sirios.
Con el paso de los a?os y la falta de expectativas de que los sirios regresen a su pa¨ªs, el sentimiento de los turcos hacia los refugiados (3,6 millones de personas) ha pasado de la compasi¨®n con que los recibieron al inicio de la guerra civil al rechazo: ¡°No se integran¡±, ¡°tienen muchos hijos¡±, ¡°son sucios¡±, ¡°nos quitan el trabajo¡±, ¡°nuestros soldados mueren en Siria mientras ellos disfrutan de ayudas del Estado¡±, ¡°son violentos¡±, ¡°secuestran a ni?os en los parques¡± (todas estas frases las ha escuchado este periodista en boca de turcos). ¡°Gran parte de la poblaci¨®n turca odia a los sirios sin haber conocido a ninguno, solo por lo que dicen medios de comunicaci¨®n que reproducen discursos de pol¨ªticos racistas¡±, explica Taha Elgazi, activista por los derechos de los refugiados.
En barrios obreros como el de Ikitelli, turcos y sirios viven puerta con puerta sin apenas interacci¨®n. Y, poco a poco, la barrera del desconocimiento mutuo ha terminado por convertirse en barrera de rechazo, a medida que la crisis econ¨®mica de los ¨²ltimos a?os ¨Dcon disparatadas cifras de inflaci¨®n de hasta el 85%¨D ha incrementado la brutal competici¨®n por el empleo, y con ello los roces. ¡°Nos culpan de todo, de la subida de los alquileres, de la inflaci¨®n, de cualquier cosa mala que ocurra en el barrio¡±, se queja Muhammed. Hace tres a?os, se extendi¨® el falso rumor de que un sirio hab¨ªa acosado a una ni?a turca y cientos de vecinos asaltaron negocios y apedrearon viviendas en Ikitelli. Muhammed cerr¨® el colmado y se encerr¨® en casa junto a su familia durante dos d¨ªas, asustado por lo que les pudiera pasar. Desde entonces, el ambiente se ha enrarecido a¨²n m¨¢s y el tendero asegura que sus ni?os sufren constantes abusos por parte de sus compa?eros turcos en el colegio y que j¨®venes recorren las calles del barrio de noche y propinan palizas a los sirios sin que la polic¨ªa haga nada por evitarlo.
El ataque m¨¢s grave ocurri¨® el a?o pasado en el distrito de Altindag, en Ankara, cuando, despu¨¦s de que un joven turco fuese apu?alado por un sirio durante una pelea, se desatara una verdadera org¨ªa de violencia contra cientos de hogares donde viv¨ªan sirios.
La oposici¨®n hace tiempo que ha olido sangre en este tema y, sea de centroizquierda o derecha, se ha lanzado a espolear el sentimiento antimigratorio de la forma m¨¢s populista, critica Elgazi. Esto presenta un grave problema para el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan, pues en muchos de estos barrios obreros se encuentran sus grandes caladeros de voto, as¨ª que el Ministerio de Interior se ha puesto manos a la obra y ha aprobado una pol¨ªtica para intentar ¡°diluir¡± la poblaci¨®n extranjera en la mayor¨ªa turca.
Se han declarado cerca de 1.400 barrios en 64 provincias como ¡°cerrados¡±, es decir, se proh¨ªbe que residan en ellos extranjeros de cualquier nacionalidad a menos que estuviesen registrados antes de la medida o adquieran all¨ª una vivienda. A los refugiados (sirios, y en menor medida iraqu¨ªes y afganos) se les proh¨ªbe, adem¨¢s, asentarse en 23 provincias enteras. Entre ellas se encuentran las de las principales ciudades (Estambul, Ankara, Esmirna y Bursa), ciertas zonas fronterizas o provincias con cierta significaci¨®n pol¨ªtica; por ejemplo, aquellas de las que proceden los l¨ªderes de la coalici¨®n gobernante. En total, m¨¢s de un tercio del territorio del pa¨ªs.
El problema es que las provincias que quedan abiertas no son precisamente las que m¨¢s oportunidades ofrecen para subsistir. ¡°Muchos sirios tienden a gravitar hacia las ciudades m¨¢s grandes, donde tienen m¨¢s oportunidades para trabajar. Para salir de la provincia en la que est¨¢n registrados, los refugiados necesitan un permiso especial, as¨ª que si les encuentran sin ¨¦l y fuera de la provincia en la que tienen la residencia oficial pueden ser detenidos¡±, explica Emma Sinclair, de Human Rights Watch (HRW). Si el agente se apiada del refugiado, simplemente lo obligar¨¢ a regresar a la provincia de registro ¨Den la que habitualmente no tienen ning¨²n arraigo¨D, pero, si tienen mala suerte, pueden terminar en un centro de detenci¨®n y ser deportados a Siria. Les ha ocurrido a cientos, seg¨²n los informes de HRW.
Hay otras medidas m¨¢s sutiles. Hace cuatro meses decenas de miles de registros de extranjeros desaparecieron del sistema, si bien la Direcci¨®n de Gesti¨®n de Migraciones asegur¨® que se pod¨ªa solventar concertando una nueva cita con la Administraci¨®n, Elgazi asegura que ¡°muchos han tenido problemas para renovar su direcci¨®n de residencia y han perdido su registro¡±, con el peligro de que eso los convierta en migrantes indocumentados.
