La masacre de Tamaulipas: el sue?o americano muere en M¨¦xico
Lo invirtieron y arriesgaron todo en la b¨²squeda de una vida m¨¢s digna: viajar a Estados Unidos sin papeles para trabajar. Pero acabaron asesinados a tiros y calcinados en el norte de M¨¦xico, un territorio donde a los migrantes les aguardan los carteles y un sistema corrupto que se beneficia de ellos. As¨ª fue c¨®mo el sue?o de un grupo de 16* guatemaltecos se convirti¨® en pesadilla. EL PA?S reconstruye su historia
La masacre de Tamaulipas:
El sue?o americano
muere en M¨¦xico
muere en M¨¦xico
Las malas noticias llegaron a la aldea Tuilel¨¦n, en las escarpadas monta?as de San Marcos, Guatemala, antes del mediod¨ªa. ¡°Don Ricardo: nuestros hijos est¨¢n muertos, quemados, sin rastro y sin nada¡±. Fue una llamada de padre a padre, pero tambi¨¦n de coyote (traficante de personas) a cliente: desde alg¨²n punto en la frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos, el gu¨ªa al que Ricardo Garc¨ªa P¨¦rez le hab¨ªa confiado a su primera hija, le confesaba que de aquella joven de 20 a?os que siempre hac¨ªa bromas y hab¨ªa recorrido Centroam¨¦rica vendiendo productos chinos para ayudar a su familia, solo quedaban cenizas. El propio hijo del pollero (o coyote), que iba en el mismo grupo, tambi¨¦n estaba entre los fallecidos.
Era s¨¢bado, 23 de enero. En las noticias se empez¨® a hablar del hallazgo de 19 cuerpos quemados en un camino rural en el l¨ªmite entre Tamaulipas y Nuevo Le¨®n, un territorio del noreste de M¨¦xico que en la ¨²ltima d¨¦cada se ha convertido en un cementerio de migrantes. Que entre las v¨ªctimas hab¨ªa guatemaltecos era entonces solo un rumor. Aunque para padres como Ricardo Garc¨ªa P¨¦rez, que hac¨ªa menos de dos semanas hab¨ªan acompa?ado a sus hijos desde sus comunidades remotas a la casa del coyote en el municipio de Comitancillo, la falta de se?ales del grupo durante d¨ªas y esa llamada eran suficientes. Estaban seguros de que las personas que iban en aquellas camionetas blancas carbonizadas, cuyas fotos ya circulaban en las redes sociales, eran ellos. Y de que con la masacre se esfumaba tambi¨¦n la apuesta por la que hab¨ªan invertido lo poco que ten¨ªan y por la que algunos incluso hab¨ªan empe?ado sus terrenos.
¡°Mi hija no fue asesinada por ladrona o delincuente, ni traficando drogas. Mi hija fue asesinada por luchadora¡±, dice ahora don Ricardo en una de las pendientes del cementerio de la aldea Tuilel¨¦n, mientras construye la tumba de Santa Cristina Garc¨ªa con la ayuda de varios familiares. Pese al golpe de haber perdido a la segunda de sus 11 hijos hace menos de un mes, el hombre ¡ªcuerpo menudo, pelo negro brillante, piel quemada por el trabajo en el campo¡ª no ha perdido la sonrisa ni la calma. ¡°Tengo que acoplarme al ejemplo de ella. Era amable, cari?osa, sonriente¡±, explica. Cuando las autoridades mexicanas devuelvan sus restos a este municipio del occidente de Guatemala, la joven descansar¨¢ en uno de los panteones coloridos, entre las tumbas de otros dos migrantes que tambi¨¦n perdieron la vida en la masacre de Tamaulipas: su vecino Iv¨¢n Gudiel, de 22 a?os, y Rivaldo Jim¨¦nez Ram¨ªrez, el segundo de siete hermanos que a sus 18 a?os se hab¨ªa graduado de bachiller y trabajaba en el campo.
Para pagar el viaje de su hija a Florida, donde la esperaba una amiga de la familia, don Ricardo y su esposa, Olga P¨¦rez, hab¨ªan pedido un pr¨¦stamo que avalaron con las escrituras de su casa, una vivienda de paredes de adobe, techo de l¨¢mina y suelo de tierra en lo alto de una loma. Tambi¨¦n entregaron el t¨ªtulo de las cuatro cuerdas de terreno que la rodea ¡ªel equivalente a dos campos de f¨²tbol¡ª donde cultivan el ma¨ªz con el que se alimenta la familia.
