Caso Saweto: la justicia vuelve a esquivar a las viudas de cuatro l¨ªderes ind¨ªgenas asesinados en Per¨²
Un juez anula la sentencia de 28 a?os de c¨¢rcel contra los presuntos asesinos de cuatro dirigentes de la comunidad nativa ash¨¢ninka, en 2004
El 1 de septiembre de 2014, en una quebrada, en la frontera entre Per¨² y Brasil, cuatro defensores de los bosques amaz¨®nicos fueron asesinados a escopetazos. Llevaban a?os denunciando que madereros ilegales los hab¨ªan amenazado de muerte por denunciar sus actividades clandestinas, pero el Estado peruano hizo caso omiso. Fue con el crimen que Edwin Chota Valera, Leoncio Quintisima Mel¨¦ndez, Jorge R¨ªos P¨¦rez y Francisco Pinedo Ram¨ªrez recibieron la atenci¨®n que merec¨ªan en vida. La tragedi...
El 1 de septiembre de 2014, en una quebrada, en la frontera entre Per¨² y Brasil, cuatro defensores de los bosques amaz¨®nicos fueron asesinados a escopetazos. Llevaban a?os denunciando que madereros ilegales los hab¨ªan amenazado de muerte por denunciar sus actividades clandestinas, pero el Estado peruano hizo caso omiso. Fue con el crimen que Edwin Chota Valera, Leoncio Quintisima Mel¨¦ndez, Jorge R¨ªos P¨¦rez y Francisco Pinedo Ram¨ªrez recibieron la atenci¨®n que merec¨ªan en vida. La tragedia inspir¨® un documental (Sangre, sudor y ¨¢rboles, del cineasta estadounidense Robert Curran), un libro (Guerras del Interior, del cronista peruano Joseph Z¨¢rate), decenas de piezas period¨ªsticas, y consigui¨® en cinco meses lo que los dirigentes hab¨ªan implorado por d¨¦cadas: que a su terru?o, la comunidad nativa de Alto Tamaya ¨C Saweto, en la regi¨®n Ucayali, se le concediera la titulaci¨®n de tierras de 76.800 hect¨¢reas de bosque y, con ello, se determinara que era de propiedad de los ash¨¢ninkas que la habitaban.
La batalla legal por castigar a los culpables del cu¨¢druple homicidio acaba de tener un rev¨¦s que ha indignado a las familias y a la sociedad civil, instalando una sensaci¨®n generalizada de impunidad. El 29 de agosto, la primera Sala Penal de Apelaciones de la Corte de Justicia de Ucayali anul¨® la sentencia en primera instancia que condenaba a Hugo Soria Flores, Jos¨¦ Estrada Huayta, al brasile?o Eurico Mapes G¨®mez y a los hermanos Segundo y Josimar Atachi Felix a 28 a?os de prisi¨®n. Soria y Estrada est¨¢n acusados de ser los autores intelectuales y los Atachi Felix y Mapes G¨®mez de consumarlo. La raz¨®n, adujeron los jueces, es que faltaron pruebas y se cometieron errores y vicios en la primera resoluci¨®n.
La decisi¨®n de los letrados para que el juicio vuelva al punto cero y los acusados contin¨²en el proceso en libertad ha merecido el rechazo de las autoridades de los pueblos originarios. ¡°Hay un escaso compromiso de parte de la Justicia peruana para detener y castigar a los responsables, y dan a entender que el camino a la impunidad es cada vez m¨¢s ancho. Queda en entredicho tambi¨¦n la escasa voluntad del Estado para defender a los pueblos ind¨ªgenas y los derechos humanos¡±, afirma Jorge P¨¦rez Rubio, presidente de la Asociaci¨®n Inter¨¦tnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP).
Por su parte, Jamer L¨®pez, dirigente de ORAU, la contraparte de AIDESEP en Ucayali, ha hecho un llamado a la comunidad internacional a posar sus ojos sobre el caso que ya se ha dilatado durante casi una d¨¦cada. ¡°La vida de nuestros hermanos amaz¨®nicos no significa nada para el Estado, porque esta decisi¨®n judicial otorga camino libre para que nos sigan asesinando; es un camino libre para los madereros y las actividades ilegales. Estamos golpeados, pero no vencidos¡±, subraya.
