El linchamiento de Daniel Picazo en una plaza p¨²blica de M¨¦xico: un estallido de sangre y fuego
EL PA?S reconstruye el asesinato de un asesor del Congreso de los Diputados en Papatlazolco, en la sierra de Puebla. Hay siete detenidos por el crimen
Las campanas no dejaban de sonar en un estruendo multiplicado por el silencio de la noche. Los vecinos de Papatlazolco se echaron a la calle, m¨¢s all¨¢ de los panteones hab¨ªan agarrado a un hombre que merodeaba en una furgoneta y lo tra¨ªan a golpes bajo la ficci¨®n de que andaba buscando ni?os para llev¨¢rselos. La multitud se fue reuniendo, los machetes estaban preparados, las campanas no dejaban de sonar¡ Daniel Picazo Gonz¨¢lez, de 31 a?os, est¨¢ a pocos minutos...
Las campanas no dejaban de sonar en un estruendo multiplicado por el silencio de la noche. Los vecinos de Papatlazolco se echaron a la calle, m¨¢s all¨¢ de los panteones hab¨ªan agarrado a un hombre que merodeaba en una furgoneta y lo tra¨ªan a golpes bajo la ficci¨®n de que andaba buscando ni?os para llev¨¢rselos. La multitud se fue reuniendo, los machetes estaban preparados, las campanas no dejaban de sonar¡ Daniel Picazo Gonz¨¢lez, de 31 a?os, est¨¢ a pocos minutos de morir como los m¨¢rtires de siglos pasados, torturado y quemado en plaza p¨²blica a la vista de todos, acusado, sin jueces ni justicia, de robachicos.
En la habitaci¨®n pintada de rojo del joven abogado yacen sus zapatos por el piso, las chancletas, las deportivas, unas pesas inm¨®viles, algunos botes de cosm¨¦ticos en el tocador, la computadora apagada. Los padres han colocado fotos encima de la cama que el hijo deportista, trabajador y viajero ya no va a usar m¨¢s. En la Ciudad de M¨¦xico, donde hoy llora la familia, todo son preguntas. ?Qu¨¦ hac¨ªa Daniel en ese pueblo a esas horas? ?Iba solo o acompa?ado por otros que huyeron, como han dicho algunas versiones? ?Por qu¨¦ no habl¨®, por qu¨¦ no le preguntaron, por qu¨¦ no dijo que era originario del pueblo de al lado, donde tiene familia? ?Qui¨¦n toc¨® las campanas? Una certeza consuela a la madre, Ang¨¦lica: ¡°Mi hijo muri¨® como un m¨¢rtir y ha ido derecho al cielo¡±.
En la sierra de Puebla todo es verde. El agua de la lluvia, que cae en cantidades b¨ªblicas, llena las presas donde anta?o se pescaba en abundancia. Cuando sale el sol tambi¨¦n hay que andarse con cuidado. El paisaje es exuberante y los viveros cr¨ªan flores para medio M¨¦xico. Entre la vegetaci¨®n y las pobres casas de madera se extendi¨® estas semanas la inquietud: un mensaje de WhatsApp saltaba de un tel¨¦fono a otro con una advertencia a las familias para que cuiden a los ni?os, porque hay quien se los quiere llevar. Por si fuera poco, d¨ªas antes, seg¨²n han relatado algunos lugare?os, otra furgoneta roja caus¨® miedo entre unos chavos, que acudieron a las autoridades locales. Resultaron ser unos vecinos del pueblo de al lado, nada m¨¢s. La mecha estaba lista, solo hab¨ªa que encenderla. Inexplicablemente, Daniel Picazo conduce su furgoneta la noche del viernes, 10 de junio, hasta Papatlazolco. Se ha metido en la boca del lobo. Las llamas que consumir¨¢n su vida iluminan las caras de los vecinos, amontonados sobre el m¨¢rtir en la cancha deportiva cubierta.
El escenario del crimen es un pueblo cargado de sospechas durante a?os, que ha visto, dicen, maestras violadas, ladrones y otros delincuentes a los que no les toc¨® la ley. Se han acostumbrado a tomarse venganza sin que tampoco entonces la justicia hiciera su trabajo contra los linchadores. La notoriedad del asesinado el viernes, un asesor pol¨ªtico del Congreso de los Diputados, ha hecho saltar por los aires todo el sistema. Ya hay siete detenidos, todos mayores de edad, y ahora s¨ª, el pueblo se?ala culpables para defender a los que duermen en la c¨¢rcel. ¡°Para m¨ª el primer culpable es el que cuidaba las vacas, que fue el que agarr¨® primero al muchacho, y despu¨¦s el presidente auxiliar [alcalde], Epifanio Aranda, ¨¦l estuvo en el lugar, ?es que no pudo hacer nada?¡±, dice Margarita, la madre de uno de los arrestados, Abraham N. ¡°Mi hijo no es culpable, solo estaba de mir¨®n, no se puede detener a alguien solo porque aparezca en un video¡±, sostiene la familia en declaraciones a Nueva Naci¨®n. ¡°Entraron a la casa pateando todo y sin mostrar la orden de aprehensi¨®n¡±, sostienen.