Con los 25.000 quetzales que reunieron (unos 3.200 d¨®lares, 2.650 euros), la pareja pudo pagar un adelanto al coyote y comprarle ropa, zapatos y un m¨®vil nuevo a Santa Cristina para el camino. El dinero que le entregaron al gu¨ªa no era ni una cuarta parte de los 110.000 quetzales que ped¨ªa por el trayecto (m¨¢s de 14.000 d¨®lares). Pero cre¨ªan que, una vez que su hija llegara a Estados Unidos, podr¨ªa pagar las deudas, tal como han hecho durante d¨¦cadas los migrantes que han salido de su comunidad rumbo al norte.
El 12 de enero, cuando se despidi¨® de su madre y sus 10 hermanos, la joven estaba tranquila. Sonre¨ªa. Durante meses, perseverante como era, hab¨ªa insistido a sus padres para que le apoyaran econ¨®micamente con aquel viaje. Antes de abandonar la habitaci¨®n con cuatro camas en la que duerme toda la familia, Santa Cristina dijo que no quer¨ªa l¨¢grimas y prometi¨® que, nada m¨¢s llegase a Estados Unidos, las cosas iban a cambiar para todos. Su plan era trabajar de d¨ªa para pagar la deuda, y de noche para operar el labio leporino de la menor de sus hermanas ¡ª?ngela, de un a?o y cuatro meses¡ª; y para intervenir a su padre, que sufre de problemas en los ojos. Adem¨¢s, quer¨ªa que su familia accediera a una casa mejor.
Su padre la acompa?¨® hasta el centro de Comitancillo, donde iba a comenzar el viaje. ¡°Yo no me voy a morir. A trabajar voy¡±, le tranquiliz¨® cuando se despidieron. ¡°Sus ¨²ltimas palabras fueron: ¡®Si la Santa llega a Estados Unidos, tu vida va a cambiar¡¯¡±, recuerda don Ricardo. Ya en la casa del coyote, Santa Cristina se reuni¨® con el resto del grupo que puso rumbo a M¨¦xico al d¨ªa siguiente. Entre ellos estaban su primo Marco Antulio, un adolescente de 16 a?os que era el mayor de nueve hermanos, y su vecino Iv¨¢n Gudiel, de 22 a?os, reci¨¦n casado y con un hijo de ocho meses, que so?aba con poder mandar dinero a su madre para que se tratara la diabetes.
En el grupo tambi¨¦n estaba Marvin Tom¨¢s, conocido como El Zurdo, un prometedor lateral izquierdo del equipo local Juventud Comiteca, de la tercera divisi¨®n guatemalteca. A sus 22 a?os estudiaba en la universidad los fines de semana y era el pilar econ¨®mico de su familia. ?l tambi¨¦n quer¨ªa construirles una vivienda mejor y lograr que su madre, que hab¨ªa quedado viuda poco antes de que ¨¦l naciera, pudiera operarse de la hernia que sufre desde hace m¨¢s de diez a?os. Pero con los jornales de 50 quetzales diarios (menos de 6,5 d¨®lares) por trabajar en el campo o con lo que ganaba en empleos temporales como alba?il solo le alcanzaba para vivir al d¨ªa.
Como ellos, la mayor¨ªa de los que se sumaron al viaje ten¨ªan menos de 25 a?os ¡ªalgunos incluso eran menores de edad¡ª, proven¨ªan de familias numerosas y hu¨ªan de la falta de oportunidades de Comitancillo, un municipio (de unos 60.000 habitantes y al que pertenece Tuilel¨¦n) donde casi un 90% de la poblaci¨®n vive en condiciones de pobreza y m¨¢s del 26% en pobreza extrema. Cerca del 20% de sus habitantes han emigrado a Estados Unidos, un pa¨ªs que se convirti¨® en una especie de salida de emergencia para millones de centroamericanos desde los a?os ochenta por la violencia e inestabilidad pol¨ªtica y econ¨®mica de la regi¨®n. En la actualidad, se estima que hay m¨¢s de 3,5 millones de ciudadanos de ese origen en territorio estadounidense.