Lita Rojas, viuda de Leoncio Quintisima Mel¨¦ndez, viaj¨® por tres d¨ªas en bote desde Alto Tamaya ¨C Saweto hasta la ciudad de Pucallpa para escuchar la determinaci¨®n del juzgado. Ante el fallo, viaj¨® inmediatamente a Lima para manifestar su rabia y su decepci¨®n. Lo hizo junto a Julia P¨¦rez, esposa de Edwin Chota, el gran l¨ªder de la comunidad; Ergilia Rengifo, esposa de Jorge R¨ªos, y Lina Ruiz, la hija mayor de Francisco Pinedo. La madre de Lina, Adelina Vargas, muri¨® el a?o pasado mientras aguardaba que la justicia tocara su puerta.
Son los primeros d¨ªas de septiembre y las cuatro mujeres est¨¢n por regresar a la selva. Han tenido un d¨ªa desgastante donde se han reunido con representantes de los ministerios de Justicia y Cultura. Se les nota en el semblante y en la brevedad de sus palabras. Han contado su drama incontables veces desde hace nueve a?os, pero adem¨¢s es muy tarde para ellas. Son las ocho de la noche, una hora a la que se duerme en el bosque. Pasar¨¢ un buen rato hasta que estas lideresas ash¨¢ninkas digan un par de cosas.
¡°Vamos a seguir luchando. Pero solo Dios sabe si vamos a lograrlo¡±, dice Lita Rojas, quien viste una cushma, t¨²nica que distingue a los ash¨¢ninkas. Cuando Leoncio Quintisima fue asesinado por los madereros ilegales, ella se qued¨® a cargo de cuatro hijos. El ¨²ltimo ten¨ªa apenas un a?o cuando sucedi¨® la desgracia. Se llama Leoncio como su padre y suele preguntar por ¨¦l. Lita, adem¨¢s, es la ¨²nica de las cuatro que sigue viviendo en la comunidad. El resto se march¨® a Pucallpa por temor a las represalias de los asesinos.
¡°Todo ha vuelto al principio. Tanto tiempo denunciando a los taladores, a quienes destruyen nuestros bosques y hasta ahora no hay justicia para nosotros. Yo me siento bien apenada y es con esa sensaci¨®n que me vuelvo a mi pueblo¡±, interviene Ergilia Rengifo. Ella fue quien condujo en bote a su esposo y a los otros tres dirigentes, en un viaje de ocho horas, surcando el r¨ªo Tamaya un d¨ªa antes del ataque. Se dirig¨ªan a la comunidad nativa de Apiwxta, en la frontera con Brasil, en el Estado de Acre, donde se reunir¨ªan con dirigentes brasile?os que se hab¨ªan sumado a su lucha contra el tr¨¢fico ilegal de madera. Ergilia, que crio a nueve hijos, recuerda que aquella vez un ave conocida como chicua, que acostumbra ser de mal ag¨¹ero, chill¨® durante varios minutos, acaso anunciando el atentado. Aunque lo intent¨®, no pudo evitar lo que es el destino les hab¨ªa deparado.
Julia P¨¦rez, quien est¨¢ cuidando a su ¨²ltima peque?a, hija de su nuevo compromiso, se muestra distante. Su exesposo Edwin Chota fue la voz del pueblo de Saweto sin ser un ash¨¢ninka. Instruy¨® a la comunidad y sembr¨® en ellos el ¨ªmpetu de reclamar lo que es justo. Prueba de ello es el coraje de Lina Ruiz, la hija de Francisco Pinedo: ¡°Si los ind¨ªgenas nos quedamos callados es como si no existi¨¦ramos. Voy a seguir con todo esto, porque no puede ser posible. Los asesinos de mi padre y de sus amigos en estos momentos est¨¢n caminando por la calle, saliendo a pasear, libres. ?Y nosotros qu¨¦? No podemos regresar a nuestras casas porque nos pueden matar¡±.
A su padre, Lina le agradece el haberle ense?ado a pescar y a usar la flecha para cazar perdices. Saberes que normalmente solo se les inculca a los varones. El recuerdo m¨¢s n¨ªtido que tiene de ¨¦l es tomando su masato ¡ªun brebaje fermentado de yuca¡ª despu¨¦s de una ardua jornada y pregunt¨¢ndoles a sus hijos: ?est¨¢n llenos? Con la barriga llena era que Francisco Pinedo les demostraba su cari?o.
Nueve a?os despu¨¦s su lucha ha retornado al punto de partida. Pero no piensan dar un paso atr¨¢s.
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