¡°Lo que hicieron fue mal¨ªsimo¡±, condena Margarita el crimen. Tambi¨¦n carga contra la polic¨ªa, decenas de patrullas que llegaron al lugar la noche del linchamiento. ¡°?Es que no pudieron dar tiros al aire, echar gases que los atontaran y sacar al individuo?¡±. Y pide a las autoridades que muestren pruebas antes de encerrar a su hijo. Pero ella misma esparce sobre el difunto, sin evidencia alguna, sospechas que manchan su nombre: ¡°?Qu¨¦ hac¨ªa all¨ª con la furgoneta entre hierbajos, escondido? ?Por qu¨¦ no se identific¨®?¡±. E insisten en un rumor no confirmado: que Picazo viajaba con otras dos personas que huyeron y que en la furgoneta hab¨ªa ropa de ni?a, condones y sangre. ?Qui¨¦n lo sabe? ¡°Eso dicen los vecinos¡±. Los implicados en el crimen quemaron el veh¨ªculo, que hoy custodia la Fiscal¨ªa. La hermana del detenido a?ade: ¡°?l era un hombre preparado, con tecnolog¨ªa para consultar y no perderse¡±. A decir de esta familia, el presidente auxiliar lleg¨® pronto al lugar y le pregunt¨® qui¨¦n era. ¡°Solo dijo que se llamaba Daniel y ven¨ªa de Iztapalapa. Aqu¨ª no conocemos nadie de Iztapalapa¡±.
En la ma?ana del mi¨¦rcoles, cinco d¨ªas despu¨¦s de la org¨ªa de sangre y fuego, las tiendas est¨¢n abiertas, alguna mujer barre la puerta, otra sale con la compra apresurada cuando se acercan los curiosos. Los charcos se acumulan en las calles sin asfaltar. Reina el silencio: buenas tardes, es todo lo que dicen. Otros, nada, malencarados siguen su camino, con la mirada torcida hacia el coche de los forasteros. Est¨¢ cerrado el consultorio. Nadie sabe d¨®nde anda el presidente municipal ni d¨®nde encontrar al juez de paz. El linchamiento: nadie ha o¨ªdo nada, nadie vio nada. Pero todos vieron que el presidente municipal estaba all¨ª mismo, ¡°que apenas extendi¨® la mano cuando llegaban con el recipiente de la gasolina, pero no los detuvo¡±. Que el juez de paz tambi¨¦n asist¨ªa al aquelarre, ¡°con su garrote¡±. Alrededor de 200 estuvieron ese viernes all¨ª, como se ve en los videos que tambi¨¦n maneja la Fiscal¨ªa. All¨¢ va Daniel, golpeado y esposado a la espalda, agarrado por algunos vecinos y seguido por una turba. El furg¨®n policial se queda atr¨¢s, casi parece que los escolta.
La multitud impide que los agentes rescaten al apresado y conforme pasan los minutos van llegando m¨¢s patrullas. Decenas de uniformados locales de Huauchinango, estatales y alg¨²n militar se concentran finalmente en el pueblo. A Daniel ¡°no le espos¨® la polic¨ªa, como se ha dicho, fueron los hombres del pueblo, ellos tienen esposas, tambi¨¦n las tiene el presidente municipal¡±, asegura uno que estuvo presente. ¡°La polic¨ªa no hizo nada, absolutamente nada. All¨ª todo el que llegaba le pegaba¡±, asegura. Las luces de las patrullas se ven en los videos. Cuentan que alguno de los uniformados increp¨® a quien quiso defender al abogado con frases como: ¡°?Es que t¨² eres su c¨®mplice, es que lo conoces, por qu¨¦ lo defiendes?¡±. El mi¨¦rcoles por la ma?ana, all¨ª segu¨ªan las veladoras apagadas y un trozo de tela quemada. Tizne en el particular cadalso de cemento.