El origen de los migrantes que fueron asesinados en Tamaulipas no era distinto al de miles de guatemaltecos que emprenden el mismo trayecto cada a?o. Si no hubieran sido v¨ªctimas de una masacre, sus muertes habr¨ªan pasado desapercibidas a los ojos del mundo, como suele suceder con sus vidas. A muchas de las remotas aldeas y caser¨ªos de donde salieron los migrantes, cuyos nombres se le escapan incluso al ojo omnipresente de Google, solo se puede acceder en veh¨ªculos todoterreno o caminando durante horas por sendas polvorientas y empinadas en la monta?a. All¨ª, la mayor¨ªa de familias sobrevive con lo poco que producen ¡ªprincipalmente papa, ma¨ªz y frijol¡ª, con la cr¨ªa de gallinas y pavos, pastoreando vacas y ovejas, o con lo que ganan trabajando en el campo o la construcci¨®n.
Las se?ales de existencia del Estado guatemalteco son pocas, al contrario de lo que sucede con las remesas. Entre las casas tradicionales de adobe se pueden distinguir las viviendas de block y cemento construidas con el dinero enviado por los migrantes. ¡°Las personas que est¨¢n en EE UU han construido casas, han comprado un carro. No es gente rica, pero ya pueden sacar la familia adelante¡±, asegura Olga P¨¦rez sentada en la misma habitaci¨®n en la que despidi¨® a Santa Cristina, donde ahora hay un altar con fotos, flores y veladoras. Sus hijos menores, que no van a la escuela desde que comenz¨® la pandemia, juegan a su alrededor.
Para su hija y el grupo de migrantes que salieron de Comitancillo, irse era la ¨²nica apuesta posible para un futuro mejor; una apuesta que fue truncada a unos 60 kil¨®metros de Estados Unidos. Desde que dejaron su municipio hasta que fueron asesinados en el norte de M¨¦xico, pasaron 10 d¨ªas en los que se comunicaron varias veces con sus familias en Guatemala y con aquellos que los iban a recibir del otro lado de la frontera. Al d¨ªa siguiente de salir, algunos llamaron desde Tuxtla Guti¨¦rrez, en Chiapas. D¨ªas m¨¢s tarde, les hablaron desde Puebla. Entonces, Santa Cristina le cont¨® a su madre y a un familiar en Lynn (Massachusetts) que les hab¨ªan asaltado y que les quitaron los tel¨¦fonos m¨®viles y casi todo el dinero. Pero ella estaba contenta porque en el viaje se hab¨ªa hecho amiga de las otras muchachas del grupo, con las que pod¨ªa tener habitaci¨®n separada de los hombres all¨ª donde paraban.
¡°En la ¨²ltima llamada que me hizo me dijo: ¡®Yo s¨ª estoy viviendo pura vida. El coyote que nos trajo nos est¨¢ manteniendo bien?. Luego me mostr¨® con la c¨¢mara una tele que ten¨ªa, un ba?o privado, la ducha y la comida, y me dijo: ¡®Hoy s¨ª estoy feliz¡±, recuerda ?scar, de 21 a?os, hermano mayor de Santa Cristina. Despu¨¦s de aquella conversaci¨®n, algunos migrantes se comunicaron una vez m¨¢s con sus familias desde San Luis Potos¨ª. Entonces les dijeron que ya les faltaba poco para cruzar la frontera y que les llamar¨ªan en cuanto pudieran. Nunca volvieron a comunicarse.
Tamaulipas, cementerio de migrantes
La frontera entre Nuevo Le¨®n y Tamaulipas es un mosaico de granjas familiares, campos de sorgo, pozos de petr¨®leo y mezquitales. Y entre ellos, las hormigas: cientos de camionetas y tr¨¢ileres que cubren la ruta Monterrey-Reynosa-Nuevo Laredo y que disfrazan una de las actividades m¨¢s lucrativas de la frontera, el paso de migrantes.
El rastro del grupo en el que iba Santa Cristina se perdi¨® en San Luis Potos¨ª, 600 kil¨®metros al sur de Monterrey. Sus cuerpos aparecieron en un camino aislado del ejido Santa Anita, en Camargo, 200 kil¨®metros al noreste de Monterrey, ya en territorio tamaulipeco. Los encontraron baleados y carbonizados, abandonados en medio de la nada, tres d¨ªas despu¨¦s de que una mujer denunciara la desaparici¨®n de su marido.