¡°En abril, hab¨ªa en Estambul 1.309.394 extranjeros y, desde entonces, pese a la llegada de rusos y ucranios, la cifra ha bajado a 1.271.279. Es decir, las restricciones est¨¢n dando resultado¡±, se felicit¨® en octubre el ministro de Interior, S¨¹leyman Soylu, quien ha ordenado multiplicar las redadas en busca de migrantes indocumentados y extranjeros infractores.
Hacerse invisible
El Ministerio de Interior tambi¨¦n se ha propuesto reducir el n¨²mero de extranjeros en los barrios en que supongan m¨¢s del 20% de la poblaci¨®n. De los del distrito de Altindag, donde se produjo un pogromo el a?o pasado, se ha expulsado a m¨¢s de 4.500 sirios a otros lugares, se han cerrado 177 negocios de su propiedad y se han derribado decenas de casas abandonadas donde se cobijaban los refugiados m¨¢s pobres. ¡°Se han iniciado proyectos pilotos como este en Altindag y algunos distritos de la provincia de Gaziantep [sureste], pero despiertan m¨¢s preguntas que respuestas: ?qui¨¦n va a decidir qui¨¦nes se van y qui¨¦nes se quedan?, ?qu¨¦ ocurrir¨¢ con los puestos de trabajo o los negocios de los sirios?¡±, pregunta el acad¨¦mico sirio Omar Kadkoy, del think-tank turco TEPAV, que ve similitudes con ciertas pol¨ªticas de los a?os veinte y treinta del pasado siglo, cuando el Gobierno de la naciente Rep¨²blica de Turqu¨ªa orden¨® traslados forzosos entre provincias de poblaci¨®n de lenguas distintas al turco o religi¨®n diferente al islam sun¨ª para que se asimilasen a la mayor¨ªa.
Ese es el sentimiento que domina entre los sirios: que para quedarse en Turqu¨ªa deben hacerse invisibles. ¡°Si caminas por la calle no puedes re¨ªrte o hablar alto en tu lengua, tampoco hacer un picnic en un parque delante de un turco¡±, se queja Muhammed. Podr¨ªa parecer una exageraci¨®n, pero no lo es. En la provincia de Bolu, despu¨¦s de que el alcalde ¨Ddel partido opositor CHP¨D hiciese campa?a contra los extranjeros y les obligase a pagar la factura del agua y un impuesto de residuos diez veces por encima del precio habitual, el gobernador ¨Ddependiente del Ejecutivo central¨D reuni¨® a representantes de los inmigrantes y les transmiti¨® una serie de pautas de comportamiento, entre ellas, que no se juntasen en grupos en espacios p¨²blicos, que no saliesen de casa despu¨¦s de la nueve de la noche y que no cocinasen con muchas especias para no molestar a los vecinos con el olor.
¡°Por desgracia, hay mucha tensi¨®n pol¨ªtica en Turqu¨ªa, debido a la crisis econ¨®mica y a medida que nos acercamos a las elecciones. Turqu¨ªa ha sido muy generosa en su acogida de los sirios que hu¨ªan de la guerra y el Gobierno turco sol¨ªa apoyar mucho a los refugiados, pero ahora vemos un cambio de pol¨ªtica, y obviamente estas nuevas restricciones son acogidas con temor y preocupaci¨®n por los afectados¡±, explica Haya Atassi, de la Asociaci¨®n Siria por la Dignidad Ciudadana (SACD).
Muchos entrevistados ven parte de esta presi¨®n social y administrativa como un modo de forzar a los sirios a regresar a su pa¨ªs, pero Atassi considera que ni las zonas bajo el control de Turqu¨ªa y sus aliados en la zona lim¨ªtrofe, ni aquellas bajo el r¨¦gimen de El Asad u otros actores ofrecen suficientes garant¨ªas de seguridad. ¡°Erdogan tiene el objetivo de que un mill¨®n de sirios retornen de forma voluntaria. ?Pero c¨®mo podemos hablar de retorno voluntario cuando se hace mediante presiones, borrando tu registro, deteni¨¦ndote y oblig¨¢ndote a firmar a la fuerza papeles de deportaci¨®n?¡±, critica Elgazi.
La soluci¨®n, para algunos, est¨¢ precisamente en la otra direcci¨®n. A las puertas de la tienda de Muhammed, un joven espera ansioso durante una hora hasta que aparece un amigo. Entran y empiezan a hacer la compra: dos refrescos de naranja, dos aguas, dos latas de at¨²n, otras dos de carne enlatada. ¡°Esta noche nos vamos a Europa. Nos hemos hartado de ser esclavos¡±, sostiene el primero. ¡°Llevo a?os pidiendo los papeles y no me los han dado, as¨ª que tengo miedo de que me detengan en una redada y me deporten a Siria. Mejor probar suerte en Europa, donde al menos te tratan como a una persona. Aqu¨ª, antes que un ser humano, eres un sirio, hay mucho racismo¡±. Los dos j¨®venes se despiden y se pierden en la oscuridad del exterior. Rumbo a la frontera con Grecia.
Sigue toda la informaci¨®n internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.