Daniel pas¨® sus ¨²ltimas horas felices en Las Colonias, un pueblo al lado de Papatlazolco, de donde es originaria su familia. Cada vez que visitaba el lugar, y lo hac¨ªa a menudo, llamaba a su amigo Sebasti¨¢n: ¡°?Unas chelas [cervezas]?¡±, le dijo esta vez por WhatsApp, y le envi¨® una foto con una lata de Modelo Especial. Se conoc¨ªan desde peque?os, porque la familia era de Las Colonias y all¨ª en la casa del abuelo se reun¨ªan todos a menudo. ¡°Estuvimos tomando chelas, mirando las presas en varios pueblos cercanos, lo acompa?¨¦ al hotel para que dejara sus cosas¡ A eso de las nueve y media de la noche est¨¢bamos con un primo m¨ªo y otro amigo, pero Daniel agarr¨® su furgoneta y se fue, sin decir agua va. Se me hizo raro, pero supuse que march¨® a Tlaola, donde parece que se hab¨ªa citado con una chica. Lo llam¨¦, pero la llamada no ten¨ªa buena se?al, le mand¨¦ un audio, ?qu¨¦ tal, todo bien? ?Qu¨¦ onda?¡±. Ya no hubo comunicaci¨®n. Sebasti¨¢n sostiene la hip¨®tesis de un fallido viaje a Tlaola porque de camino hasta ese pueblo hay una bifurcaci¨®n, si la agarras mal acabas en Papatlazolco. ¡°?l iba solo. Yo creo que se perdi¨®¡±.
En los pueblos, al que no lo vio se lo contaron. Este peri¨®dico ha recabado algunos testimonios de primera mano y ha podido ver videos que conoce la Fiscal¨ªa, porque se los entregaron. En algunos gritan unas mujeres: ¡°?Dejadle que hable primero!¡±. Y se estremecen otras: ¡°?Ay dios, no, no, le est¨¢n haciendo da?o!¡±. Tambi¨¦n se percibe el ruido de los machetes cuando golpean en plano, como el resta?ar de l¨¢tigos. Para entonces Daniel ya no pod¨ªa ni hablar. Arrodillado, ya con quemaduras en el cuerpo de una primera lumbre que alguien apag¨®, pidi¨® que le sacaran la cartera y las llaves del hotel Lindavista, donde se alojaba, en Tenango de las Flores, en un ¨²ltimo intento por identificarse. All¨ª estaban la credencial de asesor del Congreso de los Diputados de M¨¦xico, las tarjetas de cr¨¦dito, el billete de metro en el que viajaba cada ma?ana hasta el trabajo. La polic¨ªa tom¨® fotos de aquellos documentos, pero no hizo nada por detener la paliza. Frente a los uniformados, le prendieron fuego por segunda vez. El cuerpo arrodillado cae de bruces como una tea. Algunos de los detenidos, dicen los testigos consultados en el m¨¢s absoluto sigilo, ya hab¨ªan matado antes, pero aquellos cr¨ªmenes nunca llegaron a la justicia. Otros, seg¨²n los vecinos, han abandonado el pueblo huyendo de la ley.
En M¨¦xico, la falta de investigaci¨®n y la impunidad son tales, que en ciertos momentos la justicia puede calificarse de inexistente. En muchas zonas aisladas, de monta?a, los que all¨ª viven pueden ser v¨ªctimas y victimarios y la ma?ana sigue igual al d¨ªa siguiente. La ausencia del Estado es notoria. De eso se quejan los vecinos de Papatlazolco cuando se les pregunta por lo ocurrido. ¡°?D¨®nde est¨¢ el gobernador cuando ahogan a la gente en la presa y cu¨¢ndo roban a los ni?os? Ahora vienen porque este muchacho era importante. Yo entiendo que las madres se preocupen por sus hijos¡±, cuenta una vecina en la calle. ¡°No somos ignorantes, como dice la televisi¨®n, el pueblo tiene que defenderse¡±. Preguntada despu¨¦s si Papatlazolco es un sitio tranquilo dir¨¢ que s¨ª. ?Robo de ni?os? No se han dado. ?De qu¨¦ se defend¨ªan? Quiz¨¢ de un rumor que se prendi¨® con furia. Otra mujer, frente a las canchas donde han dejado algunas velas, un ramo de flores y dos fotos de Daniel, donde nadie se ha molestado a¨²n en limpiar la sangre de las gradas, se preocupa por la fama que les cae encima a todos por la acci¨®n de unos pocos ¡°revoltosos¡±. La zona es tur¨ªstica, se ofrecen paseos en lancha por las aguas embalsadas, pero los que conocen saben que es dif¨ªcil acercarse a algunos pueblos, mucho menos de noche. Que las sospechas, tantas veces infundadas, pueden acabar en muerte y no hay polic¨ªa que te salve.