Desde hace m¨¢s de una d¨¦cada, Tamaulipas es uno de los pasos m¨¢s peligrosos para los migrantes. En 2010, un grupo criminal asesin¨® a 72 centroamericanos y sudamericanos en San Fernando, junto a la costa del golfo de M¨¦xico. Al a?o siguiente, las autoridades hallaron casi 200 cuerpos en fosas clandestinas en el municipio. La mayor¨ªa eran de migrantes. En 2012 dejaron los cuerpos desmembrados de 49 personas, entre ellos migrantes, en Cadereyta, cerca de Monterrey, en la salida de la ruta hacia Reynosa.
El Gobierno denunci¨® entonces que Los Zetas estaban detr¨¢s de las masacres. En el caso de los 72 migrantes de San Fernando, un detenido, supuesto integrante de Los Zetas, declar¨® que los hab¨ªan matado para evitar que los reclutara el cartel del Golfo, sus rivales en la frontera. Dijo que les hab¨ªan dado la opci¨®n de unirse a su grupo y que la mayor¨ªa se neg¨®. Y que por eso los hab¨ªan asesinado.
Nunca estuvieron claros los motivos, ni en el caso San Fernando ni en el de Cadereyta. Pero siempre existi¨® la sospecha de que los criminales hab¨ªan contado con la complicidad directa o indirecta de las autoridades locales. Una d¨¦cada despu¨¦s, la sospecha se ha convertido en certeza en el caso de Camargo.
A principios de febrero, 11 d¨ªas despu¨¦s de que hallaran los cuerpos, la Fiscal¨ªa de Tamaulipas inform¨® de que al menos 12 polic¨ªas de un grupo de ¨¦lite estaban involucrados en la masacre. El fiscal evit¨® dar detalles sobre el papel de los agentes en la matanza. Pero dijo que estaban acusados de asesinato, abuso de autoridad y falsedad en sus informes. Tambi¨¦n sugiri¨® que los propios polic¨ªas hab¨ªan alterado la escena del crimen. La ausencia de casquillos de bala en la zona llam¨® la atenci¨®n de los investigadores desde el principio. ?Qui¨¦n se preocupar¨ªa de recoger los casquillos despu¨¦s de un ba?o de sangre as¨ª?
Junto a los cuerpos se encontraron dos camionetas, una de ellas una Toyota Sequoia que se ha convertido en otro de los puntos pol¨¦micos del caso. En diciembre, el Instituto Nacional de Migraci¨®n (INM) hab¨ªa interceptado ese mismo veh¨ªculo durante el rescate de decenas de migrantes en una casa del ¨¢rea metropolitana de Monterrey. El hecho de que las redes de trata fueran capaces de recuperar una camioneta capturada en un operativo desat¨® sospechas sobre corrupci¨®n en el instituto y, simult¨¢neamente, sobre su nivel de impunidad.
El detalle de la camioneta y el avance en la identificaci¨®n de los cad¨¢veres revel¨® que el grupo de Comitancillo viaj¨® en ese ¨²ltimo tramo con al menos dos gu¨ªas locales. Uno era el due?o de la Toyota. Esta informaci¨®n, junto con la que difundi¨® la Fiscal¨ªa, ha alimentado la hip¨®tesis de que los polic¨ªas habr¨ªan confundido a los gu¨ªas y a los migrantes con un grupo delictivo y los atacaron a balazos. Luego, al descubrir su error, habr¨ªan recogido los casquillos y prendido fuego a los veh¨ªculos en los que viajaban.
Aunque las autoridades en M¨¦xico no han informado sobre la ruta que pudo tomar el grupo de migrantes, la camioneta y la ubicaci¨®n de los cad¨¢veres indican que en alg¨²n momento pasaron por Monterrey. Fuentes del Gobierno de Tamaulipas dijeron a EL PA?S que lo m¨¢s l¨®gico es que de aquella ciudad hayan tomado ¡°rumbo a General Bravo y Doctor Coss y luego ya agarraron las brechas¡±. ¡°Las brechas¡± es un concepto preciso y tambi¨¦n una met¨¢fora en esta zona: carreteras solitarias, muchas veces de tierra, que forman parte de un circuito invisible. Rutas silenciosas que los lugare?os evitan.
Un martes a principios de febrero, en el ¨²nico puesto de comida de la plaza de Doctor Coss ¡ªun pueblo de 500 casas donde el secretario de Seguridad fue asesinado a balazos en noviembre¡ª, la vendedora de tacos explica que mucha gente de all¨ª se va a vivir a Texas ¡°por la inseguridad¡±. De paso por la plaza, un trabajador del municipio le pone fecha al fen¨®meno de la violencia: ¡°Aqu¨ª desde 2009 est¨¢ todo peligroso por la guerra que tienen ellos¡±. Tambi¨¦n dice que ¨¦l no vio a los migrantes de Camargo, pero que si los hubiese visto no lo dir¨ªa. Y que s¨ª, que probablemente pasaron por all¨ª.
¡°Ellos¡±, al igual que brechas, es un concepto tan preciso como ambiguo: es el crimen organizado, el narco, el cartel del Noreste ¡ªescisi¨®n de Los Zetas¡ª, el cartel del Golfo. La mafia. Grupos delictivos que usan estos caminos para traficar armas, drogas, personas, ¡°o todo lo que uno pueda imaginar¡±, detalla el funcionario del Gobierno de Tamaulipas.
Los vecinos de Doctor Coss explican que una de las rutas m¨¢s usadas de all¨ª hacia Camargo es la que pasa por Ejido La Canela, la ¨²nica asfaltada hasta la frontera con Estados Unidos adem¨¢s de la carretera federal y la autopista. Cuanto m¨¢s se avanza por aquella ruta, las pintadas a favor y en contra del cartel del Noreste y el cartel del Golfo se apoderan con mayor empe?o de las se?ales de tr¨¢fico, las vallas publicitarias, las paredes de casas y hasta el mismo asfalto. Cerca de La Canela, una garita de seguridad abandonada, un veh¨ªculo oxidado y zetas blancas pintadas en el suelo saludan a los conductores. En esta misma zona, inform¨® el Ej¨¦rcito unos d¨ªas despu¨¦s, cinco pistoleros murieron en un enfrentamiento. Los militares dijeron que, durante un recorrido en helic¨®ptero, divisaron unas lonas en mitad del campo: un narcocampamento. Los pistoleros, seg¨²n esta versi¨®n, atacaron la aeronave con un fusil calibre 50, pero ellos respondieron y mataron a cinco.
En los albergues de Monterrey y Reynosa, la masacre de Camargo ha impactado a los migrantes, aunque no hasta el punto de pensar en volver. En Casa Indi, cerca del centro de Monterrey, el encargado de recibir a los que llegan, Marcos Antonio Castro Zelaya, de 43 a?os, busca infructuosamente los nombres de los migrantes de Comitancillo en su libro de registro. Pero no aparecen all¨ª.
Zelaya, as¨ª le llaman en el albergue, es guatemalteco y ha tratado de entender qu¨¦ ocurri¨® con sus compatriotas. Habla de su propio paso por Camargo a?os atr¨¢s y detalla el complejo abanico de acuerdos y pagos entre los coyotes y las mafias locales, que aqu¨ª llaman claves, para sortear problemas en la ruta. Y luego cuenta las peripecias de un grupo de hondure?os para ilustrar los peligros de la frontera. ¡°Un d¨ªa se apareci¨® un muchacho aqu¨ª y empez¨® a decirles que pod¨ªa cruzarles por Ciudad Acu?a [en Coahuila] por 500 pesos cada uno, unos 27 d¨®lares. Yo les dije: ¡®Tengan cuidado, porque a veces ellos les llevan con los malitos para que los extorsionen¡±. Los migrantes accedieron, pero el coyote no les llev¨® a Acu?a, sino a Nuevo Laredo. Uno del grupo se dio cuenta y se escaparon al monte. ¡°La vida del migrante es muy fea¡±, concluye Zelaya.