Los linchamientos no son inusuales en M¨¦xico, ni tampoco es algo que distraiga del quehacer diario. Ocurren all¨¢ en lugares remotos cuando los vecinos consideran que han atrapado a un ladr¨®n, a un abusador, a un maleante. Con la tierra sobre el muerto queda tambi¨¦n enterrado el caso. El Estado de Puebla es conocido por estos tr¨¢gicos acontecimientos. En 1976 una pel¨ªcula inmortaliz¨® lo ocurrido en 1968 en San Miguel Canoa, donde lincharon a cinco personas. Hubo muchos m¨¢s despu¨¦s, unos con m¨¢s notoriedad que otros. Un estudio de la Universidad Iberoamericana en Puebla muestra c¨®mo entre 2015 y 2019 fueron linchadas 78 personas en el Estado, en 57 casos documentados, es decir, en algunos asesinaron a m¨¢s de una persona y hubo otros 599 que se quedaron en tentativa. En ese periodo, los linchamientos se incrementaron en un 600%, seg¨²n el informe que firma Tadeo Luna. En el estudio se relaciona la pobreza, la desigualdad y el abandono hist¨®ricos de estas comunidades con estos actos, que se convierten casi en un ritual. El Estado ausente y el estr¨¦s social provocado por acontecimientos concretos en el devenir cotidiano son factores, sostiene, que incrementan estos sucesos, que se van quedando en el imaginario social como una forma leg¨ªtima de defensa ante los peligros que acechan. Una encuesta sobre percepci¨®n de seguridad ciudadana y convivencia social de 2017 revela que el 77% de los mexicanos estaba de acuerdo con golpear a una persona sorprendida en un acto delictivo. Eso explica tambi¨¦n c¨®mo en el caso de Daniel Picazo muchos se?alan que lo mataron ¡°por error¡±, dando por bueno que si hubiera sido un delincuente no habr¨ªa mucho que decir.
Entre los factores que describen con propiedad un linchamiento est¨¢n el car¨¢cter colectivo y cierta espontaneidad de una masa desordenada, aunque no se descarta que entre todos haya alg¨²n grupo m¨¢s organizado; la ejecuci¨®n p¨²blica es la respuesta simb¨®lica que busca la mayor visibilidad, ¡°un mensaje que pueda ser visto por la colectividad¡±, porque se trata de ¡°castigar y educar a la comunidad¡±, convirti¨¦ndose, dice el estudio de la Iberoamericana, en performances culturales espectaculares¡± que los conviertan en poderosos actos comunicativos.
Como si se hubieran aprendido bien la lecci¨®n, al abogado Picazo quisieron darle muerte en los panteones, a medio camino entre la furgoneta de d¨®nde lo sacaron y la cancha que llaman, no sin raz¨®n, de usos m¨²ltiples. Uno de los testigos escuch¨® como alguno de los verdugos dijo: ¡°No, vamos a la cancha, que lo vea todo el mundo¡±. Y la multitud sigui¨® a la t¨¦trica comitiva.
Sobre el f¨¦retro de Picazo, envuelto en varias capas de pl¨¢stico como una maleta en el aeropuerto, el padre, don Nicandro, se desespera en silencio en el cementerio. Con l¨¢grimas en los ojos cumple el ritual del tequila que van sirviendo entre los deudos en vasos de pl¨¢stico. La familia tiene una imprenta en la alcald¨ªa capitalina de Iztapalapa. El negocio les ha dado lo suficiente para que Daniel y su hermana Ang¨¦lica pudieran sacar una titulaci¨®n universitaria en un centro privado. El abogado hizo una maestr¨ªa en Espa?a y viaj¨® por medio mundo. En esa vida intensa quiere ver la madre el signo del destino que iba a depararle una vida corta.
Aquel s¨¢bado, Nicandro recibi¨® una llamada de Puebla, de la Fiscal¨ªa, pero no la tom¨® porque los n¨²meros desconocidos en M¨¦xico pueden tratarse de extorsiones, dice. Poco tardaron en llegar las malas noticias por otras v¨ªas. La familia no se lo acababa de creer y trataba de contactar con el muchacho: ¡°Hola Dani c¨®mo est¨¢s¡±. ¡°Hola Dani¡±, ¡°Hola¡±, ¡°Hola Dani¡±, ¡°Hola¡±. Son los ¨²ltimos mensajes que el padre escribi¨® al difunto a las ocho de la ma?ana del s¨¢bado. Sin respuesta.
El estudio de la Iberoamericana arranca con unas frases del escritor Carlos Monsiv¨¢is: ¡°Las masas cobran el poder que les da la p¨¦rdida del rostro individualizado. Son nadie y son todo. Son la piedra lanzada contra el individuo armado y son la ira ante la injusticia. Son el deseo de infligir da?o y son la memoria de la ni?a violada¡±.
La madre de Daniel dice: ¡°Lo que le han hecho a mi hijo no es de humanos¡±, pero en eso, quiz¨¢, es en lo ¨²nico que se equivoca.
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