En Reynosa, la masacre asusta a cientos de migrantes que aguardan a que se afloje el nudo fronterizo de la era Trump, pero no tanto como para desandar un camino de mil kil¨®metros. En el albergue Senda de Vida, Miriam Morales, de 29 a?os, cuenta que vive all¨ª desde hace dos meses con su hija de siete a?os. Dice que sali¨® con su gu¨ªa desde Chiquimula, en Guatemala, pero que luego en M¨¦xico cambi¨® cuatro veces de coyote. Pas¨® por San Crist¨®bal, en Chiapas, Puebla y San Luis Potos¨ª. En ese punto del camino, cuenta, la metieron en un tr¨¢iler ¡°con otras cien personas¡± y la llevaron a Ciudad Miguel Alem¨¢n, al oeste de Camargo, en la frontera. Estuvieron en un hotel tres d¨ªas y cuando por fin salieron y cruzaron el r¨ªo Bravo, la patrulla fronteriza no tard¨® dos minutos en agarrarlas. ¡°Nos estaban esperando¡±.
Morales sabe de los migrantes de Camargo por Facebook. ¡°Da l¨¢stima verlo¡±, dice, ¡°yo no sab¨ªa que les hac¨ªan eso a las personas¡±. De cualquier modo, el espanto no es suficiente para hacer tambalear una de las pocas certezas que tiene: no va a volver a Guatemala. Su apuesta, como la del resto, es a todo o nada.
Las dos vidas arrebatadas de ?dgar L¨®pez
Oraci¨®n del migrante: ¡°Partir es morir un poco. Llegar nunca es definitivo¡±.
El d¨ªa de la masacre de Tamaulipas, ?dgar L¨®pez y L¨®pez estaba de cumplea?os. Ese 22 de enero cumpl¨ªa 50. Al contrario que el resto de los migrantes, ¨¦l no iba en busca del sue?o americano; regresaba a Estados Unidos para recuperar su vida, la que le arrebataron el 7 de agosto de 2019 cuando fue detenido en la mayor redada en una d¨¦cada en ese pa¨ªs, que termin¨® con casi 700 arrestos. Aquel d¨ªa, agentes de la polic¨ªa de inmigraci¨®n (ICE, por sus siglas en ingl¨¦s) irrumpieron en varias plantas procesadoras de pollo en Misisipi. En una de ellas trabajaba ?dgar. Tras pasar casi un a?o en centros de detenci¨®n, en julio de 2020 fue deportado a Guatemala, un pa¨ªs que no pisaba desde hac¨ªa m¨¢s de 22 a?os.
En Misisipi no solo dej¨® su trabajo, sino a su esposa; a sus tres hijos de 24, 21 y 11 a?os; a un nieto al que quer¨ªa con devoci¨®n ¡ªMiguel, de 4 a?os, quien llamaba pap¨¢ a Edgar¡ª y a otro de seis meses al que nunca conocer¨¢. Tambi¨¦n dej¨® su parroquia, la de Santa Ana, donde participaba asiduamente como l¨ªder comunitario. ¡°Llamaba todos los d¨ªas. Quer¨ªa venir porque aqu¨ª est¨¢ la familia, aqu¨ª est¨¢n los nietos¡±, dice su viuda, Sonia Cardona, por tel¨¦fono desde Carthage.
En esa ciudad del sur estadounidense queda la mitad de la vida de ?dgar L¨®pez. La otra, la que se cuenta en lengua mam, est¨¢ en la aldea Chicajalaj de Comitancillo. La casa donde vivi¨® los seis meses desde que fue deportado hasta que intent¨® llegar de nuevo a Estados Unidos luce un lazo negro. Sus cuatro hermanas se turnan ahora para acompa?ar a su padre, don Marcelino, un anciano encorvado de 94 a?os que ya no oye y que da vueltas con la mirada perdida por el patio de la vivienda.
¡°Estaba desesperado por volver, pero no nos avis¨® de que se iba¡±, asegura su cu?ado Margarito Orozco. Antes de migrar por primera vez, a finales de los a?os noventa, ambos trabajaban como comerciantes en Ciudad de Guatemala. Seg¨²n su viuda, L¨®pez ya hab¨ªa sido deportado una vez de EE UU, en 1997, pero regres¨® y eso dificult¨® que sus abogados pudieran sacarle del centro de detenci¨®n tras la redada de 2019, pese a que ten¨ªa una vida asentada y ejemplar en ese pa¨ªs.
En Chicajalaj no saben mucho de su vida en Misisipi. Dicen que llamaba de vez en cuando y enviaba dinero para medicinas cuando enfermaba su pap¨¢. Un d¨ªa se enteraron de que lo hab¨ªan detenido en una redada y un a?o despu¨¦s lo recibieron de regreso en Comitancillo, donde se dedic¨® a trabajar los cultivos de ma¨ªz y frijol de la familia. En los d¨ªas de descanso, cuando se reun¨ªa con sus hermanas y sobrinos, les contaba que echaba de menos Estados Unidos. ¡°Dec¨ªa que ¨¦l estaba muy feliz all¨¢, con su familia, y que estaba muy triste por sus nietos, por sus hijos. Me ense?aba las fotos de ellos en su celular¡±, afirma su sobrina pol¨ªtica Berta Lisa L¨®pez. Ese fue el motivo por el que Edgar no aguant¨® m¨¢s y recurri¨® al coyote local para regresar.
Las pol¨ªticas migratorias del Gobierno de Donald Trump hab¨ªan despojado de toda esperanza a migrantes como ¨¦l, aunque hubieran llevado una vida intachable y fueran trabajadores de primera l¨ªnea. Desde que asumi¨® la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden propuso una reforma migratoria que establece que los trabajadores esenciales, como los de la planta procesadora de pollos que empleaba a ?dgar, sean legalizados de forma prioritaria. Pero la promesa llegaba demasiado tarde para ¨¦l. Dos d¨ªas despu¨¦s de la investidura de Biden, ?dgar encontr¨® la muerte en Tamaulipas.
Desde aquel d¨ªa, y hasta que identificaron su cuerpo, Sonia Cardona recibi¨® llamadas de extorsionadores desde M¨¦xico que trataban de sacar provecho a la tragedia y le ped¨ªan dinero a cambio de entregarle a su esposo.
Un d¨ªa despu¨¦s de recibir la llamada del coyote, en Guatemala, los familiares de los migrantes que hab¨ªan salido de Comitancillo viajaron a la capital para hacerse las pruebas de ADN que facilitaran la identificaci¨®n de los restos calcinados. Ellos nunca tuvieron dudas de que sus seres queridos estaban entre los muertos, pero el camino para la confirmaci¨®n oficial y la repatriaci¨®n de los cuerpos ha sido largo y doloroso, y a¨²n no ha terminado.
Para transitar aquella espera, en sus casas levantaron altares y pusieron lazos para recordar a los muertos: de color negro donde viv¨ªan los adultos; blancos para los menores. Con el paso de los d¨ªas se ha confirmado oficialmente la identidad de 14 v¨ªctimas originarias de Guatemala (se calcula que son 15*, y el resto posiblemente mexicanas) y M¨¦xico anunci¨® la detenci¨®n de polic¨ªas involucrados en la masacre de Tamaulipas. Para sus familiares eso no cambia nada. El ¨²nico consuelo que les queda ahora es recibir los restos para cerrar el duelo. ¡°Yo solo le pido a Dios que mi hija pueda venir aqu¨ª a su tierra a ser sepultada¡±, se lamenta Olga, la madre de Santa Cristina. ¡°Que me traigan los restos porque me duele. Ella est¨¢ sufriendo todav¨ªa¡±, dice.
Velar los restos de su hijo es tambi¨¦n lo ¨²nico que espera ?ngela L¨®pez, la madre de Marvin Tom¨¢s, el jugador del Juventud Comiteca. ¡°Solo estamos esperando a que me traigan el cuerpo. El cementerio est¨¢ cerca¡±, dice la mujer, sentada al lado del altar que le ha levantado en el lugar exacto donde su hijo dorm¨ªa, en una colchoneta sobre el suelo de tierra. Cuando repatr¨ªen sus restos, El Zurdo ser¨¢ enterrado junto a la aldea Las Flores, donde viv¨ªa con su madre y tres de sus cinco hermanas, y a pocos metros del estadio municipal, donde so?aba con triunfar como futbolista.
* Las autoridades guatemaltecas confirmaron despu¨¦s de la publicaci¨®n de este reportaje que el n¨²mero total de v¨ªctimas de esa nacionalidad era de 16.
Cr¨¦ditos
- Redacci¨®n: Lorena Arroyo | Pablo Ferri
- Edici¨®n de texto: Eliezer Budasoff | Marta Nieto
- Video e im¨¢genes: M¨®nica Gonz¨¢lez | H¨¦ctor Guerrero
- Edici¨®n de video: Adriana Kong
- Edici¨®n visual: H¨¦ctor Guerrero
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